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Martes 12 de marzo de 2024, Café Literario "De
Tardes..." ciclo 2024. Cuyo tema convocante fue la Memoria.
El evento, es organizado por el Grupo Literario Tardes de
la Biblioteca Sarmiento, se realiza cada martes a partir de las 19:30hs, en
NUESTRA TRINCHERA CULTURAL, la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento.
Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra,
Córdoba, Argentina.
Café Literario de Tardes desde 2001 todas las semanas.
Osvaldo Guevara lee sus poemas El caballo de espuma, Racimos y Poema sin evasión
Videopoético del Café Literario del martes 2 de mayo de 2023, Ciclo Literario 2023. Cuyo tema fue Los Oficios. Lecturas en Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento, Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
Café Literario de Tardes desde 2001 todas las semanas.
CANTICO Traslasierra, tu copa de frescura serena el corazón, chorreando claridades, levanta. Transitando tus piedras, tus árboles, tu arena, la sangre en vacaciones desnudamente canta. Bajo tus verdes no hay sombra para la pena. Tu aire es un vino fuerte que alumbra la garganta. Tu azul deja en la piel una euforia morena y el pecho, lunto al cielo, de tu agua, se abrillanta. Paisaje que ahondándose gana emoción de altura; comarca en que la luz como un rezo murmura; valle en que se iluminan la sed y la ansiedad. Traslasierra cercana que es. lejanía errante: cuando una torre suelta su can ambulante tu silencio, elevándose, gotea eternidad. Osvaldo Guevara de Niña Carmen, Maccio hermanos editores
(1983)
Tu risa de y por Osvaldo Guevara Martes 5 de marzo de 2024, Café Literario "De
Tardes..." ciclo 2024. Cuyo tema convocante fue la Poesía Femenina. El evento, es organizado por el Grupo Literario Tardes de
la Biblioteca Sarmiento, se realiza cada martes a partir de las 19:30hs, en
NUESTRA TRINCHERA CULTURAL, la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento.
Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra,
Córdoba, Argentina. Café Literario de Tardes desde 2001 todas las semanas.
Tu risa Tu risa de espumosa gargantilla riega en mis huesos mieles y metales y como un claro jugo de vocales en el racimo de tus dientes brilla. Cascanueces fosfórico que astilla uvas de sol y piedras musicales y como un crespo asedio de rosales prende pequeñas bocas en mi arcilla. Risa audaz, risa infiel, risa menuda en que tu carne eréctil se desnuda caracoleando tornasoles de agua. Sonido que mi lengua gusta y huele y que contra mi voz golpea y duele como el temblor llovido de tu enagua. Osvaldo Guevara De La sangre en armas
Casa de ejercicios (Cura Brochero) de y por Osvaldo
Guevara
Martes 5 de marzo de 2024, Café Literario "De
Tardes..." ciclo 2024. Cuyo tema convocante fue la Poesía Femenina.
El evento, es organizado por el Grupo Literario Tardes de
la Biblioteca Sarmiento, se realiza cada martes a partir de las 19:30hs, en
NUESTRA TRINCHERA CULTURAL, la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento.
Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra,
Córdoba, Argentina.
Café Literario de Tardes desde 2001 todas las semanas.
CURA BROCHERO Carmen sabe si un pájaro grita herido en la noche y se estremece como una mariposa con la salpicadura de una lágrima cuando escucha el clamor de la vida con sed. En la Casa de Ejercicios, en Villa Cura Brochero, Carmen salió al patio con flores, miró las flores, miró el azuL Y miraron con ella y rezaron con ella las plantas, las lajas calladas y sonoras, los adobes ingenuamente encalados de la capilla, los cuartos de retiro, rumorosos de oraciones y
penumbras, los insectos mareados por el zumo zumbante de la luz. La tarde, como una paloma, vino a dormirse en su hombro. Yo, que hace mucho que no me hablo con Dios y hasta cambié de calle cuando pude encontrarlo, cuando la toco a Carmen siento que toco al Dios que de ella fluye, que en ella se demora como las madrugadas en los árboles de flores azules. Sé que hay odios, rugidos, humaredas, cenizas,
maldiciones. Pero para salvarme de mis uñas de antaño tiznadas de palpar corazones sombríos o de rodear los pocillos del café de la pena y el miedo me bastan sus ojos con claroscuros de pesebre, sus palabras más dulces que el rozar de un arroyo en la
memoria, sus besos con aroma a patio con sol, a fruta cortada por un niño, a jazmines tiernamente colocados en los cabellos de la
lluvia, su manera de hablar con el paisaje de montaña y tañidos haciendo que las piedras se emocionen con ella. En Villa Cura Brochero, pueblito dé Córdoba cuyo nombre evoca a un sacerdóte con poncho, resero de almas chúcaras, gaucho con un afilado crucifijo a la cintura, Carmen me convirtió -o me devolvió- al azul con su
gracia, me inició en las fiestas de un cielo con Dios entre los pastizales dorados de la altura. Olvidé todo lo que sabía, todo lo que ignoraba, para aprender tan sólo que nombrarla es como rezar, que llamarla es desatar un viento piadoso entre los
pétalos y que aun callándolo su nombre suena a pisada descalza por un país de lumbres y
asombros, a alegría de agua que lava los pecados del mundo. Yo desterré palabras, gestos, ademanes, comparaciones torpes como máscaras bailoteantes en la tarde de Cura Brochero en que ella salió al patio con plantas de la Casa de
Ejercicios y logró que el azul se viniera a mi pecho bajado por sus ojos. Y me quedé con el silencio de Carmen para siempre, con el resplandor de plegaria que le ronda los labios. Y cuando es muy furiosa la hoguera de la sangre o cuando todo está tan negro que pienso que mi mano no va a encontrar ya nunca la llave de la luz, grito o digo o murmuro o simplemente callo: Carmen. Y los humos del odio y miedo se azulan y una frescura de música me enjuga la frente y la sombra se va de mi garganta y de mis uñas y descubro en las calles rostros como campanas y la vida, cantando, viene a dormirse en mi hombro y no soy más que un nombre su nombre en el fragor del mundo una palabra nueva pronunciada por Dios.
Osvaldo Guevara de Niña Carmen Maccio hermanos editores
(1983)
El adiós, Olga Orozco La sentencia era como esos calcos en que el
relieve del amor deja un vacío semejante a sus culpas. Me arrojaron al mundo en mi ataúd de hielo. Una tierra sin nombre todavía corrió sobre
este rostro con que habito en la desconocida: era la tierra del castigo. Era la hora en que comienzo a despertar
entre los muertos con la evidencia de un anillo roto, un vestido de momia desprendido de las
vendas del cielo y un espejo de sal donde puede leerse mi
destino. El porvenir no es nada más que mirar hacia
atrás. Debajo de esas nubes desgarradas hay una casa en llamas en donde los amantes trasmutaban en oro de
eternidad el resplandor de un día, o tomaban las apariencias de ladrones de
pájaros aprisionando entre los hilos del ocio las
metamorfosis de sus propias imágenes. Hay una luz dorada que hiere hasta las
lágrimas; hay un lecho también como una barca invadida por el follaje del
deseo -unas hojas carnosas que exhalan el perfume
de los más largos viajes-. Y había siempre y nunca como ahora vueltos de pronto boca abajo. Corazón repudiado, animal aterido en uno de los dos costados
de tu sangre, ignorabas entonces que tendrías la forma de
un retablo de la creación hecho pedazos, que alguna vez la noche del adiós te
nombraría en voz muy baja como nombra la soledad a sus testigos, o como llaman aquellos que se van a los que
nunca vuelven. Ahora, de espaldas contra el muro que
custodia el guardián de todo nacimiento, sólo te quedan las apariciones, el fantasma de un tiempo que gritará
contigo en el estanque muerto de algún sueño, cuando él duerme, tan lejos en su adiós. Un soborno de plumas para una ley de fuego. Olga Orozco
En un país que amaba ya estará
anocheciendo… Olga Orozco En un país que amaba ya estará
anocheciendo. Coronados por sus mustias guirnaldas, esos pequeños seres creados cuando la
oscuridad vuelven a poblar con sus tiernas músicas, a golpear con sus manos de brillantes
estíos ese rincón natal de mi melancolía. Sonríen los inasibles huéspedes, las criaturas largamente buscadas en las
secretas ramas, en lo más escondido de las piedras, en la sombra abandonada del que salió de
ella eternamente joven. Desde la lejanía me sonríen. Qué inútiles sus gestos, sus caricias, cuando algún largo tiempo nos conoce
calladamente ajenos, cuando ya no hay temor por el huyente roce
de los muertos que amamos, ni por el musgo que crece murmurando sobre
el corazón, ni por las voces nocturnas de los que se
despiden sollozando: -¡Yo te esperaré siempre allá, doliente
desaparecida! Vosotros, que habitáis en mí la región desmoronada
del miedo, de las ansiadas compañías terrestres: ¿A qué volvéis ahora como un sueno demasiado violento que la
infancia ha guardado? Apenas si un recuerdo os reconoce, cada vez más lejanos. Olga Orozco
Cantata sombría, Olga Orozco Me encojo en mi guarida; me atrinchero en
mis precarios bienes. Yo, que aspiraba a ser arrebatada en plena
juventud por un huracán de fuego antes de convertirme en un bostezo en la
boca del tiempo, me resisto a morir. Sé que ya no podré ser nunca la heroína de
un rapto fulminante, la bella protagonista de una fábula inmóvil
en torno de la columna milenaria labrada en un instante y hecha polvo por el
azote del relámpago, la víctima invencible —Ifigenia, Julieta o
Margarita—, la que no deja rastros para las embestidas
de las capitulaciones y el fracaso, sino el recuerdo de una piel tirante como
ráfaga y un perfume de persistente despedida. Se acabaron también los años que se medían
por la rotación de los encantamientos, esos que se acuñaban con la imagen del
futuro esplendor y en los que contemplábamos la muerte desde
afuera, igual que a una invasora —próxima pero ajena, familiar pero extraña,
puntual pero increíble—, la niebla que fluía de otro reino
borrándonos los ojos, las manos y los labios. Se agotó tu prestigio junto con el error de
la distancia. Se gastaron tus lujosos atuendos bajo la
mordedura de los años. Ahora soy tu sede. Estás entronizada en alta silla entre mis
propios huesos, más desnuda que mi alma, que cualquier
intemperie, y oficias el misterio separando las fibras
de la perduración y de la carne, como si me impartieran una mitad de
ausencia por apremiante sacramento en nombre del larguísimo reencuentro del
final. ¿Y no habrá nada en este costado que me
fuerce a quedarme? ¿Nadie que se adelante a reclamar por mí en
nombre de otra historia inacabada? No digamos los pájaros, esos sobrevivientes que agraviarán hasta las últimas migajas de
mi silencio con su escándalo; no digamos el viento, que ser precipitará
jadeando en los lugares que abandono como aspirado por la profanación, si no por
la nostalgia; pero al menos que me retenga el hombre a
quien le faltará la mitad de su abrazo, ese que habrá de interrogar a oscuras al
sol que no me alumbre tropezando con los reticentes rincones a
punto de mirarlo. Que proteste con él la hierba desvelada,
que se rajen las piedras. ¿O nada cambiará como si nunca hubiera
estado? ¿Las mismas ecuaciones sin resolver detrás
de los colores, el mismo ardor helado en las estrellas,
iguales frases de Babel y de arena? ¿Y ni siquiera un claro entre la
muchedumbre, ni una sombra de mi espesor por un
instante, ni mi larga caricia sobre el polvo? Y bien, aunque no deje rastros, ni
agujeros, ni pruebas, aun menos que un centavo de luna arrojado
hasta el fondo de las aguas me resisto a morir. Me refugio en mis reducidas posesiones, me
retraigo desde mis uñas y mi piel. Tú escarbas mientras tanto en mis entrañas
tu cueva de raposa, me desplazas y ocupas mi lugar en este
vertiginoso laberinto en que habito —por cada deslizamiento tuyo un retroceso y
por cada zarpazo algún soborno—, como si cada reducto hubiera sido levantado
en tu honor, como si yo no fuera más que un desvarío de
los más bajos cielos o un dócil instrumento de la desobediencia
que al final se castiga. ¿Y habrá estatuas de sal del otro lado? Olga Orozco
Al pájaro se lo interroga con su canto Hay en algunos ojos esas borras de añil que
dejan los crepúsculos al evaporarse –un ala que perdura, una sombra de
ausencia– Son ojos hechos para distinguir hasta el
último rastro de la melancolía, para ver en la lluvia el inventario de los
bienes perdidos, así como hace falta un invierno interior “para observar la escarcha y los enebros
erizados de hielo” dijo Wallace Stevens congelando el oído y
la pupila, convertido tal vez en el hombre de nieve
que contempla la nada con la nada y que oye sólo el viento, sin ningún evangelio que no sea ese sonido
único del viento (aunque tal vez hablara de la más extremada
desnudez; no de la transparencia). Pero yo sé que cada tiniebla se indaga
solamente con la noche que llevo, que la piedra se entreabre ante la piedra de la misma manera que se tantea el corazón
con el abismo. ¿Hay alguna otra forma de asomarse hasta el
fondo del subsuelo, el fondo de otra herida, el fondo de otro
infierno? No hay ninguna otra lámpara para reconocer
lo próximo, lo ajeno, lo distante. Lo atestigua la esquiva intención de la
rata chillando entre los vidrios, resbalando en la rampa de una impensable
luz; lo proclama la estrella con su remoto
código adherido a un temblor, tal vez a una agonía que ya fue; lo confirma ese yo que camina contigo y es
memoria dondequiera que olvides, y ese otro, inabarcable, centelleante, que le sale al encuentro bajo el agua de
las transformaciones, y a veces ni es persona, ni color, ni
perfume, ni huella de este mundo. Ambos están tejidos con la sustancia misma
del silencio. Se parecen a Dios en su versión de huésped
reversible: el alma que te habita es también la mirada
del cielo que te incluye. Olga Orozco
En el final era el verbo Como si fueran sombras de sombras que se
alejan las palabras, humaredas errantes exhaladas por la boca
del viento, así se me dispersan, se me pierden de vista
contra las puertas del silencio. Son menos que las últimas borras de un
color, que un suspiro en la hierba; fantasmas que ni siquiera se asemejan al
reflejo que fueron. Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en
su lugar nada que se confunda con su nombre desde la
piel hasta los huesos? Y yo que me cobijaba en las palabras como
en los pliegues de la revelación o que fundaba mundos de visiones sin fondo
para sustituir los jardines del edén sobre las piedras del vocablo. ¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia
atrás todos los alfabetos de la muerte? ¿No era ese tu triunfo en las tinieblas,
poesía? Cada palabra a imagen de otra luz, a
semejanza de otro abismo, cada una con su cortejo de constelaciones,
con su nido de víboras, pero dispuesta a tejer y a destejer desde
su propio costado el universo y a prescindir de mí hasta el último nudo. Extensiones sin límites plegadas bajo el
signo de un ala, urdimbres como andrajos para dejar pasar el
soplo alucinante de los dioses, reversos donde el misterio se desnuda, donde arroja uno a uno los sucesivos velos,
los sucesivos nombres, sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la
rosa. Yo velaba incrustada en el ardiente hielo,
en la hoguera escarchada, traduciendo relámpagos, desenhebrando
dinastías de voces, bajo un código tan indescifrable como el de
las estrellas o el de las hormigas. Miraba las palabras al trasluz. Veía desfilar sus oscuras progenies hasta
el final del verbo. Quería descubrir a Dios por transparencia. Olga Orozco
Temible y aguardada como la muerte misma se levanta la casa. No será necesario que llamemos con todas
nuestras lágrimas. Nada. Ni el sueño, ni siquiera la lámpara. Porque día tras día aquellos que vivieron en nosotros un llanto
contenido hasta palidecer han partido, y su leve ademán ha despertado una edad
sepultada, todo el amor de las antiguas cosas a las
que acaso dimos, sin saberlo, la duración exacta de la vida. Ellos nos llaman hoy desde su amante
sombra, reclinados en las altas ventanas como en un despertar que sólo aguarda la
señal convenida para restituir cada mirada a su propio
destino; y a través de las ramas soñolientas el
primer huésped de la memoria nos saluda: el pájaro del amanecer que entreabre con su
canto las lentísimas puertas como a un arco del aire por el que
penetramos a un clima diferente. Ven. Vamos a recobrar ese paciente imperio
de la dicha lo mismo que a un disperso jardín que el
viento recupera. Contemplemos aún los claros aposentos, las pálidas guirnaldas que mecieron una
noche estival, las aéreas cortinas girando todavía en el
halo de la luz como las mariposas de la lejanía, nuestra imagen fugaz detenida por siempre en los espejos de
implacable destierro, las flores que murieron por sí solas para
rememorar el fulgor inmortal de la melancolía, y también las estatuas que despertó, sin
duda a nuestro paso, ese rumor tan dulce de la hierba; y perfumes, colores y sonidos en que reconocemos
un instante del mundo; y allá, tan sólo el viento sedoso y
envolvente de un día sin vivir que abandonamos,
dormidos sobre el aire. Nadie pudo ver nunca la incesante morada donde todo repite nuestros nombres más allá
de la tierra. Mas nosotros sabemos que ella existe, como
nosotros mismos, por el sólo deseo de volver a vivir, entre
el afán del polvo y la tristeza, aquello que quisimos. Nosotros lo sabemos porque a través del
resplandor nocturno el porvenir se alzó como una nube del
último recinto, el oculto, el vedado, con nuestra sombra eterna entre la sombra. Acaso lo sabían ya nuestros corazones. Olga Orozco 1946
Canción del muchacho asustado Qué golpea bajo la tierra? Lejanas bombas lejanos llantos. Qué llevan los vientos negros? Soles pequeños átomos inmensos. Quién me asusta? El pez herido la flor enferma. Qué grito en la noche abierta? Ven y tiembla corazón Miguel Angel Bustos
Oleo único Ante el enigma que me representa la vida de
un instante, la extraña multiplicación que une las cosas y los hombres, sólo
puedo proceder plantándome justo en el filo de todo, tratar de tomar el bulto
irradiante de la existencia con el peso exacto del sonido y del color,
construir con mi carne y con todo lo que me es exterior estos murales. Ante todo ver más allá. Hacer murales con el alma del hombre. Miguel Angel Bustos (Buenos Aires, marzo 1957) De Cuatro
Murales, 1957
Casa de silencio Un niño y un cuchillo, enamorados carne y
hierro, buscan en el alma la selva que los salve. Aromas y llantos boca de hielo sobre
cicatriz de pureza. Irá a devorar temblores irá la tierra alzando mares. Sueño del niño que muere en su Casa de
Silencio en el cielo del espanto, hierba de tristeza amor de nadie. Miguel Ángel Bustos De : Fragmentos Fantásticos (1965)
Luna de Herodes Si en la noche
inmóviles policías sujetan perros de boca en piedra, yo tiemblo. Quiero
alejarme no puedo, como en sueños. Entonces alzo la
mano a mi pecho el traspasado. No sea que a lo lejos entre selvas de hueso y
aliento salga el aullido de aquel que devora mis entrañas. Y aullando prolongue
en los perros guardianes un odio en silencio y dientes, que por milenios me
persigue. Miguel Ángel
Bustos De Visión de los
hijos del mal, 1967
Elementos Todo lo que ves es
simple unas pocas cosas unas pocas
palabras el fuego en el
agua. Mi lengua en tu lengua el sol es simple. Tu cuerpo lo
cubre. Tu cuerpo lo
aclara. Miguel Ángel
Bustos
Miguel Ángel
Bustos Von Joecker nació en Buenos Aires en 1932. Fue declarado desaparecido
por la dictadura militar el 30 de mayo de 1976. Cursó estudios de
Derecho y Filosofía y Letras. Viajó por el norte de su país, Brasil, Bolivia y
Perú en una búsqueda de la identidad continental que se refleja mágicamente en
poemas y dibujos suyos vinculados al surrealismo y la literatura fantástica.
Estaba casado con Iris Enriqueta Alba de Bustos. Entre 1966 y 1967
el dibujo comenzó a ocupar un espacio tan absoluto como el de su poesía; cuatro
de sus libros están ilustrados por él. En 1968 obtuvo el Segundo Premio
Nacional de Poesía por Visión de los hijos del mal. Cuatro años después nació
su único hijo, Emiliano. Era militante del Partido Revolucionario de los
Trabajadores (PRT). Colaboró como crítico literario en las revistas Panorama y
Siete Días, y en los diarios La Opinión y El Cronista Comercial. También fue un
asiduo colaborador del equipo periodístico que editaba el quincenario político
Nuevo Hombre, que, luego de Silvio Frondizi, dirigía Rodolfo Mattarollo. Fue secuestrado en
su domicilio, ubicado en la calle Hortiguera N° 1521 piso 6° departamento
"B", de Buenos aires. El 30 de mayo de 1976 a las 22:30 un grupo de
personas que se identificaron con unas Tarjetas Amarillas como pertenecientes a
la Policía Federal golpearon la puerta del domicilio de Miguel Ángel y su
esposa. Luego ingresaron al inmueble entre cuatro y seis personas vestidas de
civil, encerraron a Iris en la cocina junto con su hijo Emiliano Bustos,
mientras destruían el lugar y tras media hora se fueron llevándose a Miguel
Ángel Bustos. No hay testimonio de su paso por un Centro clandestino de
detención. Su caso fue tratado en la Causa Primer Cuerpo de Ejército. En mayo de 2014,
el Equipo Argentino de Antropología Forense confirmó que los restos del
periodista y escritor secuestrado durante la última dictadura cívico militar
estaban en un sector con once fosas individuales NN del cementerio de
Avellaneda, halladas hace 15 años. Los análisis determinaron que Bustos fue
fusilado de, al menos, dos disparos en la cabeza en junio de 1976, un mes
después de haber sido desaparecido.
Arreglo con frutas
e instrumentos de viento Naranjos hasta cuándo serán
naranjos las calles del Tigre y no el corazón de
mi amor. Pulpa de tu
tremenda boca la toqué y se me fue por la noche entre los naranjos
volvió para pegarme como la rama más débil o la ola más fría
iniciando la tormenta Y yo que creí que
nos pondríamos juntos en nuestra vida de mil años. Trompa apaga la
luz que desciendo solo a la ciudad de los hombres. Apaga
lamento de hierro y bronce entre los naranjos. Ahí voy lava tu
cuerpo y vamos. Ah santa piel joven el mundo será nuestro. Silencio con la
sorda alegría. Ahora duerme al fin. Clarín entre los
naranjos. Miguel Ángel
Bustos
La selva liviana El sonido de un tren que se ahoga en la
catarata de las hojas. Al fondo de la selva liviana y los
cocoteros se hunde el nivel del llanto, el peso entero de los sueños. Peso entero del saco de perfume de la
gracia. Estoy entre la espada del paisaje y el
ladrillo caliente del olvido, viajando con un ardor de joya y sangre. Escuchando el aullido de mi candor: mi
nueva fiesta. A paladas, silbatos. El tren se encierra en si al borde de los
esteros nocturnos. Su polvo ciudadano tiene miedo a la gran
humedad de la tierra, al aire cálidamente eléctrico a los cisnes del negro vapor, nocturno de la herida del mundo. Francisco Madariaga
Entresueño en la siesta A Julio Salgado Una toalla de verano arde en aquel ... balcón. Se agita enredada, tal vez, en alguna ... mano. ¿Una mano de esta ciudad, o una mano que ha venido con una brisa ... marina? ¿Hay algún cuerpo esbelto que sangra, el ardor de unos ojos, la canción de unas manos? Ahora la toalla sangra enredada en un mástil de ojos verdes: alguien la ha mojado con sus ... labios. Francisco Madariaga De País Garza Real, 1997
Rasgada de topacio A Olga Orozco, 1991 Le dije que se pusiera su sombrero y dejara deslizar una arboleda de sol ... por la orilla del mar. Había tanta sonrisa en su boca sonora y a veces frecuentaban sus labios los ... bares del coral. Su memoria barría los barrotes de todas ... las prisiones. Era la hija del sombrerero de dios que
pasaba ... en un celeste y rojo carruaje, ardiendo de amor al regreso de los reales ... horizontes, y en el olor a su carrera de ayudante ... salida del polvo de las hadas, su tránsito real ardía ahogado por la ... sangre de pleamar. Ayudante rasgada de topacio en el ... corazón de la inmortalidad. Francisco Madariaga De País Garza Real, 1997
Cenit con reportaje Carruaje celeste e la cuadrilla del sol se
derrumba en las laderas calientes. Con un don infernal de encanto y de sonido lloras entre los hombres tu desacuerdo con el lenguaje, con el manantial de la luz diaria erguida
que el hombre pobre reparte entres sus hijos. Francisco Madariaga
Lágrimas de un mono Yo quiero cautivar tu desesperación, oh
mono adiós. Tiemblas tanto en tus islas negras, oh mono
adiós. En los embarcaderos el color encendido en
tus ojos tiene tanta fe. Oh mono, retén el equilibrio de tu asombro. Yo ya tiemblo en tus islas, mono adiós. Tu odio virginal es idéntico a cuando se
cruza mi alma con el mundo. Francisco Madariaga
Sólo un brillo nuevo en un florero lleno de agua, pongo una rosa entierro una vida. y me quedo aquí, mirando el impostergable paso de una vida hacia su nada, el andar de un tiempo en la herida que abre. nada cambia ante mis ojos salvo un brillo, húmedo, como si por no percibirla fuera la muerte la belleza en esta rosa. Hugo Mujica
La gracia perdida al final la casa es siempre atrás como el umbral de la despedida, el del adiós frente a un camino nunca trazado el del gesto inconcluso, la mitad olvidada. en el medio la terca torre: el propio nombre la estaca entre el deseo y la nostalgia, el puñado de humo en el que aferramos el miedo a perder lo que nunca tuvimos. al final, el que nos llega, queda la apuesta del inicio, la gracia perdida: queda perderlo todo. Hugo Mujica
Hay perros que mueren de la muerte de su amo hay perros que mueren de la muerte de su amo cuerpos que no hacen el amor, hacen el miedo que no se agitan, tiemblan. y hay hombres en los que muere dios como una gota de lacre sobre el pecho de un torso de mármol, son los que lloran cuando creen estar hablando, o gritan soñando, pero al alba olvidan el grito con que encendieron la noche. hay hombres en los que gime dios por no encontrar un hombre donde morir de carne, pero no llora como quien lo hace solo llora como quien llora abrazado a un niño. Hugo Mujica
CADA HOMBRE cada hombre y yo: caña seca en la que se surca el viento para retomar su cauce, como si nada hubiese pasado salvo el abrirse de una ausencia, un surco entre mi paso y el pasado entre mi vida y cada vida. Hugo Mujica
A VECES LA VIDA a veces nos miramos en silencio la vida y yo. A veces duele, duele blanca, lenta se hunde en la carne como una botella vacía se
hunde en el estanque que la va llenando. a veces, en silencio, llora y algo sagrado brilla en el
mundo, en silencio, reverbera en las
palabras. Hugo Mujica
Alejandro Nicotra leyendo sus poemas El LLamado, Y Ahí el
panorama de la gran ciudad y Venus. 52º Encuentro Internacional de Poetas "Oscar Guiñazú
Álvarez" Villa Dolores- Capital de la Poesía, Las Tapias, Villa de las
Rosas, San Javier, Traslasierra, Córdoba, Argentina. 10, 11,12 y 13 de Octubre
de 2013
Las nubes, Alejandro Nicotra Van muy altas las nubes sólo para los ojos y los dedos del sol. Sobre el humo y las plazas que balbucean árboles o el cuarto blanco y negro de quién o las esquinas de ira fija sin párpados. Lejos, sobre los baldíos del amanecer y el cadáver de turno. Van muy altas, con su arco iris y sus liras, y nadie sabe ya por qué ni cuándo ni cómo. Alejandro Nicotra
Gabriela Bayarri leyendo el poema Bar de Alejandro
Nicotra. Café Literario del día 8 de abril de 2010 cuyo tema fué
el Bar y coordino la velada Adrián Salagre. En la Vieja Esquina, Avda San Martin y Edison, Villa
Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina
Noche cercada Cuando se apaga el grito del mundo, ¿eres el hueso de rocío y de hielo en que sopla la muerte? ¿O carne, luz de carne, apenas tocada por la sombra de una mano de árbol? Desnuda abres y cierras todo círculo, luna en su halo vuelta, muriendo, al alba. 2 Noche cercada, amor, ¿cuándo salta tu instante de lomo curvo y zarpas con fiebre sobre los párpados de la piedra? Sólo el ascua del ojo perverso lo denuncia. ¿Cuándo saltarás, furia montés? Nadie más sabe que el corazón inerme la mordedura de tu llama mortal, fúnebre en su cueva de ceniza. 3 Tensa la noche el arco, norte a sur, apuntado hacia el alba. El alba, ¿quién me grita en su carne, el llamado mordiente del cielo? Por mis dedos en tu cuerda de Sombra; mi mano, noche, ávida de luz... Alejandro Nicotra De Desnuda musa
Preguntas retóricas, jazmin de Alejandro Nicotra por José
Luis Colombini
Video de la 5ª
Maratón de Lectura, 18 de Junio de 2012 organizada y llevada a cabo por el
Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento, 9 horas de lectura continua
(de 9 a 18 Horas) en donde dieron su apoyo importantes personalidades del medio
local, Periodistas, Escritores, Funcionarios Municipales, Judiciales, Docentes,
Alumnos de nivel primario, secundario y terciario, Poetas, Público en general,
en la sala de arte del Teatro Municipal de la ciudad de Villa Dolores (Mítico
lugar de Traslasierra), "Capital de la Poesía", Traslasierra,
Córdoba, Argentina.
Enumeración urbana Las avenidas que corren en la noche con todas sus lámparas encendidas, hacia el amor - y desembocan en los baldíos y las sombras. Y las plazas, los sitios donde "el tiempo respira y dice, por árboles y gárgolas:- Yo soy la eternidad . . . Y los edificios, altos, con ventanas abiertas a un millón de existencias posibles. (Y no hay más que el cuarto, blanco y negro, en que alguien está solo. Cuartos y cuartos como planetas fríos). Y los puentes, anacrónicos en la elegia y el suicidio, solo pasos de una calle a otra calle. Y las calles, que entre relámpagos y gritos, te conducen a la casa, sin nadie, de tu muerte. Alejandro Nicotra
A Robert Frost Esta mañana, entre las hojas frescas y el atisbo del sol, tembló el cable de Boston como un pájaro: te has ido
Robert Frost. Le dije a mi mujer: -Voy al encuentro de un hermano mayor. Y caminé a la sombra de mis árboles, A solas, Robert Frost. Anoche era la luna en mis ventanas un ave, no una hoz; anoche, cuando yo nada sabía, oh, Robert Frost. Y anoche, entre los pinos y la nieve, junto a un lago, el de Dios, en un caballo de sombrío fuego andabas, Robert Frost. Ven a mi casa, dime de los frutos la madura lección (de paso, escucharemos las cigarras), maestro, Robert Frost. ¡Ay, quien sabe de muerte! Pero, ¿importa? Tú vives en tu voz no más me basta que inclinar, despacio, mi oído hacia una flor: desde la tierra, por el tallo ardiente, me hablarás, Robert Frost. Alejandro Nicotra de “El tiempo hacia la luz” Editorial
Hachette, Buenos Aires, 1967