Quiero explicar que todos los post que fueron subidos al blog están disponibles a pesar de que no se muestren o se encuentren en la pagina principal. Para buscarlos pueden hacerlo por intermedio de la sección archivo del blog ahi los encuentran por año y meses respectivamente. también por “etiquetas” o "categorías de textos publicados", o bajando por la pagina hasta llegar al último texto que se ve y a la derecha donde dice ENTRADAS ANTIGUAS (Cargar más entradas) dar click ahí y se cargaran un grupo más de entradas. Repetir la operación sucesivamente hasta llegar al primer archivo subido.

INSTRUCCIONES PARA NAVEGAR EN EL BLOG:

El blog tiene más contenidos de los que muestra en su pantalla inicial al abrir la página. En la pantalla principal usted vera 5 entradas o posteos o publicaciones. Al llegar a la última que se muestra puede clickear donde dice ENTRADAS ANTIGUAS verá las 5 entradas, posteos o publicaciones anteriores. Puede seguir así y llegará hasta la primera publicación del blog. A la izquierda en la barra lateral (Sidebar) Usted verá el menú ETIQUETAS. Ahí están ubicadas las categorías de los textos publicados, si usted quiere ver poemas de un determinado autor, busca su nombre, clickea ahí y se le abrirán los trabajos de ese autor, Si no le mostró todo lo referido a esa categoría al llegar al final encontrará que dice ENTRADAS MAS RECIENTES, PÁGINA PRINCIPAL Y ENTRADAS ANTIGUAS. Debe clickear en ENTRADAS ANTIGUAS y le seguirá mostrando mas entradas o post con respecto al tema que busca. A la derecha , se encuentra un BUSCADOR, usted puede ingresar ahí el nombre del poema, o texto, o un verso, o autor que busque y le mostrará en la página principal el material que tenga el blog referido a su búsqueda. Debajo del Buscador del Blog encontramos el Menú ARCHIVO DEL BLOG en el cual se muestran los Títulos de las entradas o textos publicados del mes en curso, como así también una pestaña con los meses anteriores en la cual si usted clickea en ella verá los títulos de las entradas publicadas en determinado mes, si le da clic verá dicha entrada y asi año por año y mes por mes. Puede dejar comentarios en cada entrada del blog clickeando en COMENTARIOS al final de cada entrada. El blog es actualizado periodicamente, pudiendo encontrar nuevos textos, fotografías, poemas, videos, imágenes etc...

Gracias por visitar este lugar.




20 de septiembre de 2015

La seducción de la hija del portero, Mario Pacho O Donnell


La seducción de la hija del portero, Mario Pacho O Donnell (1976)

 Al principio era salada y al final tenía gusto a vainilla. Una mezcla de vainilla y romero. Divina la conchita. Lampiña, apenas una suave pelusa. ¿Alguna vez tocaron terciopelo? Muy parecida al terciopelo. Lo que más me impresionaba era, no sé cómo decirlo, siempre me impresionaron las cosas flamantes y la conchita de María era una de las cosas más flamantes que he conocido en mi vida. A lo mejor algunos de ustedes se impresionan con lo que les cuento. O les da asco, no sé. Jódanse. Cuando se llega a los setenta años como yo si no se comprende que el asco, los escrúpulos, las buenas maneras y todas esas cosas son frenos para la vida, caput. Ya bastante freno es la vejez para que encima haya que sujetarse a todo eso. No sé, a mí me parece que es así. Aunque en general no pienso tanto. Cuando me pongo a filosofar caigo en lo barato, en lo cursi.
Los deseos hay que cumplirlos y chau. Porque vivir es lo mismo que desear. Por otra parte, no creo haberle hecho mucho daño a María. No sé, a lo mejor hasta le sirvió. A lo mejor aprendió muchas cosas de acuerdo con la mejor pedagogía. Viviéndolas. Además yo no estoy de acuerdo con eso de que por tener catorce años como María se es ingenua. Deberían de haber visto sus ojos cuando recibía el premio.
Esos ojos no eran ingenuos. Eran perversos, ambiciosos, crueles y todo lo demás. María no era ninguna ingenua. Por tener catorce años no se es ingenua. También se puede tener setenta y ser el monumento a la ingenuidad.
Yo nunca necesité decirle que no le contara nada al padre. Además le ocultaba lo que compraba con mi plata, si no peor: compraba una muñequita barata para disimular y escondía los collares o los cigarrillos. Cuando ella aceptó el primer cigarrillo que le convidé, un poco en broma, con la seguridad de que lo rechazaría, fue muy evidente que ya era canchera en eso. Si tragaba el humo y todo. Lo largaba por la nariz para que no quedaran dudas de que sabía fumar.
A veces pienso que si María hubiera tenido madre las cosas hubieran sido distintas. No sé, se me ocurre que las madres se dan cuenta de esas cosas. A lo mejor no, a lo mejor es una idea mía nada más. Sin embargo creo que el padre fue un boludo en no darse cuenta antes.
Por algo no me sorprendió el día que no vino más. Ya lo esperaba. Y debo confesar que tenía miedo pero ya no me podía echar atrás. Hortensio podría haber llamado a la policía, hacerme juicio, de todo. Sin embargo un día desaparecieron de la portería y no se supo más nada de ellos. Sí, tuve miedo. Durante varios días esperé que vinieran a llevarme. Estupro. Qué nombre tan feo para algo tan lindo. Lo repito, si se escandalizan, jodansé. Porque fue lindo, jamás quise tanto a nadie como a María.
La desaparición de Hortensio fue el tema obligado de los inquilinos. En la puerta de entrada, en el ascensor, se hablaba de eso. Que parecía mentira, que era un ingrato, que después de tantos años, que— hombre debía estar mal de la cabeza. Hubo una reunión del consorcio para tratar el tema. Yo nunca voy, me parecen ridículas esas reuniones. Hablan del agua caliente, del felpudo, del incinerador como si fueran las cosas más importantes del mundo. A ésa fui no sé por qué. En realidad sí sé por qué fui: fui porque quería evitar que hicieran algo que me embromara. Y tuve razón porque la pelotuda del cuarto A propuso hacer una denuncia a la policía. Yo dije que no, que era injusto, que no debíamos olvidar los años que Hortensio había trabajado en el edificio, que no teníamos derecho a perjudicarlo. Ustedes me acusarán de cinismo pero también dije que teníamos que pensar en esa chica, María, hija única, huérfana de madre, en qué iba a ser de su vida si le creábamos problemas al padre. Sin embargo no fue cinismo, lo dije con absoluto convencimiento. A María la quería mucho y no deseaba que le pasara nada malo. La sigo queriendo.
La quise desde que era chiquita. Creo que me impresionaba eso de que no tuviera madre. Hortensio contó que había muerto poco tiempo después de nacer María. Pero las versiones que se chismorreaban en el edificio eran otras. La más acertada, o por lo menos la que a mí me pareció más creíble, era la de que la tipa se las había tomado porque Hortensio chupaba demasiado. Casi nadie se daba cuenta de su alcoholismo. Yo sí, porque los años me enseñaron a descifrar esa pose laxa, esa mirada medio vacuna, esa especie de normalidad forzada típica de la mañana que sigue a una noche de tranca. Eso también me impresionaba. Que ese hombre flaco y amarillo, más abúlico que no sé qué, fuera el padre de esa pibita deliciosa, divina. Porque María siempre fue muy bonita. Un remolino rubio que cantaba, saltaba, jugaba. Al mirarla no quedaba otro remedio que acordarse del cuento de la hiena. O del me río por no llorar del tango.
Los mojigatos boludos y las mojigatas boludas que lean esto no lo van a creer pero en este momento tengo los ojos llenos de lágrimas. Una inundación de ternura.
 Todos en el edificio la querían mucho, salvo la loca del primero que siempre se quejaba de que María no la dejaba dormir la siesta. Ésa es una ley de la vida: siempre que alguien se permite juntarse con su deseo y salirse de lo establecido, porque el deseo y lo establecido son como el aceite y el agua, no sólo se las tiene que ver con las prohibiciones internas sino que nunca falta una loca del primero, que chiste y proteste. Esto viene a cuento de que no se crean que me fue muy fácil hacer lo que hice. Nada fácil. Me insulté, me critiqué, me putié, me llamé al orden, me amenacé con la policía, con la cárcel. Pero no hubo caso. Mi pasión por María siempre era más fuerte.
Les cuento lo que me sucedió recién: me quedé un rato largo mirando la palabra “pasión”. Qué palabra tan chirle, aguachenta, llena de agujeros por donde se escapa lo que no puede significar. Tampoco hay ninguna que la pueda reemplazar con ventaja. Amor, deseo, calentura, necesidad. Son todas una cagada. Para poder transmitir lo que sentía por María necesito inventar alguna. Por ejemplo “restello”.
O juntar varias: luztemblorvidamariamuertesiempre yo. También se me ocurren palabras opuestas: negro blanco, odioamor, puroinmundo. Tampoco. Quizás lo más gráfico sería que tomara esta hoja y la refregara contra mis genitales impregnándola de olor, después dejaría caer dos o tres gotas de lavanda, que era el perfume que a María y a mí nos gustaba. Lavanda Devon. Después la mancharía con sangre. Sangre de la yema de estos dedos que recorrían su cuerpo, que se hundían en su vaginita, que se derretían en la tibieza de su cuello, de sus muslos. Pero todo esto también sería insuficiente porque para completar lo de los olores necesitaría el de su piel. Ese olor mezcla de transpiración de bebé y de puta después de una jornada de laburo.
Es que así era María. Mezcla de angelito y de canalla. No es una disculpa, pero juro que todavía no sé si era yo quien la utilizaba, o si era ella la que me dominaba y hacía conmigo lo que se le cantaba. El juego del gato maula con el mísero ratón. Es cierto, no lo niego, al carajo con la loca del primero, que ella se desvestía y se metía en la cama para que yo me desahogara, no es ésa la palabra exacta, para que yo la amara, la deseara, la acariciara. La palabra nueva: para que restalláramos juntos. Pero también es cierto que ella me jodía como la más consumada de las amantes francesas: si habíamos convenido que subiría a mi departamento a las cinco podían ser las seis y ella nada, ni noticias. Yo sufría, sufría de veras, transpiraba, caminaba de un lado a otro, fumaba cincuenta cigarrillos por minuto. Me desesperaba la idea de perderla, de que no volviera más, por arrepentimiento o porque nos hubieran descubierto o cualquier otro motivo. Hasta que sonaba el timbre y ella entraba con esa naturalidad impresionante, como si llegara a la escuela o de visita a lo de una tía y enfilaba derechito a la cama. Como si quisiera acabar con el asunto lo más rápido posible, sin rodeos, para después cobrar y poder irse.
Las primeras veces, claro, fue distinto. Voy a tratar de contárselo lo más ordenadamente posible. Si no puedo o si puedo a medias tendrán que entender que setenta años no pasan al cuete. Además hay cosas que no son fáciles de contar aunque, insisto, no me arrepiento de nada. Sería hipócrita hablar de arrepentimiento. Porque si en un platillo de la balanza pongo la moral, los mandamientos, las normas y todos esos soretes, en el otro está la última oportunidad, y de eso estoy seguro, que la vida me dio de sentir la sangre dentro de mi cuerpo dibujando cada arteria y cada vena. La última chance de sentir mis músculos enchotecidos por la vejez vibrando de entusiasmo. La piel con esas arrugas que ya ni me animo a mirar en el espejo hirviendo de calentura. Todo mi cuerpo estallando en esos orgasmos que hacía veinte años que no sentía. Más de veinte años. Desde que Berta se fue, la hija de puta. Y recuerdo que entonces ni siquiera me había jubilado.
 Se lo aseguro: si el infierno existe voy a entrar en él con una sonrisa de oreja a oreja, haciéndole pito catalán a Satanás, Belcebú o como mierda se llame el gerente. Así que imagínense lo que me puede importar el juicio de un simple mortal como cualquiera de ustedes. Bueno, para qué lo voy a negar, un poco me importa y eso se ve muy claro en el julepe que todavía me produce encontrarme con cualquier vecino. Algo así como la sensación del chorro cuando un cana lo encara por alguna infracción de tránsito. Está claro: ese susto es la protesta de la loca del primero que todos tenemos adentro, la moral que nos atornillaron en el caracú desde que dimos la primera chupada a la teta.
El asunto empezó más o menos así: una tarde, me acuerdo que el jacarandá de la vereda de enfrente era una mancha violácea así que sería noviembre más o menos, al salir del departamento me encontré con María jugando en la vereda. Como siempre. Como todos los días. Como todas las veces que salía del departamento. Pero ese día pasó algo. Es un poco ridículo contarlo otra vez, siento que las palabras no transmiten nada. Sirven, se me ocurre, para deslizarse sobre un tema pero no para reproducir sentimientos. Pueden referirse a los sentimientos pero no ser ellas mismas el sentimiento.
La cuestión es que María saltaba la cuerda y debajo de la remera se movía algo. Una tetita enloquecedora, más que divina. En la remera decía “University de no sé qué” y una de las íes pasaba exactamente por encima de la tetita y se curvaba sobre ella. Una curva suave, apenas visible.
Lo juro. Sentí que me ahogaba. Fue tan repentino, tan inesperado, que me asusté. Creí que me pasaba algo, un ataque o algo así. Me costó aceptar que si jadeaba como si hubiera corrido era por esa tetita tímida, casi invisible. Mi corazón latía toctoctoc a todo lo que daba. Sentía el cuerpo recorrido por oleadas de frío y de calor lo creara. Despacito, demorando lo mejor. Estirando el orgasmo lo máximo posible. Después la besaba y la lamía. Besaba y lamía cada centímetro de su cuerpo, hasta dejarlo brillante.
Yo sabía que la muy guachita estaba con los ojos abiertos, mirando el techo, esperando que yo terminara. Inmóvil como una muñeca. A veces, muy pocas, consentía en acariciarme sin demasiado entusiasmo. Yo no le pedía nada, me bastaba con que se sacara la ropa y se metiera en la cama. Era una delicia la guachita. Yo le decía ahora y ella abría las piernas y se dejaba hacer. Pero me desvié de lo que les estaba contando.
Ahora se me ocurre pensar por qué estoy contando eso. No lo sé. Realmente no lo sé. A lo mejor se lo cuento para espantarlos. O para que me comprendan. O como si escribiéndolo pudiera sacarme de adentro a María. Expulsarla para que se deje de hacer estropicios en mi interior. Dejar de soñarla, de extrañarla, de verla por las calles. De quererla con mi tuétano y mi retuétano. En fin, no sé por qué les cuento esto. Ni siquiera sé si al final no voy a romper los papeles. Es muy probable.
 Sigo: fue Hortensio el que a los pocos días me ofreció la punta del ovillo. Porque yo había decidido que la pibita ésa iba a ser mía. Aunque no me hacía muchas ilusiones, como es de imaginar. La cosa fue que el pobre infeliz del padre, que me tenía mucha confianza, contó que la maestra lo había llamado para decir que María era medio vaguita, que no atendía, que solamente le gustaba jugar y que patatín y que patatán. Hortensio no sabía qué hacer. Yo me iluminé, evidentemente las tetitas y las piernas de atleta me habían aguzado la sesera.
Ahora voy a hacer un minuto de intervalo para que los santulones, los reprimidos, los normales y demás mierdas puedan tirarse al piso, arrancarse los pelos, desgarrarse la ropa, invocar a san Jeremías, san Paneracio y san Culofrío, echar espuma por la boca, etcétera. Porque lo que sigue no exactamente un ejemplo de moral y buenas costumbres. Saben por dónde me las paso a la moral y a las buenas costumbres.
Adelante: la cuestión es que yo lo agarré a Hortensio y con mi voz más generosa le dije que a esa chica había que crearle el sentido de la responsabilidad, que sin sentido de la responsabilidad no se llegaba a nada en la vida. Yo, justamente yo, hablando de sentido de la responsabilidad. Si me junté con Berta fue porque era la única persona en el mundo y planetas vecinos más irresponsable que yo. Así me fue. La muy turra se las tomó con la plata que habíamos ahorrado pacientemente para el viaje. Meses, qué digo, años nos pasamos hablando del viaje a Europa. Y cuando casi habíamos terminado de juntar los dólares, bajó las escaleras muy despacito, con sus gambas de centroforward, y se hizo humo. En fin, así es la vida, siempre hay alguien que jode y otro que es jodido. Basta con lo de Berta.
Quedamos en que María, la guachita, la pendejita llena de sol, la pibita maravillosa, subiría todos los días a mi departamento para hacer algún trabajito. Yo después le daría algún premio. Le expliqué a Hortensio que lo del trabajito sería algo así nomás, nada que le significara ningún esfuerzo. Lo hacía por ayudarlo. Los sistemas modernos de enseñanza dicen que el buen aprendizaje no se logra por el castigo sino por el premio. Parece que el bestia del tipo le había dado una paliza bárbara después de estar con la maestra. Borracho, a lo mejor.
En este momento se me ocurre algo. María era una chica de catorce años pero muy curtida: madre muerta o fugada, padre medio curdela y boludo que encima le daba palizas. Una persona así a los catorce años sabe más de la vida que muchos adultos. Y eso se le veía en la mirada. Una mirada que no tenía un pito que ver con el resto de la cara. Unos ojos tristones, graves. De esos ojos que incomodan. Como si pidieran pero sin mucha esperanza de recibir.
Atención: recién me detuve porque no sabía si escribir lo que creo haber descubierto al terminar el párrafo anterior. Pero se lo voy a contar. Además es muy posible, casi seguro, que estas hojas terminen en el incinerador. Aunque el incinerador es demasiado vulgar. Si ago desaparecer tendría que inventar un rito, algo que tenga que ver con María. Lo que descubrí es esto: María subía a mi departamento no sólo por la plata que le daba sino también porque a lo mejor esperaba recibir de mí lo que no le habían dado ni su madre ni su padre. Ese pedido que había en sus ojos. Debo confesarles a los Jueces de la Moral, para vuestro regocijo, que pensar esto me jode, me hace mal. Pero vosotros aceptaréis, salvo que vuestra boludez no os permita percataros de los asuntos de esa cosa tan extraña, tan hermética que se llama Vida, que generalmente, o quizás siempre, la felicidad de unos radica en el sufrimiento de otros. Y si no, sus Señorías, preguntádselo a la turra de Berta, que bien habrá gozado de los dólares.
El asunto es que cuando María tocó mi timbre por primera vez yo ya había ensayado obsesivamente la sonrisa y el tono de voz con que la recibí. Me acuerdo de que entró dando pasitos cortos y observándolo todo, sin decir nada. En ese momento creí que era timidez, pero ahora, a raíz de todo lo que sucedió después, sé que era desconfianza. Le encargué que limpiara y ordenara un estante absolutamente limpio y ordenado. El estante donde están mis piezas de arqueología americana, calculando que le iban a interesar. Me senté en el otro extremo del living, disimulándome en la penumbra, y fingí leer La Nación.
Lógicamente, habéis acertado: lo que hice fue junarla por el rabillo del ojo, acecharla. Si en la vereda me había parecido hermosa, allí, recortada contra el ventanal, el sol contorneando su piel con una línea de tonalidad ocre, María parecía mucho más que una persona. Era una mezcla de lo más salvaje y lo más temido y lo más envidiado, algo que hubiera deseado comer, meterme adentro, no dejar salir, transformarme en eso. Algo que podía odiar o amar con la sola diferencia de una sonrisa no devuelta o de alguna mirada una décima más prolongada. Algo que tenía aquello que yo ya había perdido o aquello que jamás había podido tener. Nada que hacerle. Todo esto que escribo tiene un franco tufo a cursilería, pero la culpa es de las palabras. Esas mismas palabras sirven con un orden distinto y algunos agregados o algunas quitas, para presentar una queja a la Municipalidad porque los barrenderos hacen demasiado ruido al quitar los tachos en la madrugada o para desarrollar una sesuda especulación sobre la cuadratura del círculo. No hay forma de escaparse de la hijaputez del alfabeto. Lo sentido y su descripción están a años luz. Esto lo deben haber señalado muchos otros antes que yo y mucho mejor pero como no soy una persona culta no me queda otra alternativa que buscar por mi cuenta. Y eso es algo que no os recomiendo, normales de ceño fruncido, porque os daréis de jeta contra verdades que harán tambalear vuestras solideces. ¡Soretoides del mundo, no penséis! Limitaos, forzaos, a creer simplemente, creed, creed y multiplicaos.
Vuelvo: a la pendejita maravillosa la adoraba, por tocar su piel hubiera sido capaz de dar años de mi vida (Vivan los lugares comunes! No queda otra alternativa). Ella era capaz de cualquier cosa, buena y mala. Y lo fui. Ahora tapaos los ojos, boca y oídos, como los tres monitos que nunca entendí muy bien qué querían decir ni por qué eran monos: la seduje, me acosté con ella, la inicié sexualmente, la prostituí, le enseñé el valor de la guita, le inyecté la codicia. Etcétera, etcétera. Ahora podéis despejaros ojos, boca y agujero del culo porque sois unos pobres imbéciles que por aferraros amblando a las convenciones os habéis perdido lo mejor de la vida. Porque para la maldad y la perversión hay que tener mucho coraje. Pero también podéis quedaros tranquilos porque acabo de decidir que estos papeles van a. desaparecer en cuanto la Lettera 32 cuyas cuotas todavía estoy pagando haya incrustado el punto fina1 contra el papel tamaño carta marca “1028”. Os informo, pajeros clandestinos, que aún no está decidida la manera, aunque os anticipo que ocurrirá en una tocante ceremonia.
 Continúo, lamentando las continuas digresiones a que me obliga la multitud de locas del primer piso que me bitan, con sus chistidos y sus gestos agrios. Durante no más de cinco minutos, María pasó una franela sobre los huacos inmaculados y los desordenó redistribuyéndolos de acuerdo a su tamaño, lo que después de todo no deja de ser un criterio tan válido como el mío de hacerlo por cultura y edades. Por supuesto que nuevamente habéis acertado, oh guardianes de lo occidental y de lo cristiano: demostré gran sorpresa y satisfacción por lo bien que había cumplido mis instrucciones y le palmeé la coronilla y le di un beso rápido en la frente. Debo confesar que fue una dura prueba de voluntad no apartarme del rol que me había impuesto para esa primera vez: persona adulta, magnánima y amable, mitad bondad y mitad boludez, de la que pueden extraerse beneficios si se es una pibita piola de catorce años. Me arrodillé a su lado y le hablé de los indios mochicas y de su alfarería excepcional, de cómo otros indios guerreros que se llamaban incas los habían hecho pomada como siempre suele suceder cuando uno tiene un arma y otro un pincel. Salvo que el pincel esté mojado en ácido sulfúrico como aquel caso de La Razón, el del artista celoso y su modelo infiel que aunque tenía toda la pinta de ser una de esas macanas que inventan para llenar espacio no dejaba de ser divertido.
Otra vez me desvié. No en vano se cumplen setenta años. Le daba la lata sobre los incas acariciándola un poquito, no mucho. No os alegréis, custodios del orden establecido, si no la acaricié más fue únicamente en función de una táctica perfectamente diagramada. En el mismo instante en que María echó atrás su cabeza, no más de un centímetro, con un fastidio que quizás ni ella misma registró, entonces di por terminada su visita y le alcancé el billete. Mil pesos. Dado que la inflación hace que nunca se sepa cuánto significa cifra, voy a traducirlo diciendo que mil pesos eran el equivalente a lo que ganaba en dos horas la mujer que venía a hacerme la limpieza. Cuando María vio mil pesos en mi mano, alzó sus ojos para mirarme, incrédula, recelosa. Yo le sonreí con mi sonrisa más sonriente. No es exageración si escribo que en el fondo de su mirada estalló un brillo como si se hubiera encendido un fósforo. Y en mí creció la esperanza porque su codicia era un buen pronóstico para mis planes. Y mal a los vuestros, oh conchudos impolutos.
Lo que sucedió en las siguientes visitas de María no que sea difícil de adivinar se acortó el trabajo y se estiró la felicitación, de manera que después de una o dos semanas ella subía a mi departamento para dejarse besar y acariciar. Yo le iba aumentando la recompensa a medida que íbamos avanzando en, qué palabras puedo utilizar, avanzando en las etapas. Llegué a pagarle cinco mil. O cincuenta, como decía ella. Yo nunca me acostumbre al cambio de moneda. No es solamente cuestión de la costumbre y su fuerza sino que sacar dos ceros o la coma dos lugares en los precios, las cuotas, la jubilación es como violentar un proceso, sobre todo en se refiere al tiempo. Un kilo de duraznos, por ejemplo, estaba a cuatro pesos hace veinte años y decir que ahora cuesta lo mismo es como retorcerle el pescuezo a esa necesidad que todos tenemos de ordenar las cosas que nos pasaron, nuestros proyectos, todo. Poner en fila lo que tenemos adentro.
 Oh, sacrosantos genuflexos, seguramente no os habéis dado cuenta porque si tuvierais algo en la mollera no creeríais tanto en lo que os es impuesto como verdades, pero acabo de descubrir que me voy por las ramas cada vez que tengo que vérmelas con un punto espinoso. Pero si tuve coraje, o inconciencia, no sé, para salvar las “etapas”, también voy a tener eso para contárselas. A propósito: creo que ya voy vislumbrando cuál va a ser el ritual en que estas páginas van a ser inhumadas. Aunque lo de inhumado debe tener que ver con el humo y el fuego, como su nombre lo indica, y no sé todavía si su final va a ser alguno de estos Rancheras que tengo al lado de la Olivetti. Al asunto, cueste lo que cueste.
Lo bravo fue conseguir que se acostara. Para lograrlo, un día me metí entre las sábanas y simulé una gripe. Ya he dicho que María se hacía desear, a veces demoraba más de una hora. Quizás porque le costaba venir y estiraba el momento o, y esto se me ocurre como más probable, porque le gustaba jugar conmigo, amenazarme con su desaparición, ablandarme de manera que cuando ella tocara el timbre yo estuviera en disposición de darle todo lo que me pidiera. María conocía mucho de la vida, acepto que aprendí muchas cosas de ella. Estábamos en que ella entró y yo con “gripe”. Le pedí que se acercara, que necesitaba de su cariño porque las enfermedades me deprimían mucho, que las personas viejas somos seres muy necesitados y otros argumentos por el estilo que creo innecesarios describir porque vosotros ya los imaginaréis, ‘ que en vuestros cerebros castos y nobles muchas veces habrán anidado fantasías similares. De donde se desprende que la única diferencia entre los que como vosotros sois los adalides de la moralidad y los que como yo merecemos tormentos del infierno reside simplemente en que unos tienen las pelotas y los ovarios de hacer realidad las fantasías y los otros no, transforman sus pelotas y sus ovarios en fantasía. Si estáis en desacuerdo me nefrega.
Por supuesto, ya que ése era un momento decisivo, prometí aumentarle la recompensa. De tres mil a cinco. De treinta a cincuenta. María me miró y no dijo rada, yo trataba de disimular mi ansiedad, María se dio vuelta, yo luchaba por aplacar mi pecho que subía y bajaba igual que si tuviera asma, María se alejó dos o tres pasos, yo estrujaba el borde de la sábana como si colgara de un precipicio, María muy lentamente, sin que su cara revelara la más mínima emoción, empezó a sacarse la ropa, yo sentía que reventaba de alegría, que tocaba el cielo con las manos (otro lugar común, con tas apenas cincuenta y pico letras que tiene el alfabeto es ridículo pensar en encontrar la forma de transmitir lo que sentí en ese momento. Debe de haber sido más o menos, para que podáis entender, lo que sintió la nenita ésa de Fátima cuando se le apareció la Virgen). Ese día María se dejó la bombachita. Al día siguiente ya se la sacó.
¿A que no saben qué me sucede en ese momento? ¿No adivinan? Tienen tres chances. No. No. No. Como siempre, habéis errado. Ahí va: tengo los dedos tan transpirados que las teclas quedan húmedas. ¿Les molesta que se los cuente? Ya saben lo que tienen que hacer. Como los chinos. Ya lo sabéis.
No hay caso, vosotros estáis adentro mío, vosotros sois, oh profilácticos de la civilización, una parte mía: me parece que puedo seguir adelante solamente si confirmo mi decisión de deshacerme de estas simples palabritas mecanografiadas. “Mecanografía” es una palabra antigua. Igual que yo. Dos antigüedades. Çava. El ritual va a ser el siguiente: me voy a acostar, sin ninguna ropa, nada que tape o disimule mis desnudeces medio arrugadas, bueno bastante arrugadas (qué se le va a hacer), voy a desparramar estas hojas sobre mi cuerpo, como envolviéndome en ellas, quizás las pegue, ¿con qué podría pegarlas?, con transpiración, seguro que si cierro los ojos y me concentro en lo que vosotros imagináis, so picarones, voy a transpirar, o si no con saliva, porque la saliva también es un elemento con mucho reminiscencias,  no miréis hacia otro lado, no giréis vuestros turbados rostros, después me voy a levantar y voy a bailar con Jobim, tenía buen gusto la guachita, y voy a dar vueltas y vueltas, algunas de las hojas se desprenderán y planearán hasta la alfombra, la misma alfombra que a veces nos hizo cosquillas en la espalda o en el pecho, no redondeéis la boca en punta, lista ya para emitir ese ¡oh! de estupor y reproche, no lo hagáis porque aún falta lo peor. O lo mejor. ¿A que no sabéis qué es lo que pondrá broche final al asunto? ¿No lo adivináis? Aquello con lo tanto habéis soñado y deseado, imaginado y fantaseado, y que a veces os lo permitís a costa de castigaros con la culpa y que reprimís en los demás aunque sepáis que hasta el más miserable de los animales lo hace, el diminuto cuis o el hipopótamo colosal, pero gozando, gozando con una sonrisa en la boca, o en el hocico, o en lo que tenga de jeta, gozando más, muchísimo más que vosotros. So eunucos 007 con licencia para frustrar y frustrar. ¡Habéis acertado! Iré al baño, cerraré la puerta, no, mejor la dejaré abierta por si queréis asomar vuestras narices y presenciar el espectáculo, y me voy a masturbar. Prolijamente. Con la meticulosidad de un cirujano en el quirófano. La gran paja.
Está bien, basta de mandarme la parte. Ante vosotros me cuesta reconocer que a medida que fui avanzando con estas páginas me fue creciendo la tristeza adentro. No entiendo mucho de música, mejor dicho entiendo bastante poco, pero una vez fui a escuchar a un violoncelista en el Colón y me preparaba para aburrirme como una ostra, cuando de pronto el tipo le arrancó una nota a ese armatoste de madera que tenía entre las piernas que me puso los pelos de punta. Era una nota grave que se metía en los huesos, cacheteaba las paredes del estómago, ahuecaba las vértebras. Era “mi” nota. Me acuerdo que le apreté el brazo a la amiga que me acompañaba, por ella había aceptado el sacrificio de ir a un concierto, muy linda era, más que linda interesante, después no pasó nada, muy frígida, y ella me contestó que era la nota “re”. Nunca supe si entendía realmente o si me macaneaba pero ese sonido me quedó grabado. Esa misma nota es la que ahora revive en mis vísceras (iba a escribir “genitales” pero me detuve para no faltaros el respeto). El “re” que surge de este armatoste viejo y de cuerdas gastadas, a punto de cortarse, zas, otra vez me puse cursi.
Después voy a quemar, sí, inhumar, estos papeles y las cenizas, también las cenizas del pañuelito que María se dejó olvidado aquel día y que no le devolví, las voy a lanzar al viento para que perviertan esta ciudad de mierda, para que impregnen los semáforos con el perfume de aquella conchita flamante como un amancay de Traful, para que el pan, los bifes, las tetas maternas, los labios amados, todo, todo, tenga gusto salado al principio y después una mezcla de vainilla y romero, para que las cárceles sean tan tibias como aquella piel para que todas las mediocridades y las rutinas y las agonías puedan ser santificadas por un momento aunque sólo sea un momento, del placer que sentí con María. Para que vivir tenga algún sentido aunque los policías hagan sonar las sirenas y los jueces den un martillazo contra las perversiones y los psicoanalistas inventen palabras difíciles para disimular lo que es tan simple y los mojigatos me ahorquen con sus rosarios.
Aunque vosotros me miréis con esas medias sonrisas irónicas, suficientes, victoriosas. Porque tenéis razón. También vosotros a veces tenéis razón. Porque al final de todo, y estas hojas escritas y la caja de Rancheras son el final de todo, sólo me queda volver a sumergirme en chota vida de lesbiana setentona. 

Mario Pacho O Donnell (1976)

Mario Pacho O Donnell

La Editorial Norma ha decidido reeditar todos mis libros de ficción (cuatro novelas y un libro de cuentos), lo que mucho me alegra porque casi todos ellos salieron a la luz en malas circunstancias, cuando estaba prohibido o exiliado. En consecuencia, mi producción cuentística y novelística es prácticamente desconocida, ya es tiempo de que salga a la luz y sea leída y juzgada.
Mi primer libro de cuentos, único hasta hoy, La seducción de la hija del portero , fue publicado en Siglo XXI y debía presentarlo en la Feria del Libro el mismo viernes de abril de 1976 cuando la editorial fue asaltada y destrozada por civiles con armas largas que llegaron en varios Falcon y se llevaron a Alberto Díaz y Jorge Tula. Igualmente fui a la Feria, muy asustado lo reconozco, por solidaridad y para hacer público lo sucedido.
Las anécdotas sobre aquel primer libro de cuentos, segundo de ficción después de mi novela Copsi , no terminaron allí. Por algún motivo que aún desconozco y que me sigue pareciendo excesivo, el relato que le dio título provocó una inesperada conmoción que mucho se acercó al escándalo. Fue considerado pornográfico y varias instituciones protectoras de la moral pública elevaron airadas protestas. A Borges se lo consultó sobre el tema a la espera de su escarnio: "Qué opina usted del libro de ese Pacho O´Donnell?". "Que es muy audaz", respondió. "¿Por lo pornográfico?". "No, porque llama ´portero´ a quien debería llamar ´encargado´".
Mucho menos sentido del humor tuvieron los de la editorial Emecé, que tenía a su cargo la distribución de los libros de la editorial Belgrano, una feliz experiencia de la Universidad homónima que reeditó La seducción... cuando regresé de mi exilio, en 1981. A su director, Luis Tedesco, se le anunció que no se distribuiría un libro tan obsceno como el mío y hubo riesgo de que se cancelara el contrato entre ambas editoriales.
Más aún: cuando en el alba democrática de 1983 asumí como secretario de Cultura de Buenos Aires, aquel excelente intendente y maravillosa persona que fue Julio Saguier debía soportar que cuando se reunía con vecinos no faltara quien, con ceño inquisitorial, le reprochara haber designado al autor de La seducción de la hija del portero . Entonces, riendo, me contaba que respondía: "No se preocupe, Pacho ya no escribe más esas cosas". Y después me alentaba, cómplice: " Vos seguí escribiendo así, es un cuento excelente".
¡Todo eso por un cuento! Y hubo más. Muchos años después, creo que en 2000, cuando presenté mi solicitud de socio a un club, recibí un llamado telefónico de su entonces presidente, quien en un admonitorio spanglish me informó que mi solicitud había sido rechazada "por izquierdista y pornógrafo", textual, sic , lo juro por Dios. En cuanto al primer pecado, si bien adolece de imprecisión, me enorgullece. Y en lo referente al segundo, no dudo de su origen.

19 de septiembre de 2015

Motochorros, Aldo Luis Novelli

MOTOCHORROS

Hace 22 años iba caminando por el barrio una noche y dos pibes en una moto me arrebataron el morral “tiren los libros, quédense con el resto” les grité, pero siguieron su huida con el flaco botín.
Recuerdo que sufrí la perdida de “Tres rosas amarillas” de R. Carver y “100 poemas” de Bukowski durante un mes.
Después se sucedieron los días y los años.
La semana pasada vi en TV, como un tipo, personal de seguridad de alguna empresa, mataba a dos pibes por la espalda que en moto le habían intentado robar la bolsa del súper.

Anoche presenté mi último libro.
Se acercó un hombre elegantemente vestido con mi libro para que se lo firmara. Escribí un comentario formal y lo firmé.
Entonces sacó del portafolio unos libros y me preguntó si podía regalármelos.
“Por supuesto, gracias” le dije.
“Uno lo escribí yo” me dijo.
Me los dejó y se fué.
Abrí el libro y leí la dedicatoria: “Gracias maestro, usted cambió mi vida hace 20 años”.

Los otros dos eran “Tres rosas amarillas” de R. Carver y “100 poemas” de Bukowski.

18 de septiembre de 2015

Las venas siguen abiertas: Crímenes de Estado, su investigación y el género negro. Coordina: Lucio Yudicello. Sábado 12 de Septiembre 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina




Las venas siguen abiertas: Crímenes de Estado, su investigación y el género negro. Coordina: Lucio Yudicello. Sábado 12 de Septiembre 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina

Lucio Yudicello ha publicado las novelas: El derrumbe (1985), Las voces (1992), El sangrador (2006) y Judas no siempre se ahorca (2011); entre sus libros de cuentos están: La guerra invisible (1994), Los nombres de la furia (1994), Un camino sin rumbo y con destino (1997), Las partidas del juez Belisario Guzmán (2002) y Barrio plateado (2009); y el libro de ensayos Ernesto Sábato, el revés de la utopía (1999). Obtuvo importantes premios. Desde 1994 vive en Villa Cura Brochero.

Raúl Argemí (1946). Escritor argentino, actualmente radicado en su país de origen, luego de 12 años en España. Es autor de novela negra. Su obra ha ganado diversos premios, el Hammett entre ellos, y se ha traducido al francés, italiano, holandés y alemán.

Fernando López nació en San Francisco, provincia de Córdoba en el año 1948. Es abogado, magistrado judicial retirado y escritor. Actualmente ejerce el cargo de Director de la serie Tinta Roja de novelas policiales latinoamericanas para la editorial Eduvim. Fue también Coordinador del proyecto Decamerón cordobés (Córdoba), Director de la revista Los que cuentan, Vicepresidente segundo de la Asociación Argentina de Lectura en la filial Córdoba e Integrante de la mesa ejecutiva de los Juegos Florales Nacionales de la ciudad de San Francisco. Ha sido jurado en numerosos concursos literarios entre los que se destaca el Premio Casa de las Américas ( Cuba, 1987). Varios de sus cuentos fueron incluidos en antologías, diarios, revistas y suplementos de Argentina, Chile, Cuba, México, España, Suecia, EE.UU. e Israel.
Ha publicado relatos: Duendes al alba (1995); La noche de Santa Ana (1992); El ganso parlante (1987)), y novelas: Bilis negra (2005); La sombra del agua (2004) y Un corazón en la planta del pie (2011), entre otras. En 2012 inició una serie protagonizada por Philip Lecoq, detective de la que se han publicado dos títulos: Falsa rubia con tacones y Animales de la noche.
Fue primer finalista del premio Planeta Argentina, con Odisea del cangrejo (2005); premio Casa de las Américas, Cuba, a la novela Arde aún sobre los años (1985); y premio Latinoamericano de Narrativa, otorgado por la Universidad de Colima, México, a la novela El mejor enemigo (1984).


Milton Fornaro nació en Minas, Uruguay en 1957. Se desempeñó como co-director del Diccionario de la LIteratura Uruguaya (Arca, 1986), participó de la novela colectiva La muerte hace buena letra (Trilce, 1993) y fue guionista de TV para el programa humorístico Plop (1991-1992).
Es autor de una obra teatral, Coquita Superestar (1992) y de varios libros de cuentos: De cómo un niño salvó su honor con una honda (1967), Nueve en cuerpo 18 (1968), Lo demás son cuentos (1972), Los imprecisos límites del infierno (1979), Ajuste de cuentos (1982), Puro Cuento (1986), Descuentos (1998) y Murmuraciones inútiles (Alfaguara, 2004) libro con el cual obtuvo el 1er Premio en la Categoría Narrativa del Concurso Literario Anual del M.E.C (Ministerio de Educación y Cultura).
Como novelista ha publicado: Hoy fue uno de esos días (1993), Si le digo le miento (2003) y Cadáver se necesita (Alfaguara, 2006)


Arte en Vivo e Intervenciones Colectivas

Sol Pombo Nació en Mar del Plata en 1975. Es artista visual, fotógrafa y gestora cultural. Se formó en la Escuela de Artes Visuales Martín A. Malharro, en la Universidad de Mar del Plata y en distintos talleres particulares: en pintura, con el maestro Eduardo Martín; en Arte Contemporáneo y Análisis de la propia Obra, con la Licenciada Noemí di Carlo en Mar del Plata y en Barcelona, España; en acuarela, en Centro Cultural Universitario Casa de Porras, Universidad de Granada, España. Ha realizado cursos, seminarios y talleres con distintos referentes de las artes visuales, entre ellos, Juan Carlos Romero y Pablo Delfini. Además, ha realizado cursos y talleres de formación teórica en Arte Contemporáneo, Arte y Pensamiento Oriental y en Curaduría, con la Licenciada en Curaduría e Historia de las Artes Cecilia Latorre. Ha participado en numerosas muestras y exposiciones en distintas disciplinas y actualmente coordina talleres de arte y de fotografía y diseña y coordina proyectos culturales y artísticos. Es integrante de Azabache Arte en Vivo e Intervenciones Colectivas desde el año 2011.

Diego García Conde, Instituto Superior de Artes Visuales Martín A. Malharro: Construcción mediática de las fronteras en el sentido común”.

 Es Licenciado en Ciencias de la Educación por la Universidad Nacional de Buenos Aires (1989). Cuenta con un postítulo de formación docente. Entre 1995 y 2003 fue Concejal del Partido de General Pueyrredón. Desde 1992 trabaja como docente de Introducción al Análisis de la Imagen – Comunicación – Semiología de la Imagen en el Instituto Superior de Artes Visuales Martín Malharro. Es artista plástico y desde 2011 es Coordinador de Arte del Festival Azabache de Mar del Plata. Es miembro de Azabache Arte en Vivo e Intervenciones Colectivas desde 2011.

17 de septiembre de 2015

El crimen cambia de traje: Los nuevos contenidos del género policial. Coordina: Jorge Felippa Sábado 12 de Septiembre 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina


El crimen cambia de traje: Los nuevos contenidos del género policial. Coordina: Jorge Felippa
Sábado 12 de Septiembre 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina

Jorge Felippa (Córdoba, 1949) es autor de las novelas Quiero volver a casa, finalista del Concurso Provincial de Novela Daniel Moyano (2004), y El precio de la memoria, primera mención del Concurso Luis de Tejeda de la Municipalidad de Córdoba (1986).
Como poeta ha publicado Yo no diría la última palabra, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1976), El orden de los factores, A brazo partido y Que veinte años. Además participó en las antologías Manos a la obra, Lo demás es puro verso y Los poetas de acá.
En 1991 fundó y dirigió Op Oloop Ediciones.
También fue colaborador del suplemento cultural de La Voz del Interior y de la revista La Intemperie, entre otras publicaciones. Es columnista del Show de la mañana, en Canal 12 de Córdoba, donde comenta libros y autores.
Desde 1988 dicta talleres de escritura creativa y narrativa en diversas instituciones.

Esteban F. Llamosas (Río Cuarto, 1972), es profesor de Historia del Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba.
Ha publicado cuatro novelas policiales: El rastro de Van Espen, La biblioteca Listen, Buscando a Traci y La conspiración de los catorce. También ha participado en algunos relatos en antologías y obras colectivas.
Gente de cerca es su primer libro de cuentos.

Gastón Intelisano nació en Buenos Aires, el 16 de Mayo de 1978. A los 23 años se recibió de Licenciado en Criminalística, tras haberle sido otorgada una beca universitaria por el Congreso de la Nación. Durante casi 5 años, acompañó como pasante universitario a la U.M.F.I.C. (Unidad Medico Forense de Investigación Criminalística) donde pudo ver de cerca el trabajo de médicos forenses y peritos, además de asistir a numerosas escenas de crímenes y autopsias.
En 2008 obtuvo el título de Radiólogo, que le aportaría conocimientos médicos aplicados a la resolución de investigaciones criminales.
Desde 2011 pertenece al Cuerpo Médico Forense del Departamento Judicial de Lomas de Zamora, dependiente de la Fiscalía General de Cámaras, en la Provincia de Buenos Aires.
Como escritor, ha publicado en 2011, el thriller policial "Modus Operandi", que le valió la distinción como "Obra de Interés Legislativo para la Provincia de Buenos Aires" por la Cámara de diputados,  y en el que introduce a los personajes que forman parte de la saga protagonizada por el Criminalista Santiago Soler. En 2013 publico "Epicrisis", su segunda novela y en 2014, el tercer caso, "Error de calculo", por editorial Vestales.

Gastón Tremsal Escritor, Director de cine y de Teatro, Guionista, Diseño de Producción, Realizador audiovisual.


Fernando Figueras, Alumno de Alberto Laiseca, Fernando Figueras cultiva el realismo delirante y ha publicado relatos en las revistas Axxón, miNatura y Guka. Su relato “Pileta rusa” recibió el tercer premio en el 8º Concurso de Cuentos Alfredo Cossi (SADE Baradero, 2010), y “Sequía” fue elegido para integrar la antología De Diez (Ediciones Al Arco, 2009), en el marco del I Concurso Nacional de Cuentos de Fútbol Roberto Santoro. Es profesor de música e hincha de Ferro. Nació el 26 de abril de 1970 en la ciudad de Buenos Aires. En 2010, Muerde Muertos publicó su primer libro de cuentos, Ingrávido, que resultó finalista en el Premio Internacional de Cuento para Libro Édito Juan José Manauta 2011, entre 498 obras. Luego le siguieron la nouvelle divague Quepobrestán (2013) y el poemario Haikus Bilardo (2014), en colaboración de José María Marcos e ilustraciones de Matías Berneman. En 2015, Del Naranjo publicó su nouvelle Un duelo a cara de perro.


Javier Chiabrando (Carlos Pellegrini, provincia de Santa Fe, 1961) es un escritor y músico argentino.
Ha sido editado en México, España, Cuba, Ecuador y Argentina. Sus novelas se han caracterizado por el cruce de subgéneros, desafiando las reglas impuestas por la tradición crítica. Además de novelas, Chiabrando ha escrito “Querer Escribir, Poder Escribir”, un libro que analiza las diferentes etapas del proceso de la escritura y que fue editado en Cuba, Argentina  y Ecuador.
Dicta talleres literarios en ciudades de Argentina y en ferias internacionales (La Habana 2006, 2007, Quito Ciudad de Letras 2012 y 2013).
Es director del Festival Azabache Mar del Plata, contratapista del diario Rosario 12 y colaborador de Radar (ambos suplementos del diario Página 12), así como del Suplemento Literario de la Agencia TELAM.

16 de septiembre de 2015

Universalidad del crimen: Globalización del delito y su incidencia en la novela policial. Coordina Javier Chiabrando



Universalidad del crimen: Globalización del delito y su incidencia en la novela policial. Coordina Javier Chiabrando
11 de septiembre de 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina

Javier Chiabrando (Carlos Pellegrini, provincia de Santa Fe, 1961) es un escritor y músico argentino.
Ha sido editado en México, España, Cuba, Ecuador y Argentina. Sus novelas se han caracterizado por el cruce de subgéneros, desafiando las reglas impuestas por la tradición crítica. Además de novelas, Chiabrando ha escrito “Querer Escribir, Poder Escribir”, un libro que analiza las diferentes etapas del proceso de la escritura y que fue editado en Cuba, Argentina  y Ecuador.
Dicta talleres literarios en ciudades de Argentina y en ferias internacionales (La Habana 2006, 2007, Quito Ciudad de Letras 2012 y 2013).
E s director del Festival Azabache Mar del Plata, contratapista del diario Rosario 12 y colaborador de Radar (ambos suplementos del diario Página 12), así como del Suplemento Literario de la Agencia TELAM.

Giorgio Ballario (Turin, Italia) Es periodista , trabajó para la agencia de noticias Agi , y en varios periódicos de Italia ( El Mensajero , El Día, El Independiente ) y director del semanario Il Borghese . Desde 1999 trabajó en La Stampa. Ha publicaron las siguientes novelas : Morir es un momento ( Angolo Manzoni , 2008 ) , Una mujer también ( Angolo Manzoni , 2009 ) El vuelo de la cigarra (Ángulo Manzoni , 2010 ) , Las rosas de Axum (Hobby & Work , 2012 ). En la primavera de 2013 publicó la novela corta " Cuadro Negro " que fue lanzado en junio de 2014 en una nueva edición ampliada de Cordero Publisher.

Marcial Gala (Cuba)
Marcial Gala Olivera. Poeta, narrador y ensayista cubano. Premio Alejo Carpentier en la categoría novela, 2012 y Premio de la Crítica Literaria 2012.

Síntesis biográfica
El poeta, narrador y ensayista Marcial Gala ha dedicado su vida a la literatura, empeño que le ha valido importantes premios en concursos provinciales y nacionales. Miembro de la Asociación de Literatura de la UNEAC en la provincia de Cienfuegos.

Libros
Enemigo de los ángeles, cuentos, editorial Mecenas.
EL Juego que no cesa, cuentos, editorial Letras cubanas.
Dios y los locos, cuentos, editorial Mecenas
El hechizado, cuentos, editorial Mecenas.
Sentada en su verde limón, novela, editorial Letras cubanas.
Moneda de a Centavo, poemas, editorial Mecenas.
Es muy temprano, cuentos, editorial Letras cubanas.
La catedral de los negros, novela, editorial Letras cubanas.
Monasterio, novela, editorial española, Atmosfera literaria.
Viendo volar un extraño pájaro de ala azul, poemas, en proceso de edición por la editorial cubana de la provincia de Holguín.


Antologías donde aparecen obras del autor
Liminar, editorial Reina del Mar.
Jóvenes cuentistas cubanos ante el 2000, editorial Letras cubanas.
Aire de luz, cuentos cubanos del siglo XX, editorial Letras cubanas
Perverso ojo cubano, editorial La Bohemia, Argentina.
De Cuba te cuento, editorial Plaza Mayor, Puerto Rico.
Con el aire en las orejas, editorial Mecenas.
Palabras de sombra difícil, editoriales Abril y Letras cubanas.
Escribas en el estadio, editorial Unicornio.
La isla en Negro, cuentos policiacos cubanos, editorial Abril.

Publicaciones en revistas
Gaceta de Cuba
La Jiribilla de Papel
El Caimán Barbudo
La Letras del Escriba
Ariel
Revista Matanza
Isladia
El blog de bajavel
La balsa de la musa

Premios
Nacional de talleres literarios, Nacional Pinos Nuevos de cuento 1999, premio de la Ciudad de Cienfuegos en cuento y primera mención del mismo premio con su cuaderno de poesía Viendo pasar un extraño pájaro de ala azul. Premio de la revista Matanza al mejor texto publicado en cuento y en poesía durante los años 2010 y 2011. En cuanto a novelas es premio nacional Sed de Belleza y en el 2012 ganó el Alejo Carpentier, el más importante que se otorga en su país con su obra La catedral de los negros que a su vez resultó premio de la crítica a los mejores libros publicados en Cuba en el 2012 Ha participado en las ferias del libro de Ciudad de la Habana, de Guadalajara y de Santo Domingo, ha sido jurado de importantes premios nacionales cubanos, ha impartido talleres de narrativa y de poesía, tanto para jóvenes como para adultos y ha dado conversatorios sobre literatura y cultura cubana durante las ferias de México y Republica Dominicana.


Lorenzo Silva Amador (Madrid, 7 de junio de 1966) es un escritor español conocido especialmente por sus novelas policiacas que protagonizan los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro.
Lorenzo Manuel Silva Amador nació en el barrio madrileño de Carabanchel, estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y ejerció como abogado de empresa desde el año 1992 hasta 2002.
Ha escrito numerosos relatos, artículos y ensayos literarios, así como varias novelas, que le han valido reconocimiento internacional. Una de ellas, El alquimista impaciente, obtuvo el Premio Nadal del año 2000. Esta es la segunda en la que aparecen los que quizá sean sus personajes más conocidos: la pareja de la Guardia Civil formada por el brigada Bevilacqua y la sargento (en la última novela) Virginia Chamorro.
Otra de sus obras, La flaqueza del bolchevique, fue finalista del Premio Nadal 1997 y ha sido adaptada al cine por el director Manuel Martín Cuenca. Ganador del Premio Planeta 2012 con la novela La marca del meridiano.
Además de sus novelas policiacas, Silva tiene numerosos libros de no ficción, así como obras destinadas a jóvenes.
1997 - Finalista del Premio Nadal por La flaqueza del bolchevique
2000 - Premio Nadal por El alquimista impaciente (2ª novela de la serie Bevilacqua)
2010 - Premio Algaba por Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil
2012 - Premio Planeta por La marca del meridiano (7ª novela de la serie Bevilacqua)

Guardia Civil Honorífico (2010)

15 de septiembre de 2015

Los espacios del delito: Literatura policial en las grandes y pequeñas ciudades, zonas periféricas y rurales. Coordina Lucio Yudicello. 11 de septiembre de 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina



Los espacios del delito: Literatura policial en las grandes y pequeñas ciudades, zonas periféricas y rurales. Coordina Lucio Yudicello. 11 de septiembre de 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina

 Participes

Mariano Quiros (Resistencia, Chaco, Argentina) nació en Resistencia, provincia del Chaco, el 21 de agosto de 1979. Escritor y comunicador social, es responsable del contenido de la revista de cultura Cuna. Sus cuentos se han incluido en diversas antologías: Unos cuantos cuentan cuentos (Ed. Cospel); Chaque tu lengua (Eloísa Cartonera); Ficcionario (narradores y poetas chaqueños); Nuevos Narradores (Ed. Ctro. Cultural Ricardo Rojas, Bs. As.).
En 2008 publicó junto a los escritores Germán Parmetler y Pablo Black el volumen de cuentos Cuatro perras noches, ilustrado por el artista plástico Luciano Acosta. Ese mismo año ganó el Premio Bienal Federal 2008 con su novela Robles.
Con su novela Torrente obtuvo el Primer Premio del Festival Iberoamericano de Nueva Narrativa 2010.
En el 2011 ganó el II Concurso Nacional de Novela “Laura Palmer no ha muerto” con su novela Río Negro, publicado por nuestro sello en la colección del mismo nombre.


Élmer Mendoza (Culiacán, Sinaloa, 6 de diciembre de 1949) es un escritor mexicano, representante de la llamada narcoliteratura.1 Dramaturgo y cuentista, es conocido ante todo por sus novelas negras. Algunas de ellas tienen como protagonista al detective Edgar El Zurdo Mendieta.
Profesor de la Universidad Autónoma de Sinaloa, es un incesante promotor de la lectura e instituciones culturales.
Fue elegido miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua en la sesión plenaria del 11 de agosto de 2011 y se integró a ella el 26 de abril de 2012.
Obras

Cuento
Mucho que reconocer, B. Costa-Amic Editor, 1978 (145 págs.)
Quiero contar las huellas de una tarde en la arena, Cuchillo de Palo, 1984 (53 págs.)
Cuentos para militantes conversos, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1987 (105 págs.)
Trancapalanca, Departamento de Investigación y Fomento de Cultura Regional (DIFOCUR), 1989 (83 págs.)
El amor es un perro sin dueño, Patronato Cultural Iberoamericano, 1991 (32 págs)
Firmado con un klínex, Tusquets, 2009

Crónica
Cada respiro que tomas, DIFOCUR, 1992
Buenos muchachos, Cronopia Editorial, 1995

Novela
Un asesino solitario, Tusquets, 1999
El amante de Janis Joplin, Tusquets, 2001
Efecto tequila, Tusquets, 2004
Cóbraselo caro, Tusquets, 2005
Balas de plata, Tusquets, 2008
La prueba del ácido, Tusquets, 2010
Nombre de perro, Tusquets, 2012
El misterio de la orquídea Calavera, Tusquets, 2014


José María Marcos (Uribelarrea, Buenos Aires, Argentina 1974) es fan de las historias de monstruos. Publicó el libro de cuentos “Los fantasmas siempre tienen hambre” (2010); las novelas “Recuerdos parásitos” (2007) y “Muerde muertos” (2012), escritas con su hermano Carlos; el poemario “Haikus Bilardo” (2014), con Fernando Figueras; y la nouvelle “El hámster dorado” (2014). Fue finalista del IV Premio de Literatura de Terror Villa de Maracena, España (2009); ganó el Nuevo Sudaca Border, Editorial Eloísa Cartonera, Argentina (2010-11), y el 1° Premio del XVII Concurso de Cuentos Fantásticos y de Terror Idus de Marzo, España (2011). Escribe para las revistas miNatura e Insomnia.

Osvaldo Reyes: El Dr. Osvaldo Reyes nació en Panamá. Estudió medicina en la Universidad de Panamá e hizo su residencia de Ginecología y Obstetricia en la Maternidad María Cantera de Remón. Actualmente labora en la Maternidad del Hospital Santo Tomás, donde también ejerce funciones como Coordinador de Investigaciones.  Además, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (Categoria I).
Ha escrito capítulos en libros de su especialidad y publicado artículos en revistas nacionales e internacionales.
Bajo el sello de la Editorial Exedra ha publicado cinco libros, todos en el género de la novela negra.  El Efecto Maquiavelo (2011), En los Umbrales del Hades (2012), Pena de Muerte (2013).  En el 2014 publicó una colección de cuentos de crimen y misterio llamado 13 gotas de sangre y una novela negra-gótica que tituló La Estaca en la Cruz.
En el 2015 publicó Sacrificio

Orlando Van Bredam (n. Villa San Marcial, Entre Ríos, 23 de agosto de 1952), es un escritor, ensayista y docente argentino. Tiene a su cargo las cátedras de Teoría Literaria y Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional de Formosa, provincia donde reside en El Colorado.
Fue incluido por el chaqueño Mempo Giardinelli en dos antologías nacionales de cuentos donde se destacan los microrrelatos Las armas que carga el diablo y Desde el pozo. Algunos textos suyos fueron traducidos al portugues y al flamenco.
Tiene una novela finalista del Premio Clarín Alfaguara. Fue condecorado con los premios Fernández de Peirotén; Nacional José Pedroni y Emecé Editores.
Alcanzó gran difusión desde 2007, cuando se adjudicó el prestigioso Premio Emecé Editores por Teoría del desamparo.Ese año, La música en que flotamos llegó a ser finalista del Premio Clarín Alfaguara de novela.
En 2011 lanzó su libro El retobado: Vida, pasión y muerte del Gauchito Gil.
Hacia 2015, vio publicado un cuento suyo en el diario porteño Página/12, lo que motivó un comentario muy elogioso por parte de Víctor Hugo Morales en radio Continental.


14 de septiembre de 2015

Primer Encuentro Internacional sobre Literatura Negra y Policial Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina. 13 DE SEPTIEMBRE 2014


Primer Encuentro Internacional sobre Literatura Negra y Policial Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina. 13 DE SEPTIEMBRE 2014
En la oportunidad, se constituyeron dos mesas de debate: En la Primera los escritores asistentes dialogaron con el público sobre Razones históricas del auge del género policial. Coordinaron Fernando López y Lucio Yudicello

Fernando López

Lucio Yudicello

Raúl Argemí

Kike Ferrari

Pedro Peña

Juan Carrá

Mercedes Rosende

Alejandro Soifer

Dra. Kate Quinn

2° Mesa de debate:¿Por qué escribo relatos policiales?, coordinado por Javier Chiabrando

Javier Chiabrando

Alicia Plante:

Martín Doria

Rubén Alonso Ortiz

Gastón Intelisano

Rodolfo Santullo

Alexis Ravelo Betancor

13 de septiembre de 2015

Soneto II (La Chispa), Antonio Esteban Agüero

SONETO II

(LA CHISPA)

La poesía me transmite un telegrama
por un nervio sutil, desde la fuente
que en arenas de nubes se derrama
turbia, violenta y sigilosamente.

Llega en papel de pájaros; proclama
vago olor a caléndula reciente,
cuando estalla en la cueva de la frente
con su poder de pólvora sin llama.

Debo escribir pero escribir no quiero;
nada tengo que hacer con la escritura,
poco tengo que ver con el librero.

Solamente asumir con mano dura,
cálida voz y corazón entero,
la eléctronica chispa de locura.


Antonio Esteban Agüero

12 de septiembre de 2015

Canción para decir en la calle, Antonio Esteban Agüero

Canción para decir en la calle

Un día, siquiera, por semana
ensayemos el oficio humano:

Paremos el reloj,
ocultemos el calendario;
no abramos periódico ni libro,
ni escuchemos radio,
y tomemos un ómnibus cualquiera
que nos conduzca al campo.

Y una vez allí,
busquemos un sitio solitario,
entre pinos
y los álamos
a la vera del agua, si el arroyo
quiere ofrecernos su cristal cercano,
o en la abierta llanura donde el viento
galopa con los caballos.

Y vivamos,
sí, nada más,
vivamos,
mientras crece la luz, y la marea
de la savia asciende
por arterias de árbol;
vivamos,
mientras vuelan insectos, y las nubes
livianas y lentas como barcos
viajan al sur, y el aire
conduce pájaros;
sí, nada más,
vivamos
en reposo total como la hierba
que nos da su regazo
de vez en vez oyendo
el oscuro corazón del mundo
que late soterrano.

Sí, nada más,
vivamos,

solamente vivamos.

Antonio Esteban Agüero

Canción para decir en la calle de Antonio Esteban Agüero por Gabriela Bayarri

5ª Maratón de Lectura, 18 de Junio de 2012 organizada y llevada a cabo por el Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento, 9 horas de lectura continua (de 9 a 18 Horas)

11 de septiembre de 2015

Romance del enamorado, Antonio Esteban Agüero

Romance del enamorado

Mis ojos quietos y dulces
remiran lo ya mirado.
Asombro total y doble
prendido en el campanario,
en los yuyos, en las nubes,
en el color de los álamos.

Ahora, ¡qué muevo todo!
Es que estoy enamorado:
lleno de rosas el pecho
rosas de versos las manos.

Los caminos son caminos
que llevan a un sitio claro.
La luna nieva una casa.
Y el sol vigila unos pasos.
La vida se ha vuelto simple,
y el mundo menudo largo
lleno de un agua morena
que tiene el nombre que callo.

Ahora voy por las lomas
como antes, solitario,
pero alguien sigue mi sueño,
y oye escondida mi canto.
Palabras que nunca dije
dejan su olor en mis labios.
Raíces de besos hunden
hondos hilillos rosados,
visten mi carne de siesta
los besos que no le he dado.

Ahora pienso que todos
adivinan lo que guardo:
las gentes de la aldeúcha,
la guijas y los guijarros,
el cielo que mira y miro,
los chiquillos y los pájaros.

¡Esconde bien tus heridas
corazón enamorado …!
Que ni ella sepa tu llaga,

que todos te crean sano … 

Antonio Esteban Agüero

10 de septiembre de 2015

Digo las Guitarras, Antonio Esteban Agüero

DIGO LAS GUITARRAS

Hoy les ruego silencio;
                           simplemente
hoy les pido silencio, porque debo
en esta noche celebrar guitarras.

Nada más que guitarras.

La primera será la de don Mauro,
-allá por los verdes de la infancia-
don Mauro de múltiples oficios;
habitualmente carpintero, a veces
perseguidor de pumas,
cazador de quirquinchos y vizcachas,
o sacristán, por veces, en el coro
de las capillas serranas;
yo dormía en su poncho, duro poncho,
-suave de manos de mujer puntana-
escuchando brotar de las bordonas
pañuelos, pañuelos y pañuelos
con pétalos de zamba.

Cierta vez en un pueblo
de la sierra que dicen La Quebrada,
cantaba Crisóstomo Quiroga,
detrás de una guitarra,
le faltaba una cuerda,
y sin la cuerda,
me obsequió una tonada
con este cogollo que me duele
sobre la oreja musical del alma:

«Poeta Agüero que viva
cogollito de cardón,
yo lo quiero porque dice
cosas de su corazón».

Cuando Manuel Cornejo se moría,
en su pago natal de Piedra Blanca,
presintiendo la muerte, y su reclamo
de búho a la distancia,
llamó a su amigo Rudecindo Cuello,
para decirle, ronco:
              -Vení con la guitarra,
porque siento la muerte que me ronda,
y quisiera escucharla,
con el último resto de mi oído,
hasta que apunte el alba.
Don Rudecindo obedeció a Cornejo
y trajo la guitarra,
se arrodilló en un pardo cojinillo
a los pies de la cama,
y tañía y lloraba
y lloraba y tañía
a los pies de la cama;
la eternidad afuera traducía
los silencios de un tala.

Yo conozco los ranchos de los cerros,
las taperas de la pampa,
el corazón del pobre,
y el cuarto triste de una sola cama,
donde no hay puerta,
lámpara,
sonrisa,
nada,
ni siquiera la silla para el huésped,
ni tenedor ni cuchara,
pero allí he visto yacer
sobre la única almohada,
con cintas en el cuello
como una muchacha
dormida y desnuda
la guitarra.

El Chocho Arancibia
una mañana
golpeó la puerta
de mi antigua casa,
me traía canciones sobre el pecho,
me trajo su guitarra:
¡»Camino de carros»...
Mañanitas de Merlo»...
»Caminito del Norte»...
Él las cantó, las dijo;
yo no le dije nada.

Solamente guitarras.
Nada más que guitarras.

Yo no la quiero árabe,
no la quiero española,
no la quiero en los teatros,
donde aplauden manos
con las uñas pintadas,
no la quiero en la Radio
porque suena
a dinero de feria y propaganda,
porque yo la quiero
modesta y humilde como un palo,
como una simple tabla,
como el mortero rural, o la batea
como el mortero, sí, como el mortero
en cuya boca ancha
se muelen las uvas de la Cueca,
el maíz de la Zamba,
y el trigo natal y comunero
que después será pan en las tonadas.

Don Crisanto Lucero cierta noche
quiso cruzar un vado del Conlara.
Entre los truenos y los rayos
de la tormenta de color de azufre,
y las violentas aguas;
su caballo era negro y en la noche
parecía un demonio
de crines enlutadas;
don Crisanto traía por delante,
sobre el apero de gozar domingos,
su mujer: la guitarra.
Y esto fue lo que vieron esa noche
los levantados hombros del Conlara:
un hombre solo hundiéndose en la muerte,
sobre el caballo de su amor de gaucho,
con las manos frenéticas alzando,
hasta la última ola de agonía,
para que no se ahogara
su mujer: la guitarra…
Aquí digo ese ataúd de música
que navega el Conlara.

Nada más que guitarras.

¿Y tu guitarra, Laura?
La pequeña guitarra que vendiste
por monedas una tarde en Larca,
entre la luz del aire con bumbunas
zorzales y cigarras
para pagar tu viaje hacia la muerte
donde esperaba sin saber tu amante.
Pero, ¿estás muerta, Laura?
¿Tu materia de luna se ha disuelto?
Solamente hay un muro con un clavo
donde cuelga sin ojos
y sin manos
la pequeña guitarra.

Jofré y Heredia son puntanos,
serenos constructores
de sonoras guitarras,
las fabrican de sueños,
las tejen de la nada
con rezagos de mesas inservibles,
con restos de antiguos ataúdes,
y sin embargo prontas
a cualquier resonancia.

Solamente guitarras.

Cuando el sábado enarbola:
las banderas del Vino.
Las guitarras
iluminan la noche desde Quines
hasta Buena Esperanza;
trepen a cualquier árbol,
asciendan a cualquier lomada,
podrán distinguirlas, invisibles,
más allá de las huellas del camino;
millares de guitarras,
nada más que guitarras...
Mejor morir en sábado
si queremos la muerte festejada.

Cada cosecha parten
los braceros puntanos,
a caballo
en camiones,
en vagones de carga
como otra bolsa más,
van al maíz,
al trigo,
a la vendimia,
a soportar los filos de la chala,
el mordisco sutil de la mazorca,
las ofensas del cardo, la urticaria
de la arpillera burda sobre el hombro,
y la lepra del amo
que les muerde la espalda.

Y sin embargo, luego, en los galpones
infernales de zinc, se recuperan
tañendo y soñando las guitarras.
Desde las cuerdas tensas
les sube, celeste, hasta la cara
una brisa de valles, que les dice
los cerros morados, el arroyo
donde sauces inventan la esperanza,
las venerables piedras amarillas,
los ranchos de adobes, la ternura
de los techos de paja,
y niños, más niños, otros niños,
detrás de mujeres solitarias.
Por un instante sienten
la libertad zumbar como una abeja,
o volar por el ámbito cerrado
como una golondrina equivocada.

Don Alonso Gatica, el «tartamudo»,
tenía un caballo, una montura,
el desamor de su amor,
y una guitarra;
diez mil lunas lo vieron en la noche
al pie de una ventana,
como ante el marco de un retrato oculto,
entonando la misma serenata;
comenzó cuando joven y ya era viejo
la noche aquella del gendarme torpe
que destripó a sablazos su guitarra;
lo mandaron a Oliva, encadenado
contra los hierros de una cama blanca.
-Murió de amor (rezaron las comadres).
-De amor por su amor y la guitarra.

Una noche saldré por la provincia
sin más compañía que estos Digos
que ayudaré a decir a la guitarra;
no llevaré más baqueano que mi instinto
de resero y calandria,
y caminaré caminos asfaltados
donde ruedan los autos de los ricos
que parecen los padres de las vacas,
recorreré las huellas de los carros
orilladas de tónico poleo
y díscolas viznagas,
y treparé senderos de caballo,
atajos de majadas,
las rutas que saben los mineros,
los pastores,
las cabras.
Y dondequiera se hermanen y reúnan
puntanos y puntanas,
les cantaré la guerra que proclamo,
esta guerra de paz que nos permita
conquistar la mañana,
incendiar la pobreza y los harapos,
quemar los maderos carcomidos,
decapitar el rencor, o fusilarlo,
derrotar heredados egoísmos,
sanar a los niños que agonizan
porque la leche falta,
repatriar a los jóvenes que parten
en trenes de sombra hacia ciudades
donde la vida es una muerte larga,
y romper los embrujos de la Sed
liberando los pájaros del Agua,
que duermen debajo de nosotros
prisioneros de rocas planetarias.

Para esa guerra tengo
-en un baúl sin llave-
la bandera guardada,
y el manuscrito de una copla vieja
que será la proclama;
y en otro baúl con cerradura
-para el grito guerrero
y la rapsodia- una verde guitarra.

Y ahora les pregunto:
- ¿Y la otra guitarra,
la que guardo
entre pecho y espalda?
¿La que tiene cordaje masculino
y diapasón de alma?
La guitarra interior que sólo siento
cuando abrazo silencios de la almohada?
¿Esta otra secreta,
la mía,
la guardada,
es que no vale
nada?
¿Y no puede volar hasta el poema
a ser también como una flor de fuego
en las últimas ramas?.
Aquí la muestro ahora,
es mi retrato, el rostro
que repite el espejo en la mañana,
aquí la muestro ahora,
esta hecha de sangre palpitada,
de madera de sueños,
de vísceras rosadas,
de música y destino,
del amor que me sobra,
del rencor que me falta,
de soles siempre nuevos,
de lunas apagadas,
de soledad,
de muerte,
de sombra de palabras...
Pero ¿es que no vale
nada
mi secreta guitarra
y no puede subir hasta nosotros
como suben las otras esta noche
de siderales fiestas y fragancias?.

Que este Digo los cubra, como cubre
con su sombra de abuelo el Algarrobo,
mi cuna de ayer en Piedra Blanca.

Antonio Esteban Agüero

De Los “Digo” del Poeta. Un hombre dice su pequeño país (1972, Edición Post Mortem)

Etiquetas

Videos (227) Osvaldo Guevara (111) Jose Luis Colombini (106) Café Literario Traslasierra (90) Rafael Horacio López (86) Aldo Luis Novelli (75) Antonio Esteban Agüero (65) Claudio Suarez (65) Alejandro Nicotra (64) Roberto Jorge Santoro (64) Juan L. Ortiz (59) Baldomero Fernández Moreno (50) Oscar Guiñazú Alvarez (50) Gianni Siccardi (49) Vicente Huidobro (49) Olga Orozco (48) Aldo Pellegrini (47) Elvio Romero (47) Enrique Lihn (47) Jorge Teillier (46) Gloria Fuertes (45) Felipe Angellotti (44) Circe Maia (41) Hermann Hesse (41) Fernando Pessoa (36) Rodolfo Alonso (35) Vicente Aleixandre (35) Horacio Castillo (34) Gonzalo Rojas (33) Alejandra Pizarnik (32) Miguel Ortiz (32) Edgar Bayley (31) César Vallejo (29) Raúl Gustavo Aguirre (29) Rodolfo Godino (29) Alberto Luis Ponzo (28) Anton Chejov (28) Daniel Conn (28) Marco Denevi (27) Octavio Paz (27) Gabriela Bayarri (26) Jorge Ariel Madrazo (26) Théophile Gautier (26) Alberto Girri (25) Carlos Garro Aguilar (25) Jacques Sternberg (25) Jaime Saenz (25) Leónidas Lamborghini (25) Orfila Bardesio (24) Leopoldo Marechal (23) H. P. Lovecraft (22) Poetas Chinos (22) William Carlos Williams (22) Carlos Castaneda (21) Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento (21) Horacio Preler (21) Leandro Calle (21) Leopoldo "Teuco" Castilla (21) O. Henry (21) Sandro Penna (21) Sandro Tedeschi (21) Witold Gombrowicz (21) Julio Bepré (20) Mario Torres (20) Nicanor Parra (20) Cesar Moro (19) Francisco Madariaga (19) María Meleck Vivanco (19) Vicente Luy (19) Omar Yubiaceca (Jorge Omar Altamirano) (17) Jorge Luis Carranza (16) Teresa Gómez Atala (16) Ariel Canzani (15) Manuel Mujica Laínez (15) Marcelo Dughetti (15) Ana Cristina Cesar (14) Carlos Drummond de Andrade (14) Isidoro Blaisten (14) Karen Alkalay-Gut (14) Manuel López Ares (14) Mircea Eliade (14) Nestor Perlongher (14) Raymond Carver (14) Richard Aldington (14) Spencer Holst (14) Alaide Foppa (13) Anne Waldman (13) Antonin Artaud (13) Charles Baudelaire (13) José B. Adolph (13) Lawrence Ferlinghetti (13) Marcel Schwob (13) Miguel Angel Bustos (13) Ricardo Rubio (13) Sam Shepard (13) Teresa Wilms Montt (13) Cecilia Meireles (12) Ernesto Cardenal (12) Jose Emilio Pacheco (12) Rainer María Rilke (12) Laura López Morales (11) Música (11) Rodolfo Edwards (10) Carlos Bousoño (9) Victor Saturni (9) Adrian Salagre (8) Eugenio Mandrini (8) Federico Garcia Lorca (8) Horacio Goslino (8) Inés Arredondo (8) José María Castellano (8) Juan Jacobo Bajarlia (8) Julio Requena (8) Roque Dalton (8) Allen Ginsberg (7) Andres Utello (7) Antonio Porchia (7) Basho (7) Carlos Oquendo de Amat (7) Charles Simic (7) Conde de Lautréamont (7) Francisco Rodríguez Criado (7) Gaspar Pio del Corro (7) Gerardo Coria (7) Gianni Rodari (7) Hans Magnus Enzensberger (7) Leonard Cohen (7) Li Bai (7) Li Po (7) Litai Po (7) Lope de Vega (7) Norah Lange (7) Oliverio Girondo (7) Pedro Serazzi Ahumada (7) Robert Frost (7) Eduardo Galeano (6) Gregory Corso (6) John Forbes (6) Revista El Gato del Espejo (6) Torquato Tasso (6) Victoria Colombini Lauricella (6) William Shand (6) Círculo de Narradores de Traslasierra “ Paso del Leon” (5) Hugo Mujica (5) Jorge Luis Borges (4) Leopoldo Lugones (4) Eduardo "Lalo" Argüello (3) Encuentro Internacional de Poetas "Oscar Guiñazù Alvarez (3) Roberto Bolaño (3) Tomas Barna (3) Pablo Anadón (2) Pablo Neruda (2) Ricardo Di Mario (2) Roberto Juarroz (2) Rubén Darío (2) Susana Miranda (2) Walter Ruleman Perez (2) Antonio Machado (1) Beatriz Tombeur (1) Eduardo Fracchia (1) Enrique Banchs (1) Enrique Molina (1) Ernesto Sábato (1) Jose Caribaux (1) Juan Gelman (1) Julio Cortázar (1) Mario Pacho O Donnell (1) Ricardo Piglia (1) Victoria Ocampo (1)