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Mostrando entradas con la etiqueta Vicente Aleixandre. Mostrar todas las entradas
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15 de diciembre de 2020
Unidad en ella, Vicente Aleixandre
Vicente Aleixandre
Vicente Pío Marcelino Cirilo Aleixandre y Merlo (Sevilla, 26 de abril de 1898 – Madrid, 13 de diciembre de 1984) fue un poeta español de la llamada Generación del 27.
Elegido académico en sesión del día 30 de junio de 1949, ingresó en la Real Academia Española el 22 de enero de 1950. Ocupó el sillón de la letra O.
Premio Nacional de Literatura en 1933 por La destrucción o el amor,1 Premio de la Crítica en 1963 por En un vasto dominio, y en 1969, por Poemas de la consumación, y Premio Nobel de Literatura en 1977.
Su obra poética presenta varias etapas: pura, surrealista, antropocéntrica y de vejez.
Poesía pura
Su primer libro, Ámbito, compuesto entre 1924 y 1927 y publicado en Málaga en 1928, es la obra de un poeta incipiente, que aún no ha encontrado su propia voz. Predomina el verso corto asonantado y la estética de la poesía pura juanramoniana y guilleniana, además de ecos ultraístas y de la poesía clásica española de la Edad de Oro, especialmente Fray Luis de León y Góngora.
Poesía surrealista
En los años siguientes, entre 1928 y 1932, se produce un cambio radical en su concepción poética. Inspirado por los precursores del surrealismo (en especial por Arthur Rimbaud y Lautréamont) y por Freud, adopta como forma de expresión el poema en prosa (Pasión de la Tierra, de 1935) y el verso libre (Espadas como labios, de 1932; La destrucción o el amor, de 1935, Sombra del Paraíso, de 1944). La estética de estos poemarios es irracionalista, y la expresión se acerca a la escritura automática, aunque sin aceptar la misma como dogma de fe. El poeta celebra el amor como fuerza natural ingobernable, que destruye todas las limitaciones del ser humano, y critica los convencionalismos con que la sociedad intenta apresarlo.
Poesía antropocéntrica
Tras la guerra, su obra cambia, acercándose a las preocupaciones de la poesía social imperante. Desde una posición solidaria, aborda la vida del hombre común, sus sufrimientos e ilusiones. Su estilo se hace más sencillo y accesible. Dos son los libros fundamentales de esta etapa: Historia del corazón, de 1954 y En un vasto dominio, de 1962.
Poesía de vejez
En sus últimos libros (Poemas de la consumación, de 1968, y Diálogos del conocimiento, de 1974), el estilo del poeta vuelve a dar un giro. La experiencia de la vejez y la cercanía de la muerte le llevan de vuelta al irracionalismo juvenil, aunque en una modalidad extremadamente depurada y serena. A estos dos títulos canónicos, esto es, de los publicados en vida por el propio poeta, podría añadirse un tercero, «En gran noche», de aparición póstuma, en 1991, y en la misma línea metafísica y reflexiva que los dos anteriores.
UNIDAD EN ELLA
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.
Vicente Aleixandre de La destrucción o el amor (1935)
26 de junio de 2017
Historia de la literatura, Vicente Aleixandre
HISTORIA DE LA
LITERATURA
Se ha visto al
viejo triste, cansado de existir,
quizá nunca de
amar, pasar despacio.
A veces alguien
piensa: ¿Sería o fuese
un nombre
señalado? ¿Duque de Rivas? Pompas
casi fúnebres,
recogidas en vida, pesan mucho,
pero las turbias
luces
quebrándose en sus
ojos, nunca acaso saciados
de los vivos
destellos.
Si no el duque,
sería... éste no llegó a viejo.
Espronceda murió
en la flor, quizá cuando doblábase
bajo el peso del
tiempo, de su rutina incierta,
que hasta eso
puede el curso sobre un corazón ínsito.
En su juventud
fuese, primera, el terso rostro
apenas superficie
de otro volcán hirviente.
Palabras... el
verbo o lava rompióse en los Madriles,
como en Londres o
en Francia o en la primer Lisboa.
Un sueño o
cabellera rodaba sobre la frente erguida.
El pecho, una
materia pretensa, prolongada
nerviosamente en
ese brazo súbito,
que apenas fuerzas
halla
para irrumpir
delgadamente en mano, dedos... muere.
Pero el talle se
cimbra, y el levitín tornea
la voluntad. Aquí
está erguido el pábulo.
Sobre el tallo se
eleva la fuerza rompedora
que estalla en
flor, mejor en frente, en brillos.
¿Aromas? El
perfume romántico es el trasunto último
de lo que fue,
desleído el ser, para otros pechos
que lo aspiran, se
embriagan. Por él juran.
¿Entonces`? Un
poeta no son sólo sus versos.
Figuras tristes
pasan,
que imitan su
propia verdad desconocida, y ponen
su mano en la
blancura como traición y mienten.
Lamidas
cabelleras, flacos bultos caídos,
ayes en el vacío,
cual si gritase el mudo,
y nunca aire, y
sonrisa cual si imitar bastase.
Vivir... «Mi
corazón, un poco
de agua pura»,
dijo quien pudo y supo.
Y era turbio de
vida, verdad y fuerza, y barro,
arcilla trabajada,
como en materia hermosa.
Quebrada pronto:
un golpe. Y trizas, llamas.
Porque sus lumbres
siguen quemando. Y algo ardiera.
Pero el poeta a
veces, una conciencia erguida.
Alguien lo dijo:
«Un poeta: una conciencia puesta
en pie hasta el
fin». Y cuántas veces arduo
es existir
cumpliendo. Libertad, ¡cuál tu nombre!
Servir es
liberarse, yendo hacia el fin cual corre
el río al mar, y
allí cumpliendo nace.
Libertad: nombre
humano. «En los demás libértome,
pues en ellos me
encuentro, con sucesión rompiéndome
en ¡limitación
final, la sola. ¡Y libre!»
Escribir es poner
en el papel un nombre
como quien pone un
hombre, de pie. De carne y hueso.
«La mejor musa es
la de carne y hueso», dijo otro,
y verdad es:
la vida total de
carne y hueso, veraz, tangible o cierta,
conducente e
histórica, con voluntad
moral, y ojos que
miran, bajo esa luz
que tiene ocaso, y
alba.
Espronceda cantó y
murió. El día antes
de caer para no
levantarse corrió, corrió en caballo,
hasta más allá del
confín, traspasó el límite.
Volvió como de un
infinito viaje y se postró
para morir. Ya
sabio definitivo, él, que quemara
su voluntad a
diario para hirviente levantarse a diario
con grito o con
antorcha. Y otros pensaron: Verbo,
bah, palabras... y
aún arde . Aunque también se apague.
Mas no importa:
que otras lumbres le heredan.
De Vicente
Aleixandre. Antología Poética
por Leopoldo de
Luis
25 de junio de 2017
La rosa, Vicente Aleixandre
LA ROSA
Yo sé que aquí en
mi mano
te tengo, rosa
fría.
Desnudo el rayo
débil
del sol te
alcanza. Hueles,
emanas. ¿Desde
dónde,
trasunto helado
que hoy
me mientes? ¿Desde
un reino
secreto de
hermosura,
donde tu aroma
esparces
para invadir un
cielo
total en que
dichosos
tus solos aires,
fuegos,
perfumes se
respiran?
¡Ah, sólo allí
celestes
criaturas tú
embriagas!
Pero aquí, rosa
fría,
secreta estás,
inmóvil;
menuda rosa pálida
que en esta mano
finges
tu imagen en la
tierra.
Vicente Aleixandre
De Sombra del Paraíso (1944)
24 de junio de 2017
Unas pocas palabras, Vicente Aleixandre
UNAS POCAS
PALABRAS
Unas pocas
palabras
en tu oído diría.
Poca es la fe de un hombre incierto.
Vivir mucho es
oscuro, y de pronto saber no es conocerse.
Pero aún así
diría. Pues mis ojos repiten lo que copian:
tu belleza, tu
nombre, el son del río, el bosque,
el alma a solas.
Todo lo vio y lo
tienen. Eso dicen los ojos.
A quien los ve
responden. Pero nunca preguntan.
Porque si
sucesivamente van tomando
de la luz el
color, del oro el cieno
y de todo el sabor
el poso lúcido,
no desconocen
besos, ni rumores, ni aromas;
han visto árboles
grandes, murmullos silenciosos,
hogueras apagadas
, ascuas, venas, ceniza,
y el mar, el mar
al fondo, con sus lentas espinas,
restos de cuerpos
bellos, que las playas devuelven.
Unas pocas
palabras, mientras alguien callase;
las del viento en
las hojas, mientras beso tus labios.
Unas claras
palabras, mientras duermo en tu seno.
Suena el agua en
la piedra.
Mientras, quieto,
estoy muerto.
Vicente Aleixandre
La destrucción o el amor, (1935) (Premio Nacional de Literatura 1934)
23 de junio de 2017
Luna del Paraíso, Vicente Aleixandre
Luna del Paraíso
Símbolo de la luz
tú fuiste,
oh, luna, en las
nocturnas horas coronadas.
Tu pálido
destello,
con el mismo
fulgor que una muda inocencia,
aparecía cada
noche presidiendo mi dicha,
callando
tiernamente sobre mis frescas horas.
Un azul grave,
pleno, serenísimo,
te ofrecía su seno
generoso
para tu alegre
luz, oh luna joven,
y tú tranquila,
esbelta, resbalabas
con un apenas
insinuado ademán de silencio.
¡Plenitud de tu
estancia en los cielos completos!
No partida por la
tristeza,
sino suavemente
rotunda, liminar, perfectísima,
yo te sentía en
breve como dos labios dulces
y sobre mi frente
oreada de los vientos clementes
sentía tu
llamamiento juvenil, tu posada ternura.
No era dura la
tierra. Mis pasos resbalaban
como mudas
palabras sobre un césped amoroso.
Y en la noche
estelar, por los aires, tus ondas
volaban,
convocaban, musitaban, querían.
¡Cuánto te amé en
las sombras!
Cuando aparecías
en el monte,
en aquel monte
tibio, carnal bajo tu celo,
tu ojo lleno de
sapiencia velaba
sobre mi ingenua
sangre tendida en las laderas.
Y cuando de mi
aliento ascendía el más gozoso cántico
hasta mí el río
encendido me acercaba tus gracias.
Entre las frondas
de los pinos oscuros
mudamente vertías
tu tibieza invisible,
y el ruiseñor
silencioso sentía su garganta
desatarse de amor
si en sus plumas
un beso de tus labios dejabas.
Tendido sobre el
césped vibrante,
¡cuántas noches
cerré mis ojos bajo tus dedos blandos,
mientras en mis
oídos el mágico pájaro nocturno
se derretía en el
más dulce frenesí musical!
Toda tu luz velaba
sobre aquella cálida bola de pluma
que te cantaba a
ti, luna bellísima,
enterneciendo a la
noche con su ardiente entusiasmo,
mientras tú
siempre dulce, siempre viva, enviabas
pálidamente tus luces sin sonido.
En otras noches,
cuando el amor presidía mi dicha,
un bulto claro de
una muchacha apacible,
desnudo sobre el
césped era hermoso paisaje.
Y sobre su carne
celeste, sobre su fulgor rameado
besé tu luz,
blanca luna ciñéndola.
Mis labios en su
garganta bebían tu brillo,
agua pura, luz
pura;
en su cintura
estreché tu espuma fugitiva,
y en sus senos
sentí tu nacimiento tras el monte incendiado,
pulidamente bella
sobre su piel erguida.
Besé sobre su
cuerpo tu rubor, y en los labios,
roja luna, naciste
, redonda, iluminada,
luna estrellada
por mi beso, luna húmeda
que una secreta
luz interior me cediste.
Yo no tuve
palabras para el amor. Los cabellos
acogieron mi boca
como los rayos tuyos.
En ellos yo me
hundí, yo me hundí preguntando
si eras tú ya mi
amor, si me oías besándote.
Cerré los ojos una
vez más y tu luz límpida,
tu luz inmaculada
me penetró nocturna.
Besando el puro
rostro, yo te oí ardientes voces,
dulces palabras
que tus rayos cedían, .
y sentí que mi
sangre, en tu luz convertida,
recorría mis venas
destellando en la noche.
Noches tuyas, luna
total : ¡ oh luna, luna entera!
Yo te amé en los
felices días coronados.
Y tú, secreta
luna, luna mía,
fuiste presente en
la tierra, en mis brazos humanos.
Vicente Aleixandre
De Sombra del Paraíso (1944)
22 de junio de 2017
Se querían, Vicente Aleixandre
SE QUERIAN
Se querían.
Sufrían por la
luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de
la noche dura,
labios partidos,
sangre ¿sangre, dónde?
Se querían en un
lecho navío, mitad noche, mitad luz.
Se querían como
las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema
del amarillo nuevo,
cuando los rostros
giran melancólicamente,
giralunas que
brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de
noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra
y los valles se estiran
como lomos
arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda,
mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor
entre la madrugada,
entre las duras
piedras cerradas de la noche,
duras como los
cuerpos helados por las horas,
duras como los
besos de diente a diente sólo.
Se querían de día,
playa que va creciendo,
ondas que por los
pies acarician los muslos,
cuerpos que se
levantan de la tierra y flotando.
Se querían de día,
sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto,
se querían tan íntimos,
mar altísimo y
joven, intimidad extensa,
soledad de lo
vivo, horizontes remotos
ligados como
cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían
como la luna lúcida,
como ese mar
redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de
agua, mejilla oscurecida,
donde los peces
rojos van y vienen sin música.
Día, noche,
ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas,
antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra,
navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música,
labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su
forma. Se querían, sabedlo.
Vicente Aleixandre
La destrucción o el amor, (1935) (Premio Nacional de Literatura 1934)
21 de junio de 2017
Ya no es posible, Vicente Aleixandre
Ya no es posible
Ya no es posible.
No digas tu nombre
emitiendo tu música
como una yerta
lumbre que se derrama,
como esa luna que
en invierno reparte
su polvo pensativo
sobre el hueso.
Deja que la noche
estruje la ausencia de la carne,
la postrera
desnudez que alguien pide;
deja que la luna
ruede por las piedras del cielo
como un brazo ya
muerto sin una rosa encendida.
Alguna luz ha
tiempo olía a flores.
Pero no huele a
nada.
No digáis que la
muerte huele a nada,
que la ausencia
del amor huele a nada,
que la ausencia
del aire, de la sombra huelen a nada.
La luna desalojaba
entonces, allá, remotamente, hace mucho,
desalojaba sombras
e inundaba de fulgurantes rosas
esa región donde
un seno latía.
Pero la luna es un
hueso pelado sin acento.
No es una voz, no
es un grito celeste.
Es su dura
oquedad, pared donde sonaban,
muros donde el
rumor de los besos rompía.
Un hueso todavía
por un cielo de piedra
quiere rodar,
quiere vencer su quietud extinguida.
Quiere empuñar aún
una rosa de fuego
y acercarla a unos
labios de carne que la abrasen.
Vicente Aleixandre
(1950) de Mundo a solas
20 de junio de 2017
El perfume, Vicente Aleixandre
EL PERFUME
Chupar tu vida
sobre tus labios,
no es quererte en
la muerte.
Chupar tu vida,
amante,
para que lenta
mueras
de mí, de mí que
mato.
Para agotar tu
vida
como una rosa
exhausta.
Color, olor: mis
venas
saben a ti: allí
te abres.
Ebriamente
encendido,
tú me recorres.
Toda,
toda mi sangre es
sólo
perfume. Tú me
habitas,
aroma arrebatado
que por mí te
despliegas,
que como sangre
corres
por mí: ¡que a mí
me pueblas!
De Antología del
amor sensual y la poética
21 de noviembre de 2016
El fuego final, Vicente Aleixandre
EL FUEGO FINAL
Pero tú ven aquí, óyeme y calla.
Eres pequeña como un jazmín menudo.
El mundo se abrasa, ¿no sientes cómo cruje?
Pero tú eres mínima. Apenas abultas más que un corazón dormido.
Tu pelo rubio quiere todavía ondear en el viento.
Quiere en el aire o plomo ser imagen de brisas,
ignorando las llamas que crepitan ya próximas.
Amor, amor, el mundo va a acabarse.
Eres hermosa como la esperanza de vivir todavía.
Como la certidumbre de quererte un día y otro día.
Tierna, como ese dulce abandono de las noches de junio,
cuando un verano empieza seguro de sus cielos.
Niña pequeña o dulce que eres amor o vida,
promesa cuando el fuego se acerca,
promesa de vivir, de vivir en los mayos,
sin que las llamas que van quemando el mundo
te reduzcan a nada, oh mínima entre lumbres.
Vas a morir quizá como muere la luz,
esa débil candela que las llamas asumen.
Vas a morir como alas no de pájaro,
sino de débil luz que unos dedos sujetan.
Bajo los besos últimos otra luz se despide.
No te pido el amor, ni tu vida te pido.
Me quedo aquí contigo. Somos la luz unida,
esa espada en la sombra que inmóvil va a abrasarse,
va a derretirse unida cuando las llamas lleguen.
Vicente Aleixandre
De mundo a solas (1950)
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