Hacia el grito
Las cosas se empapan de mi ser
cuando las nombro, sacerdotalmente:
rosa, piedra, cuchillo, bruma, polen,
caballo,
raíz, harina, vino, golondrina…
Ah, la palabra que recorta y decide,
que humea y huele,
que bulle, palpa y pesa,
que rezuma su esencia, agazapada
como en la pluma el vuelo.
Digo las cosas con labios codiciosos y
húmedos,
las paladeo apretadamente,
las siento saltar como tibios surtidores
en mi lengua,
reír como un rocío juvenil en mi
garganta,
percutir sus frescas chispas en mis
dientes,
revolotear frente a mis cejas,
resbalar por mis manos,
florecer la tierra seca del silencio.
Y en esta soledad de larga tierra
escapándoseme
ante el camino que estremece mis pies
insomnes y curiosos
aspiro el aroma de las leguas,
presiento vientos ásperamente
atormentados,
escucho mi sangre suelta, proyectándome
a despecho del cuerpo en las palabras:
mar, vaca, pájaro perdiéndose,
nube, caracol cauto, ruda rama
alambrados hirsutos arando en mis dedos,
río bruñendo, sol revuelto, todo,
ah, todo,
respira ya en mi boca, dientes, lengua
y se envuelve, cantando, en mi saliva…
Pero yo tuviera una palabra,
una palabra única:
rotunda y palpitante como el casco de un
toro,
delgada como los párpados del aire,
leve y tremenda,
vilano en la tormenta…
Ah, la palabra total, ceñuda y
parturienta
que me llueva en la voz
un puro paracaídas de paloma
ese pausado peso arrepentido
de tu vida en mi piel.
Osvaldo Guevara
De La sangre en armas
UniRío editora, Universidad nacional de
Río Cuarto 2015