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20 de diciembre de 2020
No busques, no, Vicente Aleixandre
No busques, no
Yo te he querido como nunca.
Eras azul como noche que acaba,
eras la impenetrable caparazón del galápago
que se oculta bajo la roca de la amorosa llegada de la luz.
Eras la sombra torpe
que cuaja entre los dedos cuando en tierra dormimos solitarios.
De nada serviría besar tu oscura encrucijada de sangre alterna,
donde de pronto el pulso navegaba
y de pronto faltaba como un mar que desprecia a la arena.
La sequedad viviente de unos ojos marchitos,
de los que yo veía a través de las lágrimas,
era una caricia para herir las pupilas,
sin que siquiera el párpado se cerrase en defensa.
Cuán amorosa forma
la del suelo las noches del verano
cuando echado en la tierra se acaricia este inundo que rueda,
la sequedad oscura,
la sordera profunda,
la cerrazón a todo»
que transcurre como lo más ajeno a un sollozo.
Tú, pobre hombre que duermes
sin notar esa luna trunca
que gemebunda apenas si te roza;
tú, que viajas postrero
con la corteza seca que rueda entre tus brazos,
no beses el silencio sin falla por donde nunca
a la sangre se espía,
por donde será inútil la busca del calor
que por los labios se bebe
y hace fulgir el cuerpo como con una luz azul si la noche
es de plomo.
No, no busques esa gota pequeñita,
ese mundo reducido o sangre mínima,
esa lágrima que ha latido
y en la que apoyar la mejilla descansa.
Vicente Aleixandre
19 de diciembre de 2020
Partida, Vicente Aleixandre
Partida
Aquí los cantos los grupos las figuras
oh cabezas yo os amo bajo el sueño
Aquí los horizontes por cinturas
oh caricias qué llano el mundo ha sido
Entre helechos gargantas o espesura
entre zumo de sueño o entre estrellas
pisar es zozobrar los corazones
(borda de miel) es tacto derramado
Esa ladera oculta
esa montaña inmensa
acaso el corazón está creciendo
acaso se ha escapado como un ave
dejando lejanía como un beso.
Vicente Aleixandre
18 de diciembre de 2020
Muerte, Vicente Aleixandre
Muerte
He acudido Dos clavos están solos
punta a punta. Caricia yo te amo
Bajo tierra los besos no esperados
ese silencio que es carbón, no llama.
Arder como una gruta entre las manos
Morir sin horizonte por palabras
oyendo que nos llaman con los pelos
Vicente Aleixandre
17 de diciembre de 2020
Circuito, Vicente Aleixandre
Circuito
Nostalgia de la mar
Sirenas de la mar que por las playas
quedan de noche cuando el mar se marcha
Llanto llanto dureza de la luna
insensible a las flechas desnudadas.
Quiero tu amor amor sirenas vírgenes
que ensartan en sus dedos las gargantas
que bordean el mundo con sus besos
secos al sol que borra labios húmedos.
Yo no quiero la sangre ni su espejo
ignoro si la tierra es verde o roja
si la roca ha flotado sobre el agua.
Por mis venas no nombres no agonía
sino cabellos núbiles circulan
Vicente Aleixandre
De Espadas como labios, Madrid, Espasa-Calpe, 1932.
16 de diciembre de 2020
La selva y el mar, Vicente Aleixandre
La
selva y el mar
Allá por las remotas
luces o aceros aún no usados,
tigres del tamaño del odio,
leones como un corazón hirsuto,
sangre como la tristeza aplacada,
se baten con la hiena amarilla que toma la forma del
poniente insaciable.
Largas cadenas que surten de los lutos,
de lo que nunca existe,
atan el aire como una vena, como un grito, como un reloj
que se para
cuando se estrangula algún cuello descuidado.
Oh la blancura súbita,
las orejas violáceas de unos ojos marchitos,
cuando las fieras muestran sus espadas o dientes
como latidos de un corazón que casi todo lo ignora,
menos el amor,
al descubierto en los cuellos allá donde la arteria
golpea,
donde no se sabe si es el amor o el odio
lo que reluce en los blancos colmillos.
Acariciar la fosca melena
mientras se siente la poderosa garra en la tierra,
mientras las raíces de los árboles, temblorosas,
sienten las uñas profundas
como un amor que así invade.
Mirar esos ojos que sólo de noche fulgen,
donde todavía un cervatillo ya devorado
luce su diminuta imagen de oro nocturno,
un adiós que centellea de póstuma ternura.
El tigre, el león cazador, el elefante que en sus
colmillos lleva algún suave
collar,
la cobra que se parece al amor más ardiente,
el águila que acaricia a la roca como los sesos duros,
el pequeño escorpión que con sus pinzas sólo aspira a
oprimir un instante la
vida,
la menguada presencia de un cuerpo de hombre que jamás
podrá ser confundido
[con una selva,
ese piso feliz por el que viborillas perspicaces hacen su
nido en la axila del musgo;
mientras la pulcra coccinela
se evade de una hoja de magnolia sedosa...
Todo suena cuando el rumor del bosque siempre virgen
se levanta como dos alas de oro,
élitros, bronce o caracol rotundo,
frente a un mar que jamás confundirá sus espumas con las
ramillas tiernas.
La espera sosegada,
esa esperanza siempre verde,
pájaro, paraíso, fasto de plumas no tocadas,
inventa los ramajes más altos,
donde los colmillos de música,
donde las garras poderosas, el amor que se clava,
la sangre ardiente que brota de la herida,
no alcanzará, por más que el surtidor se prolongue,
por más que los pechos entreabiertos en tierra
proyecten su dolor o su avidez a los cielos azules.
Pájaro de la dicha,
azul pájaro o pluma,
sobre un sordo rumor de fieras solitarias,
del amor o castigo contra los troncos estériles,
frente al mar remotísimo que como la luz se retira.
Vicente Aleixandre
De La destrucción o el amor (1935)