Miguel Ortiz leyendo a Eduardo Galeano El derecho al
delirio de Eduardo Galeano del libro Patas arriba: Escuela del mundo al revés
(1998)
Videopoético del Café Literario del Jueves 29 de Julio de
2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital de
la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue El Tiempo y coordino
la velada Rafael Horacio López.
EL DERECHO AL DELIRIO
Ya está naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el
asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es
el año 1379 de los musulmanes, el 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos. El
nuevo milenio nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los
senadores del imperio romano, que un buen día decidieron romper la tradición
que mandaba celebrar el año nuevo en el comienzo de la primavera. Y la cuenta
de los años de la era cristiana proviene de otro capricho: un buen día, el papa
de Roma decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuándo
nació.
El tiempo se burla de los límites que le inventamos para
creernos el cuento de que él nos obedece; pero el mundo entero celebra y teme
esta frontera.
Una invitación al vuelo
Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para
que los oradores de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y
para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la
reventazón general, mientras el tiempo continúa, calladito la boca, su caminata
a lo largo de la eternidad y del misterio.
La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha
así, por arbitraria que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo
será el tiempo que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única
certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos
gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.
Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que
tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en
1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero
la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y
callar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar?
¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la
infamia, para adivinar otro mundo posible: el aire estará limpio de todo veneno
que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; en las calles,
los automóviles serán aplastados por los perros; la gente no será manejada por
el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el
supermercado, ni será mirada por el televisor; el televisor dejará de ser el
miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el
lavarropas; la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar; se
incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes
viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el
pájaro sin saber que canta y, como juega el niño sin saber que juega; en ningún
país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar,
sino los que quieran cumplirlo; los economistas no llamarán nivel de vida al
nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; los
cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas; los
historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; los
políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas; la solemnidad
se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no
sea capaz de tomarse el pelo; la muerte y el dinero perderán sus mágicos
poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso
caballero;
nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que
cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene; el mundo ya no estará en
guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no
tendrá más remedio que declararse en quiebra; la comida no será una mercancía,
ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos
humanos; nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión; los niños
de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de
la calle; los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no
habrá niños ricos; la educación no será el privilegio de quienes puedan
pagarla; la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla; la
justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas,
volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda; una mujer, negra,
será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados
Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú; en
Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque
ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria; la Santa
Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto
mandamiento ordenará festejar el cuerpo; la Iglesia también dictará otro
mandamiento, que se le había olvidado a Dios: Amarás a la naturaleza, de la que
formas parte; serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del
alma; los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque
ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de
tanto buscar; seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan
voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y
hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras
del mapa o del tiempo;
la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de
los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si
fuera la última y cada día como si fuera el primero.
autógrafo.
Eduardo Galeano del libro Patas arriba: Escuela del mundo al revés (1998)