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22 de septiembre de 2015

La casa cerrada, Manuel Mujica Laínez

XXIX. LA CASA CERRADA. Manuel Mujica Laínez de Misteriosa Buenos Aires.

1807

El texto de esta confesión ha sido bastante modernizado
por nosotros, suprimiendo párrafos inútiles, condensando
algunos y añadiendo aquí y allá un retoque. Ignoramos el
nombre de su autor.

«... Quizá lo más lógico, para la comprensión plena de lo que escribo, fuera que yo le hablara ante todo. Reverendo Padre, acerca de la casa que de niños llamábamos "la casa cerrada" y que se levanta todavía junto a la que fue del doctor Miguel Salcedo, entre el convento de Santo Domingo y el hospital de los Betlemitas. Frente a ella viví desde mi infancia, en esa misma calle, entonces denominada de Santo Domingo y que luego mudó el nombre para ostentar uno glorioso: Defensa.
»¡Cuánto nos intrigó a mis hermanos y a mí la casa cerrada! Y no sólo a nosotros. Recuerdo haber oído una conversación, siendo muy muchacho, que mi madre mantuvo en el estrado con algunas señoras, y en la cual aludieron misteriosamente a ella. También las inquietaba, también las asustaba y atraía, con sus postigos siempre clausurados detrás de las rejas hostiles, con su puerta que apenas se entreabría de madrugada para dejar salir a sus moradores, cuando acudían a la misa del alba en los franciscanos y, poco más tarde, a la mulata que iba de compras. No necesito decirle
quiénes habitaban allí. Con seguridad, si hace memoria, lo recordará usted. Harto lo sabíamos nosotros: era una viuda todavía joven, de familia acomodada, y sus dos hijas. Nada justificaba su reclusión. Las mozas crecieron al mismo tiempo que nosotros, pero jamás cambiaron ni con mis hermanos ni conmigo ni con nadie que yo sepa, una palabra. Se rebozaban como monjas para concurrir al oficio temprano. Luego conocí el motivo de su enclaustramiento. Por él he sufrido mi vida entera; a causa de él le escribo hoy con mano temblorosa, cuando la muerte se aproxima. Debí hacerlo antes y lo intenté en varias oportunidades, pero me faltó audacia.
»En una ocasión –ellas tendrían alrededor de quince años– pude ver el rostro de mis jóvenes vecinas. La curiosidad nos inflamaba tanto, que mi hermano mayor y yo resolvimos correr la aventura de deslizamos hasta la casa frontera por las azoteas que la cercaban. ¡Todavía me palpita el corazón al recordarlo! Aprovechamos la complicidad de un amigo que junto a ellas vivía y, silenciosos como gatos, conseguimos asomarnos con terrible riesgo a su patio interior. Allí estaban las dos muchachas, sentadas en el brocal del aljibe, peinándose. Eran muy hermosas, Reverendo Padre, con una hermosura blanquísima, de ademanes lentos; casi irreal. Las mirábamos desde la
altura, escondidos por un enorme jazminero, y se dijera que el perfume penetrante ascendía de sus cabelleras negras, lustrosas, tendidas al sol. Desde entonces no puedo oler un jazmín sin que en mi memoria renazca su forma blanca y negra. Fue la única vez que las vi, hasta lo otro, lo que le narraré más adelante, aquello que sucedió en 1807, exactamente el 5 de julio de 1807.
»La circunstancia de haber nacido en Orense, aunque mis padres me trajeron a Buenos Aires cuando empezaba a caminar, hizo que después de la primera invasión inglesa me incorporara al Tercio de Galicia. Intervine con esas fuerzas en acontecimientos que ahora, tantos años después, su osadía torna mitológicos.
»El 5 de julio de 1807 –habría transcurrido un lustro desde que entreví fugazmente a mis vecinas en su patio– fue para mi vida, como lo fue para Buenos Aires, un día decisivo.
»A las órdenes del capitán Jacobo Adrián Várela tocóme defender la Plaza de Toros, en el Retiro. Me hallé entre los cincuenta o sesenta granaderos que a bayonetazos abrieron un camino entre las balas, para organizar la retirada desde esa posición que cayó luego en poder del brigadier Auchmuty. Nuestra marcha a través de la ciudad alcanzó un heroísmo que señalaron los documentos oficiales. Jamás la olvidaré. Jamás olvidaré el fango que cubría las calles, pues había llovido la noche anterior, y nuestro avance ciego entre las quintas abandonadas donde ladraban los perros, mientras retumbaban doquier los cañones y la fusilería. Mi jefe perdió las botas en el lodo; yo dejé un cuchillo, la faja... Nadie hubiera reconocido nuestro uniforme blanco y azul. Nadie hubiera reconocido a nadie, cuando corríamos por las calles entre las lucecitas moribundas, guiados por el clamor de los heridos y por la voz entrecortada de Várela que nos alentaba a seguir.
»Llegamos así, negros de cieno y de sangre, hasta mi barrio. Allí nos enteramos de que Sir Denis Pack, herido por los patricios, se había refugiado en Santo Domingo con sus hombres. Otros refuerzos se le sumaron, encabezados por el general Craufurd. La confusión era atroz. Los carros de municiones, volcados, interceptaban la marcha. Los brazos de los heridos aparecían entre los sables y los fusiles tirados al azar. Aquí y allá, los trajes de los britanos coagulaban sus manchas rojas.
Desde la torre del convento, transformada en fortaleza, los ingleses sembraban el estrago. Había soldados en todos los techos y también vecinos y muchas mujeres que arrojaban piedras y agua hirviendo sobre los invasores.
»Varela entró a escape con la mitad de su tropa en la casa del doctor Salcedo. A poco le vimos surgir entre los balaustres de la azotea, encendido, vociferante, y abrir el fuego contra el campanario de los dominicos. Nos ordenó a gritos, a quienes todavía quedábamos en la calle, que hiciéramos lo mismo desde la casa lindera. Esa casa, Reverendo Padre, era la casa cerrada.
»Estaba cerrada como siempre. En la azotea distinguí a la dueña y sus dos hijas. Iban y venían, enloquecidas, con tachos humeantes. Uno de los oficiales se acercó a la puerta y trató de abrirla pero no pudo. Entonces nos comandó a otros dos granaderos y a mí –a mí, precisamente a mí– que destrozáramos la cerradura. Fue una impresión extraña, independiente de cuanto sucedía alrededor, algo que no tenía nada que ver con la guerra espantosa y que me incomunicaba con ella. ¿Cómo explicárselo? Fue como si en ese instante comenzara mi guerra, mi propia guerra personal, en el huracán de la otra, la grande, que por doquier me envolvía pero de la cual me separaba una zona indefinible.
»Nos precipitamos hacia el interior, cruzamos como un torbellino los dos patios y ascendimos al techo por una frágil escalerilla. Las mujeres nos recibieron sin decir palabra. En verdad, no teníamos tiempo para ocuparnos de su actitud. Lo único que nos movía era matar, matar rabiosamente. Y lo hicimos.
»El capitán Várela apareció entre nosotros. Se dirigió a mí y a quienes me rodeaban.
»–Vayan abajo –nos dijo brevemente– y secunden el tiroteo desde las ventanas.
»De inmediato le obedecimos, mas cuando nos aprestábamos a lanzarnos por los peldaños, se nos cruzó la señora. Advertí entonces, en un relámpago, que ella también debía de haber sido muy hermosa, acaso tan hermosa como sus hijas.
»Nos suplicó: »–No, abajo no...
»De un empellón la hicieron a un lado. Y ya estábamos en las salas y en las alcobas, ya
arrastrábamos los muebles, ya entreabríamos los postigos con los caños de los fusiles.
»–¡La otra habitación! –me ordenó un oficial–. ¡La última! ¡Encárguese usted! »Penetré allí automáticamente. Todo se hacía automáticamente ese día en que nos ensordecían las descargas y nos sofocaba la pólvora.
»Era un aposento pequeño. Estaba a oscuras. Calculé la posición de la ventana por la fina hendidura que en tomo del postigo dibujaba un hilo de luz. Me adelanté a tientas y de un culatazo separé las hojas. No pensé más que en continuar matando, pero entre tanto la atmósfera de la casa pesaba sobre mi nuca como algo viviente, sólido. Cuando me detuve para cargar el arma, observé que a mi lado estaba la señora. La acompañaban sus dos hijas. Me miraban con ojos dementes. Hice un movimiento para aproximarme y sosegarlas, y las tres retrocedieron hacia el fondo del cuarto que yacía en penumbra. Detrás de ellas se levantó algo que no puedo definir sino como un gruñido, un angustiado gruñido de animal.
»Por segunda vez desde que había violado la clausura, me sobrecogió la sensación rarísima de que estaba viviendo un episodio aparte de los que sacudían a la ciudad. Fue –claro que por un momento– como si la lucha de las calles y de las azoteas no tuviera significado en sí misma, como si sólo sirviera de encuadramiento remoto a otro drama, íntimo, agudo, sutil, del cual éramos los únicos protagonistas.
»Recordé entonces que antes, a lo largo de los años, había escuchado ese mismo grito ronco. Se alzaba en mitad de la noche y me estremecía, en mi cuarto cercano, con su inflexión inhumana, agorera.
»Di un paso hacia las mujeres.
»–No –pronunció la señora–, por favor, por favor, no... »Detrás, en la sombra, vi el ser horrible. ¿Necesito describírselo, Reverendo Padre? Se trataba, indudablemente, de un hombre. De hombre tenía la cabeza barbuda, pero su cuerpecito diminuto era el de un niño, con excepción de las manos grandes, cubiertas de vello, obscenas. Clavó en mí los ojos malignos, y por ellos reconocí su parentesco con las muchachas. Era su hermano. Ese monstruo era su hermano.
»El tableteo de las balas ahogó mi exclamación. De un salto me acurruqué en mi puesto de combate. Mientras apuntaba, el corazón me latía loco. A veinte pasos cayó un inglés con los brazos extendidos, un inglés muy rubio, casi tan dorado el pelo como las charreteras.
»En la habitación, la madre se echó a llorar. Gruñó el monstruo. Yo seguía tirando. Ya lo comprendía todo. Ya poseía el secreto de la casa cerrada, de la prisión de esas mujeres jóvenes y bellas, a quienes el feroz orgullo materno obligaba a encarcelarse para que nadie supiera lo que yo sabía.
»El oficial bramó a través de la puerta: »–¡A la calle, a la calle, a Santo Domingo!
»Me ajusté el cinturón. Mis compañeros me llamaban. Me volví para seguirles. Nada había cambiado en el fondo del aposento. La madre, sentada en el lecho, gemía tapándose los oídos.
Detrás asomaba la cabeza diabólica, oscilante, babeante. Las dos hijas se abrazaban con miedo. Me miraron y adiviné en su crispación anhelosa un ruego desesperado. Fue como si súbitamente una oleada del fresco perfume de los jazmines me envolviera en pleno mes de julio. Todavía me quedaba una bala en el fusil. Reverendo Padre, cualquier hombre hubiera hecho lo que hice. Un tiro seco, un solo tiro seco... ¡A tantos otros había muerto ese mismo día desde la retirada de la Plaza de Toros: oficiales fuertes y esbeltos, soldados que apenas salían de la adolescencia, a tantos, a tantos! Cayó la cabeza espantosa, como en un juego, como si fuera una cabeza de cartón y de lana... »Hasta hoy me persigue el alarido de la madre, hasta hoy, como me persiguió el 5 de julio de 1807 en mi fuga por la calle de Santo Domingo negra y roja de cadáveres, lejos de la casa cuyas puertas había arrancado...»

Manuel Mujica Laínez
De Misteriosa Buenos Aires (1950)

El cuento "La casa cerrada" de Manuel Mujica Láinez, narrado por el escritor argentino Alberto Laiseca para el ciclo "Cuentos de Terror".

21 de septiembre de 2015

Tesis sobre el cuento Los dos hilos: Análisis de las dos historias Ricardo Piglia

Tesis sobre el cuento
Los dos hilos: Análisis de las dos historias
Ricardo Piglia

I

En uno de sus cuadernos de notas, Chejov registró esta anécdota: "Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida". La forma clásica del cuento está condensada en el núcleo de ese relato futuro y no escrito.Contra lo previsible y convencional (jugar-perder-suicidarse), la intriga se plantea como una paradoja. La anécdota tiende a desvincular la historia del juego y la historia del suicidio. Esa escisión es clave para definir el carácter doble de la forma del cuento.
Primera tesis: un cuento siempre cuenta dos historias.


II

El cuento clásico (Poe, Quiroga) narra en primer plano la historia 1 (el relato del juego) y construye en secreto la historia 2 (el relato del suicidio). El arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1. Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario.
El efecto de sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta aparece en la superficie.


III

Cada una de las dos historias se cuenta de un modo distinto. Trabajar con dos historias quiere decir trabajar con dos sistemas diferentes de causalidad. Los mismos acontecimientos entran simultáneamente en dos lógicas narrativas antagónicas. Los elementos esenciales del cuento tienen doble función y son usados de manera distinta en cada una de las dos historias. Los puntos de cruce son el fundamento de la construcción.


IV

En "La muerte y la brújula", al comienzo del relato, un tendero se decide a publicar un libro. Ese libro está ahí porque es imprescindible en el armado de la historia secreta. ¿Cómo hacer para que un gángster como Red Scharlach esté al tanto de las complejas tradiciones judías y sea capaz de tenderle a Lönnrott una trampa mística y filosófica? El autor, Borges, le consigue ese libro para que se instruya. Al mismo tiempo utiliza la historia 1 para disimular esa función: el libro parece estar ahí por contigüidad con el asesinato de Yarmolinsky y responde a una casualidad irónica. "Uno de esos tenderos que han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro publicó una edición popular de la Historia de la secta de Hasidim." Lo que es superfluo en una historia, es básico en la otra. El libro del tendero es un ejemplo (como el volumen de Las mil y una noches en "El Sur", como la cicatriz en "La forma de la espada") de la materia ambigua que hace funcionar la microscópica máquina narrativa de un cuento.


V

El cuento es un relato que encierra un relato secreto.
No se trata de un sentido oculto que dependa de la interpretación: el enigma no es otra cosa que una historia que se cuenta de un modo enigmático. La estrategia del relato está puesta al servicio de esa narración cifrada. ¿Cómo contar una historia mientras se está contando otra? Esa pregunta sintetiza los problemas técnicos del cuento.
Segunda tesis: la historia secreta es la clave de la forma del cuento.


VI

La versión moderna del cuento que viene de Chéjov, Katherine Mansfield, Sherwood Anderson, el Joyce de Dublineses, abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada; trabaja la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca. La historia secreta se cuenta de un modo cada vez más elusivo. El cuento clásico a lo Poe contaba una historia anunciando que había otra; el cuento moderno cuenta dos historias como si fueran una sola.
La teoría del iceberg de Hemingway es la primera síntesis de ese proceso de transformación: lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión.


VII

"El gran río de los dos corazones", uno de los relatos fundamentales de Hemingway, cifra hasta tal punto la historia 2 (los efectos de la guerra en Nick Adams), que el cuento parece la descripción trivial de una excursión de pesca. Hemingway pone toda su pericia en la narración hermética de la historia secreta. Usa con tal maestría el arte de la elipsis que logra que se note la ausencia de otro relato.
¿Qué hubiera hecho Hemingway con la anécdota de Chejov? Narrar con detalles precisos la partida y el ambiente donde se desarrolla el juego, y la técnica que usa el jugador para apostar, y el tipo de bebida que toma. No decir nunca que ese hombre se va a suicidar, pero escribir el cuento como si el lector ya lo supiera.


VIII

Kafka cuenta con claridad y sencillez la historia secreta y narra sigilosamente la historia visible hasta convertirla en algo enigmático y oscuro. Esa inversión funda lo "kafkiano".
La historia del suicidio en la anécdota de Chejov sería narrada por Kafka en primer plano y con toda naturalidad. Lo terrible estaría centrado en la partida, narrada de un modo elíptico y amenazador.


IX

Para Borges, la historia 1 es un género y la historia 2 es siempre la misma. Para atenuar o disimular la monotonía de esta historia secreta, Borges recurre a las variantes narrativas que le ofrecen los géneros. Todos los cuentos de Borges están construidos con ese procedimiento.
La historia visible, el cuento, en la anécdota de Chejov, sería contada por Borges según los estereotipos (levemente parodiados) de una tradición o de un género. Una partida de taba entre gauchos perseguidos (digamos) en los fondos de un almacén, en la llanura entrerriana, contada por un viejo soldado de la caballería de Urquiza, amigo de Hilario Ascasubi. El relato del suicidio sería una historia construida con la duplicidad y la condensación de la vida de un hombre en una escena o acto único que define su destino.


X

La variante fundamental que introdujo Borges en la historia del cuento consistió en hacer de la construcción cifrada de la historia 2 el tema del relato. Borges narra las maniobras de alguien que construye perversamente una trama secreta con los materiales de una historia visible. En "La muerte y la brújula", la historia 2 es una construcción deliberada de Scharlach. Lo mismo ocurre con Azevedo Bandeira en "El muerto", con Nolam en "Tema del traidor y del héroe".
Borges (como Poe, como Kafka) sabía transformar en anécdota los problemas de la forma de narrar.


XI

El cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto. Reproduce la búsqueda siempre renovada de una experiencia única que nos permita ver, bajo la superficie opaca de la vida, una verdad secreta. "La visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo inmediato", decía Rimbaud.
Esa iluminación profana se ha convertido en la forma del cuento.

20 de septiembre de 2015

La seducción de la hija del portero, Mario Pacho O Donnell


La seducción de la hija del portero, Mario Pacho O Donnell (1976)

 Al principio era salada y al final tenía gusto a vainilla. Una mezcla de vainilla y romero. Divina la conchita. Lampiña, apenas una suave pelusa. ¿Alguna vez tocaron terciopelo? Muy parecida al terciopelo. Lo que más me impresionaba era, no sé cómo decirlo, siempre me impresionaron las cosas flamantes y la conchita de María era una de las cosas más flamantes que he conocido en mi vida. A lo mejor algunos de ustedes se impresionan con lo que les cuento. O les da asco, no sé. Jódanse. Cuando se llega a los setenta años como yo si no se comprende que el asco, los escrúpulos, las buenas maneras y todas esas cosas son frenos para la vida, caput. Ya bastante freno es la vejez para que encima haya que sujetarse a todo eso. No sé, a mí me parece que es así. Aunque en general no pienso tanto. Cuando me pongo a filosofar caigo en lo barato, en lo cursi.
Los deseos hay que cumplirlos y chau. Porque vivir es lo mismo que desear. Por otra parte, no creo haberle hecho mucho daño a María. No sé, a lo mejor hasta le sirvió. A lo mejor aprendió muchas cosas de acuerdo con la mejor pedagogía. Viviéndolas. Además yo no estoy de acuerdo con eso de que por tener catorce años como María se es ingenua. Deberían de haber visto sus ojos cuando recibía el premio.
Esos ojos no eran ingenuos. Eran perversos, ambiciosos, crueles y todo lo demás. María no era ninguna ingenua. Por tener catorce años no se es ingenua. También se puede tener setenta y ser el monumento a la ingenuidad.
Yo nunca necesité decirle que no le contara nada al padre. Además le ocultaba lo que compraba con mi plata, si no peor: compraba una muñequita barata para disimular y escondía los collares o los cigarrillos. Cuando ella aceptó el primer cigarrillo que le convidé, un poco en broma, con la seguridad de que lo rechazaría, fue muy evidente que ya era canchera en eso. Si tragaba el humo y todo. Lo largaba por la nariz para que no quedaran dudas de que sabía fumar.
A veces pienso que si María hubiera tenido madre las cosas hubieran sido distintas. No sé, se me ocurre que las madres se dan cuenta de esas cosas. A lo mejor no, a lo mejor es una idea mía nada más. Sin embargo creo que el padre fue un boludo en no darse cuenta antes.
Por algo no me sorprendió el día que no vino más. Ya lo esperaba. Y debo confesar que tenía miedo pero ya no me podía echar atrás. Hortensio podría haber llamado a la policía, hacerme juicio, de todo. Sin embargo un día desaparecieron de la portería y no se supo más nada de ellos. Sí, tuve miedo. Durante varios días esperé que vinieran a llevarme. Estupro. Qué nombre tan feo para algo tan lindo. Lo repito, si se escandalizan, jodansé. Porque fue lindo, jamás quise tanto a nadie como a María.
La desaparición de Hortensio fue el tema obligado de los inquilinos. En la puerta de entrada, en el ascensor, se hablaba de eso. Que parecía mentira, que era un ingrato, que después de tantos años, que— hombre debía estar mal de la cabeza. Hubo una reunión del consorcio para tratar el tema. Yo nunca voy, me parecen ridículas esas reuniones. Hablan del agua caliente, del felpudo, del incinerador como si fueran las cosas más importantes del mundo. A ésa fui no sé por qué. En realidad sí sé por qué fui: fui porque quería evitar que hicieran algo que me embromara. Y tuve razón porque la pelotuda del cuarto A propuso hacer una denuncia a la policía. Yo dije que no, que era injusto, que no debíamos olvidar los años que Hortensio había trabajado en el edificio, que no teníamos derecho a perjudicarlo. Ustedes me acusarán de cinismo pero también dije que teníamos que pensar en esa chica, María, hija única, huérfana de madre, en qué iba a ser de su vida si le creábamos problemas al padre. Sin embargo no fue cinismo, lo dije con absoluto convencimiento. A María la quería mucho y no deseaba que le pasara nada malo. La sigo queriendo.
La quise desde que era chiquita. Creo que me impresionaba eso de que no tuviera madre. Hortensio contó que había muerto poco tiempo después de nacer María. Pero las versiones que se chismorreaban en el edificio eran otras. La más acertada, o por lo menos la que a mí me pareció más creíble, era la de que la tipa se las había tomado porque Hortensio chupaba demasiado. Casi nadie se daba cuenta de su alcoholismo. Yo sí, porque los años me enseñaron a descifrar esa pose laxa, esa mirada medio vacuna, esa especie de normalidad forzada típica de la mañana que sigue a una noche de tranca. Eso también me impresionaba. Que ese hombre flaco y amarillo, más abúlico que no sé qué, fuera el padre de esa pibita deliciosa, divina. Porque María siempre fue muy bonita. Un remolino rubio que cantaba, saltaba, jugaba. Al mirarla no quedaba otro remedio que acordarse del cuento de la hiena. O del me río por no llorar del tango.
Los mojigatos boludos y las mojigatas boludas que lean esto no lo van a creer pero en este momento tengo los ojos llenos de lágrimas. Una inundación de ternura.
 Todos en el edificio la querían mucho, salvo la loca del primero que siempre se quejaba de que María no la dejaba dormir la siesta. Ésa es una ley de la vida: siempre que alguien se permite juntarse con su deseo y salirse de lo establecido, porque el deseo y lo establecido son como el aceite y el agua, no sólo se las tiene que ver con las prohibiciones internas sino que nunca falta una loca del primero, que chiste y proteste. Esto viene a cuento de que no se crean que me fue muy fácil hacer lo que hice. Nada fácil. Me insulté, me critiqué, me putié, me llamé al orden, me amenacé con la policía, con la cárcel. Pero no hubo caso. Mi pasión por María siempre era más fuerte.
Les cuento lo que me sucedió recién: me quedé un rato largo mirando la palabra “pasión”. Qué palabra tan chirle, aguachenta, llena de agujeros por donde se escapa lo que no puede significar. Tampoco hay ninguna que la pueda reemplazar con ventaja. Amor, deseo, calentura, necesidad. Son todas una cagada. Para poder transmitir lo que sentía por María necesito inventar alguna. Por ejemplo “restello”.
O juntar varias: luztemblorvidamariamuertesiempre yo. También se me ocurren palabras opuestas: negro blanco, odioamor, puroinmundo. Tampoco. Quizás lo más gráfico sería que tomara esta hoja y la refregara contra mis genitales impregnándola de olor, después dejaría caer dos o tres gotas de lavanda, que era el perfume que a María y a mí nos gustaba. Lavanda Devon. Después la mancharía con sangre. Sangre de la yema de estos dedos que recorrían su cuerpo, que se hundían en su vaginita, que se derretían en la tibieza de su cuello, de sus muslos. Pero todo esto también sería insuficiente porque para completar lo de los olores necesitaría el de su piel. Ese olor mezcla de transpiración de bebé y de puta después de una jornada de laburo.
Es que así era María. Mezcla de angelito y de canalla. No es una disculpa, pero juro que todavía no sé si era yo quien la utilizaba, o si era ella la que me dominaba y hacía conmigo lo que se le cantaba. El juego del gato maula con el mísero ratón. Es cierto, no lo niego, al carajo con la loca del primero, que ella se desvestía y se metía en la cama para que yo me desahogara, no es ésa la palabra exacta, para que yo la amara, la deseara, la acariciara. La palabra nueva: para que restalláramos juntos. Pero también es cierto que ella me jodía como la más consumada de las amantes francesas: si habíamos convenido que subiría a mi departamento a las cinco podían ser las seis y ella nada, ni noticias. Yo sufría, sufría de veras, transpiraba, caminaba de un lado a otro, fumaba cincuenta cigarrillos por minuto. Me desesperaba la idea de perderla, de que no volviera más, por arrepentimiento o porque nos hubieran descubierto o cualquier otro motivo. Hasta que sonaba el timbre y ella entraba con esa naturalidad impresionante, como si llegara a la escuela o de visita a lo de una tía y enfilaba derechito a la cama. Como si quisiera acabar con el asunto lo más rápido posible, sin rodeos, para después cobrar y poder irse.
Las primeras veces, claro, fue distinto. Voy a tratar de contárselo lo más ordenadamente posible. Si no puedo o si puedo a medias tendrán que entender que setenta años no pasan al cuete. Además hay cosas que no son fáciles de contar aunque, insisto, no me arrepiento de nada. Sería hipócrita hablar de arrepentimiento. Porque si en un platillo de la balanza pongo la moral, los mandamientos, las normas y todos esos soretes, en el otro está la última oportunidad, y de eso estoy seguro, que la vida me dio de sentir la sangre dentro de mi cuerpo dibujando cada arteria y cada vena. La última chance de sentir mis músculos enchotecidos por la vejez vibrando de entusiasmo. La piel con esas arrugas que ya ni me animo a mirar en el espejo hirviendo de calentura. Todo mi cuerpo estallando en esos orgasmos que hacía veinte años que no sentía. Más de veinte años. Desde que Berta se fue, la hija de puta. Y recuerdo que entonces ni siquiera me había jubilado.
 Se lo aseguro: si el infierno existe voy a entrar en él con una sonrisa de oreja a oreja, haciéndole pito catalán a Satanás, Belcebú o como mierda se llame el gerente. Así que imagínense lo que me puede importar el juicio de un simple mortal como cualquiera de ustedes. Bueno, para qué lo voy a negar, un poco me importa y eso se ve muy claro en el julepe que todavía me produce encontrarme con cualquier vecino. Algo así como la sensación del chorro cuando un cana lo encara por alguna infracción de tránsito. Está claro: ese susto es la protesta de la loca del primero que todos tenemos adentro, la moral que nos atornillaron en el caracú desde que dimos la primera chupada a la teta.
El asunto empezó más o menos así: una tarde, me acuerdo que el jacarandá de la vereda de enfrente era una mancha violácea así que sería noviembre más o menos, al salir del departamento me encontré con María jugando en la vereda. Como siempre. Como todos los días. Como todas las veces que salía del departamento. Pero ese día pasó algo. Es un poco ridículo contarlo otra vez, siento que las palabras no transmiten nada. Sirven, se me ocurre, para deslizarse sobre un tema pero no para reproducir sentimientos. Pueden referirse a los sentimientos pero no ser ellas mismas el sentimiento.
La cuestión es que María saltaba la cuerda y debajo de la remera se movía algo. Una tetita enloquecedora, más que divina. En la remera decía “University de no sé qué” y una de las íes pasaba exactamente por encima de la tetita y se curvaba sobre ella. Una curva suave, apenas visible.
Lo juro. Sentí que me ahogaba. Fue tan repentino, tan inesperado, que me asusté. Creí que me pasaba algo, un ataque o algo así. Me costó aceptar que si jadeaba como si hubiera corrido era por esa tetita tímida, casi invisible. Mi corazón latía toctoctoc a todo lo que daba. Sentía el cuerpo recorrido por oleadas de frío y de calor lo creara. Despacito, demorando lo mejor. Estirando el orgasmo lo máximo posible. Después la besaba y la lamía. Besaba y lamía cada centímetro de su cuerpo, hasta dejarlo brillante.
Yo sabía que la muy guachita estaba con los ojos abiertos, mirando el techo, esperando que yo terminara. Inmóvil como una muñeca. A veces, muy pocas, consentía en acariciarme sin demasiado entusiasmo. Yo no le pedía nada, me bastaba con que se sacara la ropa y se metiera en la cama. Era una delicia la guachita. Yo le decía ahora y ella abría las piernas y se dejaba hacer. Pero me desvié de lo que les estaba contando.
Ahora se me ocurre pensar por qué estoy contando eso. No lo sé. Realmente no lo sé. A lo mejor se lo cuento para espantarlos. O para que me comprendan. O como si escribiéndolo pudiera sacarme de adentro a María. Expulsarla para que se deje de hacer estropicios en mi interior. Dejar de soñarla, de extrañarla, de verla por las calles. De quererla con mi tuétano y mi retuétano. En fin, no sé por qué les cuento esto. Ni siquiera sé si al final no voy a romper los papeles. Es muy probable.
 Sigo: fue Hortensio el que a los pocos días me ofreció la punta del ovillo. Porque yo había decidido que la pibita ésa iba a ser mía. Aunque no me hacía muchas ilusiones, como es de imaginar. La cosa fue que el pobre infeliz del padre, que me tenía mucha confianza, contó que la maestra lo había llamado para decir que María era medio vaguita, que no atendía, que solamente le gustaba jugar y que patatín y que patatán. Hortensio no sabía qué hacer. Yo me iluminé, evidentemente las tetitas y las piernas de atleta me habían aguzado la sesera.
Ahora voy a hacer un minuto de intervalo para que los santulones, los reprimidos, los normales y demás mierdas puedan tirarse al piso, arrancarse los pelos, desgarrarse la ropa, invocar a san Jeremías, san Paneracio y san Culofrío, echar espuma por la boca, etcétera. Porque lo que sigue no exactamente un ejemplo de moral y buenas costumbres. Saben por dónde me las paso a la moral y a las buenas costumbres.
Adelante: la cuestión es que yo lo agarré a Hortensio y con mi voz más generosa le dije que a esa chica había que crearle el sentido de la responsabilidad, que sin sentido de la responsabilidad no se llegaba a nada en la vida. Yo, justamente yo, hablando de sentido de la responsabilidad. Si me junté con Berta fue porque era la única persona en el mundo y planetas vecinos más irresponsable que yo. Así me fue. La muy turra se las tomó con la plata que habíamos ahorrado pacientemente para el viaje. Meses, qué digo, años nos pasamos hablando del viaje a Europa. Y cuando casi habíamos terminado de juntar los dólares, bajó las escaleras muy despacito, con sus gambas de centroforward, y se hizo humo. En fin, así es la vida, siempre hay alguien que jode y otro que es jodido. Basta con lo de Berta.
Quedamos en que María, la guachita, la pendejita llena de sol, la pibita maravillosa, subiría todos los días a mi departamento para hacer algún trabajito. Yo después le daría algún premio. Le expliqué a Hortensio que lo del trabajito sería algo así nomás, nada que le significara ningún esfuerzo. Lo hacía por ayudarlo. Los sistemas modernos de enseñanza dicen que el buen aprendizaje no se logra por el castigo sino por el premio. Parece que el bestia del tipo le había dado una paliza bárbara después de estar con la maestra. Borracho, a lo mejor.
En este momento se me ocurre algo. María era una chica de catorce años pero muy curtida: madre muerta o fugada, padre medio curdela y boludo que encima le daba palizas. Una persona así a los catorce años sabe más de la vida que muchos adultos. Y eso se le veía en la mirada. Una mirada que no tenía un pito que ver con el resto de la cara. Unos ojos tristones, graves. De esos ojos que incomodan. Como si pidieran pero sin mucha esperanza de recibir.
Atención: recién me detuve porque no sabía si escribir lo que creo haber descubierto al terminar el párrafo anterior. Pero se lo voy a contar. Además es muy posible, casi seguro, que estas hojas terminen en el incinerador. Aunque el incinerador es demasiado vulgar. Si ago desaparecer tendría que inventar un rito, algo que tenga que ver con María. Lo que descubrí es esto: María subía a mi departamento no sólo por la plata que le daba sino también porque a lo mejor esperaba recibir de mí lo que no le habían dado ni su madre ni su padre. Ese pedido que había en sus ojos. Debo confesarles a los Jueces de la Moral, para vuestro regocijo, que pensar esto me jode, me hace mal. Pero vosotros aceptaréis, salvo que vuestra boludez no os permita percataros de los asuntos de esa cosa tan extraña, tan hermética que se llama Vida, que generalmente, o quizás siempre, la felicidad de unos radica en el sufrimiento de otros. Y si no, sus Señorías, preguntádselo a la turra de Berta, que bien habrá gozado de los dólares.
El asunto es que cuando María tocó mi timbre por primera vez yo ya había ensayado obsesivamente la sonrisa y el tono de voz con que la recibí. Me acuerdo de que entró dando pasitos cortos y observándolo todo, sin decir nada. En ese momento creí que era timidez, pero ahora, a raíz de todo lo que sucedió después, sé que era desconfianza. Le encargué que limpiara y ordenara un estante absolutamente limpio y ordenado. El estante donde están mis piezas de arqueología americana, calculando que le iban a interesar. Me senté en el otro extremo del living, disimulándome en la penumbra, y fingí leer La Nación.
Lógicamente, habéis acertado: lo que hice fue junarla por el rabillo del ojo, acecharla. Si en la vereda me había parecido hermosa, allí, recortada contra el ventanal, el sol contorneando su piel con una línea de tonalidad ocre, María parecía mucho más que una persona. Era una mezcla de lo más salvaje y lo más temido y lo más envidiado, algo que hubiera deseado comer, meterme adentro, no dejar salir, transformarme en eso. Algo que podía odiar o amar con la sola diferencia de una sonrisa no devuelta o de alguna mirada una décima más prolongada. Algo que tenía aquello que yo ya había perdido o aquello que jamás había podido tener. Nada que hacerle. Todo esto que escribo tiene un franco tufo a cursilería, pero la culpa es de las palabras. Esas mismas palabras sirven con un orden distinto y algunos agregados o algunas quitas, para presentar una queja a la Municipalidad porque los barrenderos hacen demasiado ruido al quitar los tachos en la madrugada o para desarrollar una sesuda especulación sobre la cuadratura del círculo. No hay forma de escaparse de la hijaputez del alfabeto. Lo sentido y su descripción están a años luz. Esto lo deben haber señalado muchos otros antes que yo y mucho mejor pero como no soy una persona culta no me queda otra alternativa que buscar por mi cuenta. Y eso es algo que no os recomiendo, normales de ceño fruncido, porque os daréis de jeta contra verdades que harán tambalear vuestras solideces. ¡Soretoides del mundo, no penséis! Limitaos, forzaos, a creer simplemente, creed, creed y multiplicaos.
Vuelvo: a la pendejita maravillosa la adoraba, por tocar su piel hubiera sido capaz de dar años de mi vida (Vivan los lugares comunes! No queda otra alternativa). Ella era capaz de cualquier cosa, buena y mala. Y lo fui. Ahora tapaos los ojos, boca y oídos, como los tres monitos que nunca entendí muy bien qué querían decir ni por qué eran monos: la seduje, me acosté con ella, la inicié sexualmente, la prostituí, le enseñé el valor de la guita, le inyecté la codicia. Etcétera, etcétera. Ahora podéis despejaros ojos, boca y agujero del culo porque sois unos pobres imbéciles que por aferraros amblando a las convenciones os habéis perdido lo mejor de la vida. Porque para la maldad y la perversión hay que tener mucho coraje. Pero también podéis quedaros tranquilos porque acabo de decidir que estos papeles van a. desaparecer en cuanto la Lettera 32 cuyas cuotas todavía estoy pagando haya incrustado el punto fina1 contra el papel tamaño carta marca “1028”. Os informo, pajeros clandestinos, que aún no está decidida la manera, aunque os anticipo que ocurrirá en una tocante ceremonia.
 Continúo, lamentando las continuas digresiones a que me obliga la multitud de locas del primer piso que me bitan, con sus chistidos y sus gestos agrios. Durante no más de cinco minutos, María pasó una franela sobre los huacos inmaculados y los desordenó redistribuyéndolos de acuerdo a su tamaño, lo que después de todo no deja de ser un criterio tan válido como el mío de hacerlo por cultura y edades. Por supuesto que nuevamente habéis acertado, oh guardianes de lo occidental y de lo cristiano: demostré gran sorpresa y satisfacción por lo bien que había cumplido mis instrucciones y le palmeé la coronilla y le di un beso rápido en la frente. Debo confesar que fue una dura prueba de voluntad no apartarme del rol que me había impuesto para esa primera vez: persona adulta, magnánima y amable, mitad bondad y mitad boludez, de la que pueden extraerse beneficios si se es una pibita piola de catorce años. Me arrodillé a su lado y le hablé de los indios mochicas y de su alfarería excepcional, de cómo otros indios guerreros que se llamaban incas los habían hecho pomada como siempre suele suceder cuando uno tiene un arma y otro un pincel. Salvo que el pincel esté mojado en ácido sulfúrico como aquel caso de La Razón, el del artista celoso y su modelo infiel que aunque tenía toda la pinta de ser una de esas macanas que inventan para llenar espacio no dejaba de ser divertido.
Otra vez me desvié. No en vano se cumplen setenta años. Le daba la lata sobre los incas acariciándola un poquito, no mucho. No os alegréis, custodios del orden establecido, si no la acaricié más fue únicamente en función de una táctica perfectamente diagramada. En el mismo instante en que María echó atrás su cabeza, no más de un centímetro, con un fastidio que quizás ni ella misma registró, entonces di por terminada su visita y le alcancé el billete. Mil pesos. Dado que la inflación hace que nunca se sepa cuánto significa cifra, voy a traducirlo diciendo que mil pesos eran el equivalente a lo que ganaba en dos horas la mujer que venía a hacerme la limpieza. Cuando María vio mil pesos en mi mano, alzó sus ojos para mirarme, incrédula, recelosa. Yo le sonreí con mi sonrisa más sonriente. No es exageración si escribo que en el fondo de su mirada estalló un brillo como si se hubiera encendido un fósforo. Y en mí creció la esperanza porque su codicia era un buen pronóstico para mis planes. Y mal a los vuestros, oh conchudos impolutos.
Lo que sucedió en las siguientes visitas de María no que sea difícil de adivinar se acortó el trabajo y se estiró la felicitación, de manera que después de una o dos semanas ella subía a mi departamento para dejarse besar y acariciar. Yo le iba aumentando la recompensa a medida que íbamos avanzando en, qué palabras puedo utilizar, avanzando en las etapas. Llegué a pagarle cinco mil. O cincuenta, como decía ella. Yo nunca me acostumbre al cambio de moneda. No es solamente cuestión de la costumbre y su fuerza sino que sacar dos ceros o la coma dos lugares en los precios, las cuotas, la jubilación es como violentar un proceso, sobre todo en se refiere al tiempo. Un kilo de duraznos, por ejemplo, estaba a cuatro pesos hace veinte años y decir que ahora cuesta lo mismo es como retorcerle el pescuezo a esa necesidad que todos tenemos de ordenar las cosas que nos pasaron, nuestros proyectos, todo. Poner en fila lo que tenemos adentro.
 Oh, sacrosantos genuflexos, seguramente no os habéis dado cuenta porque si tuvierais algo en la mollera no creeríais tanto en lo que os es impuesto como verdades, pero acabo de descubrir que me voy por las ramas cada vez que tengo que vérmelas con un punto espinoso. Pero si tuve coraje, o inconciencia, no sé, para salvar las “etapas”, también voy a tener eso para contárselas. A propósito: creo que ya voy vislumbrando cuál va a ser el ritual en que estas páginas van a ser inhumadas. Aunque lo de inhumado debe tener que ver con el humo y el fuego, como su nombre lo indica, y no sé todavía si su final va a ser alguno de estos Rancheras que tengo al lado de la Olivetti. Al asunto, cueste lo que cueste.
Lo bravo fue conseguir que se acostara. Para lograrlo, un día me metí entre las sábanas y simulé una gripe. Ya he dicho que María se hacía desear, a veces demoraba más de una hora. Quizás porque le costaba venir y estiraba el momento o, y esto se me ocurre como más probable, porque le gustaba jugar conmigo, amenazarme con su desaparición, ablandarme de manera que cuando ella tocara el timbre yo estuviera en disposición de darle todo lo que me pidiera. María conocía mucho de la vida, acepto que aprendí muchas cosas de ella. Estábamos en que ella entró y yo con “gripe”. Le pedí que se acercara, que necesitaba de su cariño porque las enfermedades me deprimían mucho, que las personas viejas somos seres muy necesitados y otros argumentos por el estilo que creo innecesarios describir porque vosotros ya los imaginaréis, ‘ que en vuestros cerebros castos y nobles muchas veces habrán anidado fantasías similares. De donde se desprende que la única diferencia entre los que como vosotros sois los adalides de la moralidad y los que como yo merecemos tormentos del infierno reside simplemente en que unos tienen las pelotas y los ovarios de hacer realidad las fantasías y los otros no, transforman sus pelotas y sus ovarios en fantasía. Si estáis en desacuerdo me nefrega.
Por supuesto, ya que ése era un momento decisivo, prometí aumentarle la recompensa. De tres mil a cinco. De treinta a cincuenta. María me miró y no dijo rada, yo trataba de disimular mi ansiedad, María se dio vuelta, yo luchaba por aplacar mi pecho que subía y bajaba igual que si tuviera asma, María se alejó dos o tres pasos, yo estrujaba el borde de la sábana como si colgara de un precipicio, María muy lentamente, sin que su cara revelara la más mínima emoción, empezó a sacarse la ropa, yo sentía que reventaba de alegría, que tocaba el cielo con las manos (otro lugar común, con tas apenas cincuenta y pico letras que tiene el alfabeto es ridículo pensar en encontrar la forma de transmitir lo que sentí en ese momento. Debe de haber sido más o menos, para que podáis entender, lo que sintió la nenita ésa de Fátima cuando se le apareció la Virgen). Ese día María se dejó la bombachita. Al día siguiente ya se la sacó.
¿A que no saben qué me sucede en ese momento? ¿No adivinan? Tienen tres chances. No. No. No. Como siempre, habéis errado. Ahí va: tengo los dedos tan transpirados que las teclas quedan húmedas. ¿Les molesta que se los cuente? Ya saben lo que tienen que hacer. Como los chinos. Ya lo sabéis.
No hay caso, vosotros estáis adentro mío, vosotros sois, oh profilácticos de la civilización, una parte mía: me parece que puedo seguir adelante solamente si confirmo mi decisión de deshacerme de estas simples palabritas mecanografiadas. “Mecanografía” es una palabra antigua. Igual que yo. Dos antigüedades. Çava. El ritual va a ser el siguiente: me voy a acostar, sin ninguna ropa, nada que tape o disimule mis desnudeces medio arrugadas, bueno bastante arrugadas (qué se le va a hacer), voy a desparramar estas hojas sobre mi cuerpo, como envolviéndome en ellas, quizás las pegue, ¿con qué podría pegarlas?, con transpiración, seguro que si cierro los ojos y me concentro en lo que vosotros imagináis, so picarones, voy a transpirar, o si no con saliva, porque la saliva también es un elemento con mucho reminiscencias,  no miréis hacia otro lado, no giréis vuestros turbados rostros, después me voy a levantar y voy a bailar con Jobim, tenía buen gusto la guachita, y voy a dar vueltas y vueltas, algunas de las hojas se desprenderán y planearán hasta la alfombra, la misma alfombra que a veces nos hizo cosquillas en la espalda o en el pecho, no redondeéis la boca en punta, lista ya para emitir ese ¡oh! de estupor y reproche, no lo hagáis porque aún falta lo peor. O lo mejor. ¿A que no sabéis qué es lo que pondrá broche final al asunto? ¿No lo adivináis? Aquello con lo tanto habéis soñado y deseado, imaginado y fantaseado, y que a veces os lo permitís a costa de castigaros con la culpa y que reprimís en los demás aunque sepáis que hasta el más miserable de los animales lo hace, el diminuto cuis o el hipopótamo colosal, pero gozando, gozando con una sonrisa en la boca, o en el hocico, o en lo que tenga de jeta, gozando más, muchísimo más que vosotros. So eunucos 007 con licencia para frustrar y frustrar. ¡Habéis acertado! Iré al baño, cerraré la puerta, no, mejor la dejaré abierta por si queréis asomar vuestras narices y presenciar el espectáculo, y me voy a masturbar. Prolijamente. Con la meticulosidad de un cirujano en el quirófano. La gran paja.
Está bien, basta de mandarme la parte. Ante vosotros me cuesta reconocer que a medida que fui avanzando con estas páginas me fue creciendo la tristeza adentro. No entiendo mucho de música, mejor dicho entiendo bastante poco, pero una vez fui a escuchar a un violoncelista en el Colón y me preparaba para aburrirme como una ostra, cuando de pronto el tipo le arrancó una nota a ese armatoste de madera que tenía entre las piernas que me puso los pelos de punta. Era una nota grave que se metía en los huesos, cacheteaba las paredes del estómago, ahuecaba las vértebras. Era “mi” nota. Me acuerdo que le apreté el brazo a la amiga que me acompañaba, por ella había aceptado el sacrificio de ir a un concierto, muy linda era, más que linda interesante, después no pasó nada, muy frígida, y ella me contestó que era la nota “re”. Nunca supe si entendía realmente o si me macaneaba pero ese sonido me quedó grabado. Esa misma nota es la que ahora revive en mis vísceras (iba a escribir “genitales” pero me detuve para no faltaros el respeto). El “re” que surge de este armatoste viejo y de cuerdas gastadas, a punto de cortarse, zas, otra vez me puse cursi.
Después voy a quemar, sí, inhumar, estos papeles y las cenizas, también las cenizas del pañuelito que María se dejó olvidado aquel día y que no le devolví, las voy a lanzar al viento para que perviertan esta ciudad de mierda, para que impregnen los semáforos con el perfume de aquella conchita flamante como un amancay de Traful, para que el pan, los bifes, las tetas maternas, los labios amados, todo, todo, tenga gusto salado al principio y después una mezcla de vainilla y romero, para que las cárceles sean tan tibias como aquella piel para que todas las mediocridades y las rutinas y las agonías puedan ser santificadas por un momento aunque sólo sea un momento, del placer que sentí con María. Para que vivir tenga algún sentido aunque los policías hagan sonar las sirenas y los jueces den un martillazo contra las perversiones y los psicoanalistas inventen palabras difíciles para disimular lo que es tan simple y los mojigatos me ahorquen con sus rosarios.
Aunque vosotros me miréis con esas medias sonrisas irónicas, suficientes, victoriosas. Porque tenéis razón. También vosotros a veces tenéis razón. Porque al final de todo, y estas hojas escritas y la caja de Rancheras son el final de todo, sólo me queda volver a sumergirme en chota vida de lesbiana setentona. 

Mario Pacho O Donnell (1976)

Mario Pacho O Donnell

La Editorial Norma ha decidido reeditar todos mis libros de ficción (cuatro novelas y un libro de cuentos), lo que mucho me alegra porque casi todos ellos salieron a la luz en malas circunstancias, cuando estaba prohibido o exiliado. En consecuencia, mi producción cuentística y novelística es prácticamente desconocida, ya es tiempo de que salga a la luz y sea leída y juzgada.
Mi primer libro de cuentos, único hasta hoy, La seducción de la hija del portero , fue publicado en Siglo XXI y debía presentarlo en la Feria del Libro el mismo viernes de abril de 1976 cuando la editorial fue asaltada y destrozada por civiles con armas largas que llegaron en varios Falcon y se llevaron a Alberto Díaz y Jorge Tula. Igualmente fui a la Feria, muy asustado lo reconozco, por solidaridad y para hacer público lo sucedido.
Las anécdotas sobre aquel primer libro de cuentos, segundo de ficción después de mi novela Copsi , no terminaron allí. Por algún motivo que aún desconozco y que me sigue pareciendo excesivo, el relato que le dio título provocó una inesperada conmoción que mucho se acercó al escándalo. Fue considerado pornográfico y varias instituciones protectoras de la moral pública elevaron airadas protestas. A Borges se lo consultó sobre el tema a la espera de su escarnio: "Qué opina usted del libro de ese Pacho O´Donnell?". "Que es muy audaz", respondió. "¿Por lo pornográfico?". "No, porque llama ´portero´ a quien debería llamar ´encargado´".
Mucho menos sentido del humor tuvieron los de la editorial Emecé, que tenía a su cargo la distribución de los libros de la editorial Belgrano, una feliz experiencia de la Universidad homónima que reeditó La seducción... cuando regresé de mi exilio, en 1981. A su director, Luis Tedesco, se le anunció que no se distribuiría un libro tan obsceno como el mío y hubo riesgo de que se cancelara el contrato entre ambas editoriales.
Más aún: cuando en el alba democrática de 1983 asumí como secretario de Cultura de Buenos Aires, aquel excelente intendente y maravillosa persona que fue Julio Saguier debía soportar que cuando se reunía con vecinos no faltara quien, con ceño inquisitorial, le reprochara haber designado al autor de La seducción de la hija del portero . Entonces, riendo, me contaba que respondía: "No se preocupe, Pacho ya no escribe más esas cosas". Y después me alentaba, cómplice: " Vos seguí escribiendo así, es un cuento excelente".
¡Todo eso por un cuento! Y hubo más. Muchos años después, creo que en 2000, cuando presenté mi solicitud de socio a un club, recibí un llamado telefónico de su entonces presidente, quien en un admonitorio spanglish me informó que mi solicitud había sido rechazada "por izquierdista y pornógrafo", textual, sic , lo juro por Dios. En cuanto al primer pecado, si bien adolece de imprecisión, me enorgullece. Y en lo referente al segundo, no dudo de su origen.

19 de septiembre de 2015

Motochorros, Aldo Luis Novelli

MOTOCHORROS

Hace 22 años iba caminando por el barrio una noche y dos pibes en una moto me arrebataron el morral “tiren los libros, quédense con el resto” les grité, pero siguieron su huida con el flaco botín.
Recuerdo que sufrí la perdida de “Tres rosas amarillas” de R. Carver y “100 poemas” de Bukowski durante un mes.
Después se sucedieron los días y los años.
La semana pasada vi en TV, como un tipo, personal de seguridad de alguna empresa, mataba a dos pibes por la espalda que en moto le habían intentado robar la bolsa del súper.

Anoche presenté mi último libro.
Se acercó un hombre elegantemente vestido con mi libro para que se lo firmara. Escribí un comentario formal y lo firmé.
Entonces sacó del portafolio unos libros y me preguntó si podía regalármelos.
“Por supuesto, gracias” le dije.
“Uno lo escribí yo” me dijo.
Me los dejó y se fué.
Abrí el libro y leí la dedicatoria: “Gracias maestro, usted cambió mi vida hace 20 años”.

Los otros dos eran “Tres rosas amarillas” de R. Carver y “100 poemas” de Bukowski.

18 de septiembre de 2015

Las venas siguen abiertas: Crímenes de Estado, su investigación y el género negro. Coordina: Lucio Yudicello. Sábado 12 de Septiembre 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina




Las venas siguen abiertas: Crímenes de Estado, su investigación y el género negro. Coordina: Lucio Yudicello. Sábado 12 de Septiembre 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina

Lucio Yudicello ha publicado las novelas: El derrumbe (1985), Las voces (1992), El sangrador (2006) y Judas no siempre se ahorca (2011); entre sus libros de cuentos están: La guerra invisible (1994), Los nombres de la furia (1994), Un camino sin rumbo y con destino (1997), Las partidas del juez Belisario Guzmán (2002) y Barrio plateado (2009); y el libro de ensayos Ernesto Sábato, el revés de la utopía (1999). Obtuvo importantes premios. Desde 1994 vive en Villa Cura Brochero.

Raúl Argemí (1946). Escritor argentino, actualmente radicado en su país de origen, luego de 12 años en España. Es autor de novela negra. Su obra ha ganado diversos premios, el Hammett entre ellos, y se ha traducido al francés, italiano, holandés y alemán.

Fernando López nació en San Francisco, provincia de Córdoba en el año 1948. Es abogado, magistrado judicial retirado y escritor. Actualmente ejerce el cargo de Director de la serie Tinta Roja de novelas policiales latinoamericanas para la editorial Eduvim. Fue también Coordinador del proyecto Decamerón cordobés (Córdoba), Director de la revista Los que cuentan, Vicepresidente segundo de la Asociación Argentina de Lectura en la filial Córdoba e Integrante de la mesa ejecutiva de los Juegos Florales Nacionales de la ciudad de San Francisco. Ha sido jurado en numerosos concursos literarios entre los que se destaca el Premio Casa de las Américas ( Cuba, 1987). Varios de sus cuentos fueron incluidos en antologías, diarios, revistas y suplementos de Argentina, Chile, Cuba, México, España, Suecia, EE.UU. e Israel.
Ha publicado relatos: Duendes al alba (1995); La noche de Santa Ana (1992); El ganso parlante (1987)), y novelas: Bilis negra (2005); La sombra del agua (2004) y Un corazón en la planta del pie (2011), entre otras. En 2012 inició una serie protagonizada por Philip Lecoq, detective de la que se han publicado dos títulos: Falsa rubia con tacones y Animales de la noche.
Fue primer finalista del premio Planeta Argentina, con Odisea del cangrejo (2005); premio Casa de las Américas, Cuba, a la novela Arde aún sobre los años (1985); y premio Latinoamericano de Narrativa, otorgado por la Universidad de Colima, México, a la novela El mejor enemigo (1984).


Milton Fornaro nació en Minas, Uruguay en 1957. Se desempeñó como co-director del Diccionario de la LIteratura Uruguaya (Arca, 1986), participó de la novela colectiva La muerte hace buena letra (Trilce, 1993) y fue guionista de TV para el programa humorístico Plop (1991-1992).
Es autor de una obra teatral, Coquita Superestar (1992) y de varios libros de cuentos: De cómo un niño salvó su honor con una honda (1967), Nueve en cuerpo 18 (1968), Lo demás son cuentos (1972), Los imprecisos límites del infierno (1979), Ajuste de cuentos (1982), Puro Cuento (1986), Descuentos (1998) y Murmuraciones inútiles (Alfaguara, 2004) libro con el cual obtuvo el 1er Premio en la Categoría Narrativa del Concurso Literario Anual del M.E.C (Ministerio de Educación y Cultura).
Como novelista ha publicado: Hoy fue uno de esos días (1993), Si le digo le miento (2003) y Cadáver se necesita (Alfaguara, 2006)


Arte en Vivo e Intervenciones Colectivas

Sol Pombo Nació en Mar del Plata en 1975. Es artista visual, fotógrafa y gestora cultural. Se formó en la Escuela de Artes Visuales Martín A. Malharro, en la Universidad de Mar del Plata y en distintos talleres particulares: en pintura, con el maestro Eduardo Martín; en Arte Contemporáneo y Análisis de la propia Obra, con la Licenciada Noemí di Carlo en Mar del Plata y en Barcelona, España; en acuarela, en Centro Cultural Universitario Casa de Porras, Universidad de Granada, España. Ha realizado cursos, seminarios y talleres con distintos referentes de las artes visuales, entre ellos, Juan Carlos Romero y Pablo Delfini. Además, ha realizado cursos y talleres de formación teórica en Arte Contemporáneo, Arte y Pensamiento Oriental y en Curaduría, con la Licenciada en Curaduría e Historia de las Artes Cecilia Latorre. Ha participado en numerosas muestras y exposiciones en distintas disciplinas y actualmente coordina talleres de arte y de fotografía y diseña y coordina proyectos culturales y artísticos. Es integrante de Azabache Arte en Vivo e Intervenciones Colectivas desde el año 2011.

Diego García Conde, Instituto Superior de Artes Visuales Martín A. Malharro: Construcción mediática de las fronteras en el sentido común”.

 Es Licenciado en Ciencias de la Educación por la Universidad Nacional de Buenos Aires (1989). Cuenta con un postítulo de formación docente. Entre 1995 y 2003 fue Concejal del Partido de General Pueyrredón. Desde 1992 trabaja como docente de Introducción al Análisis de la Imagen – Comunicación – Semiología de la Imagen en el Instituto Superior de Artes Visuales Martín Malharro. Es artista plástico y desde 2011 es Coordinador de Arte del Festival Azabache de Mar del Plata. Es miembro de Azabache Arte en Vivo e Intervenciones Colectivas desde 2011.

17 de septiembre de 2015

El crimen cambia de traje: Los nuevos contenidos del género policial. Coordina: Jorge Felippa Sábado 12 de Septiembre 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina


El crimen cambia de traje: Los nuevos contenidos del género policial. Coordina: Jorge Felippa
Sábado 12 de Septiembre 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina

Jorge Felippa (Córdoba, 1949) es autor de las novelas Quiero volver a casa, finalista del Concurso Provincial de Novela Daniel Moyano (2004), y El precio de la memoria, primera mención del Concurso Luis de Tejeda de la Municipalidad de Córdoba (1986).
Como poeta ha publicado Yo no diría la última palabra, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1976), El orden de los factores, A brazo partido y Que veinte años. Además participó en las antologías Manos a la obra, Lo demás es puro verso y Los poetas de acá.
En 1991 fundó y dirigió Op Oloop Ediciones.
También fue colaborador del suplemento cultural de La Voz del Interior y de la revista La Intemperie, entre otras publicaciones. Es columnista del Show de la mañana, en Canal 12 de Córdoba, donde comenta libros y autores.
Desde 1988 dicta talleres de escritura creativa y narrativa en diversas instituciones.

Esteban F. Llamosas (Río Cuarto, 1972), es profesor de Historia del Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba.
Ha publicado cuatro novelas policiales: El rastro de Van Espen, La biblioteca Listen, Buscando a Traci y La conspiración de los catorce. También ha participado en algunos relatos en antologías y obras colectivas.
Gente de cerca es su primer libro de cuentos.

Gastón Intelisano nació en Buenos Aires, el 16 de Mayo de 1978. A los 23 años se recibió de Licenciado en Criminalística, tras haberle sido otorgada una beca universitaria por el Congreso de la Nación. Durante casi 5 años, acompañó como pasante universitario a la U.M.F.I.C. (Unidad Medico Forense de Investigación Criminalística) donde pudo ver de cerca el trabajo de médicos forenses y peritos, además de asistir a numerosas escenas de crímenes y autopsias.
En 2008 obtuvo el título de Radiólogo, que le aportaría conocimientos médicos aplicados a la resolución de investigaciones criminales.
Desde 2011 pertenece al Cuerpo Médico Forense del Departamento Judicial de Lomas de Zamora, dependiente de la Fiscalía General de Cámaras, en la Provincia de Buenos Aires.
Como escritor, ha publicado en 2011, el thriller policial "Modus Operandi", que le valió la distinción como "Obra de Interés Legislativo para la Provincia de Buenos Aires" por la Cámara de diputados,  y en el que introduce a los personajes que forman parte de la saga protagonizada por el Criminalista Santiago Soler. En 2013 publico "Epicrisis", su segunda novela y en 2014, el tercer caso, "Error de calculo", por editorial Vestales.

Gastón Tremsal Escritor, Director de cine y de Teatro, Guionista, Diseño de Producción, Realizador audiovisual.


Fernando Figueras, Alumno de Alberto Laiseca, Fernando Figueras cultiva el realismo delirante y ha publicado relatos en las revistas Axxón, miNatura y Guka. Su relato “Pileta rusa” recibió el tercer premio en el 8º Concurso de Cuentos Alfredo Cossi (SADE Baradero, 2010), y “Sequía” fue elegido para integrar la antología De Diez (Ediciones Al Arco, 2009), en el marco del I Concurso Nacional de Cuentos de Fútbol Roberto Santoro. Es profesor de música e hincha de Ferro. Nació el 26 de abril de 1970 en la ciudad de Buenos Aires. En 2010, Muerde Muertos publicó su primer libro de cuentos, Ingrávido, que resultó finalista en el Premio Internacional de Cuento para Libro Édito Juan José Manauta 2011, entre 498 obras. Luego le siguieron la nouvelle divague Quepobrestán (2013) y el poemario Haikus Bilardo (2014), en colaboración de José María Marcos e ilustraciones de Matías Berneman. En 2015, Del Naranjo publicó su nouvelle Un duelo a cara de perro.


Javier Chiabrando (Carlos Pellegrini, provincia de Santa Fe, 1961) es un escritor y músico argentino.
Ha sido editado en México, España, Cuba, Ecuador y Argentina. Sus novelas se han caracterizado por el cruce de subgéneros, desafiando las reglas impuestas por la tradición crítica. Además de novelas, Chiabrando ha escrito “Querer Escribir, Poder Escribir”, un libro que analiza las diferentes etapas del proceso de la escritura y que fue editado en Cuba, Argentina  y Ecuador.
Dicta talleres literarios en ciudades de Argentina y en ferias internacionales (La Habana 2006, 2007, Quito Ciudad de Letras 2012 y 2013).
Es director del Festival Azabache Mar del Plata, contratapista del diario Rosario 12 y colaborador de Radar (ambos suplementos del diario Página 12), así como del Suplemento Literario de la Agencia TELAM.

16 de septiembre de 2015

Universalidad del crimen: Globalización del delito y su incidencia en la novela policial. Coordina Javier Chiabrando



Universalidad del crimen: Globalización del delito y su incidencia en la novela policial. Coordina Javier Chiabrando
11 de septiembre de 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina

Javier Chiabrando (Carlos Pellegrini, provincia de Santa Fe, 1961) es un escritor y músico argentino.
Ha sido editado en México, España, Cuba, Ecuador y Argentina. Sus novelas se han caracterizado por el cruce de subgéneros, desafiando las reglas impuestas por la tradición crítica. Además de novelas, Chiabrando ha escrito “Querer Escribir, Poder Escribir”, un libro que analiza las diferentes etapas del proceso de la escritura y que fue editado en Cuba, Argentina  y Ecuador.
Dicta talleres literarios en ciudades de Argentina y en ferias internacionales (La Habana 2006, 2007, Quito Ciudad de Letras 2012 y 2013).
E s director del Festival Azabache Mar del Plata, contratapista del diario Rosario 12 y colaborador de Radar (ambos suplementos del diario Página 12), así como del Suplemento Literario de la Agencia TELAM.

Giorgio Ballario (Turin, Italia) Es periodista , trabajó para la agencia de noticias Agi , y en varios periódicos de Italia ( El Mensajero , El Día, El Independiente ) y director del semanario Il Borghese . Desde 1999 trabajó en La Stampa. Ha publicaron las siguientes novelas : Morir es un momento ( Angolo Manzoni , 2008 ) , Una mujer también ( Angolo Manzoni , 2009 ) El vuelo de la cigarra (Ángulo Manzoni , 2010 ) , Las rosas de Axum (Hobby & Work , 2012 ). En la primavera de 2013 publicó la novela corta " Cuadro Negro " que fue lanzado en junio de 2014 en una nueva edición ampliada de Cordero Publisher.

Marcial Gala (Cuba)
Marcial Gala Olivera. Poeta, narrador y ensayista cubano. Premio Alejo Carpentier en la categoría novela, 2012 y Premio de la Crítica Literaria 2012.

Síntesis biográfica
El poeta, narrador y ensayista Marcial Gala ha dedicado su vida a la literatura, empeño que le ha valido importantes premios en concursos provinciales y nacionales. Miembro de la Asociación de Literatura de la UNEAC en la provincia de Cienfuegos.

Libros
Enemigo de los ángeles, cuentos, editorial Mecenas.
EL Juego que no cesa, cuentos, editorial Letras cubanas.
Dios y los locos, cuentos, editorial Mecenas
El hechizado, cuentos, editorial Mecenas.
Sentada en su verde limón, novela, editorial Letras cubanas.
Moneda de a Centavo, poemas, editorial Mecenas.
Es muy temprano, cuentos, editorial Letras cubanas.
La catedral de los negros, novela, editorial Letras cubanas.
Monasterio, novela, editorial española, Atmosfera literaria.
Viendo volar un extraño pájaro de ala azul, poemas, en proceso de edición por la editorial cubana de la provincia de Holguín.


Antologías donde aparecen obras del autor
Liminar, editorial Reina del Mar.
Jóvenes cuentistas cubanos ante el 2000, editorial Letras cubanas.
Aire de luz, cuentos cubanos del siglo XX, editorial Letras cubanas
Perverso ojo cubano, editorial La Bohemia, Argentina.
De Cuba te cuento, editorial Plaza Mayor, Puerto Rico.
Con el aire en las orejas, editorial Mecenas.
Palabras de sombra difícil, editoriales Abril y Letras cubanas.
Escribas en el estadio, editorial Unicornio.
La isla en Negro, cuentos policiacos cubanos, editorial Abril.

Publicaciones en revistas
Gaceta de Cuba
La Jiribilla de Papel
El Caimán Barbudo
La Letras del Escriba
Ariel
Revista Matanza
Isladia
El blog de bajavel
La balsa de la musa

Premios
Nacional de talleres literarios, Nacional Pinos Nuevos de cuento 1999, premio de la Ciudad de Cienfuegos en cuento y primera mención del mismo premio con su cuaderno de poesía Viendo pasar un extraño pájaro de ala azul. Premio de la revista Matanza al mejor texto publicado en cuento y en poesía durante los años 2010 y 2011. En cuanto a novelas es premio nacional Sed de Belleza y en el 2012 ganó el Alejo Carpentier, el más importante que se otorga en su país con su obra La catedral de los negros que a su vez resultó premio de la crítica a los mejores libros publicados en Cuba en el 2012 Ha participado en las ferias del libro de Ciudad de la Habana, de Guadalajara y de Santo Domingo, ha sido jurado de importantes premios nacionales cubanos, ha impartido talleres de narrativa y de poesía, tanto para jóvenes como para adultos y ha dado conversatorios sobre literatura y cultura cubana durante las ferias de México y Republica Dominicana.


Lorenzo Silva Amador (Madrid, 7 de junio de 1966) es un escritor español conocido especialmente por sus novelas policiacas que protagonizan los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro.
Lorenzo Manuel Silva Amador nació en el barrio madrileño de Carabanchel, estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y ejerció como abogado de empresa desde el año 1992 hasta 2002.
Ha escrito numerosos relatos, artículos y ensayos literarios, así como varias novelas, que le han valido reconocimiento internacional. Una de ellas, El alquimista impaciente, obtuvo el Premio Nadal del año 2000. Esta es la segunda en la que aparecen los que quizá sean sus personajes más conocidos: la pareja de la Guardia Civil formada por el brigada Bevilacqua y la sargento (en la última novela) Virginia Chamorro.
Otra de sus obras, La flaqueza del bolchevique, fue finalista del Premio Nadal 1997 y ha sido adaptada al cine por el director Manuel Martín Cuenca. Ganador del Premio Planeta 2012 con la novela La marca del meridiano.
Además de sus novelas policiacas, Silva tiene numerosos libros de no ficción, así como obras destinadas a jóvenes.
1997 - Finalista del Premio Nadal por La flaqueza del bolchevique
2000 - Premio Nadal por El alquimista impaciente (2ª novela de la serie Bevilacqua)
2010 - Premio Algaba por Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil
2012 - Premio Planeta por La marca del meridiano (7ª novela de la serie Bevilacqua)

Guardia Civil Honorífico (2010)

15 de septiembre de 2015

Los espacios del delito: Literatura policial en las grandes y pequeñas ciudades, zonas periféricas y rurales. Coordina Lucio Yudicello. 11 de septiembre de 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina



Los espacios del delito: Literatura policial en las grandes y pequeñas ciudades, zonas periféricas y rurales. Coordina Lucio Yudicello. 11 de septiembre de 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina

 Participes

Mariano Quiros (Resistencia, Chaco, Argentina) nació en Resistencia, provincia del Chaco, el 21 de agosto de 1979. Escritor y comunicador social, es responsable del contenido de la revista de cultura Cuna. Sus cuentos se han incluido en diversas antologías: Unos cuantos cuentan cuentos (Ed. Cospel); Chaque tu lengua (Eloísa Cartonera); Ficcionario (narradores y poetas chaqueños); Nuevos Narradores (Ed. Ctro. Cultural Ricardo Rojas, Bs. As.).
En 2008 publicó junto a los escritores Germán Parmetler y Pablo Black el volumen de cuentos Cuatro perras noches, ilustrado por el artista plástico Luciano Acosta. Ese mismo año ganó el Premio Bienal Federal 2008 con su novela Robles.
Con su novela Torrente obtuvo el Primer Premio del Festival Iberoamericano de Nueva Narrativa 2010.
En el 2011 ganó el II Concurso Nacional de Novela “Laura Palmer no ha muerto” con su novela Río Negro, publicado por nuestro sello en la colección del mismo nombre.


Élmer Mendoza (Culiacán, Sinaloa, 6 de diciembre de 1949) es un escritor mexicano, representante de la llamada narcoliteratura.1 Dramaturgo y cuentista, es conocido ante todo por sus novelas negras. Algunas de ellas tienen como protagonista al detective Edgar El Zurdo Mendieta.
Profesor de la Universidad Autónoma de Sinaloa, es un incesante promotor de la lectura e instituciones culturales.
Fue elegido miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua en la sesión plenaria del 11 de agosto de 2011 y se integró a ella el 26 de abril de 2012.
Obras

Cuento
Mucho que reconocer, B. Costa-Amic Editor, 1978 (145 págs.)
Quiero contar las huellas de una tarde en la arena, Cuchillo de Palo, 1984 (53 págs.)
Cuentos para militantes conversos, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1987 (105 págs.)
Trancapalanca, Departamento de Investigación y Fomento de Cultura Regional (DIFOCUR), 1989 (83 págs.)
El amor es un perro sin dueño, Patronato Cultural Iberoamericano, 1991 (32 págs)
Firmado con un klínex, Tusquets, 2009

Crónica
Cada respiro que tomas, DIFOCUR, 1992
Buenos muchachos, Cronopia Editorial, 1995

Novela
Un asesino solitario, Tusquets, 1999
El amante de Janis Joplin, Tusquets, 2001
Efecto tequila, Tusquets, 2004
Cóbraselo caro, Tusquets, 2005
Balas de plata, Tusquets, 2008
La prueba del ácido, Tusquets, 2010
Nombre de perro, Tusquets, 2012
El misterio de la orquídea Calavera, Tusquets, 2014


José María Marcos (Uribelarrea, Buenos Aires, Argentina 1974) es fan de las historias de monstruos. Publicó el libro de cuentos “Los fantasmas siempre tienen hambre” (2010); las novelas “Recuerdos parásitos” (2007) y “Muerde muertos” (2012), escritas con su hermano Carlos; el poemario “Haikus Bilardo” (2014), con Fernando Figueras; y la nouvelle “El hámster dorado” (2014). Fue finalista del IV Premio de Literatura de Terror Villa de Maracena, España (2009); ganó el Nuevo Sudaca Border, Editorial Eloísa Cartonera, Argentina (2010-11), y el 1° Premio del XVII Concurso de Cuentos Fantásticos y de Terror Idus de Marzo, España (2011). Escribe para las revistas miNatura e Insomnia.

Osvaldo Reyes: El Dr. Osvaldo Reyes nació en Panamá. Estudió medicina en la Universidad de Panamá e hizo su residencia de Ginecología y Obstetricia en la Maternidad María Cantera de Remón. Actualmente labora en la Maternidad del Hospital Santo Tomás, donde también ejerce funciones como Coordinador de Investigaciones.  Además, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (Categoria I).
Ha escrito capítulos en libros de su especialidad y publicado artículos en revistas nacionales e internacionales.
Bajo el sello de la Editorial Exedra ha publicado cinco libros, todos en el género de la novela negra.  El Efecto Maquiavelo (2011), En los Umbrales del Hades (2012), Pena de Muerte (2013).  En el 2014 publicó una colección de cuentos de crimen y misterio llamado 13 gotas de sangre y una novela negra-gótica que tituló La Estaca en la Cruz.
En el 2015 publicó Sacrificio

Orlando Van Bredam (n. Villa San Marcial, Entre Ríos, 23 de agosto de 1952), es un escritor, ensayista y docente argentino. Tiene a su cargo las cátedras de Teoría Literaria y Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional de Formosa, provincia donde reside en El Colorado.
Fue incluido por el chaqueño Mempo Giardinelli en dos antologías nacionales de cuentos donde se destacan los microrrelatos Las armas que carga el diablo y Desde el pozo. Algunos textos suyos fueron traducidos al portugues y al flamenco.
Tiene una novela finalista del Premio Clarín Alfaguara. Fue condecorado con los premios Fernández de Peirotén; Nacional José Pedroni y Emecé Editores.
Alcanzó gran difusión desde 2007, cuando se adjudicó el prestigioso Premio Emecé Editores por Teoría del desamparo.Ese año, La música en que flotamos llegó a ser finalista del Premio Clarín Alfaguara de novela.
En 2011 lanzó su libro El retobado: Vida, pasión y muerte del Gauchito Gil.
Hacia 2015, vio publicado un cuento suyo en el diario porteño Página/12, lo que motivó un comentario muy elogioso por parte de Víctor Hugo Morales en radio Continental.


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