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19 de agosto de 2020

Una palabra que nos define a la perfección, Julio Requena

 

Una palabra que nos define a la perfección, Julio Requena
 
Quiero aquí rescatar una palabra nuestra que ha cobrado aceptación popular y es casi infaltable en el lenguaje diario por la abundancia de significados que conlleva.
Se trata del vocablo “joda”, cuyo uso es muy argentino porque de un modo inconsciente la joda refleja bastante bien nuestra idiosincrasia de seres contrarios a la seriedad, por lo menos a esa seriedad relativa a las cuestiones importantes, aunque no tanto a la gravedad del semblante.
“Tomarlo todo en joda”, “No dejarse agarrar para la joda”, son rápidos consejos de amigos dictados por esa conducta sarcástica, que ha desintegrado nuestra conciencia nacional por una falta de seriedad alarmante en la vida de relación y en la cultura cívica en general. El diálogo argentino está matizado de chistes y risas tendientes a sobrellevar todo con humor burlón, y en ese sentido la palabra joda cumple muy bien un cotidiano papel decisivo para contrarrestar la seriedad, o para no dejar que ella prospere demasiado. Al decir “es unajoda” se quiere expresar justamente que lo contrario, lo serio, no existe.
Pero recuerdo que joda era un mala palabra durante mi juventud, ya que pronunciarla era obsceno, posiblemente porque en España se la usó vulgarmente como “practicar el coito”, enraizado en el lenguaje cotidiano de nuestro país, dado que su derivación en “jodido”, “jodón”, se presta a una definición polisémica muy amplia: molesto, difícil, bromista, malo, festivo, engañoso, etc., siempre con la idea de falta de seriedad: “Nada es serio. Todo es una joda”.
Agregada como definición de un enunciado, me trae también a la memoria una anécdota de un prestigioso profesor de física de la Universidad Nacional de Córdoba. Un día me lo encontré en la calle, y al preguntarle si estaba escribiendo una nueva obra me dijo que había acabado otra, pero que demoraba su entrega a la imprenta porque vacilaba con el título que quería ponerle. Me pidió ayuda para ello una vez que me enteró del contenido, el cual versaba sobre el insoluble Universo..
Entonces lo interrogué sobre qué podía sugerirme, qué le parecía más acertado. Me confió que el título debía hacer alusión a la poca seriedad de las leyes del Cosmos..Pero, aclaró, el epíteto “serio” no lo conformaba para nada, y en cambio se inclinaba por el despectivo “joda”. Y sonriendo burlonamente, se expidió: “El Universo es una joda”. Por supuesto, un profesor universitario serio no podía inferirle semejante ofensa a la ciencia, y el libro salió con otro nombre.
Refiero esto porque ese humor de la joda está en la entraña misma de nuestra cultura, y es indicativo dela poca seriedad que impera a veces en los numerosos casos donde es preciso no utilizarlo.
Sin embargo, cuando se habla de los políticos surge la crítica burlona y caricaturesca, sobre todo cuando va asociada con la corrupción endémica de ellos, y esta crítica maliciosa genera multitud de chistes irónicos y sarcásticos que alcanzan al descrédito por la Justicia y las instituciones gubernamentales, municipales y policíales.
No es para menos. Nuestro país tiene el ominoso privilegio de ocupar el segundo lugar mundial de “políticos corruptos”, según la votación de diciembre de 2004 efectuada por la organización Transparency International (TI).
Es conocida nuestra indiferencia genética por participar en los grandes temas que requieren debates o soluciones inminentes, indiferencia que termina por imprimirle un sello de escepticismo crucial a cualquier intento serio de superación de problemas sociales, morales o psicológicos: “¿Para qué actuar si todo se va a la mierda?”
Tal vez esto se deba a la perniciosa influencia hipnótica o mantrámica de la palabra joda, bajo cuya tutela nos criamos los argentinos, convencidos de que nada vale la pena de prestarle nuestra atención, porque todo desemboca en la misma conclusión: “para qué, si la corrupción es tan inevitable como invencible en este país”.
Entonces, nos justificamos:”¡Viva la joda!”.
Desde la perspectiva de lo drolático –en su acepción de “broma de mal gusto”, o broma peyorativa–, ésta puede acabar con toda una reputación moral, o una imagen venerada,,solamente con la maliciosa intención de hacerlo. La broma (“chanza, burla, acción que
puede lastimar a una persona, y hacer reír a quien la ejecutó”) es también una acción destructiva, derivada del griego “devorar, tragar”, y en tal sentido se equipara con el sarcasmo (“quitar las carnes”) porque la broma, a veces, es una suerte de canibalismo social. Por tanto, con frecuencia sume en estado de escepticismo a la mente, o peor aún la lleva a un grado de incredulidad pesimista.
Así, la indiferencia y la incredulidad, por el humor se convierten en sinónimos. De modo que puede realizarse una lectura bifocal con la broma y el sarcasmo. En lo profundo de ellos surge la irreverencia libertaria por todas las convenciones sociales (creencias e ideales), y en lo superficial prende la rebelión filosófica por la tragicidad de la vida y su inextinguible misterio.
¿Qué nos enseña, entonces, la palabra joda?
Que la actividad personal del egomovimiento –el incesante fluir del yo psicológico, ese yo Interesado sólo en sí mismo– se encuentra en pugna conflictiva con la sociedad desde que ésta se constituyó.
Es esa lucha –la egomaquia– la que ha creado la eterna confusión en este mundo que todos compartimos, con sus constantes guerras, sus crónicas desigualdades colectivas, y sus fatales competencias desalmadas. Como se ve, un tema perteneciente al “humor negro”.
Más aún si lo trasladamos a la niñez contemporánea del planeta, donde la mitad de los chicos viven en un permanente estado de peligro debido a las guerras, la pobreza y el SIDA, habida cuenta de la patética explotación laboral y pornográfica a que se los somete.
 
Julio Requena

18 de agosto de 2020

Filosofía del mate, Julio Requena

 

Filosofía del mate, Julio Requena
 
PARA la mayoría de los argentinos, la única patria es “Matelandia”.
El mate ha dejado de ser un ritual criollo para convertirse en una manera social o privada de hacer filosofía igualmente criolla. Y si el “Martín Fierro” resultó genial por los consejos de esa filosofía moral, tomando mate con el gaucho, cómo no creer que cada vez que alguien comulga con el calor del vientre del mate (¿cómo se le dice al recipiente en donde se pone la yerba y la bombilla? ¿El mate?) está ya haciendo filosofía popular sin saberlo…
Pero antes de introducirme en el tema, incluiré algunos haikus que compuse para elogio del mate. El haiku es una breve estrofa japonesa que consta de 17 sílabas distribuidas en 5-7-5 versos. Es esencialmente metafórico.
Y que no se crea que por ser japonés el haiku no podemos compartirlo entre mateada y mateada. Tengo un amigo japonés que ama el mate tanto como el tango.
 
EL MATE
 
Panza del mate Tomarse un mate.
como vientre preñado Tomarlo así despacio
redondo y cálido. cuando se sorbe.
 
Sorber el mate Filosofía
con azúcar o amargo: de tanto mate diario:
succionarse uno… “No estamos solos”.
 
Ronda del mate. Como una caña
Las palabras se pasan pescando las burbujas
por la bombilla. es la bombilla.

 
Y bien, dado que las palabras se pasan por el mate a través de la bombilla, hay como un cambio de personalidad, en consonancia con esa propiedad mimética de la yerba, la yerba mate, que los extranjeros suponen es una droga, y como tal que mata: “La yerba mate mata” dicen, sin sospechar que hacen un juego de palabras.
¿Qué nos enseña entonces el mate? ¿Por qué hemos hecho de él un hábito? ¿Por qué no nos ha matado?
En primer lugar, porque el mate, el mate como suena, se lleva muy bien con el solitario. En realidad, se identifica con él… Cebarse uno solo el mate tiene una significación especial:
 
a) Que tanto el tomador como el cebador son una sola persona, y cada chupada contiene el gusto a la soledad.
b) Que el solitario deja de serlo porque el mate es otra per
c) sona, invisible, pero persona al fin.
d) Que la soledad no está en el solitario, sino en el mate, que al mismo tiempo es muy sociable.
e) Que uno termina cebando mate y convidando al otro, pero ese otro es uno mismo, con lo cual la soledad del mate es un mito. O lo es la sociedad.
f) Que, en fin, es lindo tomar mate: calma el hambre.
 
Cuando algún dirigente político, en especial los gremialistas, quieren amenazar al gobierno, hacen una huelga de hambre. Pero, los muy astutos, se ponen a tomar mate en abundancia. Es un truco para que el ayuno no los haga pasar hambre. Es una manera de hacerse oír por intermedio del mate.
De manera que la filosofía del mate sirve tanto para el solitario como para el acto social.
Lo curioso es que la bombilla se va llenando de la baba de los otros en la ronda, y sin embargo nadie se da cuenta de que, al matar, al matar todo microbio el mate no lo mata a uno…
 
Algunos lo ceban con una servilleta en la mano, y sirve para secar precisamente esa baba. Pero la saliva no se ve cuando uno sorbe la bombilla. Únicamente se delata por el sonido de la chupada.
Hoy, en que por culpa del apocalíptico Coronavirus, se han tomado medidas extremas para evitar el contagio, algunos han objetado que el tomar mate en grupo es una forma de propagar el virus, y por eso el diputado Fernando Iglesias ha sentenciado: “Tomar mate es una desgracia nacional”…
¿Y la preparación del mate, del “buen mate”?
Ah, aquí sí que algunos se las dan de eruditos, como los enófilos quieren enseñar a tomar un buen vino.
Utilizan una minuciosa “misa en escena” para ello.
Que el agua no tiene que hervir: retirarla cuando las burbujas comienzan a subir.
Que la yerba debe ser poca, y previamente hay que filtrar el “humo” verde del polvo mediante un cedazo.
Que el buen mate no se debe arruinar con azúcar. El amargo es el mejor y más sano.
Que para eso existe el recipiente de madera llamado porongo, donde se toma el tereré con agua fría.
Cada uno (mate en mano) pasará sus días persuadido de que no es posible prescindir del agua con yerba, y de que todo resulta mejor si el mate es un fiel compañero.

 Julio Requena


17 de agosto de 2020

Palabras, nada mas que palabras… Julio Requena

 

Palabras, nada mas que palabras…  Julio Requena
 
ES infalible: cuando la iglesia se siente atacada es porque le están diciendo la verdad. Por supuesto, ella pronto contraataca excomulgando la verdad.
Esa historia se ha repetido siglo tras siglo, y los tribunales eclesiásticos, en donde se originó la siniestra Inquisición, hacen caso omiso de todas las críticas justas sabiendo que las suyas injustas impactan con más contundencia aún en la opinión pública.
Cuentan, para mantener en pie sus sofismas morales, con un aliado formidable: el miedo a Dios, que la mayoría de los mortales experimentan de modo supersticioso.
Así, debido a la naturaleza temerosa de la mente humana, el dominio ejercido por la religión organizada ha sido tan poderoso como indestructible.
De nada han valido el progreso científico y la democracia política en el combate racional contra esa fácil superstición del miedo, que a través del sacerdote impone amenazas y castigos y actúa como el brujo tribal: dominando a todos.
La explotación de tal debilidad humana –la de creer que el miedo a Dios es todo–, ha contado también con otro amigo incondicional de la fe: el propio ego personal. El cobarde y obsecuente ego no puede vivir ni convivir sin dejarse esclavizar por el respeto a la autoridad; y como todas las organizaciones sociales se rigen por el viejo principio jerárquico de la autoridad, pretextando de tal modo el establecimiento del orden, se deduce de ello que la esclavitud es igualmente estable. Entonces, el feligrés debe acatar sin protestar la tiranía eclesiástica al
precio del servilismo. Rebelarse contra los dogmas de fe es herejía, y discutirlos, profanación.
Lo cierto es que las acusaciones criminales contra la iglesia, y su tradicional política corporativa de ocultar los episodios escandalosos, llenan frondosos expedientes. Con todo, muchas más son las víctimas que pagaron con su sangre las pretendidas ofensas blasfemas, y los niños que
siguen perdiendo su inocencia por los incalificables actos pedofílicos de sus ministros.
 
¿Y qué decir de la censura eclesiástica en materia de arte?
 
Aquí la moral sacerdotal delata su propio inconsciente: la Inquisición y su hoguera como instrumento purificador de los pecados. Maestros audaces en el arte de echar al fuego las culturas, los curas no tan solo han quemado los documentos y libros históricos de varias de ellas, sino que han desafiado bajo soberbia y desdén el derecho democrático de la libre
expresión estética con la conformidad de los ultracatólicos.
 
“Censura es dictadura”.
 
Este lúcido afiche rimado lo exhibieron los enardecidos manifestantes al protestar contra la clausura, en el Centro Cultural Recoleta, de la variada muestra de arte del plástico argentino León Ferrari.
Concentrados en torno a la Iglesia del Pilar, donde colgaron otro afiche, “Aquí se bendicen genocidas”, como recordatorio de los curas cómplices del nefasto Proceso Militar, seguidamente entonaron otro estribillo:
 
“Iglesia, basura, / honró la dictadura”.
 
Grupos defensores de la libre exhibición artística realizaron un abrazo solidario en apoyo de León Ferrari, quien, aureolado por su nevado pelo canoso brillante y sus lentes de vidrio de pecera viendo navegar su propia sonrisa indulgente, hacía recordar a su bellísima pintura simbólica del Cristo crucificado en las alas de un avión. Sin embargo, esa sonrisa suya quedó borrada cuando León “agradeció” irónicamente a la jueza por la torpe medida de clausurarle
la exposición, y dijo de ella: “Así demostró su intolerancia, y la de una parte de la sociedad”
¿Quién ordenó la clausura? La jueza Elena Liberatori, y obviamente lo dispuso en nombre de una parte, que no es la de toda la sociedad.
Ahora bien, si se juega a interpretar los hechos mediante el nombre de las personas protagonistas de ellos, se irá descubriendo cómo la teoría de la onomancia (onóma: nombre; mancía: adivinar) revela un claro fondo cómico que no es casual. Elena, en griego, significa “la destructora”, y Liberatori cabe suponer que está vinculado con “liberación”. Pero ¿qué ha liberado entonces la jueza Elena Liberatori? No indudablemente la hermosa muestra artística al ordenar, por el contrario, su clausura.
Otro actor de la prohibición fue el presbítero Guillermo Marcó, director de prensa del Arzobispado porteño, que atacó duramente diciendo: ”La obra de Ferrari siempre ha generado polémica, porque ha buscado la publicidad de esta manera", soslayando así olímpicamente la calidad de la obra plástica del artista, reconocido a nivel internacional. Por eso, ¿qué marcó Guillermo Marcó sino el menosprecio por lo estético? En cuanto al director de la Sociedad Bíblica Argentina, Salvador Dellutri, culpó “a los embates de la corriente agnóstica minoritaria que pretende desacralizar a la sociedad profanando sus símbolos sagrados y atacando los principios morales y religiosos”.
Pero esto no se agotó aquí, y el bíblico prosiguió con la filípica acusando al pintor de haber querido sacralizar “una manifestación presuntamente artística situándola más allá del bien y del mal, lo que es un acto de agresión gratuita e insoportable”.
Salvador Dellutri confiesa así poseer una concepción bien extraña de la razón, según la cual la tiene solamente quien pertenece a la mayoría, dejando afuera al que no comparte esa identificación social cuantitativa, en este caso a la “corriente agnóstica minoritaria”. Es gracioso: tal criterio acomodaticio de medición estadística, conduce a deducir que la misma religión católica apostólica y romana no tiene la razón, y queda excluida de la verdad por cuanto sus feligreses son menores en número al total de los otros profesantes.
Según estadísticas insertas en internet, los católicos alcanzarían los 1.086 millones, en tanto el islamismo lo haría con 1035 millones, el hinduismo con unos 600 millones, el cristianismo no católico 350 millones, el budismo 320 millones, el confusionismo 320 millones, y el judaísmo los 15 millones. Es decir, si sumamos las religiones no católicas la cifra daría 2.640 millones, y si a esta cifra se le restan los 1.086 millones de católicos el resultado es 1.554 millones, cantidad elocuente con la cual quedan superados los creyentes en la iglesia católica. De manera que si el total de habitantes del planeta es de 6.000 millones (año en que se efectuó este cálculo),
y a ellos le restamos la suma de católicos y no católicos –3.726 millones– la cuenta totaliza 2.274 millones. ¿Qué es entonces esta extraordinaria cantidad sino “la corriente agnóstica”, que obviamente no es minoritaria sino mayoritaria respecto de los 1.086 millones de católicos?
Salvador Dellutri, pero ¿salvador de qué? Indudable: no del prójimo León Ferrari, a quien en vez de amarlo, como bien exhorta el evangelio cristiano, lo acusa no más de ser el diablo mismo, y con esa fórmula del Santo Oficio de la Edad Media intenta anatematizarlo por ser “un profanador”.
Pero si profanador es quien se queda “fuera del templo”(pro=ante o fuera; fanum=templo), el que no ha podido entrar al templo del arte es más bien Salvador Dellutri, qué duda cabe, y merece ser exorcizado por su retrógrada concepción de la razón estadística. Ese es su castigo: su incomprensión del mensaje estético, que en forma admirablemente simbólica Ferrari explicita en sus cuadros, señalando no solo la inmoralidad de una Iglesia decadente sino la corrupción de los políticos y la ferocidad de una sociedad plutocrática (adoradora del dinero), basada en los crueles valores consumistas, que se ha olvidado de la solidaridad y la caridad.
 
¿Y que pasó con el propio León Ferrari?
 
Prosiguiendo con la válida teoría de la onomancia, este león defensor de la autonomía estética gracias a sus rugidos de bellas pinceladas y denunciador de farsas y farsantes, después de esta escandalosa polémica de la clausura vendió todas sus obras a la fuerza, por pedido suplicante de sus fanáticos admiradores. Volvió a recuperar su sonrisa y la retuvo en una pose de Mona Lisa ante el presbítero Guillermo Marcó, con quien se encontró en su despacho de prensa. Allí se dieron un abrazo y se bebieron un aromático café. Ferrari extrajo dos gruesos paquetes rectangulares del añejo portafolios y entonces, tuteándolo, le dijo dejando transfigurar su sonrisa en franca carcajada:
–Tomá tu plata, que te corresponde por haber influido sobre la jueza para que me cerraran la muestra, según lo convenido. Tuviste mucha razón al afirmar que no hay ninguna publicidad mejor que la prohibición, ya que lo prohibido genera el escándalo, y el escándalo atrae la plata…
–Sí… y todo lo demás, como siempre, son solo palabras, palabras…
 
Julio Requena

Soneto japonés, Théophile Gautier

                                  

Soneto japonés

 
Por subrayar, glorioso, de tu frente la albura
el Japón dio a tus ojos su más límpido añil;
la porcelana blanca no tiene la blancura
de tu cuello tan suave como terso marfil.
 
En tu rostro sedátil suave lampo fulgura;
es tu voz como el eco de las auras de abril,
y cuando te levantas, sonriendo, en mi negrura
eres luna de nácar que me alumbra sutil.
 
Hay núbiles anhelos en tu mirar de raso;
tu boca tiene púrpura de nubes en ocaso
y es tu nariz risueña la de gentil musmé.
 
Pareces una frágil sombrilla japonesa
y cerca de ti aspiro, mi lánguida princesa,
algo tan dulce y raro como el olor del té.
 
Théophile Gautier

 

16 de agosto de 2020

El Hipopótamo, Théophile Gautier

 

El Hipopótamo
 
El hipopótamo de vientre enorme
suele vivir en selvas como Java,
y allí en el fondo de las cuevas hay
monstruos que no se pueden ni soñar.
La boa que se agita entre silbidos,
el tigre que tan bien sabe rugir,
el búfalo enfadado que resopla;
él sólo duerme o pace siempre en calma.
El kris y la azagaya no le asustan,
contempla al hombre sin darse a la huida,
se ríe del cipayo y de sus balas
que no hieren su piel y que rebotan.
Por eso yo soy como el hipopótamo;
me protege mi fuerte convicción,
armadura que me hace invulnerable,
y así por el desierto ando sin miedo.
 
 
Théophile Gautier

15 de agosto de 2020

A una joven italiana, Théophile Gautier

 A una joven italiana

 
 
 
Aquel mes de febrero tiritaba en su albura
de la escarcha y la nieve; azotaba la lluvia
con sus rachas el ángulo de los negros tejados;
tú decías: ¡Dios mío! ¿Cuándo voy a poder
encontrar en los bosques las violetas que quiero?
Nuestro cielo es llorón, en las tierras de Francia
la estación es friolera como si aún fuera invierno,
y se sienta a la lumbre; París vive entre fango
cuando en tan bellos meses ya Florencia desgrana
sus tesoros que adorna un esmalte de hierba.
Mira, el árbol negruzco su esqueleto perfila;
se engañó tu alma cálida con su dulce calor;
no hay violetas excepto en tus ojos azules,
y no hay más primavera que tu rostro encendido.
 
 
Théophile Gautier

 

14 de agosto de 2020

Las palomas, Théophile Gautier

 

Las Palomas
 
En el collado aquel de los sepulcros
una palmera y su penacho verde
se yerguen donde acuden las palomas
a anidar por la noche y guarecerse.
Con el alba desertan de las ramas:
como un collar que se desgrana, vemos
—blancas, dispersas, en el aire azul—
que algún tejado buscan aún más lejos.
Todas las noches es un árbol mi alma
donde se posan con las alas trémulas
enjambres blancos de visiones locas
para echar a volar cuando clarea.
 
 
 
Théophile Gautier

13 de agosto de 2020

Punto de vista, Théophile Gautier

 Punto de vista
 
 
En primer plano un olmo de corteza musgosa
sacudiendo en la bruma su rojiza cabeza,
una charca muy sucia donde nadan los patos
asordando los ecos con sus gritos nasales;
matorrales escasos con los frutos aún verdes,
como un pobre la mano tienden flacos ramajes;
una casa viejísima, desconchada, con grietas
que abren en las paredes prolongados bostezos.
En segundo, molinos que levantan sus alas
y recortan en negro sus perfiles tan frágiles,
como una telaraña en el cielo brumoso.
Luego, al fondo, París, lleno de humo y sombrío,
donde ya como brillos en las casas oscuras,
un sinfín de faroles igual que ojos fulguran;
con tejados hendidos y esas torres que son,
o parecen de lejos, como cuellos de buitres;
campanarios agudos con la flecha dentada
como un peine que muerde de las nubes las greñas.

 
 
 
Théophile Gautier
 

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