UN PALACIO DE
CRISTAL...
Un palacio de cristal
rodeado de sombras
azotado por las olas de las sombras.
¿Era esto la vida?
¿Pero es la muerte la sombra invasora?
Venimos de la vida, de la gran vida,
y hacia la vida, la gran vida, vamos,
a través de una forma efímera
hermana de la piedra y del arco-iris, sí, Marie Colmont.
Es el retorno, entonces, la muerte.
amiga de la voz segura y luminosa
que nos muestra los hilos infinitos, todavía trémulos,
que nos ligan a todas las criaturas del universo, en
espera.
Sí, desde el abrazo humano, como tú dices,
nos elevaremos a la gran hermandad.
Desde la casa segura y limpia de la tierra,
desde la casa hermosa y noble,
en medio de las triunfantes aventuras,
por entre las fuerzas misteriosas que ceden,
la criatura humana entablará las más puras relaciones
con todas las cosas que tiemblan en su halo sensible
esperando nuestras miradas amorosas y nuestras caricias
inteligentes.
Y con los animales, sí, con todos,
vidas todavía tan misteriosas y turbadoras.
¡Con todo!
Hay tantas cosas, tantas vidas,
que nos miran y nos esperan!
Tantas vidas que se consumen de espera!
Vidas las más increíbles, sí: una agua azulada,
una nube, un tallo de hierba, un árbol en la tarde,
el color de una tarde; más, si queréis,
una tarde sin color que sólo algunas flores señalan.
Tantas vidas: los animales y las cosas.
Pero desde el abrazo humano sí,
se organizará la ronda cósmica con cantos
o con miradas atentas.
La muerte no existirá con su fisonomía egoísta
en que el hombre, ciertos hombres, han esculpido los
rasgos de su miedo,
o de sus "valores" ah, tan dependientes de muy
"pequeñas" cosas.
La muerte, la gran sombra, la zona oscura de las fuerzas
bullentes,
de donde surgió nuestra "forma", el
equilibrio, ¿el equilibrio?
de nuestro momento tendido,
ah, secretamente tendido,
hacia todas las llamadas anhelantes de la creación.
Juan L. Ortiz
De El ángel inclinado (1937)