Los Patios del
Tigre, Miguel Angel Bustos
Fueron siempre los
pájaros los que anduvieron en los patios de mi infancia.
A la claridad del
canario se sumó el gritito entrecortado del calafate, el vuelo diminuto de los
bengalíes. Algún mono hubo, pero fue efímero.
Agregaba mi abuelo
a la magia reinante sus oros de Gran Maestro. Sus libros que, de a poco, fueron
siendo mis pájaros.
Un tío viajó y en
una gran jaula trajo un tigre. Lo aseguraron a una cadena y esperaron que lo
viera.
Su garganta me
llamó; aparecí.
Desde ese día los
patios dejaron de ser tales. Fueron selvas de mármol y mosaicos gastados en
donde el terror habitaba. Era feliz. Tocaba el misterio a diario y no
desaparecía. Me acostumbré ávidamente a lo extraño.
Cuando alguien
ordenó su encierro en el Zoológico, lloré.
Entonces
comenzaron mis fugaces visitas; temblaba cerca de su jaula. Su rugido era
música tristísima para mi. Le imploraba a su memoria de fiera el recuerdo.
El día en que me
fui a despedir de él para siempre me olió, detuvo su andar en círculos. Una
sombra humana le cruzó la mirada. Intenté tocarlo. El griterío prudente me
clavó en el piso.
Pensé un adiós,
suavemente me marché. Más tarde supe de su muerte. Su carne fantástica se juntó
en el polvo a otras carnes.
He crecido. Guardo
de mi infancia sus huesos en mi alma, los libros en mi sangre.
Pero cuando llegue
el fin y me miren los ojos que aún no he visto, pienso que será el tigre
incierto de la locura el que me lleve tanteando a la nada, aquel tigre de
titubeo y delirio del suicidio que en su boca me ahogará clamando.
O tal vez mi viejo
tigre, rayado por la piedad, quiera devorarme como a un niño.
Miguel Angel
Bustos
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