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1 de septiembre de 2021

La muerte por el tacto
 
 
(A modo de manifestarse
estupor ante lo bromista
de la mirada.)

 
I
 
Olvidó los océanos y las voces
replegado con los demás en el apagado símbolo de los puentes
– hizo perdurar el crepúsculo
al igual de la condición de los afectos al árbol
los ensangrentados
los de largas cabelleras
los forjadores del viento
los que con la impasibilidad de las cosas han depositado un pétalo
una arena un aire en el arco olvidado de aquella cumbre
los que iniciados en los triunfos de la naturaleza
en las revelaciones de las edades y de las lluvias
anuncian las transformaciones del sonido, figura tuya -no sé aún quién eres
los que sean lo mismo que los ríos parte vital de las montañas
los que sean
los que realmente vivan y mueran sin hacer gesto de desagrado
los que se queden imberbes y también los barbudos y los barrigones
dignos y naturales cuando el sonido y el viento son una misma cosa
cuando no existe necesidad de que no hayan moscas
cuando no se tiene que pagar para que besen a los delegados
y el beso no sea más que beso y no señal torcida hipócrita y atentatoria
cuando el matar no es condenable sino sólo matar
y el término con que se designa la acción desaparece
cuando te topes en las esquinas con alguien idéntico a ti
y puedas decirle ‘hola’, ‘ojalá’, ‘tal vez’, ‘recuerda’ o ‘quien sabe’
indistintamente
como si te refirieras a él o a ello o a ellos o a ti desde la luz hacia la luz
es necesario que escriba una carta para poder ver mejor la luz de las cosas
luego de leerla alumbrado por el antiguo vuelo de mis amigos muertos
es necesario que recuerden todos su amor a la música, su sosiego y su desdicha,
y su propensión a la risa
así como las arquitecturas que urdían cuando podían hacer lo contrario
y su lamento, el lamento que ya fue analizado sin usar la substancia humana,
sin planes, sin palabra ni consulta, pero con ademanes repetidos bajo la mirada
que caía desde un pedestal diseñado en otro tiempo para ensalzar a los mendigos,
a los valientes y a los inventores del azúcar y del resorte
y sus proyectos,
los rigurosos alegatos en favor del desquiciamiento,
de un anti-orden, para el retorno profundo al verdadero ordenamiento
sus conmovedores argumentos para comprender
finalmente el simple significado de la estrella
sus penas tan dignas de respeto
sus venias (te explican el punto de partida de la vida)
encerraban una melodía ingenua y lejana
y te inducían a ser más bueno y desentrañar con mayor autoridad
los signos misteriosos de las nubes y de las calles
hacían que te vieras tal como eres (tu contenido, las propias venias que jamás harás)
y les intitulabas medida de todo,
y solución secreta de todo, y surgía de tu sombra una venia destinada a ellos
y les intitulabas ‘caro destino, gayo amigo’.
 
II
 
Mi soñoliento cuerpo despierta finalmente, y me hallo frente a mis amigos muertos
y me levanto triste a veces porque de haber un muro a mi frente,
de haber una valla o un duende a mi frente,
yo no estaría triste ni pensaría en ti ni en mí ni en ellos
y es así que salgo encorvado a contemplar el interior de la ciudad
y uso del tacto desde mis entrañas oscuras
en el secreto deseo de encontrar allá,
allá el medio propicio para hacer que el mundo sea envuelto por el olvido
para que el olvido impere en las primeras máscaras inventadas por la humanidad
para que el olvido sea la fuerza motora y suprema y para que del olvido sólo surja el olvido
¡no puedes tener idea del olvido porque no conoces a mis amigos muertos!
y para que en el curso de las edades el olvido llegue a generar la soledad
para ello habrás de estar presente en aquella estrella
en el rumbo indeciso,
en el caos de la mirada
en modo alguno para determinar,
y sí para que se justifique la razón inexorable de lo habido y lo por haber
de modo que lo armonioso sea siempre armonioso, has de estar presente sin poder saberlo
y yo estaré presente y no podré saberlo pero seremos el olvido y la soledad
porque ya hemos sido olvido y soledad cuando nada sabíamos
cuando no teníamos la noción de la oreja y del dolor
ni sed
yo te anuncio que sabemos y seremos
harto conocido es el continente de aquel o de aquellos
o del que hace cábalas con una jorobita
conocemos a las gentes pero sólo tal cual son y no las sabemos tal cual no son
pese a que carecen de la facultad de no ser porque no saben que pueden no ser o ser
las saben en toda su magnitud mis amigos muertos
y yo hablo de ellos con seguridad y orgullo
son mis maestros
el que hayan muerto dice que han existido eternamente antes de que yo existiera
su muerte y sus muertes me enseñan no sólo que puedo ser fabricante de azúcar
sino marino, relojero, pintor, físico, geomántico y muchas otras cosas
que puedo tener además desconocidas profesiones y que puedo afectar alegría
coma o no.
 
Todos han alcanzado un nivel suficiente
para descifrar los anhelos que formula aquella lagartija
no se deciden a hacerlo
creen que no hay motivo o no se imaginan creer que haya un motivo
por eso se quedan quietos tocando el tambor
prefieren mirarse a sí
solamente se comunican entre sí
no con lo tenue de las cosas
viven cautamente entre sí
no prefieren alaridos
ni guardan algo en su corazón
para alabar la sombra de aquel zócalo que gime
su congoja no es grande su alegría no es alegría
sus manos no son todavía manos
parece que sus cabellos no han alcanzado la jerarquía total
decide tú.
 
Yo me escondo de las extrañas costumbres
—de la actitud con que no se debe resumir una tesis adorable
acerca de las cosas sencillas y perfumadas
soy partidario de las lombrices y de los peces
de las estrellas que cantan
guardo devoción por la mirada de los niños
y me gusta dibujar cuando llueve
y cuando se humedecen mis ojos,
me es necesario poder hablar el idioma secreto originado durante el triunfo de las cosas
juzgo conveniente alabar la esencia de aquel anciano
y detenerme cuando el ayudante de hornero le hace muecas descriptivas
al animal que pasa fugaz ante la sonrisa de la viejecita del dintel
en fin, adoro las voces claras, los trenes y las ciudades
y por todo lo que digo
adoro mis entrañas oscuras.
 
III

 
Has visto -te has visto-
sentado frente a algo pero no has querido verlo
porque quisiste palparte y tu cuerpo no había
-entre ráfagas has visto y no habías-
te has palpado y te acordaste de tus sueños
pero no querías saber y por eso tu tacto no quería nada
y no quisiste palparte para no dejar de creer que todavía no habías.
En este residuo indefenso,
en esto que queda de mí,
no creo encontrar nada que interese a nadie
las cornetas gimen
tocadas por el mago oculto
nada tienes que ver tú
ni los tambores
ni los valles negros
que tocan para sí
y por eso vivo para mí
no me importa que mi presencia aparezca en todas partes
-he decidido olvidarme de mí y del resto de las cosas y de las personas
en tanto el dolor milenario tenga como principio
y como fin las coles con que adorna su olvido aquella mujer muerta
durante los albores de la mañana diré:
de no haber habido yo no habría habido este aposento,
ni tampoco habría habido
esa viejecita que me vendió una mesa cuadrada con patas torneadas
y un cajón donde se guardan cosas con llave.
De no haber habido yo no habría habido aquella pizarra
ni la bata azul de paño
que se salvó milagrosamente de las inundaciones
ni este encendedor trastornado ni aquel puñal
ni esto ni aquello
es que este caso tan concreto de melancolía
necesita un petardo que haga salir de su aflicción a aquel hombre dormido,
dé una curva y venga a mí para recibirlo con un brazo en alto
y estalle y forje así un sueño al pie del viento y de la lluvia.
 
 
 
Nada puede convencerme de lo enfermo que estoy,
mascando lo que no se sabe,
pensando lo que no se sabe,
en espera de la revelación integrada por los ríos
y la esencia de la música y por el desaliño de la vida
yo no existiendo
otro existe en lugar de mí pero dentro de mí
y es como lo mirara diez veces
cada una de las diez veces que lo miro.
 
Estoy cada vez más enfermo que todo,
más enfermo que un colibrí.
Los días, las lunas y las moscas aparecen forjados en la colina pálida que recorre
-deja que esa espada esté en mis sueños
esté en mis pobres sueños de ángel solitario y jubiloso.
 
Te tocas y no hay música.
Te tocas y súbitamente sabes que no hay tú,
y lo que tocas no sirve más que para saber que no tocas
lo que tocas no hay
no es ilusorio porque todavía no has muerto
por qué no has de hablar en serio
y ver si pasa algo en el cielo que siempre es nuevo
si pasa algo en tus manos
y en la superficie de tu carne,
cuando conspires contra la armonía
y contra la propia mirada y revientes como un tallo sin haber dicho “a”.
El derredor de lo que no hay no podrá más
y hará que estés callado y vistas al mundo con un ropaje inmenso y hondo
para que nadie lo vea ni desde el principio ni desde el fin
para que en el albor la rítmica de lo desconocido
vuelva los ojos hacia una totalidad ciega y callada
y juzgues perplejo
el que ahuyenten con agua a los perros
-justifican jubilosos la vida para que otros duerman
las cosas son contempladas como si no fueran parte de uno mismo
cual si no se fuese un decir más de la vida, uno más con los otros
que también se hurgan las uñas y salen a las calles,
y miran la vida a través de sus hijos
que a su vez miran la vida como si tuviesen hijos al instante de mirar la vida
te tocas y no hay
tienes miedo -sabes que no habrá fórmulas
una sonrisa para la vida
y ensayas tu tacto
desconfías.
 
Todo es movilizado por el tacto desde el principio de los tiempos.
El tacto es el mayor milagro porque hace que rueden dos bolitas siendo tan sólo una
y se confirma lo yerto por el tacto
de qué te sirve el tacto si estás tan triste
nadie dice que sin tristeza disfrutarás mucho del tacto
sino que estarás más ávido
el tacto al servicio de lo que has tenido y podido
sin que un gesto de olvido te dé la medida del olvido
el tacto al servicio de lo elemental
de modo que nada turbe su uso y beneficio
y tengas al fin algo más concreto que la mirada y la vida.
Se vaporiza el tacto y lo previo y lo sin remedio es mágico.
 
Yo te digo: te esperaré a través de todos los tiempos.
Siempre estaré aquí o allá, estaré siempre tanto en ti como en las cosas
y tú lo sabrás cuando te rodees de la melancolía por el tacto.
Yo estaré siempre: conocerás que estoy, por el tacto;
siempre estaré en ti, aunque tú no hayas;
porque cuando no hayas, sabrás siempre que no eres.
En la espera de ser, estaré siempre.
En ti me quedo yo, confiado, y olvido a mí, y me cierro, y me vierto,
y amo a todo y renuncio a todo.
Yo me quedo en ti porque así es mágico
y porque basta un instante para confirmarme por el tacto.
 
 
Jaime Sáenz 

 

 

31 de agosto de 2021

Como una luz, Jaime Saenz


Como una luz
Llegada la hora en que el astro se apague,
quedarán mis ojos en los aires que contigo fulguraban
Silenciosamente y como una luz
reposa en mi camino
la transparencia del olvido.
Tu aliento me devuelve a la espera y a la tristeza de la tierra,
no te apartes del caer de la tarde
-no me dejes descubrir sino detrás de ti
lo que tengo todavía que morir.
Eres Visible
Permaneces todo el tiempo en el olor de las montañas
cuando el sol se retira,
y me parece escuchar tu respiración en la frescura de la sombra
como un adiós pensativo.
De tu partida, que es como una lumbre, se condolerán
estas claras imágenes
por el viento de la tarde mecidas aquí y a lo lejos;
yo te acompaño con el rumor de las hojas, miro por
ti las cosas que amabas
-el alba no borrará tu paso, eres visible.
 
Jaime Sáenz 


 

 

Jaime Sáenz  Guzmán (La Paz, Bolivia 1921 — 1986) Descendiente de una familia tradicional, nunca conoció a su padre, militar de alto rango, y creció junto a su madre y a su tía, con quien irá a vivir gran parte de su vida y que es personaje central de una de sus narraciones más conocidas, Los cuartos.
En 1938, como parte de una comitiva de estudiantes, viaja a Alemania, allí traba interés por el nazismo, que está en su apogeo, y probablemente ahí también comienza su interés por la magia, el ocultismo y la teosofía.
Vuelve a Bolivia y progresivamente se introduce en la vida nocturna de la ciudad. En este periodo frecuenta sus espacios periféricos: bodegas donde convive con alcohólicos, indigentes y migrantes indios marginalizados. Después de sufrir dos ataques de delirium tremens y después del fracaso de un matrimonio, decide dejar la bebida y se aboca a la escritura.
A partir de la década de los cincuenta comienza a escribir el grueso de su obra. En 1955 publica El escalpelo, libro de prosa poética y a partir de allí, hasta los años ochenta publicará 12 títulos más:
Muerte por el tacto (1957), Aniversario de una visión (1960), Visitante profundo (1964), El frío (1967), Recorrer esta distancia (1973), Bruckner (1978), Las tinieblas (1978), Imágenes paceñas (1979), Felipe Delgado (1979), Al pasar un cometa (1982), La noche (1984) y Los cuartos (1985). De forma póstuma se publican: Vidas y muertes (Prosa, 1986), La piedra imán (Prosa, 1989), Los papeles de Narciso Lima Achá (Novela, 1991), Carta de amor (Poesía, 1996), Obra dramática (Teatro, 2005), Prosa breve (Prosa, 2008) y Tocnolencias (Prosa poética, 2014). Murió en 1986 fruto de una recaída en el alcoholismo.

30 de agosto de 2021

La cama, Felipe Angellotti

 

La cama, Felipe Angellotti

 

Tenía tres trabajos. Uno a la mañana de 7 a 13 horas, otro de las 14 a las 18 y luego de sereno a la noche en una fábrica de ropa fina. Estaba obsesionado con la cama, apenas dormía unas horas al día y soñaba con jubilarse para descansar en su lecho, para ver televisión, leer los libros inconclusos, escribir y dormir las horas que quisiera.
Un día recibió la notificación de su jubilación, saltó de alegría y corrió a su casa para besar a su mujer y comentarle la buena nueva. Nunca más el levantarse a las seis de la mañana. Nunca más insultar y renegar de su vida.
Trabajó años enteros como un esclavo para pagar la casa, la universidad de sus hijos y la cuota del auto, pero ahora quedaba liberado, sin deudas, había pagado todo y era feliz. Le otorgó un poder a su mujer para que cobrara su jubilación y pagara las cuentas. Finalmente, decidió acostarse y sólo levantarse para ir al baño por sus necesidades orgánicas.
Su mujer le servía el desayuno en el lecho mientras él miraba televisión, después el almuerzo y finalmente una cena liviana a la noche.
Pasaron varios meses y un día la mujer cansada de servirle, le manifestó que esa situación no podía continuar, que si él no se levantaba en los próximos días, se iría de la casa.
No se levantó, entonces ella, armó un bolso con su ropa y le preguntó por última vez si se levantaría.
- No me levantaré, le dijo decidido. La mujer, salió de la casa, cerró la puerta de calle y caminó hacia cualquier parte.
Pasaron dos días y como el hambre lo atosigaba, quiso levantarse y no pudo. Creyó que era una pesadilla, pero estaba despierto, el cuerpo no le respondía, algo o alguien lo aferraba a la cama, quiso gritar para llamar a su mujer, sin embargo no emitía sonidos .Sólo silencio, sólo silencio…
Después de unos días, unos vecinos avisaron a la policía que de la casa salía un extraño olor. Vinieron los servidores y encontraron su cadáver.
Los del servicio fúnebre no lo pudieron levantar y tuvieron que enterrarlo con el colchón.

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