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27 de mayo de 2024

18, Roberto Juarroz


 
18
 
Tú no tienes nombre.
Tal vez nada lo tenga.
 
Pero hay tanto humo repartido en el mundo,
tanta lluvia inmóvil,
tanto hombre que no puede nacer,
tanto llanto horizontal,
tanto cementerio arrinconado,
tanta ropa muerta
y la soledad ocupa tanta gente,
que el nombre que no tienes me acompaña
y el nombre que nada tiene crea un sitio
en donde está de más la soledad.
 
 
Roberto Juarroz

26 de mayo de 2024

33, Roberto Juarroz


33
 
Sí, hay un fondo.
 
Pero hay también un más allá del fondo,
un lugar hecho con caras al revés.
 
Y allí hay pisadas,
pisadas o por lo menos su anticipo,
lectura de ciego que ya no necesita puntos
y lee en lo liso
o tal vez la lectura de sordo
en los labios de un muerto.
 
Sí, hay un fondo.
 
Pero es el lugar donde empieza el otro lado,
simétrico de éste,
tal vez éste repetido,
tal vez éste y su doble,
tal vez éste.
 
 
Roberto Juarroz

 

25 de mayo de 2024

9, Roberto Juarroz


 9
 
Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que sólo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.
 
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.
 
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.
 
 
Roberto Juarroz

24 de mayo de 2024

39, Roberto Juarroz


 39

 
Voy a alargar caminos de caricia,
con algo de dulzura entre dos dientes
y un garabato tibio en los cabellos,
para que el poco sueño que aún nos queda
no se nos caiga.
 
Voy a alumbrar tu rostro mientras duerme
y mirarlo al revés, donde no duerme.
 
Voy a juntar raíces por el aire,
catálogos de nieves que no caen
y sitios para párpados.
 
Voy a tomar al hombre por el centro
y tirarlo a rodar, a ver si llega.
 
Voy a tomarme a mí, ya me he tomado,
para enlazar de nuevo los cristales
con un redondo material sin tiempo.
 
Voy a cortar las puntas de la vida
como unas uñas demasiado largas.
 
Roberto Juarroz

22 de mayo de 2024

46, Roberto Juarroz


 46
 
No debiera ser posible
dormirse sin tener cerca
una voz para poderse despertar.
 
No debiera ser posible
dormirse sin tener cerca
la propia voz para poderse despertar.
 
No debiera ser posible
dormirse sin despertar
en el momento justo en que el sueño se encuentra
con esos ojos abiertos
que ya no necesitan dormir más.
 
Roberto Juarroz

21 de mayo de 2024

48, Roberto Juarroz


 
48
 
Si uno encuentra de pronto que lleva entre las manos
un ramo del color de los niños perdidos
o de los ojos de los muertos,
ya no puede seguir doblando las esquinas,
ni doliéndole como siempre a las ventanas,
ni haciendo un torniquete del pasado
entre espirales de perros
y oraciones sin dios.
 
Es preciso entonces conseguir un lugar
donde el amor y la luna
se expendan en envases separados
y la muerte baje por una ranura y no muy cara.
 
Y es preciso sellar bien los cabellos,
aunque no se los corte,
para que no sigan enredando a la gente
y convirtiéndola en árboles.
 
Y entonces, sobre todo,
es preciso callar
y devolver.
 
Roberto Juarroz

16 de mayo de 2024

14, Roberto Juarroz

14
 
El reflujo de una flor
corrige la transparencia del cristal
y la imagen se queda de su lado.
 
El reflujo de la transparencia
devuelve así la flor a la flor.
 
Atravesar la transparencia
es en cambio abolir todo regreso.
 
Y aunque el regreso no existes preferible no borrarlo.
 
Roberto Juarroz

 

14 de mayo de 2024

16, Roberto Juarroz


 
16
 
Hay palabras que sólo pueden decirse
en algunos lenguajes.
En los demás hay que dejar sus huecos
para que los ocupen los reflejos del azar.
 
¿Habrá alguna palabra
que no pueda decirse en ningún lenguaje?
¿Qué reflejo vendrá a ocupar su hueco?
¿Será suficiente ese reflejo
para fundar el lenguaje que falta?
 
Paralelo a las palabras de un lenguaje
hay otro lenguaje de los reflejos detenidos
en los huecos de las palabras que faltan.
No sería raro que ocurriese lo mismo
paralelamente a los lenguajes
y las palabras que no existen.
 
Roberto Juarroz

28 de abril de 2024

Cualquier ventana, Edgar Bayley

CUALQUIER VENTANA
 
vas a ordenar por fin tu cabeza
hablar claro entender entenderte
vas a tener revelaciones
en tus manos
vas a comprender por fin
en la oscura mañana
la libertad de no esperar
de no culpar ni culparte
vas a ocupar con el mismo interés
cualquier ventana
harás tuyo por fin cualquier paisaje
la voz que tengas ese día
 
 
Edgar Bayley

 

 

27 de abril de 2024

La claridad, Edgar Bayley




La claridad
 
 
Me ha tentado siempre la claridad
Y la claridad se me ha negado a veces
Como un pájaro que vuela en sueños
Y cae y sigue cayendo
Sin volar
Como peso muerto
 
Me ha tentado siempre la claridad
Especialmente la claridad de las hojas de sáuco
También la claridad del guijarro
Y de las ramas de abeto
Y la rápida y voraz claridad de una salamandra
 
He querido tener claridad para mirar
Los terrones del campo recién movido
Y para mirar también el mismo arado
Y el agua que se desliza límpida por la acequia
 
Claridad he querido para recorrer tantos sueños
Y glorias y poderes y dispersas situaciones y gentes
Y para estar en el aire sin ausentarme del fuego
 
Me ha tentado siempre la claridad
De estar totalmente en cada flor
En cada herida o condena o semilla
He querido tener claridad para vivir
 
Y cuando al fin pude definir la claridad que yo buscaba
Advertí cuánto sueño y plumón y roja tierra
Y confusión y olvido hacen falta para comprender claramente
Y estar aquí con total lucidez sentado a la vera del camino
Avivando el fuego bajo el cielo y el polvo de las horas
 
Y como me ha tentado siempre la claridad
Aquella vez cuando bajo un abierto y extendido sol
Comenzaron a encresparse las aguas de la bahía
Hasta adquirir un tinte violáceo
Y un gran pájaro blanco surgió de repente de entre las nubes
Batiendo sus alas y revoloteando suavemente a mi alrededor
Decidí que era el momento de arrojar estas palabras al mar
Porque la claridad que tanto he buscado
Sólo está en algunos silencios
En algunos espacios en blanco
Antes y después de unas pocas y triviales palabras
 
Edgar Bayley

25 de abril de 2024

Todo amor es un ahora, Edgar Bayley

 

TODO AMOR ES UN AHORA
 
-Nos hemos visto antes ¿verdad?- dijo ella mientras se sentaba a su lado en un banco de la cubierta del barco que acababa de partir.
-¿Antes? Claro, claro – respondió él-, pero lo insustituible es este ahora.
 
 
Edgar Bayley

 


24 de abril de 2024

Oficio de viento y sombra, Edgar Bayley


 
Oficio de viento y sombra
 
frente a las pruebas de la noche
coraje de prolongar con tu voz
el silencio opulento
 
por aquí he marchado
al alba
retenido
pasajero
entre el viento y la sombra
entre las ramas
 
no relegar a un mundo aparte
las donaciones del viaje
 
me tiendo a su costado
conozco el fluir de este camino
esta mezcla de mí mismo
de mis manos
esta ignorancia
 
coraje otra vez para ser
al mismo tiempo
la piedra y el horizonte
y descubrir entre los anuncios del desprecio
los indicios del sol
de un camino abierto
reconquista del mar y la intemperie
 
 
Edgar Bayley
 
De Celebraciones (1968-1976)

 

23 de abril de 2024

Ella siempre, Edgar Bayley

ELLA SIEMPRE
 
quiero decir
puerto espinel
y un río
y catedral reposo
pisadas en la arena
y el rojo puente
el azafrán y el valle
quiero decir
tu juego de púrpura y olvido
y la tenaz viajera sombra
por donde llega la mañana
 
Edgar Bayley

 

19 de abril de 2024

Aquí, Edgar Bayley


 
AQUÍ
 
es tiempo de cambiar el sueño
de librar las mañanas
la transparencia renovada
de vivir entre todos
 
es tiempo de perder las llanuras
de volver al eco de nuestra luz semejante
tiempo de razonar
bajo el horizonte ganado por el amor y el mundo
 
 
Edgar Bayley
 
De La vigilia y el viaje. Poemas 1944-1960

5 de abril de 2024

Apenas es, Jorge Luis Carranza

Apenas es
casi es
cuando llega
bienvenido sea
así como es
su casi
su apenas
vientito
que ya se va
que ya se fue.
 
 
Jorge Luis Carranza
 

 

3 de abril de 2024

Arte, Jorge Luis Carranza




 
ARTE
 
Mantenerse de pie
cuando el piso ondula
se inclina
se abre
o desaparece.
Mantenerse de pie
con lo que hay
y como sea.
Todo un arte.
 
Jorge Luis Carranza

2 de abril de 2024

Camino que sales del corazón... Jorge Luis Carranza

Camino que sales
del corazón
canto que apenas
se oye
rompimos el mundo
el aire da señales
tus banderas
se mueven
ondean
tus banderas
camino que sales
del corazón
estamos rotos
llevas desierto
dolor llevas
vallecitos tibios
llevas
el oro
de lo pequeño
llevas
no olvides
siempre hay una guerra
siempre
terco
sin rumbo fijo
vas
insistes
vas
canto hermoso
único
que apenas
se oye.
 
Jorge Luis Carranza

 

1 de abril de 2024

Se ahogó mi risa, Teresa Wilms Montt

Se ahogó mi risa
 
Se ahogó mi risa en el espejo.
Largo crujido siniestro lanzó a la noche el cristal de plata.
Una, dos… calló la hora, metal frío de planeta en la rigidez del páramo.
Epiléptica de calentura la luna se dio a los balcones.
Y el cadáver de mi risa es una esmeralda blanda
que al deshacerse vuelve en la superficie argollas y cruces brillantes.
 
Teresa Wilms Montt
De Anuarí  (1919)

 
 

31 de marzo de 2024

Los tres cantos III La noche, Teresa Wilms Montt

Los tres cantos
 
 
 
 III
 
 
 
La noche
 
¡Llora, alma mía, llora!
¡Llora con la noche desolada, llora con sus estrellas que son rutilantes lágrimas cristalinas de misterio! llora con la negra serenidad del paisaje y las heladas rocas en el horizonte esfumado; llora con el ave agorera en el enredo de los cipreses, y con la sierpe desencantada en el hueco de las montañas!
¡Llora, alma mía, con la angustia de los muertos olvidados, y con los restos náufragos
donde habitó la vida!
¡Llora con el puente inservible, que sume en el agua la mitad de su cuerpo, y con la belleza tétrica de las estatuas mutiladas!
¡Llora, alma mía, con el mar bravío, que emociona a1 cielo con su rugir salvaje, y llora
con la cuna vacía!
¡Llora con el éxtasis de los lagos turbios y con la mirada yerta de la lámpara apagada!
¡Llora con el alud de nieve que purifica el llano y hace a1 hombre más bueno!
¡Llora con el paria, y con la mujer repudiada en su lecho de hospital!
¡Llora, alma mía, llora con la madre a quien la brutalidad del hombre arrancó sus hijos y
la ha dejado sola en medio de la vida!
¡Llora, alma mía, con los que no tienen consuelo, que, como muertos con alma, no aguardan nada ni a nadie esperan!
¡Llora, que tu destino es el llanto!
¡Noche hermana! Pupila inconsolable que de tanto llorar has quedado ciega.
¡Oh, noche! Niobe del orbe. En tus brazos encuentro el sitio propicio para hundir mi cabeza henchida de sollozos. En tus sombras sigo yo, paso a paso, el destino de mi espíritu errante.
¡Oh, noche! Si de llorar te volviste sombría, las lágrimas que derramaste, piadosas de tu tristeza, se volvieron estrellas para iluminarte ; pero las mías, ¡noche!, son como goterones delava que van surcando mis ojeras y cavandolentamente la tumba de mis ilusiones.
En tu lobreguez despótica de reina inconsolable, encuentro un sentimiento hermano; y es ahí, en el terciopelo de la vestidura que arrastras, donde quisiera envolverme como en un cendal y quedarme dormida. Si, quedarme dormida ¡oh, noche! cantando una canción de cuna, meciendo en mi alma a las dos criaturas que me arrancó la vida; cantando en mi alma a1 amor que me arrancó la muerte.
Madre de los vivos y de los muertos, ¡oh, Naturaleza!
Cuida del dormido que sepult6 en tus brazos su alma joven. Evita que losgusanos perforen sus ojos, que fueron astros de amor, y cuida de su boca tersa donde sonreía la vida ;que en su rostro, con carnes de topacio, no se enseñoreé la muerte y lo ponga lívido; cuida ¡oh, Naturaleza! para que un rayo de sol sea su eterno cirio y, atravesando las entrañas de la tierra, llegue a acariciarlo como una dicha; cuida que su cuerpo permanezca bello, que la negrura del misterio no maltrate su morbidez; que sus manos, nidos de caricias y energías, queden frescas como tus plantas y tus flores; cuida de que sus pies, que siempre anduvieron de prisa en busca del bien, sean respetados como dos queridas reliquias, y cuida de su coraz6n, que fue el cofre donde encerró, la vida la esencia de su belleza.
¡Naturaleza, mi Dios! De rodillas, junto a esta tumba amada, te imploro como una hija
en agonía a su madre cariñosa. ¡Cuida de el! Cuida del que me dió la sensación de aurora en el frío ocaso de mi tristeza; cuida y no lo maltrates; en cambio toma de mi la juventud para alimento de tus roedores necropófagos, y la sangre de mis arterias, para que se embriaguen como en un rojo vino de olvido.
¡Naturaleza! Por el ruido de tu mar preferí el rugir de las pasiones; por la paz de tu llanura y la ondulación de tus montañas, las tortuosas inquietudes y las alturas de la farsa humana.
Troqué el canto de sus aves por las palabras halagadoras y engañosas, y por la luz de tu sol, losfuegos fatuos del siglo, que me hicieron caminar como una sonámbula errante.
¡Perdón, madre de mi juventud! Ahora, que llego a echarme en tu tierra, cansada de luchar, con los ojos ciegos por el llanto; ahora, que mi alma es un pájaro herido y sin alas vengo a implorarte que me recojas en tu seno.
Ven, muerte luminosa. Con santa piedad cierra mis párpados quemantes;sella mi boca
para que cese de imprecar; purifícala, como a Isaías el leño encendido; calma la fatiga de mi cuerpo, y con tu bálsamo de nieve alivia el dolor de mis pies mutilados.
Ven, muerte, y dame el supremo abrazo que hace majestuosa a la criatura miserable.
Ven, muerte, a libertar mi cuerpo de su yugo espiritual.
Quiero volver a la tierra, confundirme con el polvo, fecundar sus entrañas con mi sangre, y sentir sobre mi piel su noble caricia perfumada.
Quiero que penetre en mis huesos el agua de losríos, para que a ellos lleguen a refrescarse los gusanos.
He de ser la hierba humilde que embellece los campos, y la piedra donde reposa su cabeza el exhausto peregrino.
He de ser manantial donde vaya a apagar la sed el rebaño y donde se miren las nubes blancas, que van de prisa.
Mis brazos se levantarán, como gajos florecidos a bendecir el azul; mis piernas serán dos sólidas columnas que servirán de apoyo a las flores trepadoras; y mi cabeza, todavía gloriosa de pensamiento, se erguirá en forma de laurel que brinde ilusión y dulzura a las almas solitarias.
¡Ven, muerte! Ansío sentir en las llagas del pecado la santidad de la tierra que me cubra. Que mis ojos cansados de mirar horrores se diluyan en lágrimas eternas.
¡Ven, muerte, acúname en tus huesudos brazos; dadme el beso del olvido!
 
Es con ellos que se siente fuerte, y es a ellos a quienes se entrega sin recelos, blandamente, como un devoto a su Dios.
Muertos míos ; sublimes amados. Viviré entre vosotros; seré un dormido caprichoso sin sueño de hielo, pero con su glacial reposo.
Seré la madrecita de todos, que llegue cargados los brazos de flores, de esas flores que vosotros no podéis coger con vuestros rígidos dedos.
Seré la novia casta que os dé toda la intensidad de su virgen dolor entre lápidas y piedras.
Seré vuestro día, vuestro sol, vuestra noche de luna. ¡Oh, muertos míos! Nadie vendrá a disputarme este privilegio ; los vivos tienen tanto por qué olvidaros en su lucha por los honores.
Ellos no saben que en vuestro país se halla la clave del enigma.
¡Muertos míos, muertos míos! Las ondas de mi mar interior se llenan, preñadas de dulzuras a1 borde de vuestros lechos.
Soy buena, soy buena. ¡Benditos vosotros, que habéis hecho que yo me encontrara!
Bendito tú que me has purificado con tu muerte.
Buscando la luz llegué hasta las tinieblas y allí la encontré; la encontró entre húmedas
tumbas y sarcófagos, entre maderas podridas y agujereados plomos.
Me guió en el camino un grimillón de hormigas que en ordenada fila hacían sus paseos subterráneos, cargadas de hojitas y pétalos, que caen como migajas de un festín de recuerdo a los pies de los muertos.
Allí encontró la luz, la verdad y el amor.
El cielo se hace más frágil en el país de los dormidos;tiene tonalidades nacaradas que se ofrecen con humilde suavidad a las fosas, y en el sol hay menos deseo de irradiación, más pulcritud en su oro que en los campos, donde vuelve brillante, como llamas avivadas por el viento, a las espigas maduras.
He escuchado la conversación de los que se fueron, que es un murmullo caricioso; y tengo envidia. ¡Hay tanta belleza en la sencillez y el frío!
Cada muerto es un bloque de nieve inmaculada que esparce su blanca serenidad como una hostia excelsa de perdón y olvido.
Cada muerto es una bondad honda, inmutable.
Cada muerto es un ejemplo de muda abnegación.
Allí, entre los muertos, encuentro mi espíritu, y es con ellos que locomparten sus graves ternuras.
 
 
 
 Teresa Wilms Montt
De Los tres cantos 

 

30 de marzo de 2024

Los tres cantos II El crepúsculo, Teresa Wilms Montt

Los tres cantos
 
II
 
 
 
El crepúsculo

 
¡Reza, alma mia, reza!. . .¡Reza con la tarde moribunda, con la campana del claustro lejano que desparrama por los aires su quejido de metal!
¡Reza con la oveja descarriada y con los árboles fervorosos, que inclinan hacia el lago sus copas sombrías!
¡Reza, alma mía, con el pájaro sin nido y con la pupila ciega del pozo abandonado!
¡Reza; reza con el camello exangue en las arenas del desierto y con el león herido en las selvas; reza con los campos devastados y las espigas sin grano!
¡Reza con el duelo del abismo y con la hoja desprendida!
¡Reza con la carreta sin ruedas, abandonada en la mitad del camino, y con la derruída cabaña que, como alma del paisaje, quedó aguardando al hombre!
¡Reza; reza, alma mía, con el huérfano y con el viejo mendigo; reza con las flores que recogen sus pétalos para morir, y con el sol que llorando orova a esconderse en la montaña!
¡Reza, que en el horizonte se ciñae un anuncio de sangre y las nubes cargadas de odio van a encontrarse con la desgracia; reza y arrodillate, alma mía, pide para que la paz reine entre los hombres y los elementos; que todos unidos por un mismo esfuerzo vayan serenos hacia el fin de las cosas y renazcan con mayor vigor y sabiduría!
¡Reza con los seres anónimos que dan sus energias y bondades sin pedir retribución ni honores, con el tembloroso anciano que inclina hacia la tierra su cabeza Ilevando en ella un espíritu primaveral!
¡Reza; reza, alma mía, con la pobre enamorada que para siempre vió dormirse en sus brazos a1 amado, reza con ella, que tuvo la feroz realidad de sentir impotente el poder de sus besos y de su amor para volverle el calor de la vida!
¡Reza con los corazones desgarrados que aullan de dolor a las sombras y tienen que reir con la luz del sol!
¡Reza; reza, alma mía, toca el polvo con tus sienes pensativas, conjura los malos augurios, alivia las amarguras y da tu esencia por las nobles y buenas causas!
¡Reza, que es la hora de los presagios, de las apariciones tétricas; la hora en que nace el destino de los hombres!
¡Reza contrita, alma mía; que llega el dolor!
Se va el sol, y de alas de mariposas muertas nacen flores para las tumbas.
Se va el sol. Desconsolada llega la noche, trayendo en su regazo el cadáver del día, pálido, frio, exangüe. . . Sañuda, la felina loba acecha a los corderillos, afilándose los dientes en la corteza de los añosos árboles, martirizando las hojas con sus feroces garras.
Se va el sol, y una música alejada de vientos y de cascadas lo acompaña hasta la montaña.
Los insectos rumorosos corren de un lado a otro, escondiédose entre las malezas, evitando el último rayo del astro de oro.
Se va el sol. Las penas rondan el mundo con caras hambrientas buscando corazones para devorar.
Se va el sol, y la sonrisa del moribundo se está grabando en la indeleble piedra de la inmortalidad.
Se va el sol y el alma mía tiembla de pavor en las tinieblas.
 
¡Naturaleza! El hermoso rostro de él se vuelve mustio y, como los cirios que se apagan, inclina su lánguida cabeza.
La voz, su alegre voz, se atenúa; ruedan las palabras y un eco cavernoso responde en el misterio.
Sus ojos, que guardan el encanto, la causa de mi vida, se entrecierran sin brillo y como luceros tristes me miran hondo, despidiéndose.
¡Naturaleza! ¿Pretendes, acaso, negar tu apoyo a esa grande alma y dejar que se precipite en el caos como una sombra?
Te cantaré; madre mía, te imploraré; postrada besarié la tierra en prueba de humildad.
Dejaré que los hombres me miren con desprecio; aceptaré la mordedura de las viboras y el azote de sus viscosos miembros sobre mis espaldas.
Recibiré con gusto el castigo de los vientos helados que me penetrarh hasta la médula y que harán su guarida en mi cerebro.
Pediré a los rayos y a los truenos que sobre mi frente descarguen su furor.
Con llena voz imploraré a1 mar para que me envuelva en sus iracundas olas, y me haga libar hasta las heces su amargor.
Dejaré que el sol se ensañe con mi cuerpo y lo carbonice; seré resignado combustible para las llamas aviesas.
Renunciaré a mi conciencia, y seré bestia. humilde, con los ojos vueltos hacia la tierra, en espera de horrendos martirios.
Seré un ente, una cosa, una brizna; pero deja
que él viva, que él respire, que reciba la bendición augusta de todo lo que tú encierras, ¡Naturaleza excelsa!
 
Teresa Wilms Montt
De Los tres cantos 

 

29 de marzo de 2024

Los tres cantos I La mañana, Teresa Wilms Montt


 
Los tres cantos
 
I
 

La mañana
 
 
Canta alma mía; ¡canta a la mañana!
¡Canta con los pájaros, con los árboles, las flores y las aguas! ¡Canta con el viento y la montaña, con el bosque y el llano encendido por el sol, que se te ofrece como un ánfora de oro desbordante de vida!
¡Canta, alma mía, con el grillo maravillado de luz, que mora en la corteza de los pinos y con la abeja ebria de perfume; canta con el águila solitaria en la cúspide de las rocas y con la hormiga laboriosa en las cavidades de la tierra!
¡Canta con la mariposa de alas inquietas como párpados de niño, y con el sapito verde desde su trono de nenúfares en el espejo del estanque!
¡Canta con la res fecundada y la miés madura; con los frutos rosados, que se abren como labios jóvenes; canta con el tierno corderito de la majada y la madre feliz que lo ha parido!
¡Canta, alma mía, canta con el alma gemela; con la buena alma hermana que vibra, llora, y ríe en un solo impulso contigo!
¡Canta con el candor alegre de la franca sonrisa y con la mirada clara quc refleja la serenidad de su dulce sentir!
¡Canta, alrna mía, y tiende tus brazos al amor que llega desalado a refugiarse en tu seno; dale abrigo, alma mia, y estimula su creciente vigor!
¡Canta con las lágrimas de dicha que tiemblan y resbalan como gotas de rocío sobre los pétalos, y con el beso que se insinúa temeroso, descorriendo los velos del corazón para dar paso a una plena aurora de amor!
¡Canta, canta, con la vida, con las pasiones de fuego, con los deleites sanos; canta con la suprema gloria de los espasmos compartidos, y con las languideces que ponen en los ojos tonos de atardecer!
¡Canta, alma mia, y comunica a las cosas pasivas tu fuego; entrégales tu esencia, crea mundos, prodiga bellezas y bondades, hasta erigir un tronoa la casta verdad!
¡Canta y atraviesa los espacios con tu voz musical e impón silencio a los pájaros para que escuchen la palabra del hombre sabio y fecundo!
¡Canta, alma mia, canta y bébete de un sorbo el néctar de la mañana; canta, alma mía, mientras el cielo azul y la campiña sean para ti una bacanal con cuya belleza puedas embriagarte!
¡Canta, alma mía, canta antes que cierre la noche y aúlle el lobo salvaje en la montaña!
 
Teresa Wilms Montt
De Los tres cantos

 
  •  

28 de marzo de 2024

12 de diciembre, 1917 Buenos Aires 2:00 a. m. Teresa Wilms Montt


 
12 de diciembre, 1917 Buenos Aires
2:00 a. m.

 
Sin filosofía y sin ilusiones me embarco mañana,(1) huyendo de una pena negra y tan negra, como que emana de una fosa recién abierta en cuyo fondo he desgarrado mi corazón.
En el naufragio de mi vida, aférreme desesperadamente al cue-llo juvenil de un hombre que, después de salvarme, se dobló con la gracia de un olímpico sobre mi pecho y entregó su bello espíritu al eterno.
 
Teresa Wilms Montt
 
 
 
(1)   Teresa Wilms Montt se embarcó en el Vestris, camino a Nueva York, el 13 de diciembre de 1917. Su idea era alistarse en la Cruz Roja y colaborar con los aliados en la Gran Guerra.

27 de marzo de 2024

Noviembre, 1917 Buenos Aires, Teresa Wilms Montt

 

Noviembre, 1917 Buenos Aires
 
Mi cama ancha, toda blanca y fría como las avenidas heladas por la nieve, me hace desear con vehemencia el estrecho y amoroso ataúd.
He cavado, cavado con la constancia de un sepulturero, las tie-rras de mi corazón.
Dolor, quien lo sufre y lo busca ha descubierto el fervor de los iluminados mártires y el secreto de la eternidad.
 
Teresa Wilms Montt


26 de marzo de 2024

6 de abril, 1917 Buenos Aires, Teresa Wilms Montt


 
6 de abril, 1917 Buenos Aires
 
Darling (1)
Los hombres, como los astros, tienen una ruta señalada y son perfectamente sabios los encuentros de estos en el espacio, como el de las almas en el mundo.
Hay en la tierra un delicioso estremecimiento que anuncia la llegada de la hora azul, hora en que se duermen los pájaros y se aquietan los árboles desvanecidos de ensueños. También el amor tiene su hora azul que se anuncia en la expresión intensa de nues-tros ojos y en los labios un ansia infinita de caricias.
Mientras abrazados esperábamos en medio del campo la ago-nía del sol, tu boca dejó en palabras, en besos dentro de mi alma, la huella de tu espíritu dulcemente silencioso. Y como son tan pocos los recuerdos gratos que proporciona la vida, quiero advertirte que ayer me regalaste uno que guardaré como un beso en la cuna del corazón.
 
 
Teresa Wilms Montt
 
 
1 Se refiere a Horacio Ramos Mejía (1895-1917), joven poeta argentino, que conoció a Teresa en su estadía en Buenos Aires. Ramos Mejía —apodado por Teresa como Anuarí— se enamoró de ella y se supone que Wilms Montt no pudo prometerle nada más que una amistad o un amorío lejos del compromiso que él esperaba. Murió en 1917 y, aunque en la prensa de la época se habló de un ataque repentino, se cree que se suicidó por amor. Desde esa pérdida, Teresa escribe el libro Anuarí: «Llega todas las noches a mi alcoba. / Sin tener ojos me mira, sin tener boca me habla, y su mirada y su voz son tan hondas como el silencio de los sepultados».
 

 

25 de marzo de 2024

Este es mi diario:, Teresa Wilms Montt


 Este es mi diario:
 
En sus páginas se esponja la ancha flor de la muerte diluyéndose en savia ultraterrena y abre el loto del amor, con la magia de una extraña pupila clara frente a los horizontes.
Es mi diario. Soy yo desconcertantemente desnuda, rebelde contra todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante lo infinito…
Soy y…
 
TERESA DE LA +
 
Miro mi faz sobre la charca podrida y ella me devuelve el reflejo tan puro como el más nítido espejo. A pesar de que en mi alma se albergan lastimeras cuitas se ilumina mi rostro al reír, como encendido al rescoldo de una santa alegría.
Maldigo y es de tal manera armónico el gesto de mis brazos en su apóstrofe dolorido, que diríase que ellos se levantan a impulsos de una fuerza extraña, para ofrendar sus preces en una bendición al Omnipotente.
Miserable lloro, retorciendo mis angustias como a sierpes que quisiera aniquilar, pero en mi camino se detiene a tiempo un santo, un bondadoso, un sencillo y enjugando mis ojos me dice: ­¡Qué buena eres! Llora, que esta agua que vierte el alma endurecida, bendita es, la recoge Él, que está más alto- ­y señala los espacios.
No puedo ser mala, no; la bondad me sale al encuentro. Paréceme que el mismo mal se hubiese vestido de gala para desgarrarme el corazón.
Quiero que en sabia esencia, la Paz descienda sobre mí y anegue generosa en frescura mi interior carcomido. ¡O h siglo agonizante de humanas vanidades! He cultivado un pedazo de terreno fecundo, donde puedes desparramar las primeras simientes destinadas a la Tierra Prometida.

 
Teresa Wilms Montt

24 de marzo de 2024

¿Quién eres?, Teresa Wilms Montt

¿Quién eres?
 
Una noche de esas noches cálidas de verano, en que todo el cuerpo se vuelve pulmón para respirar, buscando fresco, con la dificultad del que busca oro, me dirigí con paso lento a las afueras de la ciudad.
Después de mucho caminar y maldecí la temperatura, di con un rincón a mi gusto. Era éste una hondonada en medio de un rústico jardín. Verde abajo, blando musgo, azul arriba, incendio de astros, y como orquesta, una fuente deslizante entre las piedras.
Libre de inquietudes, suspirando de bienestar, despójeme de mis atavíos, –ridículos atavíos de moderno peregrino— y tendida de cara a los espacios, me dispuse a soñar, dormir o espantar los mosquitos, que es la diversión obligada de todo paseo campestre.
No lejos ranas, sapos, y otros molestos animaluchos, oficiaban sabatinas en el saxófono de sus gargantas, cobijados bajo la espesura de las plantas enanas. Pardos murciélagos dibujaban misteriosos círculos en el aire, y las luciérnagas chisporroteaban en la sombra, zafiros y esmeraldas.
Desnuda, la noche abanicábase en la corona de los árboles, lanzando a los cielos su respiración agitada. A sus pies, las rosas exhalaban el perfume de la tierra fecunda.
¡Qué beatitud seráfica dentro de mi ser! ¡Ah! ¡si llegué a creer que había muerto!
Adoro la noche que nos hace sentir la placidez del alma naturaleza; la santidad de tanto ser que vive más allá del pensamiento; y, como os decía, tal era mi paz interior, que imaginé había muerto.
Profundo fue mi letargo. No supe darme cuenta de si aquella voz que hablara a mi oído, era voz humana o voz de presentimiento. Comenzó así:
—Vengo desde muy lejos a reposarme y encuentro que has usurpado mi sitio. Pero no importa, quédate; desahogaré contigo, criatura mortal, el secreto amargo que traigo de mis andanzas por esos mundos de seres intangibles.
Presta atención —susurró la extraña voz.— Los hombres del siglo pasado me llamaron genio; si te acercas a mi fosa, verás sobre ella, la insignia del búho sapiente. No desdeñaron elogios; también leerás en las preliminares páginas de mis obras la palabra inmortal. —Sentí que la voz se hacía irónica, despedazada.— Engreído en mis saberes todo penetré: ciencia, liturgia, magia, química, física, poesía, filosofía. ¡Oh loco delirio de soberbia! creí que en mi cabeza la verdad encendía su tea. Me proclamaron apóstol, quemando ante mí ¡humano Icono! los inciensos y mirras destinados a los dioses paganos. Bajo el sayal de humildad, rebelde a la modestia, pavoneábase erguido mi espíritu fatuo. Infeliz de mí. Hueca estaba mi mente como espiga sin grano.
En el apogeo de este nefasto esplendor, llegó la inevitable. Irritada sin duda de tanta falsedad, de un solo tirón, despójame de la mísera vestidura que ahora pudre entre laureles, allá en el rincón del campo santo.
Separado bruscamente del mundo de los hombres, contémpleme desnudo ante los implacables ojos de mi conciencia. En un instante, la muerte habiame transformado en juez de mi propia causa. Tuve horror de ver tanta bajeza reunida; enrojecí, vergüenza sentí de mezclarme con las otras almas errantes del espacio, y hui del fulgor de los astros hasta perderme en la nebulosa.
Interesadas mis compañeras en el fallo de mi conciencia, único arbitro de ambos mundos, siguieren mi vuelo. Yo me esforzaba por aventajarlas. Una de ellas, la más frágil de todas, comprendiendo la tristeza que me embargaba, me siguió llena de solicitud.
Al oír junto a mí el ruido de sus alas, apresuré la fuga, y de un solo envión me hundí en las frías sombras.
“Detente hermana, gritaba mi perseguidora, detente, alma temeraria. Esa región del Saos donde te lleva tu fatal vuelo, está inexplorada. Grave peligro te amenaza. Por Dios, retrocede, Te lo suplico”.
Como hacía poco había perdido mi humana envoltura, aun perduraba en mi los instintos, y movido de curiosidad le interrogué.
Afable, plena de gracia, respondiome:
“Vas hacia lo ignoto, hermana. Desde hace muchos siglos nadie ha penetrado el paraje donde diriges el vuelo. Hay en él algo inexplicable, en vano yo y mis compañeras hemos tratado de indagarlo; tal vez ocultó allí el creador el arcano que rige los mundos; tal vez sea la nada… No sé, no sé, pero no intentes penetrar la nebulosa …”
Yo escuchaba y en mi espíritu nacía una esperanza. Quizá encontraría en aquel sitio la expiación de mis pasadas flaquezas, ¡qué grande alivio! Sin pensarlo más, seguí avanzando en las tinieblas.
¿Cuánto tiempo estuve allí?, lo ignoro. El silencio me envolvía en fajas de hielo, iba petrificándome como pedazo desprendido de planeta muerto.
Desesperadamente trataba de luchar contra el sopor que embargaba mis alas, creí sucumbir. Jamás olvidaré aunque atraviese los siglos, jamás, la dulce sensación que experimenté cuando una mano de mujer, mano blanda cual las blandas manos de las madres humanas, tomándome como un pajarillo entre sus dedos cobijome en el tibio hueco de las palmas.
Luego, con una voz que no escuché tan armoniosa en los tiempos de mi juventud, me habló de esta manera:
“Paz, hijo mío, paz. Muy osado debiste ser en el mundo, cuando en esta región para ti desconocida te aventuras a tan arriesgadas empresas. ¿Qué te ha traído hasta mi solitario albergue? Después de Cristo no ha venido alma alguna a golpear mi puerta. Habla hijo mío, acaso seas el mensajero del mundo que ha tanto tiempo aguardo”.
Nada respondí, inmenso dolor hizo inclinar mi frente.
“Ven apóyate en mi corazón, hijo de la tierra amada, yo calmaré la angustia que leo en tus ojos, te daré serenidad”.
—Oh mortal, si tuvieses la inefable dicha de escuchar la delicia de esa voz, pasarías los tiempos de rodillas, sumido en éxtasis. Pero esa voz se escucha más allá de la muerte, y es sólo para aquellos que saben encontrarla.
No continuaré hablándote de esa noble mujer ella es modesta, las alabanzas hieren su oído.
Confiada, llena de fervor pasé entre sus manos los umbrales de una mansión incomparable. No creas que en ella había fastuosidad, tono aperlado velaba las cosas, que eran pocas. Había allí flores, las más humildes que nacen en la praderas, pájaros de todos los climas; libros, todas las obras modestas que en el mundo desdeñamos, y sobre una piedra de granito, abiertos los viejos brazos, un volumen donde resaltaba profundamente grabado en letras de oro este nombre. Salomón.
Observando ella que fijaba mi atención en esa páginas cuya escritura y lenguaje no conocía, díjoe:
“Este libro y todos los que ves en esta estancia, son de mi hermana menor que alberga conmigo”.
—Ya puedes imaginar tú que me oyes; mi extrañeza al encontrar tan lejos de la tierra a esa criatura rodeada de cosas familiares, extrañeza que aumentaba al darme cuenta del interés no disimulado, que sentía por los habitantes del pequeño planeta.
Me interrogó sobre los asilos de menesterosos, de huérfanos, de idiotas; preguntome por las ambiciones y afanes del siglo; pero, llegó al coludo mi estupor, cuando la vi entristecerse y dejar caer sobre su pecho la cabeza orlada de albos cabellos.
“Tengo muchos enemigos en tu planeta –díjome, suspirando. A los hombres les debo mis cabellos nevados.
—¿Cómo, interrumpí yo; cómo tu que vives tan lejos del mundo, puedes ser maltratada allí?
“Así es, —dijo ella, inclinando la frente.— No puedo explicarte, hijo mío; es demasiado doloroso, pero es así”.
—Dime, te lo suplico ¿quién eres, misteriosa señora, que tan afable acogida me has hecho? ¿Por qué vives tan sola y retirada con tu hermana?
“Ella y yo estamos desterrados desde hace veinte siglos. Cuando se consumó la tragedia del Gólgota, escarnecidas por los hombres, huimos de esa inhospitalaria tierra”.
“Pero —agregó, reprimiéndose,— no seas curioso, hijo mío. Harto has penado purgando tus vanidades, no quiero que sufras por las miserias de los que aún vagan engañados en el mundo”.
—Gentil señora; dulce amiga, te estoy agradecido. Quiero saber a quién debo la paz.
“Sea como gustes, díjome severamente triste. Y plegando los labios en una sonrisa que dibujó un tenue refleja de ironía, me susurró quedamente: Mi hermana es la Sabiduría y yo soy la Bondad”.
Terminando su relato, sollozó la extraña voz de la aparición, y sin decirme adiós, se alejó pausadamente de mi oído.
Me levanté de un salto; esas revelaciones hundiéronse perforando agudamente mi cerebro.
Cogí con precipitación mis atavíos de moderno peregrino, y, sin mirar, salí al camino.
Interrogué a la noche en un afán incontenible de persuadirme que había soñado: ¿Es cierto que la bondad no existe?
Y llegó hasta mi la silenciosa respuesta, en la palidez de las estrellas, en el llorar infantil de la fuente, en el chillar siniestro de las aves nocturnas.
Cuál reina empuñando su cetro, apareció tras la montaña, la luna, torvo el ceño, roja de ira, castigando al mundo en un azote de sangre.
 
Teresa Wilms Montt
 


 

23 de marzo de 2024

Londres, Septiembre 191… Teresa Wilms Montt

Londres, Septiembre 191…

A un costado de mi cama, en la pared, hay tres manchas de tinta.
La primera repartida en puntitos parece una estrella doble, la segunda se abre más abajo; en minúscula mano de ébano, la última perfectamente recortada tomó la forma de un as de piqué.
Resbalo sobre ellas mis dedos, con sensibilidad de nervio visual, y siento que esas tres manchas están de relieve dentro de mi cerebro como obstáculo para el fácil rodar de las ideas.
Hay tres, digo, tratando de sí atraerse; tres, digo mirando el techo: el amor, el dolor y la muerte.
Sin saber por qué paréceme que he pronunciado algo grave, algo que recogió en su bolsa sin fondo la fatalidad.
Aunque borre las manchas de la pared, esos tres puntos negros quedarán estampados dentro de mi cerebro.
En la efervescencia de la sangre que bulle, cuando la sorba la Absurda, harán remolino vertiginosamente las tres, en la copa pulida del cráneo.
Un temblor nervioso tira hacia abajo la comisura de mis labios.
Cada vez más espesa la pintura de la noche embadurna los cuadros de la ventana. (p. 19-20).
En algunas ocasiones, esas observaciones llegan a ser obsesivas, pero acentuadas por una mirada vanguardista, escudriñadora de los matices de su ser:
Liverpool, Hotel Adelphi, Octubre 16, 1919, 3 y media madrugada.
No he podido dormir. A la una de la madrugada cuando iba a entregarme al sueño, me dí cuenta que estaba rodeada de espejos.
Encendí la lámpara y los conté. Son nueve.
Recogida, haciéndome pequeña contra el lado de la pared, traté de desaparecer en la enorme cama.
Llueve afuera y por la chimenea caen gruesas gotas, negras de tizne. ¿Es que se deshace la noche?
No tengo miedo, hace mucho tiempo que no experimento esa sensación.
Me impone el viento que hace piruetas silbando, colgado de las ventanas.
No podría explicarlo, pero aquí, en este momento, hay alguien que no veo y que respira en mi propio pecho.
Bajo, muy bajo, me digo aquello que hiela pero que no debo estampar en estas páginas.
La sombra tiene un oído con un tubo largo, que lleva mensajes a través de la eternidad y ese oído me ausculta ahí, tras el noveno espejo.
 
 
Teresa Wilms Montt
 
 

22 de marzo de 2024

Autodefinición, Teresa Wilms Montt


 Autodefinición
 
Soy Teresa Wilms Montt
y aunque nací cien años antes que tú,
mi vida no fue tan distinta a la tuya.
Yo también tuve el privilegio de ser mujer.
Es difícil ser mujer en este mundo.
Tú lo sabes mejor que nadie.
Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida.
Destilé mujer.
Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.
Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.
Cuando me dejaron sola, di compañía.
Cuando quisieron matarme, di vida.
Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.
Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.
Cuando trataron de callarme, grité.
Cuando me golpearon, contesté.
Fui crucificada, muerta y sepultada,
por mi familia y la sociedad.
 
Nací cien años antes que tú
sin embargo te veo igual a mí.
Soy Teresa Wilms Montt,
y no soy apta para señoritas.
 
 
Teresa Wilms Montt
 
 

21 de marzo de 2024

EL padre de Teresa Wilms era buenmozo, Teresa Wilms Montt


 
EL padre (1) de Teresa Wilms era buenmozo. Su madre, altiva, arrogante. Ambos tenían reflejos azules en los ojos. Es en la playa bordeada por un mar verde donde transcurrió la niñez de Teresa,(2) edificando castillos de arena dorada, los que adornaba con rosas en el extremo del asta de la bandera.
Los vientos del sur, los temblores del norte y el aliento de una tierra fecunda alimentaban su febril imaginación con un ritmo loco e intenso.
¡Creció sorprendiéndose al darse cuenta que no se abrían las flores en sus manos!

 
 
1             Federico Guillermo Wilms y Brieba (1867-1943), supuesto descendiente de la realeza prusiana y esposo de Luz Victoria Montt y Montt (1870-1917), bisnieta del presidente de la república Manuel Montt. Se casaron el 25 de octubre de 1891 en Valparaíso. De ese matrimonio nacieron siete hijas: Luz Teresa Rosa, María Inés, Carolina Isabel, Carmen, Victoria Margari-ta, Ana Esperanza y María Teresa de las Mercedes (Teresa Wilms Montt). Teresa era la segunda hija y la preferida de su padre, quien la llamaba «mi Tereso», en alusión al hijo que no tuvo. Y, como se desprende del relato, la primera de ellas era la predilecta de la madre.
 
2     La familia vivía en Viña del Mar, en la calle Viana.
 
 
Teresa Wilms Montt
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