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13 de julio de 2017

Ángel de rigor, Enrique Lihn


Ángel de rigor

Tarde por la mañana se hizo ver
a mi puerta qué angel más terrible
esa misma muchacha a quien amé
en silencio hace cosa de cien años
La frustración de padre y señor mío
negándose a un incesto metafórico
que lo sepulta bajo siete capas
del alquitrán del sueño
Y me cogiste
en la debilidad del mediodía
Un soplo al corazón de la edad media
como el golpe que quiebra así el espejo
antes del baño, cuando un tipo insomne
bebe de la fatiga de sí mismo
un trago largo con sabor a muerte
Y no pude dejar de entrar contigo
con el cuerpo en la boca, digo, el alma
mismamente en la cama de mi hija
en un estado de inseguridad
el viejo efecto del deslumbramiento
Era como acostarse con un ángel
sin la preparación física mínima
tras una noche en blanco, de verano
Natural fue que nada resultara
La indecisión se apoderó de mí
y de ti, por rimar, la decepción
Herido y muerto del amor que huía
en el momento mismo de su aparición
Disminución de Alicia al ir creciendo
al otro lado de un espejo roto
en el país de Nada y Nunca Más
reverso exacto de esas maravillas.

Enrique Lihn

Al bello aparecer de este lucero (1983)

12 de julio de 2017

Dos poemas para Andrea, Enrique Lihn

DOS POEMAS PARA ANDREA

UNO

Aquí en esta ciudad parada frente al mar
para mirarlo bien, que se llama Agrigento,
hay unas casas viejas como el sol, muy bonitas,
hay señoras vestidas de negro que parecen anteojos
ahumados,
hay caballeros sentados en la plaza, algunos
distraídos, otros fumando pipa.
Llega a dar gusto el cielo, dan ganas de tocarlo;
como decía usted:
dan ganas de tirarse al cielo de cabeza.
Hay niños, por supuesto, que le mandan saludos;
las golondrinas juegan, en el aire, a volar.
Pero lo más simpático de todo
son estas carretelas de verdad que parece que
usted las hubiera pintado
con un montón de chongos de colores.
Los domingos la gente se apelotona en ellas,
y ahí se van contentos a la playa.
Le voy a llevar una, claro está que más chica,
de adorno para la repisa.

DOS

Dígale a su tía Cecilia
que como ahora ella no escribe sus versos se los estoy
copiando yo al revés
igual que si un mono acostumbrado a rascarse
la cabeza o a dar grandes saltos rabiosos
en el aire
se pusiera a cantar imitando a un canario.
Dígale que como estoy aquí bastante lejos, sólo me
acuerdo de las palabras sencillas,
y sólo alcanzo a ver, en la distancia, a los niños.

Enrique Lihn
Poesía de paso (1966)
Premio Poesía 1966 Casa de las Américas Cuba
Jurado
Jorge Zalamea
Gonzalo Rojas
José Emilio Pacheco

Pablo Armando Fernández

11 de julio de 2017

No hay Narciso que valga, Enrique Lihn

No hay Narciso que valga

A los cincuenta y dos años el espejo es el otro
No hay Narciso que valga ni pasión de mirarse
en el otro a sí mismo. La luna del estanque
es despiadada, finalmente dura
como una mala foto que él rompe en mil pedazos
Se liquida el espejo: vuelve a su liquidez
y licuado ese ojo de vidrio que llorara
es, por fin, una poza de agua verde y sin fin:
estanque del que fluye, envuelta en sus cabellos
y bajo los nenúfares, una ninfa, una ninfa...

Enrique Lihn

Al bello aparecer de este lucero (1983)

10 de julio de 2017

Hechizo, Circe Maia


HECHIZO                                                                             
(De un ejemplo de lógica)

Los dos caballeros
con sus dos caballos
y sus dos lirios
se reducen a uno, en una fórmula
frente al ojo severo de la lógica.

Arrastrados al reino frío
de los símbolos matemáticos
los caballos relinchan, espantados.
Los caballeros sienten que no pueden
respirar en el aire de hielo

Los impávidos lirios
se mantienen serenos.
Ya alguna vez soplaron estos vientos
-piensan los lirios-
y nunca pasó nada.

Pestañea el filósofo.
Se deshace el hechizo.

Y los dos caballeros
con sus dos caballos
y sus dos lirios

regresan al galope al reino de la magia.

Circe Maia
De lo Visible (1998)

9 de julio de 2017

Cambios, Circe Maia

Cambios
              
Unas veces el cambio se prepara
en forma subterránea pero estalla
de modo brusco, abierto:
nova en el cielo
grieta en la tierra
inundación de luz en plena noche
lengua de fuego
asoma sorpresivamente en la mirada
del otro, vuelto Otro, vuelto ajeno.

Otros cambios se gestan
imperceptiblemente.
De una oscura manera
de un modo
silencioso
lo que no estaba está y lo que estaba
es destruido.

Pero tan gradualmente
que siempre quedan restos:
de la mirada, alguna
chispa
alguna vez.
De la voz, algún eco
(palabra no enfriada
todavía).

Circe Maia


8 de julio de 2017

Opacidad, Circe Maia

Opacidad

El ojo indiferente decolora
enfría y empareja.

Todo es igual para las miradas neutras
una cosa entre otras
un rostro entre los otros
un gesto entre otros gestos.

Por encima palabras y palabras
como una lluvia sorda.

Y nada sobresale: mar parejo
horizonte cerrado.

Sombra.

Vacío mar del tiempo.
Una hora se mira en otras horas
y todas son iguales.

El ojo las contempla ya sin verlas
y ya no es más mirada.

Es ojo seco. Piedra.
Dureza fría. Cosa.


Circe Maia 

7 de julio de 2017

Mito amazónico, Circe Maia


Mito amazónico

Escucha la historia de la Muerte.
Ella estaba sobre la tierra, escondida.
Ella no estaba abajo.

Un agua subterránea, pura
era bebida de los inmortales
debajo de la tierra.

¿Quién fue culpable?
El que salió y quebró y saltó hacia afuera
por haber escuchado un canto de pájaro.

No hubiera escuchado.
No debía salir.
El dejó el lugar protegido.

El juntó frutas, plantas
y llevó adentro, abajo.

Y en cada fruto estaba semilla de la muerte.

Cayeron las semillas. Germinaron.


Circe Maia 

6 de julio de 2017

Sonido, Circe Maia

SONIDO

Son planchadas
las arrugas visibles de la tela.
( En el cuarto
el silencio y la luz tejen redes ingrávidas
que trepan las paredes.)

Pero
la vejez ha raspado los hilos
y los dejó tan débiles
que al alzarse
la tela se abrió de un lado a otro

Inesperadamente
ese ruido cortó el blanco silencio
del coser y el planchar

Cortó como aire frío
entrando por ranuras de los muros

Como armado enemigo
el sonido filoso y siniestro: El desgarro


Circe Maia
De lo Visible (1998)

5 de julio de 2017

Paisaje de Arles. Van Gogh, Circe Maia

Paisaje de Arles.  Van Gogh

Lo que está en primer plano
es esta enmarañada
maleza de hojas enredadas y oscuras.

Muy en segundo plano
árboles y edificios.
Es como si el pincel hubiera dicho: "Entren
pero no importan tanto"

Y entonces
quedó como empujada
–por detrás de unos árboles–
la torre de una iglesia.

Y una vez y otra vez regresa la mirada
a enredarse y quedarse
aquí dentro, en medio
del nervioso entrevero
de colores oscuros
y formas fuertes
un poco
inacabadas.



Circe Maia

4 de julio de 2017

Cartas, Circe Maia

Cartas

Te mando unos dibujos. Muchos besos.
Saqué notas muy lindas. Muchos besos.

Y así, entre beso y beso de papel, las noticias
la palabra animosa, la esperanza.

(Todo lo que se calla y no se escribe
late, entre letra y letra, en el papel en blanco.)

Circe Maia
De Cambios, permanencias, 1978


3 de julio de 2017

La noche y la mujer, Juan L. Ortiz


LA  NOCHE Y LA MUJER

¿Dónde empieza la una y termina la otra?

Flor
de la noche
hecha sólo
de resplandores,
pero brotada
de un suave secreto
del cosmos.

Con su más pura
vida
es forma de la sombra
que mira
y abre
blancas sonrisas.

Loca la noche de la ciudad la quema en reflejos
¿Se muere en el día como una joya?

La noche de los árboles la entiende.
Y la calle iluminada
fija en ella su más viva y delicada pasión.


Juan L. Ortiz De El alba sube. . . (1933-1936)

2 de julio de 2017

En el dorado milagro... Juan L. Ortiz


EN EL DORADO MILAGRO. . .

En el dorado milagro de la tarde, en el último momento transparente de la tarde, pronto a florecer del cielo jardines que caen, caen, oh, cómo juegan los niños, en la calle verde,  verde, con espejos encantados.
Los niños, oh, cómo juegan.
Cómo la risa remonta
sobre el hambre, sobre el hambre.
Ah,  cómo juegan los niños
al borde de los vacíos
de oro pálido, con nubes
de blancor último,  nubes.
Ah, cómo juegan los niños, olvido que canta en torno de los espejos, y danza como tallos en la brisa. Oh, la pureza profunda de la alegría de ellos, de ellos que ya algo saben, no, que saben demasiado.
Demasiado saben, pero
aún ignoran
la pesadilla cortada
de metralla y muerte súbita
—sorpresa terrible de ángeles
despertados en el fuego
y la sangre—,
de  sus  hermanos  lejanos
de las ciudades de España.
Aún  ignoran,  aún  ignoran. Danzad,  corred,  oh  alegría efímera sobre el hambre, sobre la angustia nocturna, sobré la fatiga diaria, sobre el pertinaz  asombro,
en el dorado  relámpago de la tarde con espejos.
Gracias por la fuerza pura,
qué fuerza, oh hombres, qué fuerza
del íntimo surtidor
que abre rosas de alegría
en torno de los espejos,
de los  espejos  con nubes,
bajo el cielo pronto a abrir
jardines que caen, caen...

Juan L. Ortiz De El ángel inclinado (1937)


1 de julio de 2017

Si, las rosas, Juan L. Ortiz

SI, LAS ROSAS...

Sí, las rosas
y el canto de los pájaros.
Toda la hermosura del mundo,
y la nobleza del hombre,
y el encanto y la fuerza del espíritu.
Sí, la gracia de la primavera,
las sorpresas del cielo y de la mujer.
¿Pero la hondura negra, el agujero negro,
obsesionantes ?

Sí, Dios, lo divino,
a través de la rosa y del rocío,
y del cielo móvil de unos ojos,
pero el vacío negro, el horror vago y permanente de la
[sombra ?

Sí, muchachas en la tarde,
niños en los jardines,
paisajes que suenan como melodías perfectas,
versos de Rilke o de Brooke,
entusiasmo generoso de las jóvenes almas
capaz de cambiar el mundo,
belleza del sacrificio y del ideal,
y el amor, y el hijo, y la amistad,
¿pero el vacío negro, el escalofrío intermitente del abismo?


Juan L. Ortiz De El alba sube. . . (1933-1936)

30 de junio de 2017

Noche, Juan L. Ortiz

NOCHE

Noche, noche.
Abismo  de la dicha
cortada
de escalofríos,
de inquietudes.
El día es un correr por la ribera ardiente.
¿Pero el agua de la sombra,
feérica,
nos calma la sed?

El hálito de Dios los follajes eleva
en un anhelo lleno de susurros.

Noche de luna otoñal.
¿Estamos en el mundo?
¿Este río es el río
o es una cinta de sueño que se va hacia la muerte,
a la vida profunda del sueño de la esencia?

Misterios antiguos vagan en las orillas.
Memorias fantásticas se azulan en los claros.

La noche suena cristalinamente.
La pureza de la noche se afina hasta quebrarse
en delgadas rupturas
de agua, ranas y grillos,
y luego se hace melodía
que al fin se destila
en gotas perdidas
de esquila.

¡Oh tenderse a la sombra
de este eucaliptus!
Que el sueño entre en nosotros traído por los grillos.
Despertarse en el límite de la noche y el alba,
en el minuto en que la luna está tan sola
que llama a los ángeles.



Juan L. Ortiz De El agua y la noche (1924-1932) (1933)

29 de junio de 2017

Tarde, Juan L. Ortiz

TARDE


El mundo  es  un pensamiento
realizado de la luz.
Un  pensamiento  dichoso.
De la beatitud, el mundo
ha brotado. Ha salido
del éxtasis, de la dicha,
llenos  de  sí,   esta  tarde,
infinita, infinita,
con árboles y con pájaros
de infancia ¿de qué infancia?
¿de qué sueño de infancia?


Juan L. Ortiz De El agua y la noche (1924-1932) (1933)

28 de junio de 2017

Momento, Juan L. Ortiz

MOMENTO

El jardín llovido
eleva hacia las tímidas sonrisas azules
la mirada de sus rosas.
Ruptura cristalina del alado llamamiento
a la luz.
Pesado de delicia el jardín con sus árboles
se pierde en sus esencias.
Pero viene la brisa
y es una infancia de hojas y de flores danzando.

El canto de los pájaros a la danza se ciñe.

Juan L. Ortiz De El alba sube. . . (1933-1936) 1937

27 de junio de 2017

Invierno, Juan L. Ortiz


Invierno


—El viento llora, padre...
—Sí, alaridos como de vidrio…
—Sin nadie, padre...
—¿Igual que caminos, solos, de piedra?
—¡Entro en el viento, ay, padre, cómo silba!
—¿Dónde terminarán los silbidos, dónde?
—¿Es otro padre el viento, ay, fuerte, que me lleva
a sus arenas amarillas, hundidas?
—Hundidas en una ausencia demasiado larga
y lastimada...
—¿Y qué es la ausencia, padre?
—El viento es un alma, hijo, desesperada...
—Desesperada, de qué?
—Desesperada de... aire sin fin... y de...
—¿De qué más?
—De fuga...
—Estoy vacío, padre, y a la vez en esos gritos...
—Las islas gritan también, oyes?
—¿Tienen alma también las islas, padre?
—Cuando hay mucha agua, ellas vuelan
y llenan toda la noche, ay, de heridas…
—Pero al río, mira, al río le han salido mariposas…
—Flores del viento...
—¿Pero el viento, verdad, traerá otras flores?
—Ay, él casi siempre las deshace, o son pálidas...
—¿Pero no alzará al fin la tierra verde?
—Y agitará banderas sobre los pájaros, sí,
mientras las islas se irán haciendo de cristal...


Juan L. Ortiz De El alma y las colinas - 1956

26 de junio de 2017

Historia de la literatura, Vicente Aleixandre

HISTORIA DE LA LITERATURA

Se ha visto al viejo triste, cansado de existir,
quizá nunca de amar, pasar despacio.
A veces alguien piensa: ¿Sería o fuese
un nombre señalado? ¿Duque de Rivas? Pompas
casi fúnebres, recogidas en vida, pesan mucho,
pero las turbias luces
quebrándose en sus ojos, nunca acaso saciados
de los vivos destellos.
Si no el duque, sería... éste no llegó a viejo.
Espronceda murió en la flor, quizá cuando doblábase
bajo el peso del tiempo, de su rutina incierta,
que hasta eso puede el curso sobre un corazón ínsito.
En su juventud fuese, primera, el terso rostro
apenas superficie de otro volcán hirviente.
Palabras... el verbo o lava rompióse en los Madriles,
como en Londres o en Francia o en la primer Lisboa.
Un sueño o cabellera rodaba sobre la frente erguida.
El pecho, una materia pretensa, prolongada
nerviosamente en ese brazo súbito,
que apenas fuerzas halla
para irrumpir delgadamente en mano, dedos... muere.
Pero el talle se cimbra, y el levitín tornea
la voluntad. Aquí está erguido el pábulo.
Sobre el tallo se eleva la fuerza rompedora
que estalla en flor, mejor en frente, en brillos.
¿Aromas? El perfume romántico es el trasunto último
de lo que fue, desleído el ser, para otros pechos
que lo aspiran, se embriagan. Por él juran.
¿Entonces`? Un poeta no son sólo sus versos.
Figuras tristes pasan,
que imitan su propia verdad desconocida, y ponen
su mano en la blancura como traición y mienten.
Lamidas cabelleras, flacos bultos caídos,
ayes en el vacío, cual si gritase el mudo,
y nunca aire, y sonrisa cual si imitar bastase.
Vivir... «Mi corazón, un poco
de agua pura», dijo quien pudo y supo.
Y era turbio de vida, verdad y fuerza, y barro,
arcilla trabajada, como en materia hermosa.
Quebrada pronto: un golpe. Y trizas, llamas.
Porque sus lumbres siguen quemando. Y algo ardiera.

Pero el poeta a veces, una conciencia erguida.
Alguien lo dijo: «Un poeta: una conciencia puesta
en pie hasta el fin». Y cuántas veces arduo
es existir cumpliendo. Libertad, ¡cuál tu nombre!
Servir es liberarse, yendo hacia el fin cual corre
el río al mar, y allí cumpliendo nace.
Libertad: nombre humano. «En los demás libértome,
pues en ellos me encuentro, con sucesión rompiéndome
en ¡limitación final, la sola. ¡Y libre!»

Escribir es poner en el papel un nombre
como quien pone un hombre, de pie. De carne y hueso.
«La mejor musa es la de carne y hueso», dijo otro,
y verdad es:
la vida total de carne y hueso, veraz, tangible o cierta,
conducente e histórica, con voluntad
moral, y ojos que miran, bajo esa luz
que tiene ocaso, y alba.

Espronceda cantó y murió. El día antes
de caer para no levantarse corrió, corrió en caballo,
hasta más allá del confín, traspasó el límite.
Volvió como de un infinito viaje y se postró
para morir. Ya sabio definitivo, él, que quemara
su voluntad a diario para hirviente levantarse a diario
con grito o con antorcha. Y otros pensaron: Verbo,
bah, palabras... y aún arde . Aunque también se apague.
Mas no importa: que otras lumbres le heredan.

De Vicente Aleixandre. Antología Poética

por Leopoldo de Luis

25 de junio de 2017

La rosa, Vicente Aleixandre

LA ROSA

Yo sé que aquí en mi mano
te tengo, rosa fría.
Desnudo el rayo débil
del sol te alcanza. Hueles,
emanas. ¿Desde dónde,
trasunto helado que hoy
me mientes? ¿Desde un reino
secreto de hermosura,
donde tu aroma esparces
para invadir un cielo
total en que dichosos
tus solos aires, fuegos,
perfumes se respiran?
¡Ah, sólo allí celestes
criaturas tú embriagas!

Pero aquí, rosa fría,
secreta estás, inmóvil;
menuda rosa pálida
que en esta mano finges
tu imagen en la tierra.


Vicente Aleixandre De Sombra del Paraíso (1944)

24 de junio de 2017

Unas pocas palabras, Vicente Aleixandre

UNAS POCAS PALABRAS

Unas pocas palabras
en tu oído diría. Poca es la fe de un hombre incierto.
Vivir mucho es oscuro, y de pronto saber no es conocerse.
Pero aún así diría. Pues mis ojos repiten lo que copian:
tu belleza, tu nombre, el son del río, el bosque,
el alma a solas.

Todo lo vio y lo tienen. Eso dicen los ojos.
A quien los ve responden. Pero nunca preguntan.
Porque si sucesivamente van tomando
de la luz el color, del oro el cieno
y de todo el sabor el poso lúcido,
no desconocen besos, ni rumores, ni aromas;
han visto árboles grandes, murmullos silenciosos,
hogueras apagadas , ascuas, venas, ceniza,
y el mar, el mar al fondo, con sus lentas espinas,
restos de cuerpos bellos, que las playas devuelven.

Unas pocas palabras, mientras alguien callase;
las del viento en las hojas, mientras beso tus labios.
Unas claras palabras, mientras duermo en tu seno.
Suena el agua en la piedra.
Mientras, quieto, estoy muerto.


Vicente Aleixandre La destrucción o el amor, (1935) (Premio Nacional de Literatura 1934)

23 de junio de 2017

Luna del Paraíso, Vicente Aleixandre


Luna del Paraíso

Símbolo de la luz tú fuiste,
oh, luna, en las nocturnas horas coronadas.
Tu pálido destello,
con el mismo fulgor que una muda inocencia,
aparecía cada noche presidiendo mi dicha,
callando tiernamente sobre mis frescas horas.

Un azul grave, pleno, serenísimo,
te ofrecía su seno generoso
para tu alegre luz, oh luna joven,
y tú tranquila, esbelta, resbalabas
con un apenas insinuado ademán de silencio.

¡Plenitud de tu estancia en los cielos completos!
No partida por la tristeza,
sino suavemente rotunda, liminar, perfectísima,
yo te sentía en breve como dos labios dulces
y sobre mi frente oreada de los vientos clementes
sentía tu llamamiento juvenil, tu posada ternura.

No era dura la tierra. Mis pasos resbalaban
como mudas palabras sobre un césped amoroso.
Y en la noche estelar, por los aires, tus ondas
volaban, convocaban, musitaban, querían.

¡Cuánto te amé en las sombras!
Cuando aparecías en el monte,
en aquel monte tibio, carnal bajo tu celo,
tu ojo lleno de sapiencia velaba
sobre mi ingenua sangre tendida en las laderas.
Y cuando de mi aliento ascendía el más gozoso cántico
hasta mí el río encendido me acercaba tus gracias.

Entre las frondas de los pinos oscuros
mudamente vertías tu tibieza invisible,
y el ruiseñor silencioso sentía su garganta
desatarse de amor
si en sus plumas un beso de tus labios dejabas.

Tendido sobre el césped vibrante,
¡cuántas noches cerré mis ojos bajo tus dedos blandos,
mientras en mis oídos el mágico pájaro nocturno
se derretía en el más dulce frenesí musical!

Toda tu luz velaba sobre aquella cálida bola de pluma
que te cantaba a ti, luna bellísima,
enterneciendo a la noche con su ardiente entusiasmo,
mientras tú siempre dulce, siempre viva, enviabas
pálidamente tus luces sin sonido.           


En otras noches, cuando el amor presidía mi dicha,
un bulto claro de una muchacha apacible,
desnudo sobre el césped era hermoso paisaje.
Y sobre su carne celeste, sobre su fulgor rameado
besé tu luz, blanca luna ciñéndola.
Mis labios en su garganta bebían tu brillo,
agua pura, luz pura;
en su cintura estreché tu espuma fugitiva,
y en sus senos sentí tu nacimiento tras el monte incendiado,
pulidamente bella sobre su piel erguida.

Besé sobre su cuerpo tu rubor, y en los labios,
roja luna, naciste , redonda, iluminada,
luna estrellada por mi beso, luna húmeda
que una secreta luz interior me cediste.

Yo no tuve palabras para el amor. Los cabellos
acogieron mi boca como los rayos tuyos.
En ellos yo me hundí, yo me hundí preguntando
si eras tú ya mi amor, si me oías besándote.

Cerré los ojos una vez más y tu luz límpida,
tu luz inmaculada me penetró nocturna.
Besando el puro rostro, yo te oí ardientes voces,
dulces palabras que tus rayos cedían, .
y sentí que mi sangre, en tu luz convertida,
recorría mis venas destellando en la noche.

Noches tuyas, luna total : ¡ oh luna, luna entera!
Yo te amé en los felices días coronados.
Y tú, secreta luna, luna mía,
fuiste presente en la tierra, en mis brazos humanos.


Vicente Aleixandre De Sombra del Paraíso (1944)

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