La flecha y el blanco
La lógica de la poesía es inflexible. Tiene una sola cara
porque es individual. Sería trágico que un texto de prosa guardara un
significado distinto para cada lector: un mundo así estaría lleno de peligros.
Pero sería más trágico aún que un poema significara lo mismo para todos. Un
mundo así sería verdaderamente inhabitable, asfixiante: el triunfo definitivo
de la sociedad de masas. La prosa se adapta a cada lector para significar lo
mismo para todos. La poesía es exigente. El lector de poesía es alguien que
accede al reclamo de adaptarse a la lógica del poema. Y el esfuerzo -el
implicarse en el poema- tiene su compensación, allí el poema le descubre un
sentido personal, único, para cada lector y -más aún- un sentido para cada
lectura.
La prosa supone un arquero y un blanco. El escritor estira
su arco, apunta cuidadosamente y lanza su flecha. El buen prosista da en el
centro del blanco. Tanto el escritor como el lector ven el blanco, ven la
flecha, su trayectoria y su destino. La poesía supone un arquero pero no supone
un blanco.El poeta estira el arco y apunta hacia el espacio y el tiempo. No hay
un blanco visible: la flecha se dirige hacia el infinito, hacia la eternidad.
Su destino es el absoluto. Por eso para la gente de buen sentido el poeta
parece ser un tonto que derrocha su vida lanzando flechas que van a no se sabe
dónde, a ningún sitio útil. La gente de buen sentido no ve el destino de la
flecha , para ellos la flecha se pierde en la nada. Pero el poeta no derrocha
su vida. Él lanza su flecha con una enorme fe. "Adiós, adiós", le
dice. El sabe que allí donde caiga la flecha estará el blanco. Porque el
infinito no puede medirse. No es que sea más grande o quede más lejos que todo
lo conocido o imaginado. La eternidad no es más grande que algún tiempo. Cuando
se apague el sol, cuando se apague la última estrella de la última galaxia,
¿seguirá existiendo la eternidad? La eternidad es cuando se detiene el tiempo.
Se detiene el tiempo, dejan de suceder cosas; y bien, esa es la eternidad. El
lector de mirada pura, aquel que se implica en el poema, sigue la trayectoria
de la flecha hasta que cae y -entonces- descubre el blanco. Porque allí donde
cae la flecha, allí está el blanco.
Gianni Siccardi
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