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29 de julio de 2022

Decoración o destino, Julio Bepre

Decoración o destino
 
 
          Es indubitable que el hombre es una entidad determinada por fines; continuamente se hace proposiciones y se encamina hacia algunas, rechazando otras.  La elección, dudas, y el sacrificio por algo que se pretende concretar constituye algo típicamente humano, y es advertible en ello la incidencia recíproca que tienen los factores individuales y colectivos. El fenómeno de la especialización es también una nota propia del hombre y apunta a sus numerosas necesidades: es por una libre decisión o compelido por distintas motivaciones, como se opta por realizar algo. De una forma elegirá (si es que puede) el mísero habitante de una aldea africana, en tanto corresponderá otra muy diversa a quien se encuentra inserto en una sociedad de consumo.
         Hay distintas visiones, si no totalmente negativas al menos escépticas, respecto de la proyección de una sustantividad humana que reúna alcances de servicio y solidaridad incuestionables: la historia abona tales estimaciones. Resalta la crueldad que se desplegó en el cercano siglo XX,  y ni qué decir del ímpetu destructivo que envuelve hoy a la humanidad. Indudablemente hay transgresiones, desconocimiento, negación y hasta rechazo de los valores atinentes al espíritu, de toda aquella virtualidad axiológica que sostiene la dignidad  que corresponde a todo hombre por ser tal.
         La religión, la filosofía, la poesía, el arte y la ciencia en general, devuelven al viviente la certidumbre de que la existencia tiene un implícito sentido trascendente y una participación ennoblecida para con el resto de los demás seres. El infierno son los otros, se afirma en una obra de Sartre, pero en ello existe una total aceptación de lo absurdo, del sinsentido, de la inanidad de un mero vivir sin ninguna referencia a una perspectiva de esperanza o liberación. Y si todo es así ¿qué resulta de ello? ¿Qué podemos creer, crear, compartir o celebrar en nuestro concreto vivir?
         Si en este arduo tiempo que transcurre no vemos asomar con claridad  una esperanza equilibrada y sin retaceos injustos ni con imposiciones arbitrarias de los dueños del poder, existen muchos hombres a pesar de lo apuntado, que con sus gestos y acciones nos recomponen en alguna medida de las desventuras que se sufren en el mundo. Son precisamente aquellos implicados y comprometidos en la aventura de la creación y dación desinteresadas.
Ubicando como ejemplo al poeta, ¿qué hace este buen hombre? Nada menos que internarse a través del lenguaje en el misterio de la vida y su belleza, para así vislumbrar el núcleo del Ser y aprehender en consecuencia una razón valiosa y verdadera que explicite nuestra humana situación. Esto no implica pretender que la actividad poética suplante la relacionada con otros valores, y menos que sea la solución única que permita enervar la orfandad existencial;  el acto de poetizar, de intentar asir la poesía, implica un salto en el vacío del que no se conoce adónde puede concluir.       Quien haya elegido un quehacer creativo valioso como un seguro recurso para el logro de notoriedad –y sin desconocer que toda buena obra puede avecinarla-- ha errado manifiestamente, conforme a cuanto hemos sostenido antes. Afirmó James Joyce  que nadie puede ser auténtico artista si no logra en algún momento librarse de la mediocridad ambiental, de los entusiasmos baratos, de las sugerencias maliciosas y de todos los aduladores influjos de la vanidad y la ambición.
         No se trata de convertir al poeta, al artista, al filósofo o al científico en ascetas o en seres diversos de sus semejantes; quien se sienta distinto se alejará aún más de la verdad, y sus resultados creativos o de investigación u ordenamiento de la realidad, estarán teñidos de puro solipsismo que a la larga lo establecerán en un callejón sin salida.
 El arte, la filosofía y la ciencia no son algo decorativo; cada proposición que nos hagan implicará un desafío que conlleva y exige una plenitud participativa cuando no la expulsión de cualquier acomodo banal al que a veces nos entregamos. El poeta –reiterando la ejemplificación-- debe asumir su rol de creador con la convicción de que hereda experiencias anteriores que enriquecieron el lenguaje del cual se vale, además de aceptar cualquier eventual éxito como una incidencia facticia.
 La historia acoge sobradas pruebas respecto a esta afirmación. ¡Cuántos celebrados autores lograron con el paso del tiempo apenas una exigua mención en los manuales de historia de la literatura! Los espacios de poder no son propios del arte, de la filosofía, de la ciencia y menos aún de la poesía, puesto que ella –como lo expresara René Menard-- no promete ni consuela de nada. Quien no acepte el desprendimiento que implica la creación, se engaña a sí mismo, y quien se desangra por obtener alguna distinción o merecimiento, necesita retornar cuanto antes a un conveniente equilibrio interior. Si bien el hombre es un haz de posibilidades, la intención de permanecer, de anular el olvido, de conjurar al tiempo, no depende de él, y quien no haya meditado esta evidencia tampoco lleva un rumbo acertado.
El creador, en definitiva, no puede estar calmadamente invadido por la complacencia de ser tal; le corresponde  ante todo sentirse comprometido por ello y, muchas veces, con renuncia de las bondades que quizá provea una existencia más ordinaria. Además toda auténtica y trascendente creación humana, no distrae ni constituye una suntuosidad del espíritu, sino que es un intento máximo para restituirle al hombre las excelencias quebrantadas por la civilización cuantitativa, mecánica y consumista, y de crearle otras nuevas posibilidades de crecimiento interior.
 El creador es un indagador, un buscador, un equilibrista en una cuerda floja, alguien que sabe que deberá alejarse de cualquier canto de sirenas, alguien que debe en cada momento avanzar para acrecentar y prodigar la noble actividad a la que se ha entregado. Se trata entonces de no ser simplemente un buen hombre sino un hombre bueno; el pensamiento desinteresado no puede ser nunca decoración sino destino.


Julio Bepre


 

28 de julio de 2022

Antes de adentrarme en el sueño, Julio Bepre

Antes de adentrarme en el sueño
 
Quizá el pensamiento algo difuso
aunado a palabras de un azar
y el bullicio distante de los niños.
 
Una rauda bocina se desliza
¿hacia dónde?
¿tan pronto se ha diluido?
 
Una música infrecuente reconozco
y un paso mas seguro hay en el viento
ante este alzarse urgido del verano.
 
Algo pasa. Me deshago del mundo.
 
Algo abandono sin saber qué hallaré
en esa hondura apenas sospechada
hecha leve demora pretenciosa de sueño.
 
Me voy. Me alejo y sin embargo
breve y audible un ruego me regresa.
 
Julio Bepre

 

 

27 de julio de 2022

Noche celeste, Julio Bepré

NOCHE CELESTE
 
Consigo lleva la oración junto al ruego.
Espera un año más con declinante agobio.
 
Se detiene y escucha una música niña.
Memoriza de pronto un antiguo poema.
 
Amalgama con prisa su término y origen.
Avanza sin retraso frente a tanta distancia.
 
No niega los instantes y hasta perdona al siglo.
Hoy mira enternecido la luz que lo ilumina.
 
En esta noche todo parece más humano.
  

Julio Bepré


 

26 de julio de 2022

Mujer sin nombre, Julio Bepre

Mujer sin nombre
 
Ni en plenitud de luz o en dura sombra
y nunca tampoco en la penumbra
mi aventura decae.
 
Su imagen ya refleja
el color de otra herida.
 
Es la espera de horas
donde las calles tensan
esta larga pobreza
y el paso del apuro.
 
Pero allí donde se afirma tu existencia
asoma en el destino esa alegría
de un encuentro fortuito
sin el peso
fatídico del día.
 
Y siento alzarse en el vecino aroma
la unidad progresiva de mi tiempo
y esa húmeda costumbre de los ojos.
 
No. No es sueño esta mujer sin nombre
ni el desvelo caído de la luz
ni la quiebra segura del silencio.
 
Julio Bepre
 
 

25 de julio de 2022

No le copien a Pound, Gonzalo Rojas



No le copien a Pound, Gonzalo Rojas
 
 
No le copien a Pound, no le copien al copión maravilloso
de Ezra, déjenlo que escriba su misa en persa, en cairo-arameo, en sánscrito,
con su chino a medio aprender, su griego translúcido
de diccionario, su latín de hojarasca, su libérrimo
Mediterráneo borroso, nonagenario el artificio
de hacer y rehacer hasta llegar a tientas al gran palimpsesto de lo Uno;
no lo juzguen por la dispersión: había que juntar los átomos,
tejerlos así, de lo visible a lo invisible, en la urdimbre de lo fugaz
y las cuerdas inmóviles; déjenlo suelto
con su ceguera para ver, para ver otra vez, porque el verbo es ése: ver,
y ése el Espíritu, lo inacabado
y lo ardiente, lo que de veras amamos
y nos ama, si es que somos Hijo de Hombre
y de Mujer, lo innumerable al fondo de lo innombrable;
no, nuevos semidioses
del lenguaje sin Logos, de la histeria, aprendices
del portento original, no le roben la sombra
al sol, piensen en el cántico
que se abre cuando se cierra como la germinación, háganse aire,
aire-hombre como el viejo Ez, que anduvo siempre en el peligro, salten intrépidos
de las vocales a las estrellas, tenso el arco
de la contradicción en todas la velocidades de lo posible, aire y más aire
para hoy y para siempre, antes
y después de lo purpúreo
del estallido
simultáneo, instantáneo
de la rotación, porque este mundo parpadeante sangrará,
saltará de su eje mortal, y adiós ubérrimas
tradiciones de luz y mármol, y arrogancia; ríanse de Ezra
y sus arrugas, ríanse desde ahora hasta entonces, pero no lo saqueen; ríanse, livianas
generaciones que van y vienen como el polvo, pululación
de letrados, ríanse, ríanse de Pound
con su Torre de Babel a cuestas como un aviso de lo otro
que vino en su lengua;
cántico,
hombres de poca fe, piensen en el cántico.
 
Gonzalo Rojas
De oscuro (1977)

24 de julio de 2022

Mariposas para Juan Rulfo, Gonzalo Rojas

Mariposas para Juan Rulfo
 
Cómo fornicarán felices las mariposas en
el césped oliendo
de aquí para allá a Dios sin
que vaca alguna muja encima de
su transparencia, jugando a jugar
un juego vertiginoso a unos pasos
blancos del cementerio con el mar
del verano zumbando allá abajo ocio y
maravilla.
Rulfo habrá soplado en ellas tanta
locura, Juan Rulfo cuyo Logos
fue el del Principio; les habrá dicho: -Ahora, hijas,
nos vamos de una vez
del páramo.
¿Y ellas? Ahora ¿qué harán
ellas sin Juan que cortó tan lejos
más allá de Comala en caballo único tan
invisible?; ¿bailarán, seguirán
bailando para él por si vuelve, por
si no ha pasado nada y, de repente,
estamos todos, otra vez?
Por mi parte nadie va a llorar,
ni mi cabeza que vuela ni la otra
que no duerme nunca. Se ha ido
y se acabó, nadie
corre peligro así acostado oyendo
los murmullos aleteantes.
-Con tal
de que no sea una nueva noche.
 
 
Gonzalo Rojas
De El alumbrado (1986)


 

23 de julio de 2022

Alcohol y sílabas, Gonzalo Rojas



Alcohol y sílabas, Gonzalo Rojas
 
 
La primera palabra es ábreme, vengo
del frío, dame la escritura
para quemarme libre del énfasis, hoy
en el límite del escalón sonámbulo, justo
en la vuelta 26
de esta corrida con la muerte
 
porque el tiempo está ahí con su materia
traslúcida, en este aire adivino
que me sube por las venas sin que sea yo
este yo que vuela y anda animal
sagitario por las calles, alcohol y sílabas
 
celebrando el cumpleaños del loco en la peor de las sintaxis
de diciembre, viéndolo todo
por anticipado en el marco sin espejo, el amor
y el vértigo, lo simultáneo
de estar en todas partes:
¿hay Dios
en esta quebrazón de copas, o lo que va a estallar
es el mundo?
 
Gonzalo Rojas
Del relámpago (1981)

22 de julio de 2022

Para órgano, Gonzalo Rojas



Para órgano, Gonzalo Rojas
 
Tan bien que estaba entrando en la escritura de mi Dios                            
esta mano, el telar secreto, y yo dejándola                       
ir, dejándola                     
sin más que urdiera el punto de ritmo, que tocara y tocara                       
el cielo en su música como cuando las nubes huyen solas                          
en su impulso abierto arriba, de un sur               
a otro, porque todo es sur en el mundo, las estrellas                   
que no vemos y las que vemos, fascinación                      
y cerrazón, dalia y más dalia                      
de tinta.                             
 
Tan bien que iba el ejercicio para que durara, los huesecillos                   
móviles, tensa                 
la tensión, segura                          
la partitura de la videncia como cuando uno                     
nace y está todo ahí, de encantamiento                             
en encantamiento, recién armado                        
el juego, y es cosa                         
de correr para verla y olfatearla                              
fresca a la eternidad en esos metros                    
de seda y alambre, nuestra pobrecilla                 
niñez que somos y seremos; hebra                      
de granizo blanco en los vidrios, Lebu abajo                     
por el Golfo y la ululación, parco en lo parco                     
hasta que abra limpio el día.                     
 
Tan bien todo que iba, los remos                           
de la exactitud, el silencio con                 
su gaviota velocísima, lo simultáneo                     
de desnacer y de nacer en la maravilla                
de la aproximación a la ninguna costa                  
que soy, cuando cortándose                    
cortose la mano en su transparencia de cinco                  
virtudes áureas, cortose en ella                              
el trato de arteria y luz, el ala                   
cortose en el vuelo, algún acorde que no sé                     
de este oficio, algún adónde                    
de este cuándo.                             
               
 
Gonzalo Rojas
Del relámpago (1981)

 

21 de julio de 2022

Quedeshím Quedeshoth, Gonzalo Rojas

Quedeshím Quedeshoth
 
Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
con una en Cádiz bellísima
y no supe de mi horóscopo hasta
mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir
más y más oleaje; remando
hacia atrás llegué casi exhausto a la
duodécima centuria: todo era blanco, las aves
el océano, el amanecer era blanco.
 
Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay
puta, pensé, que no diga palabras
del tamaño de esa complacencia. 50 dólares
por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.
50, o nada. Lloró
convulsa contra el espejo, pintó
encima con rouge y lágrimas un pez: -Pez,
acuérdate del pez.
 
Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de
turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el
rito completo; primero puso en el aire un disco de Babilonia y
le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre
sin duda era un gramófono milenario
por el esplendor de la música; palomas, de
repente aparecieron palomas.
 
Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra como
cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas
del puerto, o en Cartago
donde fue bailarina con derecho a sábana a los
quince; todo eso.
 
Pero ahora, ay, hablando en prosa se
entenderá que tanto
espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi
espinazo, y lascivo y
seminal la violé en su éxtasis como
si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la
besé áspero, la
lastimé y ella igual me
besó en un exceso de pétalos, nos
manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas
Cádiz adentro en la noche ronca en un
aceite de hombre y de mujer que no está escrito
en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la
imaginación me alcanza.
 
Qedeshím qedeshóth*, personaje, teóloga
loca, bronce, aullido
de bronce, ni Agustín
de Hipona que también fue liviano y
pecador en África hubiera
hurtado por una noche el cuerpo a la
diáfana fenicia. Yo
pecador me confieso a Dios.

 
* En fenicio: cortesana del templo.
 
 Gonzalo Rojas
De El alumbrado, 1986.


 

20 de julio de 2022

¿Qué se ama cuando se ama? Gonzalo Rojas


 

¿Qué se ama cuando se ama?
 
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
 
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en particular fugaces
de eternidad visible?
 
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
 

 Gonzalo Rojas
 
De Contra la muerte, 1964.

19 de julio de 2022

Carta para volvernos a ver, Gonzalo Rojas


Carta para volvernos a ver

 
 
 
 
Escrita en el mar, el 25-X-58,
entre las 2 y las 5 de la mañana,
a bordo del "Laennec", Navifrance,
por la ruta del Atlántico norte.
No publicada hasta la fecha.

 
 
 
Lo feo fue quererte, mi Fea, conociendo cuánta víbora
era tu sangre, lo monstruoso
fue oler amor debajo de tu olorcillo a hiena, y olvidar
que eras bestia, y no a besos sino a cruel mordedura
te hubiera, en pocos meses, lo vicioso y confuso
descuerado, y te hubiera en la mujer más bella ¡por Safo! convertido.
 
Porque, vistas las cosas desde el mar, en el frío de la noche oceánica
y encima de este barco de lujo, con mujeres francesas y espumosas,
y mucha danza, y todo, no hay ninguna
cuyo animal, oh Equívoca, tenga más desenfreno en su fulgor
antes de ti, después de ti. No hay ojos verdes
que se parezcan tanto a la ignominia.
 
Ignominia es tu sangre, Burguesilla: lo turbio que te azota por dentro,
remolino viscoso de miedo y de lujuria, corrupción
de todo lo materno que es la mujer. ¡Acuérdate, Malparida, de aquella pesadilla!
No hay trampa que te valga cuando tiritas y entras al gran baile del muro
donde se te aparecen de golpe los pedazos de la muerte.
 
No te perdono, entiéndeme, porque no me perdono, porque el mar
-por hermoso que sea- no perdona al cadáver: lo rechaza y lo arroja como inútil estiércol.
Muerta estás y aun entonces, cuando dormí contigo, dormí con una máquina
de parir muertos. Nadie podrá lavar mi boca sino el áspero océano,
Mujer y No-mujer, de tu beso vicioso.
 
Lástima de hermosura. Si hoy te falta de madre justo lo que te sobra de ramera
y de sábana en sábana, desnuda, vas riendo
y sin embargo empiezas a llorar en lo oscuro cuando no te oye nadie,
es posible, es posible que descubras tu estrella por el viejo ejercicio
del amor, es posible que tanta espuma inútil
pierda su liviandad, se integre en la corriente, vuelva al coro del Ritmo.
 
Tal vez el largo oleaje de esta carta te aburra, todo este aire solemne,
pero el Ritmo ha de ser océano profundo
que al hombre y la mujer amarra y desamarra
nadie sabe por qué y, es curioso, yo mismo
no sé por qué te escribo con esta mano, y toco
tu rara desnudez terrible todavía.
 
No hablemos ya de mayo ni de junio, ni hablemos
del gran mes, mi Amorosa, que construyó en diamante tu figura
de amada y sobreamada, por encima del cielo, en el volcán
de aquel Chillán de Chile que vivimos los dos, y eternizamos,
silenciosos, seguros de ser uno en el vuelo.
 
No. Bajemos de ahí, mi Sangrienta, y entremos al agosto mortuorio:
crucemos los horribles pasadizos
de tus vacilaciones, volvamos al teléfono
que aún estará sonando. Volemos en aviones a salvar
los restos de Algo, de Alguien que va a morir, mi Dios, descuartizado.
 
Digamos bien las cosas. No es justo que metamos a ningún Dios en esto.
Cínicos y quirúrgicos, los dos, los dos mentimos.
Tú, la más Partidaria de la Verdad, negaste la vida hasta sangrar
contra la Especie (¿Es mucho cinco mil cuatrocientas criaturas por hora...?)
Los dos, los dos cortamos las primeras, las finas
raíces sigilosas del que quiso venir
a vemos, y a besamos, y a juntamos en uno.
 
Miro el abismo al fondo de este espejo quebrado, me adelanto a lo efímero
de tus días rientes y otra vez no eres nada
sino un color difícil de mujer vuelta al polvo
de la vejez. Adiós. Hueca irás. Vivirás
de lo que fuiste un día quemada por el rayo del vidente.
 
Mortal contradictorio: cierro esta carta aquí,
este jueves atlántico, sin Júpiter ni estrella.
No estás. No estoy. No estamos. Somos, y nada más.
Y océano,
                 y océano,
                                 y únicamente océano.
 
Gonzalo Rojas

 


 

18 de julio de 2022

Poema, William Shand



 

Poema
 
Hoy ya no soy lo que fuí ayer.
Aunque lo mío parece igual
he penetrado las capas
incrustadas en mi,
acumuladas a través de años,
y he observado
como su sustancia
ha liberado en laberinto.
Hoy no soy lo que fui ayer.
 
William Shand


17 de julio de 2022

Ella se alza sobre la bruma de la pena, William Shand

Ella se alza sobre la bruma de la pena
 
Quién hablará sobre lo que pierde de vista,
sobre lo que en la salvaje orilla de su día creció;
donde su tierra es solo un hueco
perplejo sobre el final del mapa?
 
Quién puede saber: quién puede decir
si ella es mariposa o gacela,
o tan solo una ave abandonada, conforme
con su búsqueda de un nuevo continente?
 
Quién puede adivinar? Quién puede estimar?
yo solo sé que, sentada allí,
se alza por sobre la bruma de la pena,
ofreciéndose toda ella, incandescente.
 
 
William Shand

 

16 de julio de 2022

Deja de usar tu cara, William Shand

 

Deja de usar tu cara
 
Deja de usar tu cara!
Deja que tome su propio camino!
Dale la oportunidad y vé que sucede.
Pero creo que tenés miedo.
Conocés sus imágenes,
Y como ellas, supersticiosamente
modelan cada forma y color,
cambian el paisaje,
afable a veces
y casi espantosa otras.
 
Probablemente lo has intentado antes
y te has encontrado solo
tras una sórdida balaustrada
esperando que ellos vengan por vos.
Te ven pero se apartan de vos.
Tomando a cambio otras manos.
Entonces usa tu cara si es necesario,
llevala un día más,
pero hacelo sin malicia.
Deja al pánico gatear en ella.
 
 
William Shand

Shand concibe símbolos para el glorioso, tedioso y horrible mundo contemporáneo. Ejercitan en este periodo de la historia la misteriosa y antigua profesión de poeta es una enorme responsabilidad. Shand no ignora esto y pesa sus palabras con temor y alegría (Jorge Luis Borges)

William Shand (Glasgow, 20 de diciembre de 1902 - Buenos Aires, 8 de noviembre de 1997), fue un poeta, novelista, dramaturgo y traductor argentino de origen escocés. Radicado desde 1938 en Argentina, al llegar en el año 1938 trabajó en el diario La Nación como crítico literario y traductor.
Publicó las colecciones de poemas Dead season's heritage (1942), Selected poems (1978), las ediciones bilingües Nine poems, Poemas y varias compilaciones durante las décadas siguientes. En 1969 recopiló una antología de autores argentinos que tradujo al inglés. Escribió los libros de cuentos La obsesión de Branti (1975) y Cuentos completos (1987), entre otros volúmenes. A partir de El guerrero ciego (1953) se dedicó también a la dramaturgia. Así fue como en 1971 escribió junto a Alberto Girri el libreto para la ópera Beatrix Cenci, de Alberto Ginastera, con cuya puesta en escena colaboró en el Kennedy Center de Washington (EE.UU., 1971), el New York City Opera (1973) y en el Teatro Colón (1992). Sus piezas dramáticas fueron reunidas en Teatro (1989). Recibió tres fajas de honor de la Sociedad Argentina de Escritores y tres premios municipales.
Tradujo al español a los poetas John Donne y Stephen Spender.
Caracterizado como "un cuidadoso observador de la sociedad argentina contemporánea", Shand frecuentemente abordó tópicos altamente controvertidos y delicados". Dividió su tiempo viviendo es su apartamento frente a la Plazoleta Carlos Pellegrini y su residencia en el barrio de San Miguel.


15 de julio de 2022

Deja de usar tu cara, William Shand

Deja de usar tu cara

 
Deja de usar tu cara!
Deja que tome su propio camino!
Dale la oportunidad y vé que sucede.
Pero creo que tenés miedo.
Conocés sus imágenes,
Y como ellas, supersticiosamente
modelan cada forma y color,
cambian el paisaje,
afable a veces
y casi espantosa otras.
 
Probablemente lo has intentado antes
y te has encontrado solo
tras una sórdida balaustrada
esperando que ellos vengan por vos.
Te ven pero se apartan de vos.
Tomando a cambio otras manos.
Entonces usa tu cara si es necesario,
llevala un día más,
pero hacelo sin malicia.
Deja al pánico gatear en ella.

 
 
William Shand

La poesía de Shand, vigorosa y elocuente, con cierto humor, un humor mezclado con ternura ( tal vez compasión). Tales cualidades pueden ser observadas en su visión dramática (Bernardo Canal Feijoo)


 

14 de julio de 2022

Sin paz para los buenos, William Shand

 

Sin paz para los buenos
 
No haya paz para los buenos! Hazlos retroceder!
Sin astas y sin alas!
Déjalos negar! Déjalos atreverse!
Les impondremos los fantasmas,
anunciaremos nuestro propósito
con armas templadas
en los himnos de nuestros ancestros.
 
No haya suelo para los buenos donde puedan crecer!
que ninguna lluvia humedezca sus cosechas!
Enciérrenlos encadenados en sus celdas!
Conocemos a ellos y sus cánticos;
sin ellos, se postrarán.
Serán esterilizados y entonces nos dejarán
Construir una gloriosa tierra de hombres crueles.

 
William Shand 

William Shand pertenece a una raza. La más terrible, la más loca, extraña, la más convulsiva, incomprendible y auténtica. Escribe sus poemas como si fuesen relámpagos, hogueras de su sonrisa. Como si ofreciera una amistosa y fraternal mano, como evadiendo territorios del amor con un millón de chispas doradas en sus ojos, como si situase las ppalabras en un coloquio donde vibra su propia  resonancia. M. Petit de Murat


13 de julio de 2022

Ponte de pie, William Shand

William Shand (Glasgow, 20 de diciembre de 1902 - Buenos Aires, 8 de noviembre de 1997), fue un poeta, novelista, dramaturgo y traductor argentino de origen escocés. Radicado desde 1938 en Argentina, al llegar en el año 1938 trabajó en el diario La Nación como crítico literario y traductor.
Publicó las colecciones de poemas Dead season's heritage (1942), Selected poems (1978), las ediciones bilingües Nine poems, Poemas y varias compilaciones durante las décadas siguientes. En 1969 recopiló una antología de autores argentinos que tradujo al inglés. Escribió los libros de cuentos La obsesión de Branti (1975) y Cuentos completos (1987), entre otros volúmenes. A partir de El guerrero ciego (1953) se dedicó también a la dramaturgia. Así fue como en 1971 escribió junto a Alberto Girri el libreto para la ópera Beatrix Cenci, de Alberto Ginastera, con cuya puesta en escena colaboró en el Kennedy Center de Washington (EE.UU., 1971), el New York City Opera (1973) y en el Teatro Colón (1992). Sus piezas dramáticas fueron reunidas en Teatro (1989). Recibió tres fajas de honor de la Sociedad Argentina de Escritores y tres premios municipales.
Tradujo al español a los poetas John Donne y Stephen Spender.
Caracterizado como "un cuidadoso observador de la sociedad argentina contemporánea", Shand frecuentemente abordó tópicos altamente controvertidos y delicados". Dividió su tiempo viviendo es su apartamento frente a la Plazoleta Carlos Pellegrini y su residencia en el barrio de San Miguel.

Ponte de pie, William Shand

 
¡Ponte de pie, preséntate!
¡No te encojas detrás de tu vecino!
¡Muestra tu ser y todo lo que eres!
Atiesa tus rodillas, endurece tu pecho,
inaugura el espacio
donde puedas insertar
esos requerimientos de estaciones idas,
moldéalas a tu gusto
quebrando tácitos acuerdos.
 
¡Enfréntate a las masas!
Deja que te señalen
y con sarcasmo, míralas,
desmantelar sus fibras.
Quédate intacto con las armas
que nadie reconoce,
armas hechas por láminas secretas
de comprensión,
inexpugnables ante los asaltos.
 
¡Quédate donde estás!
Deja que otros se acerquen
con sus derrotas y sus furias.
Oye sus dogmatismos
empapados de víctimas
y arriésgate a entender
sus discrepancias.
 
La impaciencia no sirve
donde los medrosos nada innovan.
¡Recuéstate en el muro!
Ve cuán imperturbables
ellos rechazan la tendida mano,
sin querer liberar
los cómodos peligros
que merodean por sus sueños.
Danzan indiferentes
en cúmulos de corrupción;
han sucumbido las melodías.
 
…….No pudieron cumplir y se marcharon.
…….Aunque vivos, están junto a los muertos.

 

 
Traducción de Elizabeth Azacona CRANWELL- Buenos Aires, primavera de 1987.


 

11 de julio de 2022

Pasaje del misterioso, Cecilia Meireles


 Pasaje del misterioso

 
 
Antes que la noche llegue:
antes que se oscurezca la vista:
antes que todo se confunda:
antes que tu nombre clamado
de horizonte a horizonte
 
no pueda más recibir
la respuesta de tu boca.
 
Antes, antes, antes
que no puedas. o no quieras,
no sepas, no debas
mas oír la voz de los vivos.
 
Antes de ello, danos tu recado humano,
para que sigas sin lágrimas
tu camino,
 
fuera de este pequeño mundo.



 Cecilia Meireles 

Pasaje del misterioso
 
1959

10 de julio de 2022

Levedad, Cecília Meireles

Levedad
 
Leve es el pájaro:
Y su sombra volante,
Más ligera.
 
Y la cascada aérea,
De su garganta,
Más ligera.
 
Y lo que recuerda, oyéndose
Deslizar su canto,
Más ligera.
 
Y el deseo rápido
De este antiguo instante,
Más ligera.
 
Y la fuga invisible
Del amargo pasante,
Más ligera.
 
Cecília Meireles


 

9 de julio de 2022

La esperanza deshabitada, Cecilia Meireles

La esperanza deshabitada
 
Acércate a mí y escucha: escucha la blanda melodía que afl uye a la superfi cie de mi alma y se desprende y huye.
Las largas noches dolorosas van muy lejos; extiende los ojos por el camino del tiempo: no encontrarás más sus oscuras huellas hasta el fi n del horizonte.
De aquí en adelante solo tendremos madrugadas: madrugadas abiertas en las ramas de la vida como límpidas grandes fl ores. Respiraremos su luz, que siempre caerá sobre nosotros. Y sentiremos la inmortalidad que nos infunde.
Las aguas van escribiendo y borrando su silencioso destino. Las voces de alegría y dolor vienen, ya unidas, desde lejos. Reconoce el momento armonioso.
¡Oh! Acércate a mí y escucha. Escucha la blanda melodía…
Estabas muy triste en tu camino, ¿no es cierto? Y tu rostro sobre las manos pensaba: ¿Qué será de nosotros? ¿Qué haremos aquí?
Tenías los pies inertes sobre tu sombra. No sabías andar más. Tus labios parecían modelados en ceniza. Volarían deshechos con el soplo de la primera palabra. Tampoco podías hablar.
Pero tu corazón latía, latía dentro de tu carne desencantada: estaba muy vivo dentro de tu muerte, tenía fuerza para un camino de mil años, memoria para todos los minutos de su viaje.
Acércate, acércate a mí y escucha la blanda melodía…
No sentiste a nadie cerca de ti. Pero había alguien justo ahí. Y una dulce y persuasiva fuerza se ciñó a tu cuerpo como un mágico vestido.
Y desde entonces pudiste andar. No sabías cómo. Pisabas elementos fluidos. No encontrabas más tierra ni cielo. Todo era una luna fugitiva, yerma, plácida, inconsistente. Y te impelían dentro de ella, con fi rmeza y mansedumbre.
Tus pies habían revivido y allá iban ahora, fácil, dócilmente, como un sueño pasando sobre el sueño.
Todo era tan leve que podías ver sin abrir los ojos. Era tan puro y tan profundamente bueno que las lágrimas —maravillosas— se abrojaban en ti como fuentes de estrellas.
Acércate a mí, a mí, y escucha la blanda melodía…
Quisiste decir: ¿Quién viene conmigo que me consuela tanto? Pero sentiste tu pregunta tan mezquina; te fue tan inútil hablar… Recorriste las palabras, una por una, y todas te parecieron defectuosas. En este instante, solo tu gratitud creció como un océano y ahogó todos los motivos anteriores de tu vida: todas sus nostalgias, todos sus deseos.
Tus pensamientos luchaban en silencio. Y parecían espejos rotos, con las manchas de escenas antiguas. Te quedaste mirándolas.
“¡Lo perdimos todo! Aquí quedó la boca y su grito. ¡Díganme si, acaso, algo puedo salvar! Mis manos se desarticularon. ¡No tengo manos; tengo garras! Es necesario asir, ganar, fruir!”
“¿Por dónde vinieron los asaltantes? ¿Por qué nos despojan de estas nuestras conquistas? ¿Por qué vinieron de lejos a asaltarnos? ¿Quién fue? ¡Ah! ¡Nos quedamos aquí indefensos! ¡Desbarataron todas nuestras cosas! ¡Qué amargura!”
“Y pedimos ayuda. Nadie apareció. ¡Nadie más quiere saber de nosotros! ¿Por qué? ¿No éramos poderosos? ¿No éramos señores de innumerables riquezas? Nuestros dominios estuvieron fl oreciendo sobre aludes. Un mar monstruoso abrió su larga boca llena de imanes. Todo cayó por la garganta de aquel mar”.
“Tendremos que hacer la guerra a la distancia. Recobremos nuestra riqueza. Y nuestro amor, y nuestro amor… ¿Quién arma los barcos en los que debemos partir? ¡Oh! ¡El movimiento que devora caminos! ¡Deprisa! ¡Llamen al viento! ¡Desanuden las olas! ¡Desanúdenlas! ¿No oyen? ¿No oyen? ¿Será verdad que no oyen? ¿O no pueden hacerlo? ¡Respondan! ¡Griten! Es nuestra
vida, ¿comprenden? La vida toda…”
“¡Ay de nosotros! ¡No podemos seguir! ¿Por qué? No sé. No lo sabemos. ¿Desde cuándo todas las cosas son sordas? ¿Desde cuándo están presas? Nos quedaremos aquí solos. Y los enemigos escucharán nuestro rugido inútil, que es un arma rota que se agita en la sombra.”
Acércate a mí, acércate a mí y escucha la blanda melodía...
La desesperación fue decayendo, floja y tímida como un día brillante que se despluma. Quizás fue un relámpago: “¡Oh!, infortunio…” Mas se fue apagando. Apagando. Finalmente, un suspiro: “Morir…”
Y tu cuerpo se aplacó, sin más ímpetus. Y tu boca nunca más quiso hablar. Y pusiste las manos sobre los oídos, impidiendo el paso de los recuerdos del mundo.
Sin embargo, había otro mundo, uno encubierto. Y sobre él comenzaste a vivir. Y los cuerpos que encontraste estuvieron tan cerca de ti que las presencias, una a otra, se embebían.
Acércate a mí y escucha, escucha la blanda melodía…
Tu esperanza dio un gemido trémulo. Quiso balbucear, tenue, triste: ¿Hacia dónde me llevan? ¿Llegaremos a un destino definitivo? Mas el viaje despedazaba las preguntas; cómo iba despedazando los caminos, soplándolos vastamente como nubes, llevándolas muy lejos.
No pudiste saber si algún paisaje se estamparía en el lugar en el que acabara tu vuelo.
¡Ah! Si pudieras insistir con la voz de tu esperanza: ¿Alguna existencia prepara el reflejo de la emoción que llevamos? Mas todo era imperceptible, de lo que sentías. Aquella velocidad consumía todos los pensamientos…
Y, si quisieras recordar quién habías sido, de seguro encontrarías, dentro de ti, todo disgregado. Todo perdido.
Acércate a mí y escucha la blanda, blanda melodía…
“Canción de la esperanza deshabitada y sin rumbo.”
“Entretejieron las fl ores, y recostándolas en las olas, dijeron a los ríos: ¡Llévenselas!”
“Y las fl ores siguieron, navegando por las aguas, haciendo del propio perfume la vela de su aventura.”
“Canción de la esperanza deshabitada y sin rumbo.”
“Llegaron los pájaros y, soltándolos en los aires, dijeron a los vientos:
¡Llévenselos!”
“Y los pájaros se fueron, viajando por las nubes, haciendo del propio cántico el amparo sin dirección de sus alas”.
 
Cecília Meireles 

 

8 de julio de 2022

Contaría una historia simple, Cecilia Meireles

Contaría una historia simple
 
Contaría una historia simple,
facilísima:
!a historia de mi vida.
Y todos pensarían que dramatizaba
un hecho portentoso,
un mito arqueológico o inverosímil.
y no dirían: «¡qué criatura del dolor!»
sino: «qué ingeniosa criatura!».
 
Entonces, prefiero devolverle al silencio
esa especie de monstruosa aventura
que acontece invisiblemente
y sobre la cual todos se sentirían
capaces de opinar,
sin que la conocieran.
 
Cecília Meireles
 
Octubre, 1956

 

7 de julio de 2022

Mi pariente se dijo a si mismo, Cecília Meireles



Mi pariente se dijo a si mismo
 
Mi pariente se dijo a si mismo
(pero a su vuelta todos le oyeron):
«Yo a la guerra no iré.
No tengo ningún enemigo,
no tengo ninguna revuelta,
no mato por ningún rey.
 
Mi pariente. con todo. pensaba:
«No se dirá que me rehúso
a obedecer a alguna ley.
Toda nuestra gente fue valiente,
sin cobardía ni abuso.
Pero no voy a matar por el rey.
 
Ir a la guerra sin espada
— pensaba aquel pariente ratio
-¬es otra cosa que no haré.
Pues traería vergüenza
a la cara de toda esta gente
de armas, que mata por el rey.
 
Si me dejo matar, obligo
a que sea criminal la criatura
con la cual. sin quererlo. me enfrentaré.
De quien podía se amigo,
sin la fuerza de esta aventura
a que me va llevando el rey.»
 
Decía mi pobre pariente:
«¡Puedo cortar la mano derecha!
¿Rescataré con mi sangre
la sospecha de cobardía?
¿Y estará perfecta mi alma
si yo no sirviera al rey?»
 
Entre dar y aceptar la muerte,
entre deserción y batalla,
entre la luz del amor y la de la ley,
mi pariente se sintió fuerte.
Se dijo a si mismo: «¡Válgame Dios!»
y partió. a servir al rey.
 
No obstante, el día del combate,
viendo levantarse una espada,
bien se lo que sintió, bien lo sé.
«¡Preferible es que me mate!
dijo y ya no dijo nada más.
fiel a si mismo y fiel al rey.
 
Como la conozco a mi gente,
puedo decir que, tras ello,
habrá suspirado: «Si me equivoqué,
le hice únicamente contra mi mismo,
Y aquí se acaba el servicio mío.»
 
Y aquí se acaba el pariente mío,
Libre del enemigo y del rey.
 
Cecília Meireles
 
1945

6 de julio de 2022

Sugestión, Cecilia Meireles

 

                                
Sugestión
 
Sucede así -cualquier cosa
serena, libre, fiel.
Flor que se cumple, sin pregunta.
Ola que se violenta, a causa de ejercicio indiferente.
Luna que envuelve igual a los novios abrazados y a los soldados ya fríos.
También como este aire de la noche: susurrante de silencios, lleno de nacimientos y
               pétalos.
Igual a la piedra detenida, conservando su demorado destino. Y la nube
               leve y bella, viviendo de nunca llegar a ser.
La cigarra quema en su música, al camello que mastica su larga soledad,
Al pájaro que busca el fin del mundo, al buey que va con inocencia hacia el monte.
Sucede así, cualquier cosa serena, libre, fiel.
No como al resto de los hombres.
 
Cecília Meireles


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