A un amigo violento
Tú, colérico que al fin te alejaste
cambiando un demonio por otro,
envejeces en el borde muerto del río,
en la ciudad fija donde la lluvia
pesa como mercurio.
Pero
vuelves
cuando sin aviso en el bar alguien canta
y el mediodía de Buenos Aires
se enciende, recibe tu presencia:
la que distante cultiva, como yo,
el error y quizás la locura.
Impenetrable,
sorda es la impotencia del solo.
Rodolfo Godino
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