Resurrección, Cecilia Meireles
No cantes, no cantes, porque vienen de
lejos los náufragos,
vienen los presos, los tuertos, los monjes,
los oradores,
los suicidas.
Vienen las puertas, de nuevo, y el frío de
las piedras,
de las escalinatas,
y, con un ropaje negro, aquellas dos manos
antiguas.
Y una vela de móvil llama humeante. Y los
libros. Y
las escrituras.
No cantes, no. Porque era la música de tu
voz lo que se oía. Soy una muerta reciente,
aún
con lágrimas.
Alguien escupió distraídamente sobre mis
pestañas.
Por eso vi que ya era tarde.
Y dejé en mis pies quedarse el sol y andar
las moscas.
Y de mis dientes se escurrió una lenta
saliva.
No cantes, pues trencé mis cabellos, ahora,
y estoy ante el espejo, y sé bien que ando
en fuga.
Cecilia Meireles
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