Quiero explicar que todos los post que fueron subidos al blog están disponibles a pesar de que no se muestren o se encuentren en la pagina principal. Para buscarlos pueden hacerlo por intermedio de la sección archivo del blog ahi los encuentran por año y meses respectivamente. también por “etiquetas” o "categorías de textos publicados", o bajando por la pagina hasta llegar al último texto que se ve y a la derecha donde dice ENTRADAS ANTIGUAS (Cargar más entradas) dar click ahí y se cargaran un grupo más de entradas. Repetir la operación sucesivamente hasta llegar al primer archivo subido.

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Gracias por visitar este lugar.




5 de febrero de 2019

Bogota, Sandro Tedeschi



BOGOTÁ

aquí los hombres tienen
más muerte que vida caminando

mister
........yes
..............thank you

de que color es la rebeldía?

Sandro Tedeschi


Sandro Tedeschi:

Nació en Buenos Aires el 18 de Octubre de1944. Si difícil es decir todas las cosas que hizo en sus casi 22 años de vida, mas difícil es imaginar cuanto hubiera podido llegar a hacer.
Todo lo emprendió siempre como un auténtico creador, consciente de su propio compromiso. Periodista desde los 18 años, estudió en el colegio nacional de Buenos Aires, fue discípulo del taller de pintura de Pati Blumenzweig y Mario Pucciarelli y había elegido a Robert Capa y a Henry Cartier Bresson como maestros de su cámara.
Luchino Visconti representaba la máxima aspiración de su vocación cinematográfica.
Dejó dos libros inéditos 33 poemas y un epitafio (1963) y Fe de erratas y otras consideraciones (1965), guiones de cine, óleos, collages y fotografías.
Desde 1963 era alumno de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, y, faltándole pocos días para obtener la baja del servicio militar, planeaba seguir el primer curso de la Escuela de Cine del Instituto Nacional de Cinematografía.
Su obra poética abandonó los módulos decorativos donde se conjugaban coloridas reminiscencias barrocas en un mundo impregnado de su realismo, para tomar con firmeza la descarada verdad sobre si mismo que nos arroja en Fe de erratas y otras consideraciones. Aquí la metáfora es un espejo de imagen deformante del que se vale para atrapar la realidad.
Es la suya una poesía consustanciada íntegramente con su existencia, que resume su múltiple y despierta vitalidad. Una poesía que es ya más que un presagio de inminente granazón, en la que la ausencia de resabios formales hace resaltar mas aún la hondura de su aliento, auténtico y cotidiano.
Sandro Tedeschi murió el 4 de marzo de 1966 mientras cumplía su misión de vivir con alma y vida. La muerte – su propia muerte, motor de actividad incansable- lo visitaba a menudo en sus poemas. Muchas veces escribió su propio epitafio, pero siempre volvía a este de1963: “Murió con el poema puesto en la larga jornada hacia si mismo”.

4 de febrero de 2019

Cuento de horror, Marco Denevi


 Cuento de horror, Marco Denevi

La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:
-Thaddeus, voy a matarte.
-Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.
-¿Cuándo he bromeado yo?
-Nunca, es verdad.
-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.
-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil.
O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.
El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sistema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

3 de febrero de 2019

La bella durmiente del bosque y el príncipe, Marco Denevi


La bella durmiente del bosque y el príncipe, Marco Denevi

La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos.

2 de febrero de 2019

El trabajo N° 13 de Hércules, Marco Denevi


El trabajo N° 13 de Hércules,  Marco Denevi

Según el apócrifo Apolodoro de la Biblioteca, “Hércules se hospedó durante cincuenta días en casa de un tal Tespio, quien era padre de cincuenta hijas a todas la cuales, una por una, fue poniendo en el lecho del héroe porque quería que este le diese nietos que heredasen su fuerza. Hércules, creyendo que eran siempre la misma, las amó a todas”.
El pormenor que Apolodoro ignora o pasa por alto es que las cincuenta hijas de Tespio eran vírgenes. Hércules, corto de entendederas como todos los forzudos, siempre creyó que el más arduo de sus trabajos había sido desflorar a la única hija de Tespio.

1 de febrero de 2019

¿El primer cuento de kafka?, Marco Denevi


¿El primer cuento de kafka?, Marco Denevi

 
Entre 1895 y 1901 medió la existencia de la revista literaria Der Wanderer (El viajero), que en idioma alemán se editó en Praga bajo la dirección de Otto Gauss y Andrea Brezina. El número correspondiente a diciembre de 1896 incluye (pág. 7) un cuento titulado El juez, cuyo autor oculta o deja entrever su nombre detrás de la inicial K. Por la atmósfera del cuento y por esa letra (que será más tarde el nombre de los protagonistas de El proceso y de El castillo) se me ha ocurrido la idea de que se trata del primer cuento de un Kafka de quince años.

EL JUEZ
Cuando fui citado a comparecer —como decía la cédula de notificación— en calidad de testigo, entré por primera vez en el Palacio de Justicia. 
Cuántas puertas, cuántos corredores! Pregunté dónde estaba el juzgado que me había enviado la citación. Me dijeron: a los fondos, siempre a los fondos. Los pasillos eran fríos y oscuros. Hombres con portafolios bajo el brazo corrían de un lugar para otro y hablaban un leguaje cifrado en el que a cada rato aparecían las palabras como in situ, a quo, ut retro.
Todas las puertas eran iguales y, junto a cada puerta, había chapas de bronce cuyas inscripciones, gastadas por el tiempo, ya no podían leerse.
Intenté detener a los hombres de los portafolios y pedirles que me orientaran, pero ellos me miraban coléricos, me contestaban: in situ, a quo, ut retro. Fatigado de vagabundear por aquel laberinto, abrí una puerta y entré. Me atendió un joven con chaqueta de lustrina, muy orgulloso. Soy el testigo, le dije. Me contestó: Tendrá que esperar su turno. Esperé, prudentemente, cinco o seis días. Después me aburrí y, tanto como para distraerme, comencé a ayudar al joven de chaqueta de lustrina. Al poco tiempo ya sabía distinguir los expedientes, que en un principio me habían parecido idénticos unos a otros. Los hombres de los portafolios me conocían, me saludaban cortésmente, algunos me dejaban sobrecitos con dinero. Fui progresando. Al cabo de un año pasé a desempeñarme en la trastienda de aquella habitación. Allí me senté en un escritorio y empecé a garabatear sentencias. Un día el juez me llamó. —Joven— me dijo. Estoy tan satisfecho con usted, que he decidido nombrarlo mi secretario. Balbuceé palabras de agradecimiento, pero se me antojó que no me escuchaba. Era un hombre gordísimo, miope y tan pálido que la cara sólo se le veía en la oscuridad. Tomó la costumbre de hacerme confidencias. —Qué será de mi bella esposa? —suspiraba—.
Vivirá aún? Y mis hijos? El mayor andará ya por los veinte años. Algún tiempo después este hombre melancólico murió, creo (o, simplemente, desapareció), y yo lo reemplacé. Desde entonces soy el juez. He adquirido prestigio y cultura. Todo el mundo me llama Usía. El joven de saco de lustrina, cada vez que entra a mi despacho, me hace una reverencia. Presumo que no es el mismo que me atendió el primer día, pero se le parece extraordinariamente. He engordado: la vida sedentaria. Veo poco: la luz artificial, día y noche, fatiga la vista. Pero unos disfruta de otras ventajas: que haga frío o calor, se usa siempre la misma ropa. Así se ahorra. Además, los sobres que me hacen llegar los hombres de los portafolios son más abultados que antes. Un ordenanza me trae la comida, la misma que le traía a mi antecesor: carne, verduras y una manzana. Duermo sobre un sofá. El cuarto de baño es un poco estrecho. A veces añoro mi casa, mi familia. En ciertas oportunidades (por ejemplo en Navidad) no resulta agradable permanecer dentro del Palacio. Pero, que he de hacerle? Soy el juez.
Ayer, mi secretario (un joven muy meritorio) me hizo firmar una sentencia (las sentencias las redacta él) donde condeno a un testigo renitente. La condena, in absentia, incluye una multa e inhabilitación para servir de testigo de cargo o de descargo. El nombre me parece vagamente conocido. No será el mío? Pero ahora yo soy el juez y firmo las sentencias.

K.

Marco Denevi
De  Falsificaciones, Buenos Aires, Eudeba (1966)

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