Roberto Jorge Santoro
Nació en Buenos Aires el 17 de abril de 1939. Fue pintor
de brocha gorda, puestero en un mercadito, preceptor en una escuela industrial,
tipógrafo, vendedor ambulante, periodista y poeta. Un verdadero buscavidas. Él
mismo solía presentarse así: “Sangre grupo A, factor RH negativo, 34 años (en
1973), 12 horas diarias a la búsqueda castradora, inhumana, del sueldo que no
alcanza. Dos empleos. Escritor surrealista, es decir, realista del sur. Vivo en
una pieza. Hijo de obreros. Tengo conciencia de clase. Rechazo ser travesti del
sistema, esa podrida máquina social que hace que un hombre deje de ser un
hombre, obligándolo a tener un despertador en el culo, una boleta de Prode en
la cabeza y un candado en la boca”. (Reportaje concedido a la revista Rescate
en octubre de 1973).
A su compromiso y su denuncia se debe parte de su
desaparición
Roberto Jorge Santoro fue secuestrado por elementos del
terrorismo de Estado el 1° de junio de 1977, quienes se lo llevaron ilegalmente
de su lugar de trabajo: la Escuela Nacional de Educación Técnica N° 25 Teniente
Primero de Artillería Fray Luis Beltrán, en la calle Saavedra del barrio de
Once, donde el poeta prestaba servicio de preceptor con el cargo de subjefe.
Hasta hoy se encuentra desaparecido. Una plaza de Buenos Aires, en Avenida
Forest y Teodoro García, lleva su nombre.
Paso cambiado, Roberto Jorge Santoro de Oficio
desesperado (1962), Balada de papel (1959-1960) de Obra poética completa
1959-1977 Roberto Jorge Santoro, Ediciones r r
antes del café y del expediente
antes de la alergia y la mentira
fue un manojo de cuento y mariposa
un por qué las calesitas tienen sombrero?
o dan vuelta las estrellas?
era el tiempo del caballo en una escoba
de estar con este dedo en la nariz buscando hermanos
trepados en la espiral del pecho
detrás de la esperanza
creyendo porque era la alegría
porque nos ardía este largo puñado de abrazos
pero estalló la espuma
y quedó muerto el osito de goma
y la langosta atada de un hilo
y el barco de papel
y las dos maderas
y esa libreta tachada
y quedó muerto el duende que dormía en cada dedo
brotando un racimo de miserias
dejándonos sobre el límite del beso
una mano queriendo destrozar el aire
y las dos medias caídas
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