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11 de noviembre de 2021

Los desiertos reales, Edgar Bayley


 

Los desiertos reales, Edgar Bayley
 
los desiertos reales
los mares imaginarios:
no hay palabras para elogiar a esta magnolia
tampoco hay forma de destruir las palabras
ni el oficio de florista
(guarden compostura: :
en la soga de colgar se agita la flor blanca)
una tez de flores de cerezo:
la última gota de sangre
los desiertos reales
los mares imaginarios
no pueden compararse a esta magnolia.
 
 
Edgar Bayley

10 de noviembre de 2021

Bermellón 1, Edgar Bayley


Bermellón 1
 
1
sin nombre ni razón
y con sentido
te leo te agradezco
bermellón
esta mañana
este monte me lleva tras el monte
y este cielo a otro puerto me traslada
aquí estoy
bermellón
me llevas de la mano
al mundo que ya soy
seremos
 
Edgar Bayley

 

9 de noviembre de 2021

Augurio, Edgar Bayley


 

AUGURIO
 
feliz
año
nuevo
digo
lluvia luz ventana
neblina rosa labrador alcázar
río mío balcón
perdí mi nombre
y aquí
ballesta
encuentro
voy naciendo
por solsticios
herbarios
destrucciones
año nuevo
blanca flor brotaste
y el camino que sigo
y la voz
en la playa
a medianoche
y el silencio y la caja
y la ventana habitación el viento
todo lo marchitaste
me digo
no estoy solo
feliz lluvia
luz
ventana
 
 
Edgar Bayley

8 de noviembre de 2021

Viaje al Paraguay con Oliverio, Francisco Madariaga

 


 

Viaje al Paraguay con Oliverio
 
Brillan todos los pájaros y estamos viajando al
Paraguay.
Lejos van quedando las costas del Plata y del
Atlántico.
Las estaciones de andenes con aliento a zorrino
De la Provincia de Buenos Aires,
y la laguna del Tordillo.
A nuestro costado una franja de todos los colores
de la Cuenca del Plata aborda a nuestro barco.
Mi padre y un changador alcohólico, de barbas
rojizas,
nos saludan desde la brillante costa correntina.
Una laguna se ha colocado –como sombrero celestesobre
el camposanto donde viven.
 
El Río de la Plata se le ha salido del sombrero,
Oliverio,
y desborda en su camarote.
-Pero, che, Madariaga, usted se ha meado todo un estero.
-No, es el agua que usted recogió en la Bahía de
Samborombón,
y la tenía guardada en su sombrero.
 
Derecho, allá, donde el crepúsculo tiene volteada a
una palmera,
está mi rancho con techo de hojas de palmeras.
Al regresar, entraremos en esos palmares, en una
volanta celeste y negra:
la misma que manejaba Anastasio Jenuario –un negro
rengo-,
conduciendo a mi abuelo en 1881.
 
Aquel es mi pedazo de recuadro del mundo recibido
Antiguamente por las fieras.
 
-Che, camarero.
 
El paquebote se dirige a los esteros paralelos a la
costa.
Quiere vararse en la parte florecida, colorada, verde
y cremosa del estuario.
Hemos varado, pero conozco algunos canoeros que,
Botando con tacuaras rosadas y amarillas, nos
bajarán en una costa firme.
Nos haremos de montados para llegar a algún
puertecillo natural.
Nuestro barco recuperará la marcha.
Ya estamos frente al puerto de Corrientes, y el postre
de la tiniebla entera ya ha llegado.
Durmamos una medianoche, hasta que los monos nos
devuelvan la luna,
y no habrá más peligro de vararse en un estero.
 
Asunción baila ya su galopa del encuentro,
Arden las mulatas verdes de ojos dorados.
 
¿Oye el sonido multicolor del canto de ese pájaro,
Oliverio?
Es el pájaro de una princesa guayaki, que se enjoyaba
con los ojos de ese pájaro de infierno.
Estamos en la bahía de Asunción y corre el fuego.
La chiquilla de las naranjas canta en el alba,
descalza y vestida de frutas enarenadas.
 
Estamos entre jazmines y mosquiteros.
Vamos a comernos todo el mercado.
Raptemos a:
una burrera
una burrera,
una naranjera,
una mendiguera,
una india con las orejas llenas de
frutas,
una galopera,
una canoera,
una yuyera,
una frutillera,
una aguatera,
una cañera,
una payesera,
una cigarrera,
una vendedora de coronas de agua
de ananá
para beber toda la siesta.
 
Oliverio, nos espían desde sus carpas
las hechiceras:
serán nuestras amigas,
nos ofrecerán las mejores mujeres.
 
 
 
(Antes de morir, Oliverio Girando me invitó a viajar con él a
Paraguay.
El viaje no se llevó a cabo. Después nació este Sueño, en
homenaje al gran poeta y amigo)

 
Francisco Madariaga
De Criollo del universo

7 de noviembre de 2021

Planeta azul, Francisco Madariaga


 

Planeta azul
 
 
 
¡La redonda e invisible jornada mía por la
eternidad!
El planeta azul gira y tiene a la muerte como
reina del todo.
No provocar a la reina de infierno.
¡Póngale un santo, amigo, a su bandido!
La fuerza de la estrella del corazón sea tomada
de la mano:
ella es salvaje caridad de agua de cielo
que ha bajado con los vientos de la infinitud,
y un pequeño pedazo de ese cielo sangra y se
enciende con un sueño terrestre.
 
a mi hijo Lucio
 
Francisco Madariaga
De Criollo del universo

6 de noviembre de 2021

Rehén de la colina, Francisco Madariaga


Rehén de la colina
 
Oh candoroso embriagado entre loros,
entre isletas subiendo hasta el nivel de la colina,
canta en tu boca el canto ardiente de otra boca,
y cuando la sangre sube hasta tus ojos es
porque están quebradas todas las fulguraciones
del sollozo en tu pecho.
Canta, viejo rehén de la colina.
Arde, candoroso de alcohol negro, que con palmas
salvajes tienen hijos que retornan al viento,
al gemido del clima en el olor áspero y cruel
de las arañas del estero,
en aquel paisaje de cristal desprendido del fuego.
 
Asombra al mundo en un paisaje de enero,
oh demente,
oh luz de la humedad.
Ah colgado sediento de unos ojos,
duerme, duerme bajo la luz del padre al otro
extremo del poder y la delicadeza.
En tus ojos la berlina del viaje amarillo arde
helada.
Beso tras beso el pasajero toca la raya de ácido
caliente del retorno.
Sé piadoso con el otro limite de tu fragilidad,
padre aletargado por el sol,
presión de la locura de una tierra suspendida en
la tela del agua y del fuego.
 
Francisco Madariaga

 

5 de noviembre de 2021

Pajarera en el espacio, Francisco Madariaga

 


Pajarera en el espacio
 
Los árboles-cabellos de las hadas fijan el
arenal del infinito.
Adiós, mi pajarea que huyes al espacio,
con el pájaro-puma santificado por el agua
y el aire.
 
Francisco Madariaga
De Criollo del universo


4 de noviembre de 2021

Juan L. Ortiz, Francisco Madariaga

 

Juan L. Ortiz
 
Mientras se cubre el monte
con una marejada de razas,
nublados de cuchillas hacen sombra
y cruza el parejero de Corrientes.
 
Atrás, muy atrás, planea una sombrilla
de aves,
vaga se moja la sombra de la tierra
y huye en una tordilla alada.
 
Francisco Madariaga


3 de noviembre de 2021

Sobre Edgar Bayley, Francisco Madariaga

 

PRESENTACIÓN
 

Edgar Bayley alguna vez dijo: “Ahora suena un poco extraño hablar de vanguardia, porque vivimos tiempos de intemperie, en los que el creador tiene que defenderse de sí mismo”.  Esos tiempos de intemperie a lo que se refería Bayley son los mismos que vivimos ahora. El poder de la impostación, del desprecio y de la iniquidad, que él combatió, en especial en el terreno de la creación poética, no desaparecerán —recordemos que así lo pensaba Van Gogh, cuando dijo “la miseria no terminará jamás”. La conciencia de un verdadero artista, siempre alerta, lo sabe.
Reeditar la obra de este poeta y mago es un acto que dará frutos positivos en muchos seres vivos que ansían impactos de verdad, sobre todo, verdad poética. Las imágenes reales milagrosas de Bayley lo lograrán.
Para mí Bayley fue eso y mucho más:
A veces podían ser excesivas su franqueza y su valentía, pero sus humos o sus rechazos vehementes, como sus celebraciones, le brotaban, con el color del día más puro, frente a la imbecilidad, la soberbia ignorante de aquellos “autores que aceptan sin crítica el llamado lenguaje corriente porque quieren ser ‘efectivos’ y eso no puede ser”, como dijo el gran narrador brasileño Joao Guimaráes Rosa.
A aquel señor muy alto de imaginación y de cuerpo de Gran Comandante de Vikingos para la defensa de la poesía, la libertad: el amor, hoy lo seguimos teniendo entre nosotros —está encantado— en la tierra de nadie de la poesía, como al máximo fabulador de oro, que aprueba o desaprueba entre amigos o entre adversarios... Lo tenemos resplandeciente, con su misterioso Doctor Pi, una relampagueante pelirroja, o una morocha de fuego lento, que a veces desembarcan de una barcaza hecha con avellanas, con esmeraldas y con sal verde de un mar de sol: ¿acaso de ese maravilloso Mar de los Castillos —como lo llamaban en los tiempos coloniales— al mar del más extremo Este Uruguayo?, que Edgar tanto frecuentó.
 
 
FRANCISCO MADARIAGA
Mayo de 1999

 
 
De Obras Edgar Bayley
Presentación de Francisco Madariaga y prologo de Rodolfo Alonso
Edición Julia Saltzmann
Revisión y estudio preliminar: Daniel Freidemberg
Grijalbo Mondadori 1999

 


2 de noviembre de 2021

Aldo Pellegrinil, Francisco Madariaga


 

Aldo Pellegrini
 
Aldo Pellegrini fue un hombre de la materia
divina de lo terrestre y tenía el furor, el
dolor y el color de la infinitud.
 
Dotado de rebeldía poética, vital, a veces
era áspero, y con la cólera de un arcángel.
 
Muy tierno con los inocentes, atacó las madrigueras
de las impostaciones literarias, del desprecio, de
la imbecilidad de los poderes, y de la peste de la
técnica mal aplicada.
 
Su destrucción fue construcción.
Su arcángel, de llamas rojas y blancas, defendió la
poesía como pocos.
 
Aldo, te ruego que hasta reconocer el primer paraje
del infinito, entornando los ojos, seas áspero con los
primeros vientos solares que salgan a tu encuentro.
 
 
Francisco Madariaga

1 de noviembre de 2021

Trottoir, Néstor Perlongher

Trottoir, Néstor Perlongher
 
Si a la pelambre de los güeldos lía, caparazón de anís, la sobreceja,
enarca sus trebejos un aceite de alambre. El encarnado pie, si avanza,
atrácase, en la remolina de los pliegues, en los pegasos de limozul
asaetinados en el brete, que se emberretan en el vuelto: el derrame de
flejos sobre las cejas almendradas. Almena, almena da a castillo sobre-
ceja que si líquenes vierte sesgo aceza. Jadea, en esa almena, el casti-
llejo regodeante, el zalameo de las tejas en el peje jaspeado del alambre.
El cinto, de las cinchas, en el empeine terciopelo casca las limbas del
jabón. El vierte, si prepucio, sobre la lima azul el atorrante jopo de
la jarcia, el limonero de la leche en el dije de chambre. La chambona,
campera, campechana, si se olvidaba la campana, era por acezas las
ristras del jadeante, esterillarlo en cremas de calambre, en paniazul
nostalgia paniaguada de un desagüe rellano. En esa incertidumbre,
vespertina, del jadeo al masaje, del raye del Luis XV en la manguera de
la calle, jopo, esa aspereza de la chapa, guiño, el parpadear errante y fijo.
Renguea al ramonear la pestaña de nylon de la mirada que se aplasta.
 
Néstor Perlongher

 

31 de octubre de 2021

Por qué seremos tan hermosas... Néstor Perlongher

 

 
Por qué seremos tan hermosas...
 
 
Por qué seremos tan perversas, tan mezquinas
(tan derramadas, tan abiertas)
y abriremos la puerta de calle
al monstruo que mora en las esquina,
o sea el cielo como una explosión de vaselina
como un chisporroteo,
como un tiro clavado en la nalguicie.
 
Por qué seremos tan sentadoras, tan bonitas
los llamaremos por sus nombres
cuando todos nos sienten
(o sea, cuando nadie nos escucha)
Por qué seremos tan pizpiretas, charlatanas
tan solteronas, tan dementes
 
Por qué estaremos en esa densa fronda
agitando la intimidad de las malezas
como una blandura escandalosa cuyos vellos
se agitan muellemente
al ritmo de una música tropical, brasilera.
 
Por qué seremos tan disparatadas y brillantes
abordaremos con tocado de plumas el latrocinio
desparramando gráciles sentencias
que no retrasarán la salva, no
pero que al menos permitirán guiñarle el ojo al fusilero
 
Por qué seremos tan despatarradas, tan obesas
sorbiendo en lentas aspiraciones
el zumo de las noches peligrosas
tan entregadas, tan masoquistas,
tan hedonísticamente hablando
 
Por qué seremos tan gozosas, tan gustosas
que no nos bastará el gesto airado del muchacho,
su curvada muñeca:
pretenderemos desollar su cuerpo
y extraer las secretas esponjas de la axila
tan denostadas, tan groseras
 
Por qué creeremos en la inmediatez,
en la proximidad de los milagros
circuidas de coros de vírgenes bebidas y asesinos dichosos
tan arriesgadas, tan audaces
pringando de dulces cremas los tocadores
cachando, curioseando.
 
Por qué seremos tan superficiales, tan ligeras
encantadas de ahogarnos en las pieles
que nos recuerdan animales pavorosos y extintos,
fogosos, gigantescos.
 
Por qué seremos tan sirenas, tan reinas
abroqueladas por los infinitos marasmos del romanticismo
tan lánguidas, tan magras
 
Por qué tan quebradizas las ojeras, tan pajiza la ojeada
tan de reaparecer en los estanques donde hubimos de hundirnos
salpicando, chorreando la felonía de la vida
tan nauseabunda, tan errática.
 
Néstor Perlongher

30 de octubre de 2021

Como reina que acaba, Néstor Perlongher

COMO REINA QUE ACABA
 
Como reina que vaga por los prados donde yacen los restos
         de un ejército y se unta las costuras de su armiño raído
         con la sangre o el belfo o con la mezcla de caballos ly
         bardos que parió su aterida monarquía
 
así hiede el esperma, ya rancio, ya amarillo, que abrillantó
         su blondo detonar o esparcirse — como reina que abdica —
         y prendió sus pezones como faros de um vendaval confuso,
         interminable, como sargazos donde se ciñen las marismas
 
Y fueran los naufragios de sus barcas jalones del jirón
         o bebederos de pájaros rapaces, pero en cuyo trinar
         arde junto al dolor ese presentimiento de extinción
         del dolor, o una esperanza vana, o mentirosa, o aún más
         la certidumbre
 
de extinción            de extinción            como un incendio
 
como una hoguera cenicienta y fatua a la que atiza apenas el
aliento de un amante anterior, languidecente, o siquiera
el desvío de una nube, de un nimbo
 
que en el terreno de estos pueriles cielos equivale a un amante,
por más que este sea un sol, y no amanezca
 
y no sé dé a la luz más que las sombras donde andan las arañas
las escolopendras con sus plumeros de moscas azules y
amarillas
 
 (Por un pasillo humedecido y hosco donde todo fulgor
 
         se desvanece)
 
Por esos tragaluces importunas la yertez de los muertos, su
molicie, yerras por las pirâmides hurgando entre las
 
         grietas, como alguien que pudiera organizar los sismos
 
Pero es colocar contra el simún tu abanico de plumas,
como lamer el aire caliente del desierto, sus hélices
 
         resecas
 
 
Néstor Perlongher
 

29 de octubre de 2021

Moreira, Néstor Perlongher


MOREIRA
 
“Aquellos dos hombres valientes, con un corazón endurecido
al azote de la suerte, se abrazaron estrechamente
una lágrima se vio titilar en sus entornados párpados y
se besaron en la boca como dos amantes, sellando con
aquel beso apasionado la amistad que se habían profesado desde pequeños.”
 
Gutiérrez               
 
Delia, arrastrándose por ese cuarto descampado, se hacía cargo de ese
espanto, esa barba arrancada que babeaba junto a la verga del amigo:
de ese despojo, de esa cornamenta
esa lengua amputada deslizando la baba por el barbijo de ese vientre
 
Y si, querida Delia, ornada Dalia, no le hubieras dejado combatir?
Huyendo en ancas con el juez, haciendo estrecho el laberinto?
El laberinto de carcomas donde coleaban esos lagartos de las ruinas,
esas flores azules de las zanjas?
 
                    Ventruda campanilla!
 
                    Restallaba!
 
Si no
 
hubieras vestido esa pollera de muselina acampanada con flores tan
burocas que parecían no engarzarse y flotar muellemente en las
dobleces, en el bies (y el barbijo!): y estaban enredadas en el
clítoris-en los nervios musgosos del estribo
 
Oh rusa blanca
botando pozos y lagartos
y pifias de caballos encabritados que se boleaban en el ruedo,
                          tronchos
 
– era la moda Líberty (o Liberty) y cabeceabas espejada entre
andamios temblequeantes y casi ponzoñosos
 
El amigo Francisco
El amigo Giménez
 
El amigo Julián
 
con quien descangallada viste esa escena (torpe) de los besos:
esa lamida de las lenguas esos trozos de lenguas, paladares y
cristales brillosos, centelleantes, brillosos del strass que
                          desprendido
de las plumas del ñu hedia en la planicie
                    superficial, en balde
-en lo profundo, él y ese pibe de Larsen, en los remotos astilleros,
se zambullían en las canteras arenosas, en el vivero del Tuyú,
a pocas millas de la tumba
 
“a vos te dejo – dijo – el pañuelo celeste con que me até las bolas
cuando me hirió ese cholo, en la frontera; y el zaino amarronado;
y los lunares que vos creías tener y tengo yo, como en un sueño de
comparsas que por sestear pierden la anchura, el sitio justo de la
hendida; y se la pasan cercenados como botijas en el trance:
y se los come la luz mala
 
“y te dejo también esos tiovivos, con sus caballos de cartón que
ruedan empantanados en el barro; y cuántas veces ayudé a salir
del agua movediza a esos jinetes que fiados en la estrella montan
grupas hacia la comadreja; y se los come
 
“y también esos pastos engrasados donde perdí ese prendedor, de
plata, si lo encontrás es tuyo”
 
 
 Néstor Perlongher

 

28 de octubre de 2021

(Lobos), Néstor Perlongher


(LOBOS)
 
lebos lobos ajax rodrigo guesavenda
gruesa venda venérea madreselva del ánade
cohonestas ebúrneos mercados
tasa la marca del pito
rito colomí cárpido lesma
leve losa lontano lamé
pero la cercanía del escarpe
arroja lanas desamor ocaso
o no alba fibrosa, no está en ajax
rodrigo al mediodía espinoso
y reblandecido, por lo
tostado de las carnes o escarpe del bozo
enjuta adarga en pliegos de furtivo
jaguar desala y ronda
ronco rebota ronronea
rutila hosco
 
Néstor Perlongher
 

 

27 de octubre de 2021

Corto pero ligero, Néstor Perlongher


 

CORTO PERO LIGERO
 
(Y no habría de ser: esa chupada, ese lambeteo: cebado el mate
          junto al fogón de los arrieros, que arden de...
         ese descanso de la tropa alzada, en grupas: no
         habría de bajarme el chiripá, descendiendo a este
         encuentro. Ahora susurra el viento en la ventana
         que da al aljibe: hurras blande
                        no desacordonarme la manea
donde tremolo temblorosa?)
 
Una historia de sables, de pistolas
De trincheras con flores de sapo y de zarza parrilla
Como hecha a dedo, a pecho
Echada en el camino de Tarija
Por un gendarme ríspido, montés
Trasiego, belicosa?
Belfo y flande
Congoja
 
Si tuviera que ver este lenguaje
con el terror de esos paisanos
que al ver al General piensan en Hoffman
Si su respiración no moviera las borlas de la cama de Rosas,
                               de Esmeralda
Y él no se lo encontrase, al regreso de un vado, en la catrera:
        en el encame jabonoso, como un lagarto entre los lienzos
aparece con labios de obsidiana y perfume de ajenjo: huele a Chipre
 
(Si no me hubieras dicho qué paso
en esa noche de Cañuelas, la última
- un bolero: si bien -
aún te querría?)
 
Un general moviendo espadas en la sombra
Cacha y espuela, blonda y nácar
Coro de férulas:
 
           Un general que agita los pendorchos
            y se entrega al de enfrente, saltando los tapiales
            es más mujer que hombre, es más mujer para ser hombre.
            hombre de más para mujer: un general,
            un artesano de la muerte
 
Chupa, lame esta hinchazón del español
 
Néstor Perlongher

26 de octubre de 2021

Rivera, Néstor Perlongher


 

RIVERA
 
“Pardejón significa el macho toruno que suele encontrarse en las crías de mulas, tan malo y perverso que muerde y corta el lazo, se viene sobre éste y atropella a mordiscos y patadas; que jamás se domestica, y cuyo cuero no sirve, porque los padrillos de las crías lo muerden a menudo; que no tiene grasa y cuya carne tampoco sirve, porque es tan pestífera que ni los indios la comen...; y los paisanos llaman pardejón aun hombre perverso”
 
SALDÍAS, Historia de la Confederación Argentina

 
 
En las carpetas donde el té se vuelca, en esos bacarats
vencías pardejón? O dabas coces en los establos de la República,
– reducida a unas pocas calles céntricas – qué más?
coces a los manteles? aquellos que las chicas uruguayas se empecinaban en bordar?
O era la tarde del gobierno con lentos trotes por la plaza
con el cerro copado por los bárbaros pasos de aya en la oscuridad
Héroe del Yaguarón una historia que cante a los vencidos
ellos se arrastran por las ligustrinas ocupadas acaso hay un linde para esta feroz profanación?
Por qué Oribe no tomó Montevideo antes de que este amor fuera imposible?
Mi muy querida esposa Bernardina:
he perdido parte de la montura al atravesar el Yaguarón crecido,
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te ruego envíes el chiripá amarillo y unas rastras;
aquí no tenemos ni para cachila, así que si tienes unos patacones
me los mandas
En qué cogollos encopetados andarás? mi ama, mi vecina
Te entregarías a él, mi Bernardina? O a los muchachos de la Comisión Argentina, que miran con azoro cuando te beso?
Sé que se urden a costa de mí infames patrañas dales crédito, algunas de ellas son exactas
Hemos tenido con los unitarios relaciones muy íntimas
Y si no los conociera tan de cerca, qué me uniría a ellos a mí, un gaucho bruto
si fuera manso y no me diera de corcovos en los rodeos
Estamos sitiados, Bernadotte Adónde iremos
después de esta película tan triste
 
 

Néstor Perlongher
De Alambres
(Buenos Aires, Último Reino, 1987)

 

25 de octubre de 2021

Cuento de lunes enloquecido, Eugenio Mandrini


 

Cuento de lunes enloquecido
 
- He venido a matarlo - dijo el empleado de más antigüedad.
- Sea realista - dijo el banquero, imperturbable -. Piense que veinte años atrás, podría haber comprado un fusil. Quince años atrás, una pistola 32. Diez años atrás, cuchillo de mesa. Pero hoy apenas le alcanza para un alicate, un desafilado y endeble alicate nacional. En suma, usted no está en condiciones de matar a nadie.
- Sin embargo, he venido a matarlo - dijo el empleado.
- Ridícula pretensión la suya - dijo el banquero - Trae usted las manos vacías y no se le notan bultos sospechosos en los bolsillos...
- Aún así, voy a matarlo - dijo el empleado.
- ¿Pero cómo? - dijo el banquero, al fin intrigado - ¿Cómo lo hará usted?
- Así - dijo el empleado y comenzó a desanudarse la vieja y sucia corbata endurecida como una soga.
 
Eugenio Mandrini

24 de octubre de 2021

Silencio, Eugenio Mandrini


 

Silencio   
 
 
Silencio del poema fallido, del espejo ausente de las
confesiones, de la lengua atascada en el horror.
Silencio del ciego ante un súbito resplandor.
Silencio del ojo hipnotizado por el fuego, y del ojo que se 
escruta a sí mismo hasta el llanto o la intriga. 
Silencio de la ropa fuera del muerto, del perro desorientado
bajo la noche del eclipse, del barro aprisionado en la
vasija.
Silencio del que apunta el arma a un cuerpo de animal
o de hombre, y silencio cuando guarda el arma
viendo cómo el cuerpo de animal o de hombre se detiene,
pierde luz, cae.
Silencio de la mirada de lujuria, en tanto que la lengua no
murmure corriendo por los labios.
Silencio del humo después de la devastación.
Silencio del que oye un ruido en la noche y permanece inmóvil
hasta que el amanecer enciende las luces de la casa.
Silencio del árbol olvidado por el viento, los pájaros, la
música del estío y el batir de los insectos nocturnos.
Silencio del odio acorazado en el insomnio.
Silencio de la multitud arrodillada como un ramo de orejas
muertas.
Silencio del caracol enterrado en la arena, el que relataba
en los oídos el sonido de la época y lo confundían
con el mar.
Silencio de la mujer que mientras derrama una gota de lágrima
o bilis sobre carnes y verduras, piensa qué está haciendo
allí cocinando para un mortal y no para un dios.
Silencio de las piedras al fondo del abismo, sin mano que las
elijan como proyectil o para arrojar a un muerto, y sin
voces que elogien sus brillos en la lluvia.
Silencio del hueso solitario que se liberó de la jauría.
Silencio de un hombre y un a mujer que convocados por
lo desconocido, al mirarse los ojos inician
la travesía entre la esperanza y la nada.
Silencio de la noche presentida, de Chuang-Tzu después
de no saber si fue o no una mariposa, del libro por el
anteojo roto, de la calle donde una mano pide
compasión.
Silencio del hambre consumada y del pan sobreviviente.
Silencio del que crea su mundo paralelo, cada vez que acostumbra
a sus fantasmas a flotar en las ventanas llovidas.
Silencio del silencio último, el más negro o más blanco
o azul o tibio en otra tierra.
Silencio del alma del estupor.
Silencio que ya no sabe lo cierto ni lo incierto, que es sólo
levedad o transparencia, y calla.
 
 
Eugenio Mandrini
De "Conejos en la nieve", Ediciones Colihue, 2009

23 de octubre de 2021

Los misterios de la poesía, Eugenio Mandrini


 

Los misterios de la poesía, Eugenio Mandrini
 
 
El poeta Ezra Kiesinsky, famoso por sus visiones que la realidad prontamente imitaba, hacía meses que no escribía una sola línea, ni una palabra o sílaba o letra. Se estaba allí, de pie frente a la ventana que daba al patio de su vieja casa, esperando una sorpresa: la caída de algún fragmento de otra dimensión, de una hoja de otoño vestida de escarcha, o de una gota del sudor del sol, en fin, algo, alguna de esas súbitas apariciones que, como solía sucederle, le abrieran la puerta de entrada al tembladeral del poema. Entonces vio al elefante, que lo miraba desde el patio. Era de un color gris violáceo y tan enorme su edificio de carne que pareció cubrir de sombra la ventana y aun la casa entera. Debía pesar, se dijo, más de tres toneladas.
Antes de que la sobrenatural imagen desapareciera tan súbitamente como había llegado, el poeta Ezra Kiesinsky se sentó, puso una hoja bajo su mano y, sin agitar la respiración, escribió un admirable poema sobre una insignificante hormiga.
 
Eugenio Mandrini, Las otras criaturas, (2013). 

22 de octubre de 2021

Los fenómenos de la belleza, Eugenio Mandrini

 

 Los fenómenos de la belleza

 
 
Durante largo vuelo silencioso
el viejo ruiseñor,
el de plumaje esquivo y cielo imprevisto,
anduvo eligiendo, ciego o vidente,
aunque trémulo como ante un repentino
grano de uva azul o de diamante,
la rama de un árbol desde la cual cantar,
y finalmente se detuvo en aquella,
la muy oscura como la luz de azufre del infierno,
donde se balanceaba (¿o levitaba?)
un ahorcado.
 
Y cantó.
 
Eugenio Mandrini

21 de octubre de 2021

Los bailarines de tango, Eugenio Mandrini


LOS BAILARINES DE TANGO
 

Los bailarines de tango
merecerían bailar en los patios del cielo.
Los bailarines de tango
bailan para que la noche y la ciudad
descansen de las furias del día,
bailan para que sea olvido la muerte
y tantas otras sombras que nublan el aire,
bailan para que las penas, por un momento,
dejen de llover en la cara de los solos,
bailan para que en la espuma y el oleaje de sus pasos
haya algo del mar que siempre soñamos.
Bailan porque bailar
es la puerta de entrada a los patios del cielo.
¿Pero quiénes son los bailarines de tango?
¿Fantasmas que flotan a ras del piso?
¿Cantores que gesticulan con los pies?
¿Hojas de un otoño azul jugueteando en el viento?
¿Inventores de laberintos con sus zapatos
lustrados por la pomada del infierno?
¿O son los que pulen baldosas y las dejan
como espejos para que la luna se peine
y los perros enloquezcan?
Los bailarines de tango
merecerían bailar en los patios del cielo.
Yo he visto a vagabundos
detenerse y entibiar la distancia,
al verlos bailar.
He visto en los amantes el deseo
de quemarse en ese otro fuego,
al verlos bailar.
He visto a poetas llenarse de resplandores
los ojos y, acaso, la sangre,
al verlos bailar.
He visto a los locos volver del más allá
y en la mitad del grito, sonreír,
al verlos bailar.
Y no sería extraño
que pájaros y astronautas se marearan,
al verlos bailar.
Los bailarines de tango
ya están bailando en los patios del cielo.
Los veo ahora mostrar su arte
de asombros y relámpagos
embrujando a los ángeles –criaturas
invisibles de sangre celeste- que darían sus alas
por aprender a bailar.
Los bailarines de tango
seguirán bailando en los patios del cielo
hasta que Dios, el ausente,
aparezca de pronto
y aplauda.


Eugenio Mandrini

 

20 de octubre de 2021

Nostalgia de los topos, Eugenio Mandrini


 Nostalgia de los topos



No todo es plenitud de oscuridad en el mundo subterráneo de los topos. A veces algo como una pálida penumbra, pero luz al fin, surca por un instante las intrincadas galerías. Eso sucede cada vez que algún topo, de pronto, permanece rígido como en estado de trance, al recordar la vieja historia que todos ellos conocen, la del primer antecesor, el que padeció tal tristeza al ver la muerte de las luciérnagas explotando en el aire, que huyó despavorido, y al no encontrar refugio en ese páramo que habitaba, comenzó a cavar la tierra, iniciando para su especie un nuevo mundo, sombrío pero propio. Ese recuerdo que en súbitos momentos relampaguea en la memoria de los topos, es obra evidente de la nostalgia, creadora de penumbra aun en la oscuridad más suprema.


Eugenio Mandrini



19 de octubre de 2021

Una palabra que empieza con A, Eugenio Mandrini

UNA PALABRA QUE EMPIEZA CON A
 
Esos que de noche ven demasiado con el oído: los asustados
Esos que por órdenes, por fracasos, por hastío, agachan
la cabeza cada vez más, y uno se pregunta ¿querrán
morderse el corazón?
Esos que pueden vivir sin mí del mismo modo que yo
(a veces) no puedo vivir sin sus muertes
Esos que se acuestan con una servilleta al cuello para soñar
con la Primera Cena: los desmigajados, los convidados a nunca
Esos que mudan los paquetes de la sangre a un carro y se
golpean los huesos con las coces de un caballo, para que arren
Esos que llevan los roperos al mar y regresan desnudos: los
ilusos vírgenes
Esos que no pueden dormir porque al despertar oyen relojes
atrasados: tic-crac tic-crac
Esos que miran caer los contoneos de una hoja de otoño
y piensan en la devoradora tristeza antes que en los
bosques del amor
Esos que leyeron el poema de Eluard, juzgaron que faltaba
oscuridad de aljibe o chillido de desesperación allí, y
se ponen a nombrar la libertad con un dedo de fuego
sobre una mole de hielo
Esos que han gastado su último manjar de tabaco y elaboran
sus propios humos con polvo de diente rechinado
Esos que a pedacitos se cortan las arrugas con tijeras
porque han visto su respiración perder velocidad
en los azotes del espejo
Esos que cierran las ventanas temerosos de morir ahogados
por el polvo que levantan las banderas cuando soplan
en las calles, y después, arrepentidos, se muerden
las lágrimas
Esos que dan sus puños solo frente a un momólogo, pero
secretamente cuentan los abrazos que guardan
Esos que no sobornan a la poesía para que cante como un
fantasma de oro, sino que la sumergen en lava para que
explote y aturda con sus silencios al reino de los
sordos; los mismos que la llevan a que espante a las
fieras congregadas en las fiestas dominicales y asalte
los candados que guardan a la inhallable mujer de Dios
Esos que se echan a vivir, sin equipaje, en andenes
desolados, para saber si después del último tren, bajo
la noche lustrada por las viejas y empecinadas estrellas,
volverá a pasar la lluvia con sus latidos de añorado
corazón: los melancólicos, los del hollín en un ojo,
los boquiabiertos que tejen la paciencia con sus barbas
Esos que bañan sus lenguas en jugos de pólvora y las
caricias en océanos de lija, y luego salen a cortejar
a la muerte, a demorarla
En fin, los trapecistas que hacen reir a los pájaros,
los suicidas que mueren centenarios en la cama
Para ellos los tesoros
desenterrados por los locos que cavan en el aire,
mi almohada de cuero de mortero que hace de pesadillas
polvo, y en especial una palabra que empieza con A.


 
Eugenio Mandrini 



 
Eugenio Mandrini nació el 16 de diciembre de 1936 en Buenos Aires (Argentina). Poeta, narrador y guionista de historietas. Fundador e integrante de la “Sociedad de los Poetas Vivos” y co-director de la revista “Buenos Aires Tango y lo Demás”. Académico Titular de la “Academia Nacional del Tango”. Primer Premio Municipal de Poesía (2008/2009). Ganador del Premio de poesía “Olga Orozco” con su libro Conejos en la nieve.
Incluido en varias antologías. Publicó “Criaturas de los bosques de papel”, poemas y cuentos; “Discépolo, la desesperación y Dios”, ensayo, “Las otras criaturas”, microficción, España; “La vida repentina”. Poemarios: “Campo de apariciones” (1993), “Párpados para el ojo que sale de mí” (1999), “Conejos en la nieve” (2009), “Con voz de perro lunar” (2014).

18 de octubre de 2021

Afuera La Noche... Norah Lange

Afuera La Noche...
 
Afuera la noche
sacudiendo angustias.
Adentro, el corazón
fresco de amor
¡Como una hoja nueva!

 Norah Lange
 

17 de octubre de 2021

III, Norah Lange



III
 
Sombras encaramadas
       como buscando un grito por el silencio
Fue muriendo el crepúsculo
cargado de preludios sangrientos
      En el aire
      una llovizna de hojas
      se columpia
y la noche se convierte
      en un país de angustias.
 
Norah Lange


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