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20 de septiembre de 2021

Nieve, Enrique Lihn




NIEVE
 
 
Cómo te gustaría suspender esta peregrinación
solitaria
y retomarla luego que pase, compañera de viaje, la
fatiga
del extranjero para el cual todo se mezcla a ella,
aun en medio del mayor encantamiento.
Como ayer mientras el viejo Brueghel montaba para
ti su tabladillo,
nada menos que en el Museo Real de Bellas Artes;
ángeles y demonios, y sin embargo habías perdido
tantas veces
esa misma batalla minuciosa
que ahora el pincel mágico del viejo la libraba
del otro lado de un espejo oscuro. Retuviste el aliento,
en honor a lo real, para dejarlo hacer
su trabajo de siempre sin un nuevo testigo.
La nieve era en Bruselas otro falso recuerdo
de tu infancia, cayendo sobre esos raros sueños
tuyos sobre ciudades a las que daba acceso
la casa ubicua de los abuelos paternos:
peluquerías en las largas calles; espejos, en lugar de
puertas, rebosantes
de pintadas columnas giratorias;
tiendas, invernaderos, palacios de cristal, la oveja que
balaba,
mitad juguete mitad inmolación
del cordero pascual, y reconoces
el Boulevard du Jardin Botanique, por alguna razón
tan misteriosa
como la nieve.
¿Dónde está lo real? No hiere preguntarlo ni
importa que uno sepa de memoria
las exactas respuestas del maestro y los suyos
entre los cuales vive tu voluntad. No importa.
Entiendes bien que el solipsismo es una coartada
del poder contra el espíritu. Pero aquí, en el más
absoluto aislamiento, se es víctima de
impresiones curiosas,
a la vuelta de una esquina que nunca parece
exactamente la misma
como si las calles caminaran contigo, participando de
tu desconcierto.
Estabas advertido: había que viajar en compañía, pero
en cambio viniste del otro lado del mundo
para mirar tu soledad a la cara
y lo demás que ahora no interesa.
Esta forma del ser, obstinada en impugnarlo; celosa
de toda ambigüedad, la conoces
como Edipo a la Esfinge, horma de su zapato.
Nieva en Bruselas y en tus falsos recuerdos. Piensas:
«es mi fatiga.
Ella es la que no se extraña de nada».
El viejo cierra a las cinco su caja de Pandora.
Demasiado temprano, ya lo sabes.
Como si dispusiera de lo eterno, otra vez, la noche
se da el lujo de caer lentamente
sobre la Gran Plaza que ha encendido su torre
en un dorado Oficio de Tinieblas,
y es tu familiaridad la sorprendida
con un mundo en que el logos fue la magia.
Piedras transfiguradas por las manos del hombre
hasta hacerse tocar por los ángeles mismos:
ocios del gótico tardío. No,
nada te habría encaminado a lo oscuro que te
significara
la recuperación de una embriaguez perdida
con los años de triste aprendizaje.
Pero, en fin, habías bebido unos vasos de cerveza
por lo que pudiera ocurrir y fue el temor
de que nada ocurriera sino sólo en ti mismo
el primero en empujarte en esa dirección.
Rue des Chanteurs, rue de la Bienfaisance; los nombres
cambian de sonido y lugar
igual, en todas partes, permanece,
bajo luces distintas esa tierra de nadie, lindando con
el Reino de las Madres:
su viejo cómplice y enemigo de siempre.
Tu distracción tomaba la forma de la nieve,
ahora ese lejano resplandor
que todo lo cubría vagamente, hasta la aparición
articulada
de la mujer, en su pequeña vitrina, como ahogada
en una luz incierta.
Y sonreía sólo para sí misma.
No fue ella, por cierto, la anfitriona; allí estaba
la otra,
esa que reconocerías entre miles, cuyo nombre
ha cambiado tantas veces,
pronta a participar, por un momento, en el diálogo.
Sólo lo justo para hacerse presente
como si nunca nada pudiera comenzar.
 
Enrique Lihn


 

19 de septiembre de 2021

Poe, Enrique Lihn


Poe

 
Cae la nieve negra de Anaxágoras desde Edgar Allan Poe
sobre el blanco que se extiende ante el ojo
invisible del lápiz
Las palabras arremolinadas por el viento
que lleva el segundo de estos nombres
caen sobre el desierto de papel.
Edgar, me hago tu eco
yo también prefiero -en mi perversidad-
lo distante y equívoco
a lo obvio y fácil. Al paso de los años
que no me enseñan nada, en cambio, aumenta
-en proporción directa a mi extenuaciónel
tamaño de mi cabeza y la movilidad de mi lengua.
Cedo la iniciativa a las palabras en tu honor
y me agrego a tu nombre releyendo a Baudelaire: hojas que caen
de un libro descuadernado, rival de la Naturaleza
L’ART ROMANTIQUE, datado por mí en París en 1965
esa ciudad irreal
Cae (y de lo que se trata es de la palabra caer)
sobre la página en blanco
una sombra de palabras: la nieve
negra, un oximorón de Poe, el engreído
diestro en atribuciones, citas y coartadas
como yo.
 
 
Enrique Lihn
De: A partir de Manhattan (1979)

 

 


 

18 de septiembre de 2021

Una canción para Texas, Enrtique Lihn


 

Una canción para Texas
 
Bajo la luna de Texas, más grande que en cualquier otro cielo del mundo
Donald se mirará, meditabundo, la punta de sus botas puntiagudas
Puede que piense con toda seriedad en emigrar
a una región menos vasta
donde haya lugar para un pequeño proyecto
Conoce ya -porque en sus viajes ha sido pródigo- países
del tamaño de la mitad del Estado
pero están por ahora increíblemente lejos
allí vivió Donald en su elemento
en un mundo de tamaño natural
pero aunque no puede florecer insiste en sus raíces
a medida que envejece
como una rama tronchada.
 
 
 
Enrtique Lihn
De: A partir de Manhattan (1979)

17 de septiembre de 2021

Carne del insomnio, Enrique Lihn


 

Carne del insomnio
 
Ruiseñor comí de tu carne y me hice adicto
al insomnio que ella contagia, por el cual
yo ya tenía una afición extraña
Oigo venir tu canto mudo aún
anudando la noche y el deseo de verte
Y no duermo jamás, sólo las horas
que muerdo el pan de preso y bebo el agua
de su Leteo en el tazón de fierro
Quieren que sobreviva a esta locura
y responda a tu canto con mi grito
por eso duermo poco y muero mucho
ruiseñor, escuchándote
"ave parlera la que fue niña muda".
 
Me parece la celda
no más la emanación de un lindo insomnio
y me parece frívolo compararlas con otras
de tantas. Es la noche sin ti con el regusto
de tu carne que produce el insomnio, Filomela
y una adicción al canto con que ese pajarillo
virtuoso de mi oído, me desvela
— oh maravilla — y maravilla
porque es su canto mudo el que estoy escuchando
a la niña no al ave, ensangrentada en pájaro.
 
Enrique Lihn
De Al bello aparecer de este lucero (1983)

16 de septiembre de 2021

Enrique Lihn, Roberto Bolaño Unas pocas palabras para Enrique Lihn Lunes 30 de septiembre de 2002


 

Enrique Lihn, Roberto Bolaño
Unas pocas palabras para Enrique Lihn
Lunes 30 de septiembre de 2002
 

En mi adolescencia era lugar común hablar de Lihn y de Teillier como de dos opciones enfrentadas. Los muchachos sensibles, los que no querían envejecer (o los que querían envejecer de inmediato), preferían a Teillier. Los que estaban dispuestos a discutir la cuestión preferían a Lihn. No era esta la única de sus virtudes. Frecuentar su poesía es enfrentarse con una voz que lo cuestiona todo. Esa voz, sin embargo, no sale del  infierno, ni de las profecías milenaristas, ni siquiera de un ego profético, sino que es la voz del ciudadano ilustrado, un ciudadano que espera llegar a la modernidad o que es resignadamente moderno. Un ciudadano que ha aprendido la lección de Parra, su maestro y compañero de travesuras, y que en ocasiones nos ofrece una visión latinoamericana refulgente y original. Todo el fulgor, sin embargo, en Lihn está tamizado por un ejercicio constante de la inteligencia.
¿Merecimos los chilenos tener a Lihn? Esta es una pregunta inútil que él jamás se hubiera permitido. Yo creo que lo merecimos. No mucho, no tanto, pero lo merecimos. Esa lucidez, en los años setenta, le costará el estigma y el anatema de la izquierda dogmática y neostalinista que incluso llegará a acusarlo de connivencia con el pinochetismo. Esos mismos que entonces no levantaron la voz para defender a Reinaldo Arenas y que hoy se acomodan como putines* en la nueva situación, intentaron borrarlo del mapa, deslegitimar una voz que por lo demás siempre se consideró a sí misma como voz bastarda, hija del imperioso azar y de la necesidad, que tiene cara de perro.
¿Merecimos los chilenos tener a Lihn? Esta es una pregunta inútil que él jamás se hubiera permitido. Yo creo que lo merecimos. No mucho, no tanto, pero lo merecimos, aunque sólo sea por las almas puras, por los príncipes idiotas y por los alegres analfabetos que el país produjo con extraña generosidad y que aún hoy, según cuentan los viajeros, sigue produciendo, aunque en cantidades más limitadas. Bajo cierta luz, Lihn también podría ser un príncipe idiota y un alegre analfabeto.
En el ejercicio de la poesía, a la que siempre le fue fiel, sólo hay un poeta en lengua española que se le pueda comparar, Jaime Gil de Biedma, aunque el abanico de registros de Lihn es mucho más amplio. En el ejercicio del ensayo, de la reseña, del manifiesto e incluso del libelo, no hubo en Chile escritor más certero ni más libre. En la narrativa no alcanzó las cotas de Donoso o de Edwards, aunque siempre quedará la sospecha de que en el fondo, como por los demás todos los grandes poetas de ese país, juzgaba el arte de crear ficciones como algo innecesario, algo que no le iba a salvar la vida. Sus cuentos, sin embargo, siguen vivos, como sigue viva “La orquesta de cristal”, libro mítico por inencontrable y al cual no me atrevo a llamar novela, aun pese a saber que si hay que llamarlo de alguna manera es la palabra novela la que más se acerca a ese libro misterioso. De hecho, hay dos prosistas en la generación del cincuenta que están por descubrir: Lihn y Giaconi.
Es extraño pensar en Lihn ahora, en Giaconi, en Parra, en Teillier, en Rodrigo Lira, en Gonzalo Rojas, en poetas como Maquieira y Bertoni, en narradores como Contreras y Collyer, resulta extraño pensar en ellos y en tantos más. Te queda la extraña sensación de que la literatura ha estado a la altura de la realidad. La famosa rea, la rea, la rea, la rea-li-dad.
 
*Ay, mi hipócrita, no es argot mexicano, es Vladimir Putin.
 
DE ENTRE PARENTESIS, Roberto Bolaño (30 de septiembre de 2002)
 
Diario El Mundo de España

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