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25 de abril de 2017
24 de abril de 2017
Osvaldo Guevara hablando sobre Leopoldo Lugones, Presentación Revista Asueto N° 25. 22/5/2009
Osvaldo
Guevara hablando sobre Leopoldo Lugones, Presentación Revista Asueto N° 25.
22/5/2009
Presentación
Revista Asueto N° 25. 22 de mayo de 2009
Al
cumplirse diez años de la Revista Asueto hojas de poesía, que iniciara su
actividad en abril de 1999, el pasado viernes
22 de mayo de 2009, se presentó en el Centro Cultural Cooperativo de la
Ciudad de Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina, la edición número
veinticinco.
El acto
contó con la presencia de un público interesado en las manifestaciones
poéticas: escritores, docentes e invitados especiales tales como Miguel Angel
Ortiz, periodista, escritor y expresidente del grupo literario tardes de la
biblioteca sarmiento, y de Susana Miranda, docente y poeta, quien ha editado ya
dos libros de poesía. Ambos autores locales fueron invitados a participar de
esta edición, que se distribuirá en distintas provincias, en entidades
culturales, universitarias y entre los miembros de la Academia Argentina De
Letras.
En esta
nueva publicación se presentan poemas de Rodolfo Godino, permanente colaborador
de Asueto reconocido en 2007 con el Premio Consagración Letras de Córdoba. Otro
de los invitados a la edición es José Di Marco, profesor de la Universidad de
Río Cuarto, y una prosa del notable poeta, traductor y ensayista Rodolfo
Alonso. Se incorporan desde este número una Página de la Memoria, dedicada a
rescatar a los escritores que marcaron los distintos movimientos literarios del
siglo pasado, en esta oportunidad Leopoldo Lugones.
El
encuentro fue propicio para la lectura de poemas de distintos escritores y de
los propios miembros del grupo: Osvaldo Guevara, Alejandro Nicotra, Jorge
Vazquez Yofre, Ana Tibaldi, Tita Esber y Gabriela Bayarri.
23 de abril de 2017
Migas, Osvaldo Guevara
Migas
Desmigajando
un pan
alimento
a mis visitantes
ingrávidos
y ávidos.
Blandamente
el sol
picotea
mi sombra
aletea
en mis manos.
Estarme
así
toda la
vida
resguardado
por árboles y pájaro...
Osvaldo
Guevara
De Sin
pena en la palabra, Edición de Autor (Código Gráfico), Villa Dolores, Córdoba,
Argentina, 2007
22 de abril de 2017
Caminando, Osvaldo Guevara
CAMINANDO
Camino
atardeciendo
hasta
ser un pedazo de crepúsculo.
La
sombra, entre los árboles,
disuelve
ya sus pájaros de humo.
Voy junto
al rio. Saltan
ruidos
encapuchados de los yuyos.
Florecen
luces, lejos.
Y no me
importa, porque voy sin rumbo.
Ha llovido.
En el aire
dejó la
lluvia sus corpiños húmedos.
Murmura
la boñiga
como un
enjambre verde por mis músculos.
Tropiezo
con las piedras,
frescas
tortugas entre el barro lúbrico.
No
llevo en los bolsillos
más que
mis manos, que me pesan mucho.
El agua
va a mi lado
chisporroteando
en círculos minúsculos.
Me
chistan las luciérnagas
que
prolongan el día con sus puntos.
Aún
puedo ver mi casa
entre
temblores de nostalgia y juncos.
La
noche esta olfateando
como
una loba sus descalzos muros.
Mi cama
es honda y dulce
como el
cuenco tostado de los surcos.
Sobre
su almohada caben
los
cansancios de un siglo y de un minuto.
Anocheciendo
voy. De pronto
dispara
un sapo líquidos cartuchos.
Y a una
señal, los grillos
llueven
su ardor en clave azul de musgo.
Estrellas
malheridas
abren
el agua con sus hombros puros.
La
noche sobre el río
es una balsa de rnaderos curvos.
Para
amar, la penumbra:
llanto
en los vidrios y en los huesos júbilo
Tropiezo
con las piedras
gargantas
secas entre el barro lúbrico.
Ya no
se ve mi casa.
Cose el
silencio párpados de búho.
Honda y
dulce mi cama. Está vacía.
Y no me
importa, porque voy sin rumbo.
Osvaldo
Guevara (Garganta en verde claro)
De
Poemas en verso y prosa (Inventario de una obra completa inconclusa)
(1998)
21 de abril de 2017
A mi perra Charlotte, Osvaldo Guevara
Dos versiones del mismo poema:De Poemas en verso y prosa (Inventario de una obra completa inconclusa) (1998) y la original De Oda al sapo y cuatro sonetos (1960)
A mi
perra Charlotte
Y
bajará septiembre como un pez por el río.
Y se
arderá el invierno con la última brasa.
Pero
estaremos solos: no andarás por la casa.
Y sin
querer, tu nombre, salpicará su frío.
Cerca
del agua, ahora, se deshoja tu brío.
Un
collar de terrones te estrangula y retrasa.
Y el
río, el siempre río, que tercamente pasa,
te
rezonga entre dientes sus rosarios de hastío.
Romperá
en mariposas el viento. Las mañanas
fijarán
en los árboles sus páginas livianas.
Un coral
de hondas vacas tendrá azules de nido.
Pero
cuando en las noches finamente olorosas
cambien
silencios largos las piedras y las rosas,
tú irás
buscando peces por el cielo invertido.
Osvaldo
Guevara
De
Poemas en verso y prosa (Inventario de una obra completa inconclusa)
(1998)
IN
MEMORIAM
A mi perra Charlotte,
ciega de tierra.
Y
bajará septiembre como un pez por el río.
Y se
arderá el invierno con la última brasa.
Pero
estaremos solos: no andarás por la casa.
Y sin
querer, tu nombre, salpicará su frío.
Cerca
del agua, ahora, se deshoja tu brío.
Un
collar de terrones te estrangula y retrasa.
Y el
río, el siempre río, que tercamente pasa,
te
rezonga entre dientes sus rosarios de hastío.
Romperá
en mariposas el viento. Las mañanas
fijarán
en los árboles sus páginas livianas.
Coral
de vacas ebrias se abrirá humedecido.
Pero
cuando en las noches finas y espirituosas
cambien
silencios largos las piedras y las rosas,
tú irás
buscando peces por el cielo invertido.
Osvaldo
Guevara
De Oda
al sapo y cuatro sonetos (1960)
20 de abril de 2017
Ciclo Agenda Literaria 2002, Poeta Invitado Osvaldo Guevara 20/11/2002
Ciclo Literario Cultural 2002 del Grupo Agenda Literaria en la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento de la ciudad de Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
20 de Noviembre de 2002
Tema El Agua
Coordinado por José Luis Colombini y Walter Pérez
Poeta Invitado Osvaldo Guevara
Muestra de Arte: Mariano Dullivo
Producción ejecutiva y artística: Anna Lauricella
Colaboradores: Marite Cuestas, Vicky Colombini Lauricella, Marisa Perez, Silvia López y Anna Lauricella.
19 de abril de 2017
Aquel perro, Osvaldo Guevara
AQUEL
PERRO…
Te
sorprendí en la esquina giratoria de viento.
Me
miraste sin prisa como a un hueso roído.
Y
avanzaste en la punta turbia de mi silbido
hasta
mi ropa fría de vagabundo hambriento.
Y como
a un vagabundo me tuteaste un momento
con tu
hocico ambulante, preguntón y aterido.
Yo olía
a traje nuevo. Te apartaste, cohibido.
¡Ah, no
era de los tuyos! Y te marchabas, lento.
¡Pero
estaba tan solo! Te chisté suavemente.
Comprendiste
mis ojos de ladrón confidente.
Si
hasta el viento en mi espalda era como un cuchillo.
Mi
espera... aquella espera dura y desorientada.
Nos
fuimos juntos. Te iba pensando un nombre (Nada?).
Y
distraídamente te alargué un cigarrillo.
Osvaldo
Guevara
De
Poemas en verso y prosa (Inventario de una obra completa inconclusa)
(1998)
18 de abril de 2017
Don Chavez lustrado, Osvaldo Guevara
DON
CHAVEZ, LUSTRADOR
Don
Chávez
lustrador
le
canto a usted
con voz
entera
en
medio de la calle
entre
la gente
que
pasa con la frente en el bolsillo.
Usted
lustra
con sus
manos alquímicas
que
hacen oro del polvo
que
bruñen el cansancio
y
devuelven el sol
a trapo
y brío
a
pomada y paciencia
a
cepillo y fervor
a tinta
y sangre.
Usted lustra
y yo lo
celebro
Don
Chávez
por sus
ojos seguros
por su
pierna de palo florecido
su alma
fresca
su
sonrisa temprana
(ligeramente
opaca por las tardes
cuando
el sol de la siesta
le
restriega su engrudo perezoso
por el
pelo valiente).
Yo lo
celebro
ahora
entre
diciembre
entre
bocinas
naftas
y
tenderos
en
tanto usted
sentado
mueve
las manos únicas
rítmico
bailoteante
sentencioso
para
que el hombre alce los pies del polvo
y los
ponga en el día
sueltamente.
Porque
pies
con sombra
pies
con miedo
pies
con vacilación
pies
con fiebre
pies
con barro ciego
pies
con pena
llegan
Y
llegan
hasta
sus manos de pianista tierno
que
tocan claramente sobre el día.
Lo
celebro
Don
Chavez
lo celebro
en
medio de la vida
frente
al sol
de
mañana
con la
voz de canción que me dio el rio
con la
garganta que tomé del viento
con las
palabras que quité a la noche
sobre
mi cuerpo de arduo oficinista _
sobre
mis piernas de saltar desganos
sobre
mis pies de cavador tirante
mis
pies
Don
Chávez
que se
acercan a usted
turbios
y huraños
palomas
disecadas
peces
con sed
discos
sin púa
cal
ardiente
para
que usted
los
vivitique
los
retresque
los
gire
los
impregne
para
que usted
les
haga ver su luz
esa luz
que uno pierde entre las cosas
entre
leyes
y
charcos
y
semanas
y que
hombres como usted
Don
Chavez
rodeados
de tropiezos
señores
automóviles
úlceras
represiones
y
vidrieras
restauran
sentenciosos
rítmicos
bailoteantes
con
esas manos de lavar distancias
tan
ágiles y oscuras
tan diáfanas
y firmes
que yo
estrecho
Don
Chávez
que yo
estrecho
para
ilustrar las mías
deslustradas.
Lo
celebro
Don
Chávez
en la
vereda
la
calle
la
senda peatonal
la luz
del día
al pie
de .los semáforos
al lado
del agente
que espía
con los ojos de sus balas
lo
nombro y canto
frente
al viento alegre
que
esta mañana espesa y viva
quiere
así
como
usted
lustrar
el mundo
con su
trapo de azul y de verano.
Bien
por el viento
bien
Don
Chávez
el
viento
nuestro
aliado
el que
traslada el grito de las flores
el que
clava alas nuevas en los puños
el que
trenza los humos de las fábricas
el que
corre
anhelante
con el
aroma de la palabra libertad
sobre
el planeta.
Lo
celebro
Don
Chávez
bajo el
brillante viento lustrador
que le
embandera
como un
asta triunfal
la
pierna inmóvil
y al
que usted
entrega
atados
combatientes
los
tercos pies del hombre
para
que echen a andar
-y
usted con ellos-
husmeando
azules
pisando
oprobios
pero
sin sombra
pero
sin miedo
pero
sin vacilar
pero
sin fiebre
pero
sin barro ciego
hondos
sobre
la tierra
los
altos pies del hombre
pero
sin tierra
como
usted
Don
Chávez.
Osvaldo Guevara
Osvaldo Guevara leyendo su poema Don Chavez Lustrador
Videopoético del Café Literario del Jueves 18 de Marzo de 2010, en Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue EL HOMBRE y coordino la velada y el debate Gabriela Bayarri.
17 de abril de 2017
Para escribir el poema,
Para escribir el poema
The poem
is complex and the
place made
in our lives
for the poem.
WILLIAM CARLOS
WILLIAMS
1
Esta es la ley callada:
por más que escandalice,
la verdad interior
-que traba la lengua y anda por su túnel
resistiendo a sí misma-,
debe ser descubierta.
Eso no daña el prestigio
del corazón multiforme,
que debe insistir
y ser escuchado aun como culpa,
omisión,
error,
miedo, memoria
o sed inconfesa del cuerpo:
la historia de una combustión
siempre acorralada.
De lo contrario sólo se alumbran
fenómenos de oficio,
ningún animal completo.
Esas reticencias glaciales
consumen su invalidez, y su sanción
es muerte verdadera.
Aunque suene
trágico, no hablo del infierno
sino de palabra estéril.
2
Sin las cosas no hay poema.
Un hombre bajo hechizo
registrando una revelación personal.
Esa es, aunque no pueda
ser probada, la ley de lo creado
infinitamente repetida:
podrán engarzar el cuerpo
en los viajes de la savia, de la luz,
filtrando violencia y acidia
en las crisis graduales de la carne
no humana del mundo natural.
Amándolas, sin alegorías,
serán parte, maderas, flores,
unidos en los cambios
y en el renacimiento, en los ciclos
de silenciosas convulsiones.
Nunca la vida pequeña
será suficientemente expandida.
3
Con escrúpulos no hay poema.
Cuando la realidad cuestionada
se retire, lo ambiguo crecerá
en el exceso de conciencia,
sin discreción, aceptándose a sí mismo.
Mientras el mundo se disipa
y aun inclinados a lo juicioso,
retengan: lo fantástico se ajusta
por la razón; el gobierno
combinatorio de lo mágico se ejerce
puertas adentro.
Lo que merezcan
y lo que alcancen no serán tormentos:
la humillación del oficio siempre guarda
un rédito solemne.
En la pelea
con la palabra inhábil, partes
del corazón y la verdad se pierden;
la imprecisión del espíritu
será imprecisión en la palabra.
Sin artificio no hay poema.
16 de abril de 2017
Arte poética, Rodolfo Godino
Arte poética
El poema busca la mediación:
su móvil aura se anuncia
a la conciencia expandida.
Cuando el desorden refluye,
para encarnarse baja, tránsito
que no cambia ni redime:
sólo hunde la carga que transfiere.
Sin instrucción sobre su curso,
orientado por percepciones,
no circunstancias,
se trama, trastornando todo plan:
ya ha sido fijado por legiones
a las que su clave se otorgó
y con ella la dilución de la vida.
La vida por un murmullo inmortal.
Rodolfo Godino
15 de abril de 2017
Alejandro Nicotra leyendo Bulbos de Rodolfo Godino
Alejandro Nicotra leyendo Bulbos de Rodolfo Godino
Diez años de la Revista Asueto hojas de poesía, que iniciara su actividad en abril de 1999, acto del viernes 22 de mayo de 2009, Centro Cultural Cooperativo de la Ciudad de Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
Presentación de la edición número veinticinco.
En un punto del año
el flujo de los matices
y el volumen del verde se entumecen,
bajan a los grumos de la tierra.
En el ojo,
cebado por la ilusión del clima,
eso se instala
no como muerte
sino como renuncia de la luz
y presión gris de la bóveda del cielo.
No es cierto, ni vehemente,
ese final que luce
como colmada exposición del ocre:
abajo, en el poroso,
el susurro del ciclo
impregna las escamas de las yemas
y aguarda.
Como almas fijas
esas cápsulas reservan su momento
mientras arriba, en el teatro
de la luz parcial y el aire amarillo,
se pudre otra vez
la carne regia de dalias y azucenas
14 de abril de 2017
Mi padre sueña, Rodolfo Godino
Noche con la realidad guardada
y todo suceso suspendido:
nada podía tocarme. Pero el fluir
de un alma ahogándose subió
desde el gran lecho donde el rey yacía.
Girando entre lengua y paladar,
apuntando a los dientes, hacia afuera,
aire y labios lo libraban en lo oscuro:
el llanto brotaba bajo mantas
y caía sobre el destino del oyente.
Conozco el ruido del que acaba de entender,
de carne separándose, de cimientos.
Pero aquél subía desde otro círculo
cruzado por ríos de azufre y barro
y roca líquida encendida.
13 de abril de 2017
Usa rostros cambiantes, Rodolfo Godino
Usa rostros cambiantes
Usa rostros cambiantes
lo que desea tu oscurecimiento,
lo que quiere uncirte
a la flameante realidad.
Ella brota del ojo
gobernando un breve paraíso,
espejo que entrega al amo
sólo su ansiosa imagen.
Lo que no eres, lo que te elude,
lo que serás
no flota en esa versátil,
hambrienta dama.
Ningún pacto
con la bestia de misión oscura
te llevará a ti mismo
ni al seno del poema:
aguarda a que él descienda y vuele
porque su tránsito
te hace incorruptible.
Rodolfo Godino
12 de abril de 2017
A una gata que se fue, Rodolfo Godino
A una gata que se fue
Casi olvido tu nombre, irascible
reencarnación vigilante de mis secas
cohabitaciones con papeles ambiguos:
no busqué desanimar tu afecto,
sólo di más tiempo a las palabras
acaso porque envejecía sin experiencia:
te quise con fieles envolturas,
no merecí
que aquella tarde derramaras
tus celos sobre la mesa
de las inducciones celestes
(tal vez
crítica o sexual discurso
sobre discriminaciones y desapegos):
tu percepción bestial te diría
que todo lo femenino debió ser amparado,
cubierto, servido por mí.
Rodolfo Godino
11 de abril de 2017
El prisionero, Rodolfo Godino
Rodolfo Godino nació en San Francisco (Córdoba), en 1936.
Tiene una gran obra editada y caracterizada por la originalidad, el
despojamiento verbal y la musicalidad de sus versos. Todo esto le ha valido gran cantidad de
premios y reconocimientos. El poeta y académico falleció el 14 de enero de 2015.
El prisionero
Mozart en libertad domina el cuarto
con la exposición imparcial
de algunos meses de tormentos.
-Señor en el distante piano,
déjame un rastro de ti;
un beneficio que mude
estos grumos, letras, alianzas,
en tu legua reina.
En un instante
volveré a las palabras
bajo el ojo del silencio,
que es muerte.
Rodolfo Godino
10 de abril de 2017
La vista que no pude soportar, Carlos Castaneda
LA VISTA QUE NO PUDE SOPORTAR
Los Ángeles siempre había sido
mi hogar. Mi elección de Los Ángeles no había sido cuestión de mi voluntad.
Para mí, el quedarme en Los Ángeles ha sido el equivalente de haber nacido
allí, quizás aún algo más profundo. Mi vínculo de afecto siempre ha sido total.
Mi cariño por la ciudad de Los Ángeles siempre ha sido tan intenso, a tal grado
una parte de mi ser, que nunca he tenido que darle voz. Nunca he tenido que
revisarlo o renovarlo, nunca.
Tenía en Los Ángeles mi familia
de amigos. Eran para mí parte de mi medio inmediato, es decir, los había
aceptado totalmente tal como había aceptado la ciudad misma. Uno de mis amigos
hizo la declaración una vez, un poco bromeando, de que todos nos odiábamos
cordialmente. Indudablemente podían darse el lujo de tales sentimientos porque
tenían otros arreglos emotivos a su disposición, como padres y esposas y
maridos. Yo sólo tenía mis amigos en Los Ángeles.
Por la razón que fuera, yo era
el confidente de cada uno. Cada uno de ellos me contaba todos sus problemas y
vicisitudes. Mis amigos eran de una intimidad tal que nunca reconocí sus
problemas o tribulaciones como algo menos que normal. Podía hablar con ellos
durante horas de las mismas cosas que me habían horrorizado de las grabaciones
y del psiquiatra.
Además, no me daba cuenta de
que cada uno de mis amigos era increíblemente parecido al psiquiatra y al
profesor de antropología. Nunca me fijé en lo tensos que estaban. Todos fumaban
de manera compulsiva tal como el psiquiatra, pero nunca me había sido obvio,
porque yo fumaba igual y estaba igual de tenso. La afectación de su habla era
otra cosa que nunca había notado, aunque existía. Siempre afectaban el gangueo
del oeste de los Estados Unidos, pero estaban muy conscientes de lo que hacían.
Ni me había fijado en sus directas insinuaciones acerca de una sensualidad que
eran incapaces de sentir, que conocían sólo a nivel intelectual.
La verdadera confrontación
conmigo mismo empezó al enfrentarme con el dilema de Pete. Vino a verme, todo
golpeado. Tenía la boca hinchada y un ojo rojizo e inflamado que evidentemente
había sufrido un golpe y ya se estaban poniendo morado. Antes de que pudiera
preguntarle lo que le había pasado, soltó de buenas a primeras que su mujer,
Patricia, había ido durante el fin de semana a un encuentro de agentes de
bienes raíces relacionado con su empleo, y que algo terrible le había sucedido.
Al ver el aspecto de Pete, pensé que Patricia había estado en un accidente,
estaba herida o hasta muerta.
Pero, ¿se encuentra bien? le pregunté, sinceramente afligido.
Claro que está bien ladró . Es una puta y una bestia y nada les
pasa a las putas bestias más que se las cogen y les gusta.
Pete estaba lleno de rabia.
Temblaba casi convulsivamente. Su abundante cabello rizado se le paraba por todas
partes. Por lo general se lo peinaba con esmero, alisándose los rizos
naturales. Ahora tenía un aspecto más loco que un demonio de Tasmania.
Todo estaba normal hasta hoy continuó mi amigo . Entonces, esta mañana, al
salir de la ducha, me chasqueó el culo con una toalla y eso es lo que me hizo
ver que andaba cogiendo con alguien.
Su razonamiento me tenía
desconcertado. Lo interrogué un poco más. Le pregunté cómo el acto de
chasquearlo con una toalla podía revelar tal cosa.
Si eres un culo, no te revela nada dijo con veneno en la voz . Pero yo conozco a
Patricia, y el jueves antes de que fuera al encuentro de agentes, ¡no podía
chasquear una toalla! De hecho, nunca ha podido chasquear una toalla durante
todo el tiempo que llevamos de casados. ¡Alguien tiene que habérselo enseñado
cuando andaban desnudos! ¡Así es que la agarré del cuello y la ahorqué para que
me dijera la verdad! ¡Sí! ¡Se está cogiendo a su jefe!
Pete dijo que había ido a la
oficina de Patricia para agarrarse con su jefe, pero que el hombre estaba bien
protegido por sus guardaespaldas. Lo echaron a estacionamiento. Quería romper
las ventanas, tirarles piedras, pero las guardaespaldas le dijeron que si lo
hacía terminaría en la cárcel, o aún peor, con una bala en la cabeza.
¿Son los que te golpearon, Pete? le pregunté.
No
dijo, abatido . Anduve por la calle y entré en la oficina de ventas de
una agencia de coches usados. Le di un golpazo al primer vendedor que vino a
hablarme. El hombre estaba aturdido, pero no se enojó. Me dijo: «¡Cálmese,
señor, cálmese! Aún se puede negociar”.
Cuando lo volví a golpear en
la boca, se puso fúrico. Era un tipo grande y me dio en la boca y en el ojo y
me dejó tirado en el suelo. Cuando desperté
continuó Pete , estaba acostado en el sofá de su oficina. Oí que llegaba
una ambulancia, así es que me levanté y salí corriendo. Entonces vine a verte.
Empezó a sollozar sin
contenerse. Vomitó. Estaba hecho un desperdicio. Llamé a su mujer y en menos de
diez minutos llegó al apartamento. Se puso de rodillas delante de Pete y le
juró que lo amaba sólo a él, que todo lo demás que ella hacía eran
imbecilidades y que el de ellos era un amor de vida o muerte. Los otros no eran
nada. Ni siquiera los recordaba. Los dos se desahogaron en llantos, y desde
luego se perdonaron. Patricia llevaba gafas oscuras para esconder el hematoma
del ojo derecho que le había puesto Pete (Pete era zurdo). Los dos ni sabían ya
que estaba yo allí, y se marcharon. Salieron abrazados, dejando la puerta
abierta.
La vida parecía continuar como
siempre. Mis amigos se portaban conmigo como siempre lo habían hecho. Estábamos
como de costumbre, involucrados en ir a fiestas, al cine o simplemente a
chismear; o buscando restaurantes donde ofrecieran «todo lo que puedas comer»
por el precio de una comida. Sin embargo, a pesar de este estado seudo normal,
un extraño y nuevo factor parecía haber penetrado en mi vida. Como el sujeto
que lo experimentaba, se me hizo aparente que de pronto yo me había vuelto muy
intolerante. Había empezado a juzgar a mis amigos de la misma manera en que
había juzgado al psiquiatra y al profesor de antropología. ¿Quién era yo para
ponerme a juzgar a los demás?
Me sentí inmensamente
culpable. Juzgar a mis amigos había creado un estado de ánimo desconocido. Pero
lo que consideraba peor, era que no sólo los juzgaba, sino que encontraba sus
problemas y tribulaciones asombrosamente banales. Yo era el mismo; ellos eran
mis mismos amigos. Había escuchado sus quejas y relatos de sus situaciones
cientos de veces, y nunca había sentido nada más que un profundo sentido de
identificación con lo que oía. Mi horror al descubrir este nuevo ánimo me
abrumaba.
El aforismo de que las
desgracias nunca vienen solas, no podría haber sido más cierto en aquel momento
de mi vida. La desintegración total de mi vida vino cuando mi amigo, Rodrigo
Cummings, me pidió que lo llevara al aeropuerto de Burbank; de allí saldría
para Nueva York. Era una maniobra de gran drama y desesperación por su parte.
Consideraba su maldición estar atrapado en Los Ángeles. Para el resto de sus
amigos, era una gran broma el hecho de que había intentado varias veces
atravesar en coche todo el país para ir a Nueva York, y cada vez que lo hacía,
el coche se le descomponía. Una vez había llegado hasta Salt Lake City antes de
que le fallarla; necesitaba un motor nuevo. Tuvo que dejarlo allí. La mayoría
de las veces le sucedía en las afueras de Los Ángeles.
¿Qué le pasa a tus coches, Rodrigo? le pregunté una vez, con sincera curiosidad.
No sé
respondió con un velado sentido de culpabilidad. Y entonces con una voz
igual a la del profesor de antropología en su papel de predicador
fundamentalista, dijo : Quizás es que cuando salgo a la carretera acelero el
coche a toda velocidad porque me siento libre. Usualmente abro todas las
ventanillas. Quiero sentir el viento en la cara. Me siento como chico en busca
de algo nuevo.
Me resultaba obvio que sus
coches, que siempre eran carcachas, ya no tenían la capacidad de viajar a toda
velocidad, y que sencillamente les quemaba el motor.
De Salt Lake City, Rodrigo
había regresado a Los Ángeles haciendo autostop. Claro que podría haber hecho
autostop hasta Nueva York, pero nunca se le ocurrió. Rodrigo parecía padecer de
la misma condición que también me afectaba: una pasión inconsciente por Los
Ángeles que él quería rechazar a toda costa.
En otra ocasión, su coche
estaba en excelente condición mecánica. Podría haber hecho el viaje fácilmente,
pero Rodrigo aparentemente no estaba en condiciones de dejar Los Ángeles. Llegó
hasta San Bernardino, donde se metió a un cine a ver una película: Los Diez
Mandamientos. Esa película, por razones que sólo Rodrigo conocía, le produjo
una nostalgia insuperable por Los Ángeles. Regresó y lloró, diciéndome que la
pinche ciudad de Los Ángeles le había construido una barrera a su alrededor y
no lo dejaba salir. Su esposa estaba feliz de que no se hubiera ido, y su
novia, Melissa, estaba aún más contenta, aunque un poco desilusionada porque
tuvo que devolverle los diccionarios que él le había regalado.
Su último intento desesperado
de llegar a Nueva York por avión, fue aún más dramático, porque sus amigos le
prestaron el dinero para el boleto. Dijo que de este modo, como no tenía la
menor intención de devolverles el préstamo, se estaba asegurando de que no
regresaría. Metí sus maletas en la cajuela de mi coche y salimos para el
aeropuerto de Burbank. Comentó que el avión no salía hasta las siete. Era
temprano por la tarde y teníamos tiempo suficiente para meternos a un cine.
Además, él quería darle un último vistazo a Hollywood Boulevard, el centro de
nuestras vidas y actividades.
Fuimos a ver una película
épica en tecnicolor y cinerama. Era una de esas películas insoportables y
largas que parecía atraer toda la atención de Rodrigo. Cuando salimos del cine,
ya estaba oscureciendo. Me fui a toda velocidad a Burbank en medio de un
tránsito pesadísimo. Me exigió que tomáramos las calles en vez de la autopista,
que a esas horas estaba congestionada. El avión despegó al llegar nosotros al
aeropuerto. Fue la última gota. Sumiso y derrotado, Rodrigo fue a la caja y
presentó su boleto para que se lo rembolsaran. La cajera escribió su nombre, le
dio un recibo y le dijo que el dinero le llegaría dentro de seis a doce semanas
desde Tennessee, donde se encontraban las oficinas de contaduría de la
aerolínea.
Regresamos al edificio donde
los dos vivíamos. Como no se había despedido de nadie esta vez, por temor a la
vergüenza, nadie ni siquiera se había dado cuenta de que había intentado irse
una vez más. El único inconveniente era que había vendido su coche. Me pidió
que lo llevara a la casa de sus padres, porque su papá iba a darle el dinero
que había gastado en su boleto. Su padre siempre había sido, durante todo el
tiempo que yo lo había conocido, el hombre que sacaba de apuros a Rodrigo en
cada situación problemática que se metía. El eslogan del padre era: «¡No temas,
Rodrigo padre te espera! » Después de oír la petición de Rodrigo de un préstamo
para pagar su otro préstamo, el padre miró a mi amigo con la expresión más
triste que jamás había visto yo. Él mismo estaba con terribles problemas
económicos.
Abrazándolo, le dijo: «No
puedo ayudarte esta vez, muchacho. Ahora sí tienes que temer, porque Rodrigo
padre ya se fue”.
Quise desesperadamente
sentirme uno con mi amigo, sentir su drama como siempre lo había hecho, pero no
pude. Sólo me enfoqué en la declaración del padre. Parecía de una finalidad que
me galvanizó.
Busqué ávidamente la compañía
de don Juan. Dejé todo pendiente en Los Ángeles para hacer el viaje a Sonora.
Le conté del humor extraño en que me encontraba con mis amigos. Llorando de
remordimiento, le dije que había empezado a juzgarlos.
No te aloques por nada me dijo don Juan calmadamente . Ya sabes que
una era entera de tu vida está por terminar, pero la era no termina hasta que
muera el rey.
¿Qué quiere decir con eso, don Juan?
-Tú eres el rey y tú eres
exactamente como tus amigos. Ésa es la verdad que te tiene sacudiéndote en tus
pantalones. Una cosa que puedes hacer es aceptar las cosas como son, que claro,
no lo puedes hacer. La otra, es decir: «Yo no soy así, yo no soy así», y
repetir que tú no eres así. Pero te prometo que va a llegar el momento en que
te vas a dar cuenta de que sí eres así.
Carlos Castaneda del Libro El
Lado activo del infinito (1998)
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