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22 de abril de 2017

Caminando, Osvaldo Guevara

CAMINANDO

Camino atardeciendo
hasta ser un pedazo de crepúsculo.
La sombra, entre los árboles,
disuelve ya sus pájaros de humo.

Voy junto al rio. Saltan
ruidos encapuchados de los yuyos.
Florecen luces, lejos.
Y no me importa, porque voy sin rumbo.

Ha llovido. En el aire
dejó la lluvia sus corpiños húmedos.
Murmura la boñiga
como un enjambre verde por mis músculos.

Tropiezo con las piedras,
frescas tortugas entre el barro lúbrico.
No llevo en los bolsillos
más que mis manos, que me pesan mucho.

El agua va a mi lado
chisporroteando en círculos minúsculos.
Me chistan las luciérnagas
que prolongan el día con sus puntos.

Aún puedo ver mi casa
entre temblores de nostalgia y juncos.
La noche esta olfateando
como una loba sus descalzos muros.

Mi cama es honda y dulce
como el cuenco tostado de los surcos.
Sobre su almohada caben
los cansancios de un siglo y de un minuto.

Anocheciendo voy. De pronto
dispara un sapo líquidos cartuchos.
Y a una señal, los grillos
llueven su ardor en clave azul de musgo.

Estrellas malheridas
abren el agua con sus hombros puros.
La noche sobre el río
es una balsa de rnaderos curvos.     

Para amar, la penumbra:
llanto en los vidrios y en los huesos júbilo
Tropiezo con las piedras
gargantas secas entre el barro lúbrico.

Ya no se ve mi casa.
Cose el silencio párpados de búho.
Honda y dulce mi cama. Está vacía.
Y no me importa, porque voy sin rumbo.

Osvaldo Guevara (Garganta en verde claro)
De Poemas en verso y prosa (Inventario de una obra completa inconclusa)
(1998)


21 de abril de 2017

A mi perra Charlotte, Osvaldo Guevara

Dos versiones del mismo poema:De Poemas en verso y prosa (Inventario de una obra completa inconclusa) (1998) y la original De Oda al sapo y cuatro sonetos (1960)
 A mi perra Charlotte

Y bajará septiembre como un pez por el río.
Y se arderá el invierno con la última brasa.
Pero estaremos solos: no andarás por la casa.
Y sin querer, tu nombre, salpicará su frío.

Cerca del agua, ahora, se deshoja tu brío.
Un collar de terrones te estrangula y retrasa.
Y el río, el siempre río, que tercamente pasa,
te rezonga entre dientes sus rosarios de hastío.

Romperá en mariposas el viento. Las mañanas
fijarán en los árboles sus páginas livianas.
Un coral de hondas vacas tendrá azules de nido.

Pero cuando en las noches finamente olorosas
cambien silencios largos las piedras y las rosas,
tú irás buscando peces por el cielo invertido.

Osvaldo Guevara
De Poemas en verso y prosa (Inventario de una obra completa inconclusa)
(1998)
IN MEMORIAM
                                                                        A mi perra Charlotte,
                                                                        ciega de tierra.


Y bajará septiembre como un pez por el río.
Y se arderá el invierno con la última brasa.
Pero estaremos solos: no andarás por la casa.
Y sin querer, tu nombre, salpicará su frío.

Cerca del agua, ahora, se deshoja tu brío.
Un collar de terrones te estrangula y retrasa.
Y el río, el siempre río, que tercamente pasa,
te rezonga entre dientes sus rosarios de hastío.

Romperá en mariposas el viento. Las mañanas
fijarán en los árboles sus páginas livianas.
Coral de vacas ebrias se abrirá humedecido.

Pero cuando en las noches finas y espirituosas
cambien silencios largos las piedras y las rosas,
tú irás buscando peces por el cielo invertido.

Osvaldo Guevara

De Oda al sapo y cuatro sonetos (1960)

20 de abril de 2017

Ciclo Agenda Literaria 2002, Poeta Invitado Osvaldo Guevara 20/11/2002



Ciclo Literario Cultural 2002 del Grupo Agenda Literaria en la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento de la ciudad de Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
20 de Noviembre de 2002
Tema El Agua
Coordinado por José Luis Colombini y Walter Pérez
Poeta Invitado Osvaldo Guevara
Muestra de Arte: Mariano Dullivo
Producción ejecutiva y artística: Anna Lauricella
Colaboradores: Marite Cuestas, Vicky Colombini Lauricella, Marisa Perez, Silvia López y Anna Lauricella
.

19 de abril de 2017

Aquel perro, Osvaldo Guevara

AQUEL PERRO…

Te sorprendí en la esquina giratoria de viento.
Me miraste sin prisa como a un hueso roído.
Y avanzaste en la punta turbia de mi silbido
hasta mi ropa fría de vagabundo hambriento.

Y como a un vagabundo me tuteaste un momento
con tu hocico ambulante, preguntón y aterido.
Yo olía a traje nuevo. Te apartaste, cohibido.
¡Ah, no era de los tuyos! Y te marchabas, lento.

¡Pero estaba tan solo! Te chisté suavemente.
Comprendiste mis ojos de ladrón confidente.
Si hasta el viento en mi espalda era como un cuchillo.

Mi espera... aquella espera dura y desorientada.
Nos fuimos juntos. Te iba pensando un nombre (Nada?).
Y distraídamente te alargué un cigarrillo.

Osvaldo Guevara
De Poemas en verso y prosa (Inventario de una obra completa inconclusa)
(1998)



18 de abril de 2017

Don Chavez lustrado, Osvaldo Guevara

DON CHAVEZ, LUSTRADOR

Don Chávez
lustrador
le canto a usted
con voz entera
en medio de la calle
entre la gente
que pasa con la frente en el bolsillo.

Usted lustra
con sus manos alquímicas
que hacen oro del polvo
que bruñen el cansancio
y devuelven el sol
a trapo y brío
a pomada y paciencia
a cepillo y fervor
a tinta y sangre.

Usted lustra
y yo lo celebro
Don Chávez
por sus ojos seguros
por su pierna de palo florecido
su alma fresca
su sonrisa temprana
(ligeramente opaca por las tardes
cuando el sol de la siesta
le restriega su engrudo perezoso
por el pelo valiente).
Yo lo celebro
ahora
entre diciembre
entre bocinas
naftas
y tenderos
en tanto usted
sentado
mueve las manos únicas
rítmico
bailoteante
sentencioso
para que el hombre alce los pies del polvo
y los ponga en el día
sueltamente.

Porque
pies con sombra
pies con miedo
pies con vacilación
pies con fiebre
pies con barro ciego
pies con pena
llegan
Y
llegan
hasta sus manos de pianista tierno
que tocan claramente sobre el día.

Lo celebro
Don Chavez
lo celebro
en medio de la vida
frente al sol
de mañana
con la voz de canción que me dio el rio
con la garganta que tomé del viento
con las palabras que quité a la noche
sobre mi cuerpo de arduo oficinista _
sobre mis piernas de saltar desganos
sobre mis pies de cavador tirante
mis pies
Don Chávez
que se acercan a usted
turbios y huraños
palomas disecadas
peces con sed
discos sin púa
cal ardiente
para que usted
los vivitique
los retresque
los gire
los impregne
para que usted
les haga ver su luz
esa luz que uno pierde entre las cosas
entre leyes
y charcos
y semanas
y que hombres como usted
Don Chavez
rodeados de tropiezos
señores
automóviles
úlceras
represiones
y vidrieras
restauran sentenciosos
rítmicos
bailoteantes
con esas manos de lavar distancias
tan ágiles y oscuras
tan diáfanas y firmes
que yo estrecho
Don Chávez
que yo estrecho
para ilustrar las mías
deslustradas.
Lo celebro
Don Chávez
en la vereda
la calle
la senda peatonal
la luz del día
al pie de .los semáforos
al lado del agente
que espía con los ojos de sus balas
lo nombro y canto
frente al viento alegre
que esta mañana espesa y viva
quiere
así
como usted
lustrar el mundo
con su trapo de azul y de verano.

Bien por el viento
bien
Don Chávez
el viento
nuestro aliado
el que traslada el grito de las flores
el que clava alas nuevas en los puños
el que trenza los humos de las fábricas
el que corre
anhelante
con el aroma de la palabra libertad
sobre el planeta.

Lo celebro
Don Chávez
bajo el brillante viento lustrador
que le embandera
como un asta triunfal
la pierna inmóvil
y al que usted
entrega
atados
combatientes
los tercos pies del hombre
para que echen a andar
-y usted con ellos-
husmeando azules
pisando oprobios
pero sin sombra
pero sin miedo
pero sin vacilar
pero sin fiebre
pero sin barro ciego
hondos
sobre la tierra
los altos pies del hombre
pero sin tierra
como usted

Don Chávez.

Osvaldo Guevara

Osvaldo Guevara leyendo su poema Don Chavez Lustrador
Videopoético del Café Literario del Jueves 18 de Marzo de 2010, en Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue EL HOMBRE y coordino la velada y el debate Gabriela Bayarri.

17 de abril de 2017

Para escribir el poema,

Para escribir el poema

The poem
is complex and the place made
in our lives
for the poem.
WILLIAM CARLOS WILLIAMS

1
Esta es la ley callada:
por más que escandalice,
la verdad interior
-que traba la lengua y anda por su túnel
resistiendo a sí misma-,
debe ser descubierta.
Eso no daña el prestigio
del corazón multiforme,
que debe insistir
y ser escuchado aun como culpa,
omisión,
          error, miedo, memoria
o sed inconfesa del cuerpo:
la historia de una combustión
siempre acorralada.
De lo contrario sólo se alumbran
fenómenos de oficio,
ningún animal completo.
Esas reticencias glaciales
consumen su invalidez, y su sanción
es muerte verdadera.
                   Aunque suene
trágico, no hablo del infierno
sino de palabra estéril.

2
Sin las cosas no hay poema.
Un hombre bajo hechizo
registrando una revelación personal.
Esa es, aunque no pueda
ser probada, la ley de lo creado
infinitamente repetida:
podrán engarzar el cuerpo
en los viajes de la savia, de la luz,
filtrando violencia y acidia
en las crisis graduales de la carne
no humana del mundo natural.
Amándolas, sin alegorías,
serán parte, maderas, flores,
unidos en los cambios
y en el renacimiento, en los ciclos
de silenciosas convulsiones.
Nunca la vida pequeña
será suficientemente expandida.

3
Con escrúpulos no hay poema.
Cuando la realidad cuestionada
se retire, lo ambiguo crecerá
en el exceso de conciencia,
sin discreción, aceptándose a sí mismo.
Mientras el mundo se disipa
y aun inclinados a lo juicioso,
retengan: lo fantástico se ajusta
por la razón; el gobierno
combinatorio de lo mágico se ejerce
puertas adentro.
                             Lo que merezcan
y lo que alcancen no serán tormentos:
la humillación del oficio siempre guarda
un rédito solemne.
                                 En la pelea
con la palabra inhábil, partes
del corazón y la verdad se pierden;
la imprecisión del espíritu
será imprecisión en la palabra.
Sin artificio no hay poema.


 Rodolfo Godino

16 de abril de 2017

Arte poética, Rodolfo Godino

Arte poética

El poema busca la mediación:
su móvil aura se anuncia
a la conciencia expandida.
Cuando el desorden refluye,
para encarnarse baja, tránsito
que no cambia ni redime:
sólo hunde la carga que transfiere.
Sin instrucción sobre su curso,
orientado por percepciones,
no circunstancias,
se trama, trastornando todo plan:
ya ha sido fijado por legiones
a las que su clave se otorgó
y con ella la dilución de la vida.

La vida por un murmullo inmortal.

Rodolfo Godino

15 de abril de 2017

Alejandro Nicotra leyendo Bulbos de Rodolfo Godino



Alejandro Nicotra leyendo Bulbos de Rodolfo Godino 

Diez años de la Revista Asueto hojas de poesía, que iniciara su actividad en abril de 1999, acto del viernes  22 de mayo de 2009,  Centro Cultural Cooperativo de la Ciudad de Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
Presentación de la edición número veinticinco.




Bulbos

En un punto del año
el flujo de los matices
y el volumen del verde se entumecen,
bajan a los grumos de la tierra.

En el ojo,
cebado por la ilusión del clima,
eso se instala
no como muerte
sino como renuncia de la luz
y presión gris de la bóveda del cielo.

No es cierto, ni vehemente,
ese final que luce
como colmada exposición del ocre:
abajo, en el poroso,
el susurro del ciclo
impregna las escamas de las yemas
y aguarda.

Como almas fijas
esas cápsulas reservan su momento
mientras arriba, en el teatro
de la luz parcial y el aire amarillo,
se pudre otra vez
la carne regia de dalias y azucenas


Rodolfo Godino

14 de abril de 2017

Mi padre sueña, Rodolfo Godino

MI PADRE SUEÑA, Rodolfo Godino (1997)

Noche con la realidad guardada
y todo suceso suspendido:
nada podía tocarme. Pero el fluir
de un alma ahogándose subió
desde el gran lecho donde el rey yacía.


Girando entre lengua y paladar,
apuntando a los dientes, hacia afuera,
aire y labios lo libraban en lo oscuro:
el llanto brotaba bajo mantas
y caía sobre el destino del oyente.

Conozco el ruido del que acaba de entender,
de carne separándose, de cimientos.
Pero aquél subía desde otro círculo
cruzado por ríos de azufre y barro
y roca líquida encendida.



 Rodolfo Godino


13 de abril de 2017

Usa rostros cambiantes, Rodolfo Godino

Usa rostros cambiantes
     
Usa rostros cambiantes
lo que desea tu oscurecimiento,
lo que quiere uncirte
a la flameante realidad.
Ella brota del ojo
gobernando un breve paraíso,
espejo que entrega al amo
sólo su ansiosa imagen.
Lo que no eres, lo que te elude,
lo que serás
no flota en esa versátil,
hambrienta dama.
Ningún pacto
con la bestia de misión oscura
te llevará a ti mismo
ni al seno del poema:
aguarda a que él descienda y vuele
porque su tránsito
te hace incorruptible.


Rodolfo Godino

12 de abril de 2017

A una gata que se fue, Rodolfo Godino

A una gata que se fue

Casi olvido tu nombre, irascible
reencarnación vigilante de mis secas
cohabitaciones con papeles ambiguos:

no busqué desanimar tu afecto,
sólo di más tiempo a las palabras
acaso porque envejecía sin experiencia:

te quise con fieles envolturas,
no merecí
que aquella tarde derramaras
tus celos sobre la mesa
de las inducciones celestes
(tal vez
crítica o sexual discurso
sobre discriminaciones y desapegos):

tu percepción bestial te diría
que todo lo femenino debió ser amparado,
cubierto, servido por mí.
     


Rodolfo Godino

11 de abril de 2017

El prisionero, Rodolfo Godino

Rodolfo Godino nació en San Francisco (Córdoba), en 1936. Tiene una gran obra editada y caracterizada por la originalidad, el despojamiento verbal y la musicalidad de sus versos.  Todo esto le ha valido gran cantidad de premios y reconocimientos. El poeta y académico falleció el 14 de enero de 2015.
El prisionero
   
Mozart en libertad domina el cuarto
con la exposición imparcial
de algunos meses de tormentos.
-Señor en el distante piano,
déjame un rastro de ti;
un beneficio que mude
estos grumos, letras, alianzas,
en tu legua reina.
En un instante
volveré a las palabras
bajo el ojo del silencio,
que es muerte.



Rodolfo Godino

10 de abril de 2017

La vista que no pude soportar, Carlos Castaneda

LA VISTA QUE NO PUDE SOPORTAR

Los Ángeles siempre había sido mi hogar. Mi elección de Los Ángeles no había sido cuestión de mi voluntad. Para mí, el quedarme en Los Ángeles ha sido el equivalente de haber nacido allí, quizás aún algo más profundo. Mi vínculo de afecto siempre ha sido total. Mi cariño por la ciudad de Los Ángeles siempre ha sido tan intenso, a tal grado una parte de mi ser, que nunca he tenido que darle voz. Nunca he tenido que revisarlo o renovarlo, nunca.
Tenía en Los Ángeles mi familia de amigos. Eran para mí parte de mi medio inmediato, es decir, los había aceptado totalmente tal como había aceptado la ciudad misma. Uno de mis amigos hizo la declaración una vez, un poco bromeando, de que todos nos odiábamos cordialmente. Indudablemente podían darse el lujo de tales sentimientos porque tenían otros arreglos emotivos a su disposición, como padres y esposas y maridos. Yo sólo tenía mis amigos en Los Ángeles.
Por la razón que fuera, yo era el confidente de cada uno. Cada uno de ellos me contaba todos sus problemas y vicisitudes. Mis amigos eran de una intimidad tal que nunca reconocí sus problemas o tribulaciones como algo menos que normal. Podía hablar con ellos durante horas de las mismas cosas que me habían horrorizado de las grabaciones y del psiquiatra.
Además, no me daba cuenta de que cada uno de mis amigos era increíblemente parecido al psiquiatra y al profesor de antropología. Nunca me fijé en lo tensos que estaban. Todos fumaban de manera compulsiva tal como el psiquiatra, pero nunca me había sido obvio, porque yo fumaba igual y estaba igual de tenso. La afectación de su habla era otra cosa que nunca había notado, aunque existía. Siempre afectaban el gangueo del oeste de los Estados Unidos, pero estaban muy conscientes de lo que hacían. Ni me había fijado en sus directas insinuaciones acerca de una sensualidad que eran incapaces de sentir, que conocían sólo a nivel intelectual.
La verdadera confrontación conmigo mismo empezó al enfrentarme con el dilema de Pete. Vino a verme, todo golpeado. Tenía la boca hinchada y un ojo rojizo e inflamado que evidentemente había sufrido un golpe y ya se estaban poniendo morado. Antes de que pudiera preguntarle lo que le había pasado, soltó de buenas a primeras que su mujer, Patricia, había ido durante el fin de semana a un encuentro de agentes de bienes raíces relacionado con su empleo, y que algo terrible le había sucedido. Al ver el aspecto de Pete, pensé que Patricia había estado en un accidente, estaba herida o hasta muerta.
 Pero, ¿se encuentra bien?  le pregunté, sinceramente afligido.
 Claro que está bien  ladró . Es una puta y una bestia y nada les pasa a las putas bestias más que se las cogen y les gusta.
Pete estaba lleno de rabia. Temblaba casi convulsivamente. Su abundante cabello rizado se le paraba por todas partes. Por lo general se lo peinaba con esmero, alisándose los rizos naturales. Ahora tenía un aspecto más loco que un demonio de Tasmania.
 Todo estaba normal hasta hoy  continuó mi amigo . Entonces, esta mañana, al salir de la ducha, me chasqueó el culo con una toalla y eso es lo que me hizo ver que andaba cogiendo con alguien.
Su razonamiento me tenía desconcertado. Lo interrogué un poco más. Le pregunté cómo el acto de chasquearlo con una toalla podía revelar tal cosa.
 Si eres un culo, no te revela nada  dijo con veneno en la voz . Pero yo conozco a Patricia, y el jueves antes de que fuera al encuentro de agentes, ¡no podía chasquear una toalla! De hecho, nunca ha podido chasquear una toalla durante todo el tiempo que llevamos de casados. ¡Alguien tiene que habérselo enseñado cuando andaban desnudos! ¡Así es que la agarré del cuello y la ahorqué para que me dijera la verdad! ¡Sí! ¡Se está cogiendo a su jefe!
Pete dijo que había ido a la oficina de Patricia para agarrarse con su jefe, pero que el hombre estaba bien protegido por sus guardaespaldas. Lo echaron a estacionamiento. Quería romper las ventanas, tirarles piedras, pero las guardaespaldas le dijeron que si lo hacía terminaría en la cárcel, o aún peor, con una bala en la cabeza.
 ¿Son los que te golpearon, Pete?  le pregunté.
 No  dijo, abatido . Anduve por la calle y entré en la oficina de ventas de una agencia de coches usados. Le di un golpazo al primer vendedor que vino a hablarme. El hombre estaba aturdido, pero no se enojó. Me dijo: «¡Cálmese, señor, cálmese! Aún se puede negociar”.
Cuando lo volví a golpear en la boca, se puso fúrico. Era un tipo grande y me dio en la boca y en el ojo y me dejó tirado en el suelo. Cuando desperté  continuó Pete , estaba acostado en el sofá de su oficina. Oí que llegaba una ambulancia, así es que me levanté y salí corriendo. Entonces vine a verte.
Empezó a sollozar sin contenerse. Vomitó. Estaba hecho un desperdicio. Llamé a su mujer y en menos de diez minutos llegó al apartamento. Se puso de rodillas delante de Pete y le juró que lo amaba sólo a él, que todo lo demás que ella hacía eran imbecilidades y que el de ellos era un amor de vida o muerte. Los otros no eran nada. Ni siquiera los recordaba. Los dos se desahogaron en llantos, y desde luego se perdonaron. Patricia llevaba gafas oscuras para esconder el hematoma del ojo derecho que le había puesto Pete (Pete era zurdo). Los dos ni sabían ya que estaba yo allí, y se marcharon. Salieron abrazados, dejando la puerta abierta.
La vida parecía continuar como siempre. Mis amigos se portaban conmigo como siempre lo habían hecho. Estábamos como de costumbre, involucrados en ir a fiestas, al cine o simplemente a chismear; o buscando restaurantes donde ofrecieran «todo lo que puedas comer» por el precio de una comida. Sin embargo, a pesar de este estado seudo normal, un extraño y nuevo factor parecía haber penetrado en mi vida. Como el sujeto que lo experimentaba, se me hizo aparente que de pronto yo me había vuelto muy intolerante. Había empezado a juzgar a mis amigos de la misma manera en que había juzgado al psiquiatra y al profesor de antropología. ¿Quién era yo para ponerme a juzgar a los demás?
Me sentí inmensamente culpable. Juzgar a mis amigos había creado un estado de ánimo desconocido. Pero lo que consideraba peor, era que no sólo los juzgaba, sino que encontraba sus problemas y tribulaciones asombrosamente banales. Yo era el mismo; ellos eran mis mismos amigos. Había escuchado sus quejas y relatos de sus situaciones cientos de veces, y nunca había sentido nada más que un profundo sentido de identificación con lo que oía. Mi horror al descubrir este nuevo ánimo me abrumaba.
El aforismo de que las desgracias nunca vienen solas, no podría haber sido más cierto en aquel momento de mi vida. La desintegración total de mi vida vino cuando mi amigo, Rodrigo Cummings, me pidió que lo llevara al aeropuerto de Burbank; de allí saldría para Nueva York. Era una maniobra de gran drama y desesperación por su parte. Consideraba su maldición estar atrapado en Los Ángeles. Para el resto de sus amigos, era una gran broma el hecho de que había intentado varias veces atravesar en coche todo el país para ir a Nueva York, y cada vez que lo hacía, el coche se le descomponía. Una vez había llegado hasta Salt Lake City antes de que le fallarla; necesitaba un motor nuevo. Tuvo que dejarlo allí. La mayoría de las veces le sucedía en las afueras de Los Ángeles.
 ¿Qué le pasa a tus coches, Rodrigo?  le pregunté una vez, con sincera curiosidad.
 No sé  respondió con un velado sentido de culpabilidad. Y entonces con una voz igual a la del profesor de antropología en su papel de predicador fundamentalista, dijo : Quizás es que cuando salgo a la carretera acelero el coche a toda velocidad porque me siento libre. Usualmente abro todas las ventanillas. Quiero sentir el viento en la cara. Me siento como chico en busca de algo nuevo.
Me resultaba obvio que sus coches, que siempre eran carcachas, ya no tenían la capacidad de viajar a toda velocidad, y que sencillamente les quemaba el motor.
De Salt Lake City, Rodrigo había regresado a Los Ángeles haciendo autostop. Claro que podría haber hecho autostop hasta Nueva York, pero nunca se le ocurrió. Rodrigo parecía padecer de la misma condición que también me afectaba: una pasión inconsciente por Los Ángeles que él quería rechazar a toda costa.
En otra ocasión, su coche estaba en excelente condición mecánica. Podría haber hecho el viaje fácilmente, pero Rodrigo aparentemente no estaba en condiciones de dejar Los Ángeles. Llegó hasta San Bernardino, donde se metió a un cine a ver una película: Los Diez Mandamientos. Esa película, por razones que sólo Rodrigo conocía, le produjo una nostalgia insuperable por Los Ángeles. Regresó y lloró, diciéndome que la pinche ciudad de Los Ángeles le había construido una barrera a su alrededor y no lo dejaba salir. Su esposa estaba feliz de que no se hubiera ido, y su novia, Melissa, estaba aún más contenta, aunque un poco desilusionada porque tuvo que devolverle los diccionarios que él le había regalado.
Su último intento desesperado de llegar a Nueva York por avión, fue aún más dramático, porque sus amigos le prestaron el dinero para el boleto. Dijo que de este modo, como no tenía la menor intención de devolverles el préstamo, se estaba asegurando de que no regresaría. Metí sus maletas en la cajuela de mi coche y salimos para el aeropuerto de Burbank. Comentó que el avión no salía hasta las siete. Era temprano por la tarde y teníamos tiempo suficiente para meternos a un cine. Además, él quería darle un último vistazo a Hollywood Boulevard, el centro de nuestras vidas y actividades.
Fuimos a ver una película épica en tecnicolor y cinerama. Era una de esas películas insoportables y largas que parecía atraer toda la atención de Rodrigo. Cuando salimos del cine, ya estaba oscureciendo. Me fui a toda velocidad a Burbank en medio de un tránsito pesadísimo. Me exigió que tomáramos las calles en vez de la autopista, que a esas horas estaba congestionada. El avión despegó al llegar nosotros al aeropuerto. Fue la última gota. Sumiso y derrotado, Rodrigo fue a la caja y presentó su boleto para que se lo rembolsaran. La cajera escribió su nombre, le dio un recibo y le dijo que el dinero le llegaría dentro de seis a doce semanas desde Tennessee, donde se encontraban las oficinas de contaduría de la aerolínea.
Regresamos al edificio donde los dos vivíamos. Como no se había despedido de nadie esta vez, por temor a la vergüenza, nadie ni siquiera se había dado cuenta de que había intentado irse una vez más. El único inconveniente era que había vendido su coche. Me pidió que lo llevara a la casa de sus padres, porque su papá iba a darle el dinero que había gastado en su boleto. Su padre siempre había sido, durante todo el tiempo que yo lo había conocido, el hombre que sacaba de apuros a Rodrigo en cada situación problemática que se metía. El eslogan del padre era: «¡No temas, Rodrigo padre te espera! » Después de oír la petición de Rodrigo de un préstamo para pagar su otro préstamo, el padre miró a mi amigo con la expresión más triste que jamás había visto yo. Él mismo estaba con terribles problemas económicos.
Abrazándolo, le dijo: «No puedo ayudarte esta vez, muchacho. Ahora sí tienes que temer, porque Rodrigo padre ya se fue”.
Quise desesperadamente sentirme uno con mi amigo, sentir su drama como siempre lo había hecho, pero no pude. Sólo me enfoqué en la declaración del padre. Parecía de una finalidad que me galvanizó.
Busqué ávidamente la compañía de don Juan. Dejé todo pendiente en Los Ángeles para hacer el viaje a Sonora. Le conté del humor extraño en que me encontraba con mis amigos. Llorando de remordimiento, le dije que había empezado a juzgarlos.
 No te aloques por nada  me dijo don Juan calmadamente . Ya sabes que una era entera de tu vida está por terminar, pero la era no termina hasta que muera el rey.
 ¿Qué quiere decir con eso, don Juan?
-Tú eres el rey y tú eres exactamente como tus amigos. Ésa es la verdad que te tiene sacudiéndote en tus pantalones. Una cosa que puedes hacer es aceptar las cosas como son, que claro, no lo puedes hacer. La otra, es decir: «Yo no soy así, yo no soy así», y repetir que tú no eres así. Pero te prometo que va a llegar el momento en que te vas a dar cuenta de que sí eres así.
  

Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

9 de abril de 2017

Comentario del Libro Relatos de poder (1975), Carlos Castaneda

Comentario del Libro Relatos de poder (1975)

Relatos de poder lleva la marca de mi caída definitiva. En la época en la que tuvieron lugar los acontecimientos que se narran en el libro sufrí una profunda sacudida emocional, la crisis del guerrero. Don Juan Matus abandonó este mundo dejando a sus cuatro aprendices en él. Don Juan se dirigió a cada uno de esos aprendices y les asignó una tarea. A mí, aquella tarea me parecía un placebo que carecía del más mínimo significado en comparación con aquella pérdida.
El hecho de no ver nunca más a don Juan no podía ser aliviado por ninguna pseudotarea. Naturalmente, lo primero que hice fue suplicarle que me llevara con él.
 No estás preparado todavía  respondió . Seamos realistas.
 Pero podría prepararme en un abrir y cerrar de ojos,  le aseguré.
 No lo dudo. Estarías preparado, pero no para mí. Yo exijo una eficacia perfecta. Exijo un intento impecable y una disciplina impecable. Tú aún no los tienes. Los tendrás, te estás acercando; pero todavía no has llegado.
 Usted tiene el poder de llevarme, don Juan, aunque yo no esté a punto y sea imperfecto.
 Supongo que sí; pero no lo haré porque sería un vergonzoso desperdicio. Lo perderías todo, créeme. No insistas. Insistir no cabe en el mundo de los guerreros.
Aquella afirmación bastó para detenerme. Pero en mi fuero interno, sin embargo, anhelaba irme con él, aventurarme más allá de los límites de todo lo que conocía como normal y real.
Cuando llegó el momento en que abandonó efectivamente el mundo, don Juan se convirtió en una especie de coloreada y vaporosa luminosidad. Era pura energía, fluyendo libremente en el universo. En ese momento mi sensación de pérdida fue tan intensa que quise morir. Prescindí de todo lo que don Juan había dicho y, sin dudarlo, me arrojé a un precipicio. Pensaba que si hacía eso, don Juan estaría obligado a llevarme consigo y a salvar cualquier ápice de conciencia que me quedara, muerto y todo.
Pero por razones que me resultan inexplicables, tanto desde las premisas de mi cognición normal como desde la cognición del mundo de los chamanes, no morí. Me quedé solo en el mundo cotidiano, mientras que los tres componentes de mi grupo se dispersaron por el mundo. Era un desconocido para mí mismo, lo que hacía que mi soledad fuera más intensa que nunca. Me veía a mí mismo como un infiltrado, como una especie de espía que don Juan había dejado atrás impelido por oscuras razones.
Las citas tomadas del texto de Relatos de poder muestran la cualidad desconocida del mundo; no del mundo de los chamanes, sino del mundo de la vida cotidiana, que es, según don Juan, tan rico y misterioso como el que más. Lo único que necesitamos para captar las maravillas de este mundo de la vida cotidiana es tener el suficiente desapego. Pero, más que desapego, lo que necesitamos es tener el afecto y el abandono suficientes.
 Un guerrero debe amar este mundo  me había advertido don Juan , para que este mundo que parece tan corriente se abra y revele sus maravillas.
Cuando formuló esta afirmación nos hallábamos en el desierto de Sonora.
 Es una sensación sublime  dijo  estar en este desierto maravilloso, contemplando sus picos escabrosos de aquello que parecen montañas y que, en realidad, son formaciones de lava de volcanes desaparecidos hace largo tiempo. Es una sensación gloriosa descubrir que algunas de esas pepitas de obsidiana se formaron a unas temperaturas tan elevadas que todavía conservan la marca de su origen. Tienen muchísimo poder. Es algo soberbio vagar sin rumbo por aquellos picos escarpados y encontrar súbitamente un trozo de cuarzo capaz de captar las ondas de radio. El único inconveniente de tan magnífico cuadro es que para penetrar en las maravillas de este mundo, o en las maravillas de cualquier otro mundo, un hombre necesita ser un guerrero: sereno, recogido, indiferente, templado por los embates de lo desconocido. Tú aún no tienes ese temple. Tu deber es, por tanto, buscar esa plenitud antes de poder siquiera hablar de aventurarte en el infinito.
He pasado treinta y cinco años de mi vida buscando la madurez del guerrero. He ido a lugares que desafían toda descripción, buscando esa sensación de temple ante los embates de lo desconocido. Me fui discretamente, sin anunciarlo, y regresé del mismo modo. El trabajo de los guerreros es silencioso y solitario, y cuando los guerreros se van o regresan, lo hacen tan inadvertidamente que nadie repara en ello. Buscar la madurez del guerrero de cualquier otro modo sería ostentoso y, por tanto, inadmisible.
Las citas de Relatos de poder me trajeron vivamente el recuerdo de que el intento de los chamanes que vivieron en México en tiempos remotos seguía funcionando impecablemente. La rueda del tiempo se movía inexorablemente a mi alrededor, obligándome a mirar en surcos de los que no es posible hablar y mantener la coherencia.
 Baste decir  me dijo don Juan en una ocasión  que la inmensidad del mundo, ya sea el mundo de los chamanes o el de los hombres corrientes, es tan evidente que únicamente una aberración nos impediría percibirla. Intentar explicar a unos seres aberrantes lo que es andar extraviado por los surcos de la rueda del tiempo es la cosa más absurda que podría emprender un guerrero. En consecuencia, el guerrero se asegura de que sus viajes sean propiedad únicamente de su condición de guerrero.

 Carlos Castaneda


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