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7 de abril de 2017

Una realidad aparte, Carlos Castaneda

UNA REALIDAD APARTE

Piensas demasiado en ti mismo. Y eso te da una fatiga extraña que te hace cerrarte al mundo
que te rodea y agarrarte de tus razones. Por eso tienes solamente problemas.
Sentirse importante le hace a uno pesado, rudo y vanidoso. Para ser hombre de conocimiento se necesita ser liviano y fluido.
La oscuridad del día es la mejor hora para “ver”.
Tus acciones así como las acciones de tus semejantes en general, te parecen importantes solo por qué has aprendido a pensar que son importantes.
Todo es igual y por lo tanto sin importancia. Por ejemplo, no hay manera de decir que mis actos son más importantes que los tuyos, o que una cosa es más esencial que otra; por lo tanto, todas las cosas son iguales, y al ser iguales carecen de importancia.
Un hombre de conocimiento elige un camino de corazón y lo sigue: y luego mira, se regocija y ríe; y luego ve y sabe. Sabe que su vida se acabará en un abrir y cerrar de ojos; sabe que él, como todos los demás, no va a ninguna parte; sabe porque ve, que nada es más importante que lo demás. En otras palabras, un hombre de conocimiento no tiene honor, ni dignidad, ni familia, ni nombre, ni tierra, solo tiene vida que vivir, y en tal condición su única liga con sus semejantes es su “desatino controlado”. Así, un hombre de conocimiento se esfuerza, y suda, y resuella, y si uno lo mira es como cualquier hombre común, excepto que el desatino de su vida está bajo control. Como nada le importa más que nada, un hombre de conocimiento escoge cualquier acto, y lo actúa como si le importara. Su desatino controlado lo lleva a decir que lo que él hace importa y lo lleva a actuar como si importara, y sin embargo él sabe que no importa; de modo que, cuando completa sus actos se retira en paz...
Tú piensas en tus actos. Por eso tienes que creer que tus actos son tan importantes como piensas que son, cuando en realidad nada de lo que uno hace es importante. ¡ Nada!
Al conocimiento o a la guerra se va con miedo, con respeto, sabiendo que se va a la guerra, y con absoluta confianza en sí mismo. Confía en ti. No en mí...
Para convertirse en hombre de conocimiento hay que ser un guerrero, no un niño llorón. Hay que luchar sin entregarse, sin una queja, sin titubear hasta que uno vea, y solo entonces puede uno darse cuenta que nada importa.
Te importa demasiado querer a los otros o que te quieran a ti. Un hombre de conocimiento quiere, eso es todo. Quiere lo que se le antoja o a quien se le antoja, pero usa su desatino controlado para andar sin pena ni cuidado.
Que los otros lo quieran o no lo quieran a uno no es todo lo que se puede hacer como hombre.
Si yo no pensara en mí muerte, mí vida entera no sería sino un caos personal.
Piensas que todo el mundo es sencillo de entender, porque todo cuanto tu haces es una rutina sencilla de entender.
Tener hambre o sentir dolor significa que uno se ha entregado y que ya no se es guerrero; las fuerzas de su hambre y dolor lo destruirán.
La voluntad es algo muy especial. Ocurre misteriosamente. No hay en realidad manera de decir como la usa uno. Excepto que los resultados de usar la voluntad son asombrosos. Acaso lo primero que se debe hacer es saber que uno puede desarrollar la voluntad. Un guerrero lo sabe y se pone a esperar. Tu error es no saber que estas esperando tu voluntad.
La voluntad es algo muy claro y poderoso que dirige nuestros actos. La voluntad es algo que un hombre usa, por ejemplo, para ganar una batalla que, según todos los cálculos, debería perder.
Cuando un hombre se embarca en los caminos de la brujería, poco a poco se va dando cuenta de que la vida ordinaria ha quedado atrás para siempre; de que el conocimiento es en verdad algo que da miedo; de que los medios del mundo ordinario ya no le sirven de sostén; y de que si desea sobrevivir debe adoptar una nueva forma de vida. Lo primero que debe hacer, en ese punto, es querer llegar a ser un guerrero, un paso y una decisión muy importantes.
Un hombre despejado, sabiendo que no tiene posibilidades de poner vallas a su muerte, solo tiene una cosa que le respalde; el poder de sus decisiones. Tiene que ser, por así decirlo, el amo de su elección. Debe comprender por completo que su preferencia es su responsabilidad, y una vez que hace su selección no queda tiempo para lamentos ni recriminaciones. Sus decisiones son definitivas, simplemente porque su muerte no le da tiempo a adherirse a nada.
Cuando un guerrero ha adquirido paciencia, está en camino hacia la voluntad. Sabe como esperar.
Un hombre puede aprender a ver. Al aprender a ver, ya no necesita vivir como un guerrero, ni ser brujo. Al aprender a ver un hombre llega a ser todo llegando a ser nada. Desaparece, por así decirlo, y sin embargo está allí.
Lo que debería darte escalofríos es no tener nada que esperar mas que una vida de hacer lo que siempre has hecho.
 A un guerrero no le importan los significados.
Un guerrero nunca está disponible; nunca está en el camino esperando las pedradas. Así corta el mínimo chance de lo imprevisto. Un guerrero nunca está ocioso ni tiene prisa.
En el camino del conocimiento siempre estamos peleando con algo, evitando algo, preparados para algo; y ese algo es siempre inexplicable, más grande y poderoso que nosotros.
El mundo está en verdad lleno de cosas temibles, y nosotros somos criaturas indefensas rodeadas por fuerzas que son inexplicables e inflexibles. El hombre común en su ignorancia, cree que puede explicar o cambiar esas fuerzas; no sabe realmente como hacerlo, pero espera que las acciones de la humanidad las expliquen o las cambien tarde o temprano. El brujo, en cambio, no piensa en explicarla ni en cambiarlas; en vez de ello, aprende a usar esas fuerzas. El brujo se ajusta los remaches y se adapta a la dirección de tales fuerzas. Ese es su truco. La brujería no es gran cosa cuando le hallas el truco. Un brujo apenas anda mejor que un hombre de la calle. La brujería no le ayuda a vivir una vida mejor; de hecho yo diría que le estorba; le hace la vida incomoda, precaria. Al abrirse al conocimiento, un brujo se hace más vulnerable que el hombre común. Por un lado, sus semejantes le odian y le temen y se esfuerzan por acabarlo; por otro lado, las fuerzas inexplicables e inflexibles que a todos nos rodean, por el
derecho de que estamos vivos, son para el brujo la fuente de un peligro mayor.
Un brujo, al abrirse al conocimiento, pierde sus resguardos y se hace presa de tales fuerzas y solo tiene un medio de equilibrarlo: su voluntad; por eso debe sentir y actuar como un guerrero.
Solo como un guerrero es posible sobrevivir en el camino del conocimiento. Lo que ayuda a un brujo a vivir una vida mejor es la fuerza de ser guerrero.
La gente esta ocupada haciendo lo que la gente hace. Esos son sus resguardos.
Un guerrero se da cuenta de esto y lucha para parar su habladuría. Debes usar tus oídos a fin de quitar a tus ojos parte de la carga. Desde que nacimos hemos estado usando los ojos para juzgar al mundo. Hablamos a los demás, y nos hablamos a nosotros mismos, acerca de lo que vemos. Un guerrero se da cuenta de esto y escucha el mundo; escucha los sonidos del mundo.
Un guerrero se da cuenta de que el mundo cambiará tan pronto como deje de hablarse a sí mismo. El mundo es “así y así” o “así y asá” solo porque nos decimos a nosotros mismos que esa es su forma. Si dejamos de decirnos que el mundo es así o asá, el mundo deja de ser así o asá.
Tu problema es que confundes el mundo con lo que la gente hace. Pero tampoco en eso eres el único. Todos lo hacemos. Las cosas que la gente hace son los resguardos contra las fuerzas que nos rodean; lo que hacemos con gente nos da consuelo y nos hace sentirnos seguros; lo que la gente hace es por cierto muy importante, pero solo como resguardo. Nunca aprendemos que las cosas que hacemos con gente son solo resguardos y dejamos que dominen y derriben nuestras vidas. De hecho, podría decir que para la humanidad, lo que la gente hace es más grande y más importante que el mundo mismo.
El mundo es incomprensible. Jamás lo entenderemos; jamás desenredaremos sus secretos. Por eso debemos tratarlo como lo que es: ¡un absoluto misterio! Pero un hombre corriente no hace esto. El mundo nunca es un misterio para él, y cuando llega a viejo está convencido de que no tiene nada más porque vivir. Un viejo no ha agotado el mundo. Solo ha agotado lo que la gente hace. Pero en su estúpida confusión cree que el mundo ya no tiene misterios para él. ¡Que precio tan calamitoso pagamos por nuestros resguardos! Un guerrero se da cuenta de esta confusión y aprende a tratar las cosas debidamente. Las cosas que la gente hace no pueden, bajo ninguna condición, ser más importantes que el mundo. De modo que un guerrero trata el mundo como un interminable misterio, y lo que la gente hace como un desatino sin fin.

Carlos Castaneda del Libro Una realidad aparte (1971)

6 de abril de 2017

El final de una era, Las profundas preocupaciones de la vida cotidiana, Carlos Castaneda

EL FINAL DE UNA ERA

LAS PROFUNDAS PREOCUPACIONES DE LA VIDA COTIDIANA

Fui a Sonora a ver a don Juan. Tenía que hablar con él acerca de un acontecimiento de enorme gravedad que me acosaba en aquel momento. Necesitaba su consejo. Cuando llegué a su casa, apenas lo saludé. Me senté y comencé a decirle de buenas a primeras lo que me pasaba.
 Cálmate, cálmate  dijo don Juan . Nada puede ser tan grave.
 ¿Qué es lo que me está pasando, don Juan?  le pregunté. Era una pregunta retórica de mi parte.
 Son los efectos del infinito  contestó . Algo le pasó a la forma en que percibes, el día que me conociste. Tu sensación de nerviosismo se debe a la realización subliminal de que se te ha acabado el tiempo. Tienes conciencia de ello, pero no estás deliberadamente consciente. Sientes la ausencia de tiempo y es lo que te hace impaciente. Lo sé porque me pasó a mí y a todos los chamanes de mi linaje. En un momento dado, una era entera de mi vida, o de sus vidas, terminó. Ahora te toca a ti. Simplemente se te ha acabado el tiempo.
Exigió entonces un recuento total de todo lo que me había pasado. Me dijo que tenía que ser completo, sin omisión de ningún detalle. No buscaba bosquejos. Quería que le presentara el impacto total de lo que me estaba molestando.
 Vamos a hacer esta conversación, como dicen en tu mundo, al pie de la letra  me dijo . Vamos a entrar en el reino de las conversaciones formales.
Don Juan explicó que los chamanes del México antiguo habían concebido la idea de conversaciones formales versus conversaciones informales, y utilizaban ambas como medios para enseñar y guiar a sus discípulos. Las conversaciones formales consistían para ellos, en resúmenes que hacían de vez en cuando de todo lo que les habían enseñado o dicho a sus discípulos. Las conversaciones informales eran elucidaciones diarias en las cuales las cosas se explicaban con referencia sólo al fenómeno que se examinaba en ese momento.
 Los chamanes no se guardan nada para sí  continuó . El vaciarse de esta manera es una maniobra chamanística. Los conduce a abandonar la fortaleza del yo.
Empecé mi recuento, diciéndole a don Juan que las circunstancias de mi vida jamás me habían permitido ser introspectivo. Cuanto más me remontaba en mi pasado, más recordaba que mi vida cotidiana había estado llena de problemas pragmáticos que exigían una resolución inmediata. Recuerdo que mi tío predilecto me dijo que estaba horrorizado de darse cuenta de que nunca había yo recibido un regalo de Navidad o de cumpleaños. Yo había ido a vivir a casa de la familia de mi padre poco antes de que mi tío me dijera eso. Me habló en tono compasivo de lo injusto de mi situación. Hasta se disculpó, aunque él no tenía nada que ver con el asunto.
 Es horripilante, chico  dijo moviendo la cabeza . Quiero que sepas que te apoyo cien por ciento cuando llegue el momento de las reparaciones.
Insistió una y otra vez que tenía que perdonar a los que me habían hecho esos desagravios. Por lo que él me decía, supuse que quería que me enfrentara a mi padre con el hallazgo, y que lo acusara de indolencia y descuido, y luego, claro, que lo perdonara. Lo que él no había notado era que yo no me sentía para nada agraviado. Lo que él me pedía exigía una naturaleza introspectiva que me hiciera responder a los malestares provenientes del abuso psicológico, una vez que me los hubieran señalado. Le aseguré a mi tío que iba a pensarlo, pero no en ese momento, porque en ese instante mi novia estaba en la sala esperándome y haciéndome señas desesperadas de que me apresurara.
Nunca tuve oportunidad de pensarlo, pero mi tío debe de haber hablado con mi padre, porque recibí un regalo de él, un paquete bien envuelto, con listón y todo, y una tarjetita que decía: «Lo siento”. Con gran curiosidad, rompí ávidamente la envoltura. Había una caja de cartón, y adentro un juguete precioso, un barquecito con una llave de cuerda atada al tubo de vapor. Era un juguete para jugar en la tina a la hora del baño. Mi padre había olvidado por completo que yo ya tenía quince años y que era un hombre hecho y derecho.
Como había llegado a la edad de la madurez todavía incapaz de verdadera introspección, me era novedoso, años después, encontrarme en medio de una agitación emotiva muy extraña que parecía incrementar con el paso del tiempo. Lo dejé a un lado, atribuyéndolo a los procesos naturales de la mente o del cuerpo, que entran en acción de vez en cuando sin ninguna razón aparente, o quizá como resultado de los procesos bioquímicos del cuerpo mismo. No le di importancia. Sin embargo, la agitación seguía creciendo y la presión fue tal que me forzó a creer que había llegado a un momento de mi vida en la que necesitaba un cambio drástico. Había algo en mí que exigía un nuevo arreglo. Esta urgencia de hacer cambios era conocida. La había experimentado antes, pero había estado pasiva durante mucho tiempo.
Estaba comprometido con el estudio de la antropología, y este compromiso era tan fuerte que la idea de no estudiar antropología nunca formó parte de los cambios drásticos que me proponía. Lo primero que me vino a la cabeza era que necesitaba cambiar de universidades, irme lejos de Los Ángeles.
Antes de hacer un cambio de esa magnitud, quería ponerlo a prueba. Me inscribí en un programa de verano de una universidad en otra ciudad. El curso de mayor importancia para mí, era uno de antropología dictado por la máxima autoridad sobre los indios de la región andina. Estaba yo con la idea de que si enfocaba mis estudios sobre un área que me fuera accesible emocionalmente, tendría mejor oportunidad de hacer mi trabajo de campo antropológico al momento debido. Concebí que mi conocimiento de la América del Sur iba a otorgarme mayor acceso a cualquier sociedad indígena de esas regiones.
Al inscribirme, conseguí simultáneamente un trabajo como asistente de investigación con un psiquiatra, el hermano mayor de uno de mis amigos. Él quería hacer un análisis de contenido basado en extractos de algunas grabaciones inocuas con jóvenes, preguntas y respuestas sobre problemas de exceso de estudio, expectativas no logradas, falta de comprensión en el ambiente del hogar, amores frustrados, etc. Las grabaciones tenían más de cinco años y se iban a destruir, pero antes, se les asignaron a cada carrete de cintas cifras al azar, y siguiendo una tabla, el psiquiatra y sus asistentes recogían carretes y examinaban los extractos que podían ser analizados.
Durante el primer día de clase en la nueva universidad, el profesor de antropología habló sobre sus credenciales y preparación académica, y deslumbró a los estudiantes con el ámbito de su conocimiento y sus publicaciones. Era un hombre alto, delgado, de unos cuarenta años de edad, de furtivos ojos azules. Lo que más me llamó la atención de su apariencia era que sus ojos se veían enormes detrás de los lentes de aumento para el astigmatismo, y que cada uno de sus ojos daba la impresión de ir en dirección opuesta del otro al mover la cabeza y al hablar. Sabía que no podía ser verdad; sin embargo, era una visión bastante desconcertante. Iba muy bien vestido, sobre todo para un antropólogo, que en aquel tiempo eran conocidos por su forma de vestir informal. Los estudiantes describían a los arqueólogos, por ejemplo, como criaturas perdidas en fechado de carbono 14 que nunca se bañaban.
Sin embargo, por razones que ignoraba, lo que en verdad lo hacía diferente no era su apariencia física ni su erudición, sino su modo de hablar. Pronunciaba cada palabra con una claridad sin par, haciendo énfasis en ciertas palabras al alargarlas. Tenía una entonación marcadamente extranjera, pero sabía yo que era una afectación. Pronunciaba ciertas frases como un inglés, y otras como un predicador fundamentalista.
A pesar de su tremenda pomposidad, me fascinó desde un principio. Su importancia personal era tan obvia, que dejaba de ser problema pasados los primeros cinco minutos de clase, las cuales siempre eran muestras rimbombantes de conocimiento, basadas en las aserciones más descaradas de sí mismo. Su dominio sobre el foro era estupendo. Todos los estudiantes con los que hablé le tenían la más grande admiración a este extraordinario hombre. Sinceramente, pensé que todo iba muy bien y que el cambio a otra universidad y a otra ciudad iba ser fácil e inocuo, pero totalmente positivo. Me gustó mi nuevo ambiente.
En el trabajo, me entregué totalmente a escuchar las grabaciones; a tal extremo, que me metía a escondidas en la oficina para escuchar, no los extractos, sino las grabaciones enteras. Lo que al principio me fascinó sin medida, era el hecho de que me oía a mí mismo en cada grabación. Al correr de las semanas y al haber escuchado más grabaciones, mi fascinación se convirtió en horror. Cada oración que se decía, incluso las preguntas del psiquiatra, era mía. Esas personas hablaban desde mis entrañas. La repugnancia que experimentaba era algo nuevo para mí. Nunca había imaginado que yo podía ser repetido interminablemente en cada hombre o mujer que oía hablar en esas grabaciones. El sentido de individualidad que se me había inculcado desde el momento de nacer, se desmoronó sin esperanza alguna bajo el impacto de este descubrimiento colosal.
Empecé entonces el proceso odioso de tratar de restaurarme a mí mismo. Inconscientemente, hice un torpe intento de introspección; traté de salir de mi estado hablando a solas interminablemente. Repasé mentalmente todas las racionalizaciones posibles que apoyaran mi sentimiento de unicidad, y luego me hablé en voz alta acerca de ellas. Hasta experimenté algo bastante revolucionario; me despertaba a mí mismo hablando en voz alta en mis sueños, discutiendo mi valor y mi unicidad. Luego, un día horripilante, sufrí otro golpe mortal. Durante la madrugada, me despertó un insistente golpe en la puerta. No era un toque tímido, gentil, sino lo que mis amigos llamaban un «golpe Gestapo». La puerta estaba por caerse. Salté de la cama y espié por la ranura. La persona que tocaba era mi jefe, el psiquiatra. Como yo era amigo de su hermano menor, se había creado una vía de comunicación con él. Se había vuelto mi amigo sin más ni más, y allí estaba, en mi umbral. Encendí las luces y abrí la puerta.
 Por favor, pase  dije . ¿Qué pasó?
Eran las tres de la mañana y, por su aspecto lívido y sus ojos hundidos, sabía que algo andaba mal. Entró y se sentó. Su orgullo y deleite, la cabellera de largo pelo negro, le caía sobre la cara. No hizo ningún esfuerzo por peinarse, como siempre lo hacía. Me gustaba mucho porque era la versión mayor de mi amigo en Los Ángeles, con sus cejas negras y gruesas, sus ojos penetrantes color castaño, su mandíbula cuadrada y sus labios gruesos. Su labio superior parecía tener un pliegue doble por dentro y a veces, cuando sonreía, parecía tener un doble labio superior. Siempre hablaba de la forma de su nariz, que describía como nariz impertinente y agresiva. Yo lo veía como alguien que tenía muchísima confianza en sí mismo. Según él, esas cualidades eran lo importante en su profesión.
 ¡Qué pasó!  repitió en tono de burla, el doble labio superior temblándole incontrolablemente . Cualquiera puede ver que esta noche me pasó todo.
Se sentó en una silla. Parecía estar mareado, desorientado, buscando palabras. Se levantó y se fue al sofá, casi cayendo sobre él.
 No sólo me cargo la responsabilidad de mis pacientes  siguió , la de mi beca de investigación, la de mi mujer y mis hijos, sino que ahora se me viene encima otro maldito problema, y lo que me jode es que es por mi propia culpa, por mi estupidez en poner mi confianza en una puta de mierda.
»Escúchame bien, Carlos  continuó , no hay nada más horrendo, repugnante, asqueroso, carajo, que la insensibilidad de las mujeres. ¡Yo no odio a las mujeres, tú bien lo sabes! Pero en este momento, me parece que todos los coños son eso, simplemente coños. Hipócritas y viles.
No sabía qué decir. Lo que me estaba diciendo no se podía ni afirmar ni contradecir. De cualquier manera, no me hubiera atrevido a contradecirlo. No tenía las armas. Estaba muy cansado. Quería volverme a dormir, pero él seguía hablando como si de ello le dependiera la vida.
 Conoces a Teresa Manning, ¿no?  me preguntó de una manera agresiva y acusatoria.
Por un instante, creí que me acusaba de andar en líos con su hermosa y joven estudiante secretaria. Sin darme tiempo para responder, siguió hablando.
 Teresa Manning es un culo. ¡Es una babosa! Una idiota desconsiderada que no tiene otra meta en la vida que cogerse a alguien que tenga un poco de fama o notoriedad. Yo la creía inteligente y sensible. Yo creía que tenía algo, alguna comprensión, alguna empatía, algo que uno quisiera compartir o mantener como algo precioso sólo para sí. No sé, pero ésa es la imagen que ella creó para mí, cuando en realidad es obscena y degenerada, y hasta pudiera añadir, irremediablemente grosera.
Mientras continuaba hablando, una extraña visión empezó a formarse. Evidentemente el psiquiatra acababa de sufrir una mala experiencia con su secretaria.
 Desde el día que vino a trabajar conmigo  siguió , sabía que tenía una fuerte atracción sexual por mí, pero nunca se atrevió a decir nada. Se quedaba todo en insinuaciones y miradas. ¡Pero carajo! Esta tarde me cansé de todas las indirectas y las insinuaciones y me fui al grano. Me acerqué a su escritorio y le dije: «Yo sé lo que quieres y tú sabes lo que quiero”.
Se enredó en un recuento elaborado de cuán agresivamente le había dicho que lo esperara en su apartamento frente a la universidad a las 11.30 p.m., y que él no cambiaba sus rutinas para nadie, que leía y trabajaba y bebía su vino hasta la una, y a esa hora se retiraba a su alcoba. Tenía un apartamento en la ciudad además de su casa en las afueras, en la cual vivía con su mujer y sus hijos.
 Tenía yo tal confianza en que este asunto iba a salir de maravilla, ser algo verdaderamente memorable  dijo con un hondo suspiro. Su voz adquirió el tono de alguien que está relatando algo íntimo . Hasta le di la llave del apartamento  siguió y se le quebró la voz.
»Muy sumisamente, llegó a las once y media  continuó . Entró sola, con su propia llave, y como sombrita se metió a la alcoba. Eso me excitó terriblemente. Sabía que no me iba a dar nada de lata. Ella sabía el papel que le correspondía. A lo mejor se durmió sobre la cama. O se quedó mirando la tele. Yo me metí en mi trabajo y no me importó un pedo lo que hacía. Sabía que la tenía presa.
»Pero al momento que entré en la alcoba  continuó, la voz tensa y contraída como si estuviera mortalmente ofendido , Teresa saltó sobre mí como un animal y trató de agarrarme el pincho. Ni me dio tiempo de dejar a un lado la botella y las dos copas que llevaba.
Tuve suficiente cordura de dejar mis dos copas de cristal Baccarat sobre el piso sin romperlas. La botella saltó por el cuarto al agarrarme ella los cojones como si fueran piedras. Quería golpearla. Hasta lancé un grito de dolor, pero eso no la detuvo. Empezó a reír insensatamente porque creyó que yo me hacía el sexy y el gracioso. Lo dijo como para calmarme.
Moviendo la cabeza con rabia contenida, dijo que la mujer estaba tan endemoniadamente ávida y era tan egoísta que ni siquiera tomó en cuenta que un hombre necesita un momento de reposo, necesita sentirse a gusto, en casa, en un ambiente agradable. En vez de demostrar la consideración y comprensión que su papel exigía, Teresa Manning le sacó los órganos sexuales del pantalón con la mano experta de alguien que lo ha hecho cientos de veces.
 El resultado de toda esta mierda  dijo  fue que mi sensualidad huyó horrorizada. Me castró emotivamente. Mi cuerpo aborreció a esa puta mujer instantáneamente. Sin embargo, mi lujuria impidió que la echara a la calle.
Dijo que entonces decidió que en vez de perder la partida a causa de su impotencia miserablemente, como sabía que le iba a pasar, tendría sexo oral con ella y la haría tener un orgasmo, estaría a su merced; pero su cuerpo había rechazado a esa vieja tan completamente que no pudo hacerlo.
 Esa mujer para mí ya no tiene nada de hermosa  dijo , es más bien fea. Cuando está vestida, la ropa le esconde la gordura de las caderas. Hasta se ve bien. Pero cuando está desnuda es un costal de carne fláccida blanca. Lo esbelto que presenta cuando está vestida es una mentira. No existe.
El veneno le salía al psiquiatra de formas que nunca me hubiera imaginado. Temblaba de rabia. Quería desesperadamente aparentar que tenía dominio sobre sí, pero fumaba un cigarrillo tras otro.
Dijo que el sexo oral fue aún más horrendo y repugnante, y que estaba a punto de vomitar, cuando la puta mujer le dio una patada en la panza, lo echó de su propia cama, y luego lo llamó puto impotente.
A estas alturas de la narración, los ojos del psiquiatra ardían de odio. Le temblaba la boca. Estaba pálido.
 Tengo que usar tu baño  dijo . Quiero bañarme. Estoy pestífero. Créeme, traigo sabor a puta.
Estaba hecho un mar de llanto y yo hubiera dado todo por no estar allí. Quizás por mi fatiga, o por el tono mesmérico de su voz, o por la insensatez de la situación, pero todo creaba la ilusión de que lo que escuchaba no era la voz del psiquiatra, sino la de uno de los machos suplicantes de sus grabaciones, quejándose de problemas menores que se vuelven asuntos gigantescos al hablar obsesivamente de ellos. Mi martirio terminó como a las nueve de la mañana. Era hora de que me fuera a mi clase y hora para que él se fuera a ver a su propio psiquiatra.
Me fui a clase lleno de una ardiente ansiedad y una enorme sensación de inutilidad e incomodidad. Allí, me dieron el golpe final, el golpe que causó el desmoronamiento de mi intento de llevar a cabo un cambio drástico. Ninguna parte de mi volición tuvo que ver con el desmoronamiento, que ocurrió no sólo como si hubiera sido proyectado, sino como si su progresión hubiera sido acelerada por una mano desconocida.
El profesor de antropología empezó su discurso sobre un grupo de indios de la altiplanicie del Perú y de Bolivia, los aymará. Los llamaba los «ey MEH ra», alargando el nombre como si su pronunciación fuera la única acertada que existiera. Dijo que la elaboración de la chicha, que él pronunciaba «CHAI cha», una bebida alcohólica elaborada de maíz fermentado, ocurría en el reino de una secta de sacerdotisas que eran consideradas semidiosas por los aymará. Dijo en tono de revelación, que aquellas mujeres tenían a su cargo el transformar el maíz cocinado en una pasta lista para la fermentación masticando y escupiéndolo, añadiendo de esta manera una enzima que se encuentra en la saliva humana. La clase entera gritó de horror contenido al oír la referencia a la saliva humana.
El profesor parecía estar encantado. Daba risitas de alegría. Era la risa de un niño malicioso. Continuó di-siendo que las mujeres eran masticadoras expertas y se refirió a ellas como las «masticadoras de chai cha». Miró a la primera fila del aula donde se encontraba la mayoría de las jóvenes, y dio su golpe de gracia.
 Tuve el pr r r r privilegio  dijo con esa entonación extraña, casi extranjera  de que me invitaran a dormir con una de las masticadoras de chai cha. El arte de masticar la pasta de chai cha les desarrolla los músculos de la garganta y de las mejillas a tal extremo que pueden hacer maravillas.
Miró al asombrado foro, haciendo una larga pausa, con interjecciones de risitas.
 Estoy seguro de que comprenden a lo que me refiero  dijo , y se puso histérico de risa.
La clase se enloqueció con las insinuaciones del profesor. La charla fue interrumpida por no menos de cinco minutos de risa y un bombardeo de preguntas que el profesor se negó a contestar, causando más risas.
Me sentí tan comprimido por la presión de las grabaciones, el relato del psiquiatra y las masticadoras de chai cha del profesor, que de un solo arrebato dejé mi trabajo, dejé la universidad y me regresé a Los Ángeles.
 Lo que me pasó con el psiquiatra y con el profesor de antropología  le dije a don Juan , me ha hundido en un estado emotivo desconocido. Lo único que se me ocurre es llamarlo introspección. Me he estado hablando a mí mismo sin parar.
 Tu enfermedad es de algo muy sencillo  dijo don Juan sacudiéndose de risa.
Aparentemente, mi situación le encantaba. Era un gusto que yo no compartía, porque no le veía la gracia.
 Tu mundo se termina  dijo . Es el final de una era para ti. ¿Crees que el mundo que has conocido toda tu vida te va a dejar, pacíficamente, sin más? ¡No! Va a estar revolcándose debajo de ti y dándote de golpazos con la cola.


Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

5 de abril de 2017

Citas de Viaje a Ixtlán, (1973) 2º Parte, Carlos Castaneda


 Citas de Viaje a Ixtlán, (1973) 2º Parte, Carlos Castaneda

Los actos tienen poder. Especialmente cuando el guerrero que actúa sabe que esos actos son su última batalla. Hay una extraña felicidad ardiente en actuar con pleno conocimiento de que lo que uno está haciendo puede muy bien ser su último acto sobre la Tierra.

Un guerrero debe enfocar su atención en el vínculo que lo une con su muerte. Sin remordimiento ni tristeza ni preocupación, debe poner su atención en el hecho de que no tiene tiempo y dejar que sus actos fluyan de acuerdo con ello. Ha de hacer de cada uno de sus actos su última batalla sobre la Tierra. Sólo en tales condiciones tendrán sus actos el poder que les corresponde. De otro modo serán, mientras viva, los actos de un necio.

Un guerrero cazador sabe que su muerte lo aguarda, y que ese mismo acto que ahora está realizando puede muy bien ser su última batalla sobre la Tierra. Lo llama batalla porque es una lucha. La mayoría de la gente pasa de acto a acto sin luchar ni pensar. Un guerrero cazador, por el contrario, evalúa cada acto; y como tiene un conocimiento íntimo de su muerte, procede juiciosamente, como si cada acto fuera su última batalla. Sólo un necio dejaría de notar la ventaja que un guerrero cazador tiene sobre sus semejantes. Un guerrero cazador da a su última batalla el respeto que merece. Es natural que su último acto sobre la Tierra sea lo mejor de sí mismo. Así le place. Así le quita el filo a su temor.

Un guerrero es un cazador inmaculado que caza poder; no está borracho ni loco, ni tiene tiempo ni humor para fanfarronear, ni para mentirse a sí mismo, ni para equivocarse en la jugada. La apuesta es demasiado alta. Lo que se juega es su vida pulcramente ordenada que tanto tiempo le llevó afinar y perfeccionar. No va a desperdiciar todo eso por un estúpido error de cálculo o por tomar una cosa por lo que no es.

Un hombre, cualquier hombre, merece cuanto les toca en suerte a los hombres: alegría, dolor, tristeza y lucha. No importa la naturaleza de sus actos, siempre y cuando actúe como guerrero.
Si su espíritu está deformado, simplemente debe arreglarlo, depurándolo y perfeccionándolo, porque no hay en la vida una tarea más digna de emprenderse. No arreglar el espíritu es buscar la muerte, y eso es igual que no buscar nada, porque la muerte va a alcanzarnos de todos modos. Buscar la perfección del espíritu del guerrero es la única tarea digna de nuestra transitoriedad y de nuestra condición humana.

Lo más difícil en este mundo es adoptar el ánimo del guerrero. De nada sirve estar triste, quejarse y sentirse justificado de hacerlo creyendo que alguien nos está siempre haciendo algo. Nadie le está haciendo nada a nadie, y mucho menos a un guerrero.

Un guerrero es un cazador. Todo lo calcula. Eso es control. Una vez terminados sus cálculos, actúa. Se deja ir. Eso es abandono. Un guerrero no es una hoja a merced del viento. Nadie puede empujarle; nadie puede obligarle a hacer cosas en contra de sí mismo o de lo que juzga correcto. Un guerrero está preparado para sobrevivir, y sobrevive del mejor modo posible.

Un guerrero no es más que un hombre, un hombre humilde. No puede cambiar los designios de su muerte. Pero su espíritu impecable, que ha reunido poder tras grandes penas, puede ciertamente detener su muerte por un momento, un momento lo bastante largo para permitirle regocijarse por última vez al evocar su poder. Podemos decir que ése es un gesto que la muerte tiene con quienes poseen un espíritu impecable.

No importa cómo lo hayan criado a uno. Lo que determina el modo en que uno hace cualquier cosa es el poder personal. Un hombre no es más que la suma de su poder personal, y esa suma determina cómo vive y cómo muere.

El poder personal es un sentimiento. Algo así como tener suerte. O podríamos llamarlo un talante, un ánimo. El poder personal es algo que se adquiere a través de toda una vida de lucha.

Un guerrero actúa como si supiera lo que hace, cuando en realidad no sabe nada.

Un guerrero no tiene remordimientos por nada de lo que ha hecho, porque aislar los propios actos llamándolos mezquinos, feos o malos es darse a uno mismo una importancia injustificada.
La clave está en lo que se enfatiza. O nos hacemos desdichados o nos hacemos fuertes. Cuesta el mismo trabajo lo uno que lo otro.

Desde el momento en que nacemos, la gente nos dice que el mundo es esto y aquello, y de tal y cual manera; naturalmente, no tenemos otra opción más que aceptar que el mundo es de la forma en que la gente nos ha estado diciendo que es.

El arte del guerrero consiste en equilibrar el terror de ser un hombre con la maravilla de ser un hombre.

COMENTARIO DE VIAJE A IXTLAN

Mientras me hallaba escribiendo Viaje a Ixtlán reinaba en el ambiente un estado de ánimo de lo más misterioso. Don Juan Matus estaba aplicando algunas medidas extremadamente prácticas a mi conducta cotidiana. Había diseñado algunas pautas que yo debía seguir rigurosamente. Eran tres tareas que apenas se relacionaban vagamente con mi mundo cotidiano o con cualquier otro mundo. Quería que en mi vida cotidiana me esforzara en borrar mi historia personal por todos los medios concebibles. Luego quería que terminara con mis rutinas y, finalmente, que desterrara mi sentimiento de importancia personal.
 ¿Cómo voy a lograr todo eso, don Juan?  le pregunté.
 No tengo ni idea  respondió . Ninguno de nosotros tiene idea de cómo hacerlo de una forma práctica y eficaz. Con todo, si empezamos el trabajo, lo concluiremos sin saber siquiera qué fue lo que vino a ayudarnos.
»La dificultad que encuentras es la misma que yo encontré  prosiguió . Te aseguro que nues-tra dificultad nace del hecho de que, en nuestras vidas, carecemos por completo de la idea que nos incitaría a cambiar. Cuando mi maestro me enco¬mendó esta tarea, todo lo que necesité para llevarla a cabo fue la idea de que podía lograrse. Una vez que tuve la idea, la realicé sin saber cómo. Te recomiendo que hagas lo mismo.
Me lancé a las quejas más retorcidas, argumentando que yo era un científico social acostumbrado a directrices prácticas y consistentes, no a vaguedades que dependían más de soluciones mágicas que de medios prácticos.
 Dilo que quieras  me respondió don Juan, riéndose . Cuando termines de quejarte, olvida tus remilgos y haz lo que te he dicho que hagas.
Don Juan tenía razón. Todo lo que necesité o, mejor dicho, lo único que necesitó una parte no evidente y misteriosa de mí fue la idea. El «yo» que había conocido durante toda mi vida necesitaba infinitamente más que una idea: necesitaba entrenamiento, estímulo, dirección. Me sentí tan intrigado por mi éxito que la tarea de borrar mis rutinas, perder mi importancia personal y abandonar mi historia personal se convirtió en un auténtico placer.
 Estás justo enfrente del camino del guerrero  dijo don Juan a modo de explicación por mi misterioso logro.
Don Juan había guiado lenta y metódicamente mi conciencia para que se enfocara cada vez más intensamente en una elaboración abstracta del concepto de guerrero, una elaboración que llamaba el camino del guerrero o la senda del guerrero. Me explicó que el camino del guerrero era un armazón de ideas establecido por los chamanes del México antiguo. Tal construcción derivaba de la capacidad que tenían aquellos chamanes de ver la energía tal como fluye libremente en el universo. Por esa razón, el camino del guerrero era un soberbio conglomerado de hechos energéticos, de verdades irreductibles determinadas exclusivamente por la dirección del flujo de energía del universo. Don Juan afirmaba categóricamente que no había nada en esa estructura que pudiera objetarse, nada que pudiera ser cambiado. Era una estructura perfecta en sí misma y por sí misma, y cualquiera que seguía ese camino se veía acorralado por hechos energéticos que no admitían discusión ni especulaciones acerca de su función o valía.
Don Juan decía que aquellos antiguos chamanes lo llamaron el camino del guerrero porque su estructura abarcaba todas las posibilidades vitales que un guerrero podía hallar en la senda del conocimiento. Aquellos chamanes fueron absolutamente meticulosos y metódicos en la búsqueda de tales posibilidades. De hecho, según don Juan, fueron capaces de incluir en su estructura abstracta todo lo humanamente posible.
Don Juan comparaba el camino del guerrero con una estructura, siendo cada uno de los elementos de esta estructura un dispositivo de sustentación cuya única función consistía en sostener la psique del guerrero en su papel de chamán iniciado, y así facilitar sus movimientos y dotarlos de significado. Afirmaba, de manera inequívoca, que el camino del guerrero era una construcción esencial sin la cual los chamanes iniciados naufragarían en la inmensidad del universo.
Don Juan decía que el camino del guerrero era la obra maestra de los chamanes del México antiguo. Lo consideraba su aporte más importante, la esencia de su sobriedad.
 ¿Es el camino del guerrero tan abrumadoramente importante, don Juan?  le pregunté en una ocasión.
 Decir «abrumadoramente importante» es un eufemismo. El camino del guerrero lo es todo. Es el arquetipo de la salud física y mental. No puedo explicarlo de ningún otro modo. El hecho de que los chamanes del México antiguo creasen una estructura así significa para mí que habían alcanzado la cima de su poder, la cumbre de su felicidad, la cúspide de su júbilo.
Dado el nivel de aceptación o rechazo pragmáticos en el que me creía sumergido en aquella época, abrazar completamente y sin prejuicios la senda del guerrero me resultaba poco menos que una imposibilidad. Cuanto más hablaba don Juan de la senda del guerrero más intensa era mi sensación de que lo que realmente maquinaba era derrumbar todo mi equilibrio.
Don Juan me guiaba, por tanto, de un modo encubierto. Sin embargo, su guía se evidencia con meridiana claridad en las citas extraídas de Viaje a Ixtlán. Don Juan se había abalanzado velozmente sobre mí a pasos agigantados sin que yo me diera cuenta, hasta que repentinamente sentí su aliento en la nuca. Pensaba una y otra vez que me hallaba a punto de aceptar de buena fe la existencia de otro sistema cognitivo; o, por el contrario, me sentía tan absolutamente indiferente que no me importaba que ocurriera de una forma u otra.

Por supuesto, siempre existía la posibilidad de salir huyendo de todo aquello, pero ésa no era una opción sostenible. De un modo u otro, la ayuda de don Juan, o bien mi intenso uso del concepto del guerrero, me habían endurecido hasta el punto de que no tenía ya tanto temor. Estaba atrapado, pero en realidad eso no cambiaba nada. Todo lo que sabía era que estaría allí con don Juan hasta el final.

 Carlos Castaneda

4 de abril de 2017

Citas de Viaje a Ixtlán, (1973) 1º Parte, Carlos Castaneda

Citas de Viaje a Ixtlán, (1973) 1º Parte, Carlos Castaneda

Casi nunca nos damos cuenta de que podemos suprimir cualquier cosa de nuestras vidas en cualquier momento y en un abrir y cerrar de ojos.

Uno no debería preocuparse de tomar fotos o de hacer grabaciones. Ésas son superficialidades propias de vidas ociosas. Uno debería preocuparse del espíritu, que siempre es huidizo.

Un guerrero no necesita historia personal. Un día descubre que ya no le es necesaria, y la abandona.

La historia personal debe ser renovada constantemente contando a los padres, parientes y amigos todo cuanto uno hace. Por otro lado, el guerrero que no tiene historia personal, no necesi¬ta dar explicaciones; nadie se enoja ni se desilusiona con sus actos. Y sobre todo, nadie le amarra con sus pensamientos y expectativas.

Cuando nada se da por cierto permanecemos alerta, permanentemente de puntillas. Es más emocionante no saber detrás de qué matorral saltará la liebre que comportarnos como si lo supiéramos todo.

Mientras un hombre siente que lo más importante del mundo es él mismo, no puede apreciar verdaderamente el mundo que lo rodea. Es como un caballo con anteojeras: sólo se ve a sí mismo, ajeno a todo lo demás.

La muerte es nuestra eterna compañera. Se halla siempre a nuestra izquierda, a la distancia de un brazo tras de nosotros. La muerte es la única consejera sabia con la que cuenta un guerrero. Cada vez que el guerrero siente que todo anda mal y que está a punto de ser aniquilado, puede volverse a su muerte y preguntarle si ello es cierto. Su muerte le dirá que se equivoca, que en realidad nada importa salvo su toque. Su muerte le dirá: «Todavía no te he tocado.»

Cuando un guerrero decide hacer algo, debe ir hasta el final, aceptando la responsabilidad de lo que hace. Haga lo que haga, primero debe saber por qué lo hace, y luego seguir adelante con sus acciones, sin dudas ni remordimientos.

En un mundo donde la muerte es el cazador no hay tiempo para dudas ni lamentos. Sólo hay tiempo para decisiones. No importa cuáles sean las decisiones. Nada puede ser más serio o menos serio que lo demás. En un mundo donde la muerte es el cazador no hay decisiones grandes o pequeñas. Sólo hay decisiones que un guerrero toma a la vista de su muerte inevitable.

Un guerrero debe aprender a ponerse al alcance, o fuera del alcance, en el punto justo. Es inútil para un guerrero estar todo el día al alcance sin saberlo, como le es inútil esconderse cuando todo el mundo sabe que está escondido.

Para un guerrero, ser inaccesible significa tocar frugalmente el mundo que lo rodea. Y, sobre todo, evitar deliberadamente agotarse a sí mismo y a los demás. Un guerrero no utiliza ni exprime a la gente hasta dejarla reducida a nada, en especial a la gente que ama.
  
Cuando un hombre se preocupa, se aferra a cualquier cosa por desesperación; y una vez que se aferra, forzosamente se agota, o agota a la cosa o a la persona a la que está aferrado. Un guerrero cazador, en cambio, sabe que atraerá la caza a sus trampas una y otra vez, así que no se preocupa. Preocuparse es ponerse al alcance, al alcance sin saberlo.

Un guerrero cazador trata íntimamente con su mundo y, sin embargo, es inaccesible para ese mismo mundo. Lo toca ligeramente, permanece el tiempo preciso y luego se aleja velozmente, sin apenas dejar rastro.

Ser un guerrero cazador no es sólo cuestión de cazar animales. Un guerrero cazador no captura animales porque ponga trampas ni porque conoz¬ca las rutinas de su presa, sino porque él mismo no tiene rutinas. Ésa es su ventaja. Él no es, de ningún modo, como los animales que persigue, fijos en rutinas pesadas y en caprichos previsibles. Él es libre, fluido, imprevisible.

Para el hombre corriente el mundo es extraño porque, cuando no se aburre de él, está enemistado con él. Para un guerrero, el mundo es extraño porque es estupendo, pavoroso, misterioso, insondable. Un guerrero debe asumir la responsabilidad de estar aquí, en este mundo maravilloso, en este tiempo maravilloso.

Un guerrero debe aprender a hacer que cada acto cuente, pues va a estar aquí, en este mundo, tan sólo un tiempo breve; de hecho, demasiado breve para ser testigo de todas las maravillas que existen.

Carlos Castaneda

3 de abril de 2017

El Bosque de Bambú, Wang Wei

Wang Wei (699-759)

Uno de los artistas más dotados de la época T'ang. Fue poeta, pintor, calígrafo y músico altamente distinguido. En pintura fue uno de los creadores del estilo llamado "Poh-muo hua" o sea "tinta salpicada", que se transformó en el favorito de los adeptos tanto Ch'an Ven como taoístas. Se graduó como Chin-shih en el año 721, a los 19 años, y el Emperador Hsüan-tsung lo nombró secretario de Estado. Arruinó su carrera al participar de la Rebelión de An Lu-shan, lo que le valió un corto tiempo en prisión.
Fue un adepto del Budismo Ch'an, y tanto su poesía como su pintura revelan el alto desarrollo de su visión interior. Después de enviudar no volvió a casarse. Pasó su vejez escribiendo poesía y pintando en compañía de sus amigos en su villa situada en Wang Ch'uan, a los pies del Monte Chung-nan. Su Tung-po decía de él, que era capaz de evocar todo un paisaje en una sola línea de cinco caracteres.

 El Bosque de Bambú

Sentado solo,
en el bosque de bambú,
toco el laúd,
silbo largo tiempo.
Al bosque profundo
la gente no lo conoce,
la luna brillante viene
y acerca su claridad.

Wang Wei


2 de abril de 2017

Al Magistrado Ch'ang, Wang Wei

Al Magistrado Ch'ang

En los últimos años
gusta la calma:
Las diez mil cosas
no tienen lugar en mi corazón.
Miro atrás,
no encuentro mejor plan:
Sólo sé volver al bosque profundo.
El viento de los pinos
agita mis ropas sueltas,
La luz de la luna ilumina,
toco mi laúd. 
Usted pregunta
¿cuál es la Realidad última?
La canción del pescador
entra profundamente en las orillas.


Wang Wei

1 de abril de 2017

El Torrente del Canto de Pájaros, Wang Wei

El Torrente del Canto de Pájaros

El hombre descansa,
mientras flores de acacia caen.
La noche es tranquila,
la montaña de primavera vacía.
La luna sorprende a los pájaros de la montaña.
Entonces cantan,
dentro del torrente de primavera.


Wang Wei

31 de marzo de 2017

En la Montaña, Wang Wei

En la Montaña

Del arroyo Ch'in salen piedras blancas,
El tiempo es frío, pocas hojas rojas.
En el sendero de la montaña no cae lluvia,
El vacío azul moja las ropas del hombre.


Wang Wei

Wang Wei (699-759)

Uno de los artistas más dotados de la época T'ang. Fue poeta, pintor, calígrafo y músico altamente distinguido. En pintura fue uno de los creadores del estilo llamado "Poh-muo hua" o sea "tinta salpicada", que se transformó en el favorito de los adeptos tanto Ch'an Ven como taoístas. Se graduó como Chin-shih en el año 721, a los 19 años, y el Emperador Hsüan-tsung lo nombró secretario de Estado. Arruinó su carrera al participar de la Rebelión de An Lu-shan, lo que le valió un corto tiempo en prisión.
Fue un adepto del Budismo Ch'an, y tanto su poesía como su pintura revelan el alto desarrollo de su visión interior. Después de enviudar no volvió a casarse. Pasó su vejez escribiendo poesía y pintando en compañía de sus amigos en su villa situada en Wang Ch'uan, a los pies del Monte Chung-nan. Su Tung-po decía de él, que era capaz de evocar todo un paisaje en una sola línea de cinco caracteres.

30 de marzo de 2017

El Parque de los Ciervos, Wang Wei

El Parque de los Ciervos
                          
En la montaña vacía
se ve un hombre,
sólo se oye el eco
de voces humanas.
Vuelven las sombras,
entran profundo en el bosque,
y brilla el sol,
sobre los líquenes verdes.

Wang Wei


29 de marzo de 2017

Wang Wei, Canción Para la Ciudad de Wei

Canción Para la Ciudad de Wei

La lluvia matinal de la ciudad de Wei
moja el polvo blanco,
Las posadas son verdes,
los sauces tienen brotes.
Déjame aconsejarte tomar una copa más,
Al Oeste de las montañas Yuan-kuan
no encontrarás un amigo.


Wang Wei

28 de marzo de 2017

Mañana, Wang Wei

 Wang Wei (699-759)

Uno de los artistas más dotados de la época T'ang. Fue poeta, pintor, calígrafo y músico altamente distinguido. En pintura fue uno de los creadores del estilo llamado "Poh-muo hua" o sea "tinta salpicada", que se transformó en el favorito de los adeptos tanto Ch'an Ven como taoístas. Se graduó como Chin-shih en el año 721, a los 19 años, y el Emperador Hsüan-tsung lo nombró secretario de Estado. Arruinó su carrera al participar de la Rebelión de An Lu-shan, lo que le valió un corto tiempo en prisión.
Fue un adepto del Budismo Ch'an, y tanto su poesía como su pintura revelan el alto desarrollo de su visión interior. Después de enviudar no volvió a casarse. Pasó su vejez escribiendo poesía y pintando en compañía de sus amigos en su villa situada en Wang Ch'uan, a los pies del Monte Chung-nan. Su Tung-po decía de él, que era capaz de evocar todo un paisaje en una sola línea de cinco caracteres.
Mañana
  
La flor de durazno está más roja
por la lluvia de anoche,
Los sauces están más verdes
en la niebla de la mañana.
Los pétalos que aún caen
no fueron barridos por los sirvientes,
Los pájaros cantan,
el huésped de la montaña duerme.

Wang Wei 


27 de marzo de 2017

Poema 1, Tao Yuan-ming



Poema 1
                   
De antes ya quería vivir en el pueblo del sur, y no por sus casas ch’i,
Sino por la simpleza de la gente que lo habita.

Viven de la mañana a la noche en una sana alegría.
Y luego de soñar por años, finalmente sucedió.

Somos pobres pero ¿quién necesita una casa enorme?
Con que cubra nuestras camas y esteras es suficiente.

Los vecinos suelen cantar
y se demoran hablando de las cosas de antaño.

Nos deleitamos con viejos poemas,
explicándonos partes que no habíamos comprendido.

Tao Yuan-ming

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