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8 de julio de 2016

El vaciadero, Enrique Lihn

  EL VACIADERO

No se renueva el personal de esta calle:
el elenco de la prostitución gasta su último centavo en maquillaje
bajo una luz polvorienta que se le pega a la cara
Una doble hilera de caries, dentadura de casas desmoronadas
Es la escenografía de esta Danza Macabra
trivial bailongo sabatino en la pústula de la ciudad.

Es una cara conocida llena de
costurones con lívidas cicatrices
bajo unos centavos de polvo,
y que emerge de todas las grietas de la ciudad,
en este barrio más antiguo que el Barrio de los Alquimistas
como la cara sin cuerpo del caracol ofreciéndose
en los dos sexos de su cuello andrógino
blandamente fálico y untado de baba vaginal
el busto de un boxeador que muestra las tetas
en el marco de un socavón.

No avanza ni retrocede el río en ese tramo descolorido y bullente alrededor de la compuerta
El mecanismo de un reloj descompuesto cuelga como la tripa de un pescado
de la mesita de noche
entre los rizos de una peluca rosada
La fermentación de las aguas del tiempo que se enroscan alrededor del detritus
como el caracol en su concha
el éxtasis de lo que por fin sepudre para siempre.

Enrique Lihn

De A partir de Manhattan (1979)

7 de julio de 2016

La pieza oscura, Enrique Lihn

 LA PIEZA OSCURA

La mixtura del aire en la pieza oscura, como si el cielorraso hubiera amenazado
una vaga llovizna sangrienta.
De ese licor inhalamos, la nariz sucia, símbolo de inocencia y de precocidad
juntos para reanudar nuestra lucha en secreto, por no sabiamos no ignorábamos qué causa;
juegos de manos y de pies, dos veces villanos, pero igualmente dulces
que una primera pérdida de sangre vengada a dientes y uñas o, para una muchacha
dulces como una primera efusión de su sangre.

Y así empezó a girar la vieja rueda —símbolo de la vida— la rueda que se atasca como si no volara,
entre una y otra generación, en un abrir de ojos brillantes y un cerrar de ojos opacos
con un imperceptible sonido musgoso.
Centrándose en su eje, a imitación de los niños que rodábamos de dos en dos, con las orejas rojas
—símbolos del pudor que saborea su ofensa— rabiosamente tiernos, la rueda dio unas vueltas en falso como en una edad anterior a la invención de la rueda
en el sentido de las manecillas del reloj y en su contrasentido.
Por un momento reinó la confusión en el tiempo. Y yo mordí largamente en el cuello a mi prima Isabel,
en un abrir y cerrar del ojo del que todo lo ve, como en una edad anterior al pecado
pues simulábamos luchar en la creencia de que esto hacíamos; creencia rayana en la fe como el juego en la verdad
y los hechos se aventuraban apenas a desmentirnos
con las orejas rojas.

Dejamos de girar por el suelo, mi primo Angel vencedor de Paulina, mi hermana; yo de Isabel, envueltas ambas
ninfas en un capullo de frazadas que las hacía estornudar —olor a naftalina en la pelusa del fruto—.
Esas eran nuestras armas victoriosas y las suyas vencidas confundiendose unas con otras a modo de nidos como celdas, de celdas como abrazos, de abrazos como grillos en los pies y en las manos.
Dejamos de girar con una rara sensación de vergüenza, sin conseguir formularnos otro reproche
que el de haber postulado a un éxito tan fácil.
La rueda daba ya unas vueltas perfectas, como en la época de su aparición en el mito, como en su edad de madera recién carpintereada
con un ruido de canto de gorriones medievales;
el tiempo volaba en la buena dirección. Se lo podía oír avanzar hacia nosotros
mucho más rápido que el reloj del comedor cuyo tic-tac se enardecía por romper tanto silencio.
El tiempo volaba como para arrollarnos con un ruido de aguas espumosas más rápidas en la proximidad de la rueda del molino, con alas de gorriones —símbolos del salvaje orden libre— con todo él por único objeto desbordante
y la vida —símbolo de la rueda— se adelantaba a pasar tempestuosamente haciendo girar la rueda a velocidad acelerada, como en una molienda de tiempo, tempestuosa.
Yo solté a mi cautiva y caí de rodillas, como si hubiera envejecido de golpe, presa de dulce, de empalagoso pánico
como si hubiera conocido, más allá del amor en la flor de su edad, la crueldad del corazón en el fruto del amor, la corrupción del fruto y luego... el carozo sangriento, afiebrado y seco.

¿Qué será de los niños que fuimos? Alguien se precipitó a encender la luz, más rápido que el pensamiento de las personas mayores.
Se nos buscaba ya en el interior de la casa, en las inmediaciones del molino: la pieza oscura como el claro de un bosque.
Pero siempre hubo tiempo para ganárselo a los sempiternos cazadores de niños. Cuando ellos entraron al comedor, allí estábamos los ángeles sentados a la mesa
ojeando nuestras revistas ilustradas —los hombres a un extremo, las mujeres al otro—
en un orden perfecto, anterior a la sangre.

En el contrasentido de las manecillas del reloj se desatascó la rueda antes de girar y ni siquiera nosotros pudimos encontrarnos a la vuelta del vértigo, cuando entramos en el tiempo
como en aguas mansas, serenamente veloces;
en ellas nos dispersamos para siempre, al igual que los restos de un mismo naufragio.
Pero una parte de mí no ha girado a compás de la rueda, a favor de la corriente.
Nada es bastante real para un fantasma. Soy en parte ese niño que cae de rodillas
dulcemente abrumado de imposibles presagios
y no he cumplido aún toda mi edad
ni llegaré a cumplirla como él
de una sola vez y para siempre.

Enrique Lihn
De La pieza oscura (1963)

6 de julio de 2016

Geneve, Enrique Lihn

GENEVE

La luz desplaza, cumple un arcoiris
que se dispersa sobre el lago Leman
y, más allá, se me asimila al cielo.
Árbol del agua en que la luz florece,
limpio trabajo de una fuente: el chorro
que, ociosamente, ajusta los espacios
en el centro de un mar en miniatura.
Genéve, la primavera tiene un nombre
que una bella mujer compartiría.
La soledad no duele. . . convalece
por unas horas que el reloj le cede.
Alguien canta en el lago; pasa el mundo
circundado de mágicas montañas
y niños suizos de la mano. Es tiempo
de observar a los cisnes.


Enrique Lihn

5 de julio de 2016

Ángel de rigor, Enrique Lihn



Ángel de rigor

Tarde por la mañana se hizo ver
a mi puerta qué ángel más terrible
esa misma muchacha a quien amé
en silencio hace cosa de cien años
La frustración de padre y señor mío
negándose a un incesto metafórico
que lo sepulta bajo siete capas
del alquitrán del sueño
Y me cogiste
en la debilidad del mediodía
Un soplo al corazón de la edad media
como el golpe que quiebra así el espejo
antes del baño, cuando un tipo insomne
bebe de la fatiga de sí mismo
un trago largo con sabor a muerte
Y no pude dejar de entrar contigo
con el cuerpo en la boca, digo, el alma
mismamente en la cama de mi hija
en un estado de inseguridad
el viejo efecto del deslumbramiento
Era como acostarse con un ángel
sin la preparación física mínima
tras una noche en blanco, de verano
Natural fue que nada resultara
La indecisión se apoderó de mí
y de ti, por rimar, la decepción
Herido y muerto del amor que huía
en el momento mismo de su aparición
Disminución de Alicia al ir creciendo
al otro lado de un espejo roto
en el país de Nada y Nunca Más
reverso exacto de esas maravillas.


Enrique Lihn
De Al bello aparecer de este lucero (1983)

28 de junio de 2016

Market Place, Enrique Lihn

MARKET PLACE

Cirios inmensos para siempre encendidos,
surtidores de piedra, torres de esta ciudad
en la que, para siempre, estoy de paso
como la muerte misma: poeta y extranjero;
maravilloso barco de piedra en que atalayan
los reyes y las gárgolas mi oscura inexistencia.
Los viejos tejedores de Europa todos juntos
beben, cantan y bailan sólo para sí mismos.
La noche, únicamente, no cambia de lugar,
en el barco lo saben los vigías nocturnos
de rostros mutilados. Ni aun la piedra escapa

—igual en todas partes— al paso de la noche.

Enrique Lihn

16 de noviembre de 2015

Ciudades, Enrique Lihn


CIUDADES


Ciudades son imágenes.
Basta con un cuaderno de escolar para hacer
la absurda vida de la poesía
en su primera infancia:
extrañeza elevada al cubo de Durero,1
y un dolor que no alcanza a ser él mismo,
melancólicamente.
Dos ratas blancas giran en un círculo
a la velocidad de la neurosis;
después de darme vueltas sesenta días justos
en el gran mundo como en una jaula,
me concentro en un solo pensamiento:
ratas que giran.
Blanca, velluda, diminuta esfera
partida en dos mitades que brincan por juntarse,
pero donde fue el tajo, la perpleja lisura
y el dolor, ahora están esas patitas,
y en medio de ellas sexos divisorios,
sexos compensatorios.
Nos salen cosas donde fuimos seres
aparte enteramente, enteramente aparte.
Cinco minutos de odio, total. cinco minutos.
Ciudades son lo mismo que perderse en la calle
de siempre, en esa parte del mundo, nunca en otra.
¿Qué es lo que no podría dar lo mismo
si se le devolviera al todo, en dos palabras,
el ser mezquinamente igual de lo distinto?
Sol del último día; ¡qué gran punto final
para la poesía y su trabajo!
En el gran mundo como en una jaula
afino un instrumento peligroso.

1 El poliedo de Durero.


Enrique Lihn

15 de noviembre de 2015

A Roque Dalton, Enrique Lihn

   A Roque Dalton

Soy un poco poeta del chambergo flotante,
de los quevedos flotantes, de la melena y la capa española;
un viejo actor de provincia bajo una tempestad artificial
entre los truenos y relámpagos que chapucea el utilero.
Si mal no recuerdo, monólogo, me esmero
en llenar el vacío en que moldeo mi voz,
y la palabra brilla por su ausencia
y el drame me es impenetrable.
Envejezco al margen de mi tiempo
en el recuerdo de unos juegos florales
porque no puedo comprender exactamente la historia.

Enrique Lihn 
De La musiquilla de las pobres esferas, Editorial Universitaria, Colección Letras de América dirigida por Pedro Lastra. (1969)

14 de noviembre de 2015

La pieza oscura, Enrique Lihn

LA  PIEZA  OSCURA

La mixtura del aire en la pieza oscura, como si el cielorraso hubiera amenazado
una vaga llovizna sangrienta.
De ese licor inhalamos, la nariz sucia, símbolo de inocencia y de precocidad
juntos para reanudar nuestra lucha en secreto, por no sabíamos
no ignorábamos que causa;
juego de manos y de pies, dos veces villanos, pero igualmente dulces
que una primera perdida de sangre vengada a dientes y uñas o, para una muchacha
dulces como una primera efusión de su sangre.

Y así empezó girar la vieja rueda -símbolo de la vida- la rueda
que se atasca como si no volara,
entre una y otra generación, en un abrir de ojos brillantes y un cerrar de ojos opacos
con un imperceptible sonido musgoso.
Centrándose en su eje, a imitación de los niños que rodábamos de
dos en dos, con las orejas rojas -símbolos del pudor que saborea su ofensa- rabiosamente tiernos,
la rueda dio unas vueltas en falso como en una edad anterior a la invención de la rueda
en el sentido de las manecillas del reloj y en su contrasentido.
Por un momento rein6 la confusi6n en el tiempo. Y yo mordí,
largamente en el cuello a mi prima Isabel,
en un abrir y cerrar del ojo del que todo lo ve, como en una edad
anterior al pecado
pues simulábamos luchar en la creencia de que esto hacíamos;
creencia rayana en la fe como el juego en la verdad
y los hechos se aventuraban apenas a desmentirnos
con las orejas rojas.
Dejamos de girar por el suelo, mi primo Angel vencedor de Paulina,
mi hermana; yo de Isabel, envueltas ambas
ninfas en un capullo de frazadas que las hacia estornudar –olor
a naftalina en la pelusa del fruto-.
Esas eran nuestras armas victoriosas y las suyas vencidas
confundiéndose unas con otras a modo de nidos como celdas,
de celdas como abrazos, de abrazos como grillos en los pies
y en las manos.
Dejamos de girar con una rara sensaci6n de vergüenza, sin conseguir
formularnos otro reproche
que el de haber postulado a un éxito tan fácil.
La rueda daba ya unas vueltas perfectas, como en la época de su
aparición en el mito, como en su edad de madera recién carpintereada
con un ruido de canto de gorriones medievales;
el tiempo volaba en la buena dirección. Se lo podía oír avanzar hacia nosotros
mucho más rápido que el reloj del comedor cuyo tic-tac se enardecía
por romper tanto silencio.
El tiempo volaba como para arrollarnos con un ruido de aguas
espumosas más rápidas en la proximidad de la rueda del molino,
todo él por único objeto desbordante
y la vida -símbolo de la rueda- se adelantaba a pasar
tempestuosamente haciendo girar la rueda a velocidad acelerada,
como en una molienda de tiempo, tempestuosa.
Yo solté a mi cautiva y caí de rodillas, como si hubiera envejecido
de golpe, presa de dulce, de empalagoso pánico
como si hubiera conocido, más allá del amor en la flor de su edad,
la crueldad del coraz6n en el fruto del amor, la corrupción
del fruto y luego.. . el carozo sangriento, afiebrado y seco.

iQué será de los niños que fuimos? Alguien se precipitó a encender
la luz, más rápido que el pensamiento de las personas mayores.
Se nos buscaba ya en el interior de la casa, en las inmediaciones del
molino: la pieza oscura como el claro de un bosque.
Pero siempre hubo tiempo para ganárselo a los sempiternos
cazadores de niños. Cuando ellos entraron al comedor, allí
estábamos los ángeles sentados a la mesa
ojeando nuestras revistas ilustradas -los hombres a un extremo, las mujeres al otro-
en un orden perfecto, anterior a la sangre.

En el contrasentido de las manecillas del reloj se desatascó la rueda
antes de girar y ni siquiera nosotros pudimos encontrarnos
a la vuelta del vértigo, cuando entramos en el tiempo
como en aguas mansas, serenamente veloces;
en ellas nos dispersamos para siempre, al igual que los restos de un mismo naufragio.

Pero una parte de mi no ha girado al compás de la rueda, a favor de la corriente.
Nada es bastante real para un fantasma. Soy en parte ese niño que
cae de rodillas
dulcemente abrumado de imposibles presagios
y no he cumplido aún toda mi edad
ni llegaron a cumplirla como él
de una sola vez p para siempre.

Enrique Lihn de La pieza oscura (1955 - 1962)


Editorial Universitaria S.A. 1963

13 de noviembre de 2015

[Nada tiene que ver el dolor.. .] Enrique Lihn

[Nada tiene que ver el dolor.. .]

Nada tiene que ver el dolor con el dolor
nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas
No hay nombres en la zona muda
Allí, según una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus nuevos amantes
acicalada hasta la repugnancia, y los médicos
son sus peluqueros, sus manicuros, sus usurarios usuarios
la mezquinan, la dosifican, la domestican, la encarecen
porque esa bestia tufosa es una tremenda devoradora
Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que me retracto
todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas
y éste no es más que otro modo de viciarlas
Quizá los médicos no sean más que sabios y la muerte -la niña
de sus ojos- un querido problema
la ciencia lo resuelve con soluciones parciales, esto es, difiere
su nódulo insoluble sellando una pleura, para empezar
Puede que sea yo de esos que pagan cualquier cosa por esa tramitación
Me hundiré en el duelo de mí mismo, pero cuidando de mantener
ciertas formas como ahora en esta consulta
Quiero morir (de tal o cual manera) ese es ya un verbo descompuesto
y absurdo, y qué va, diré algo, pero razonable
mente, evidentemente fuera del lenguaje en esa
zona muda donde unos nombres que no alcanzan a ser
cuando ya uno, qué alivio, está muerto, olvidado ojalá previamente de sí mismo
esa cosa muerta que existe en el lenguaje
y que es su presupuesto
Invoco en la consulta al Dios
de la no mismidad, pero sabiendo que se trata
de otra ficción más
sobre la unión de Oriente y Occidente
de acápites, comentarios y prólogos
Un muerto al que le quedan algunos meses de vida tendría que aprender
para dolerse, desesperarse y morir, un lenguaje limpio
que sólo fuera accesible más allá de las matemáticas a especialistas
de una ciencia imposible e igualmente válida
un lenguaje como un cuerpo operado de todos sus órganos
que viviera una fracci6n de segundo a la manera del resplandor
y que hablara lo mismo de la felicidad que de la desgracia
del dolor que del placer, con una sonriente
desesperación, pero esto es ya decir
una mera obviedad con el apoyo
de una figura ret6rica
mis palabras no pueden obviamente atravesar la barrera de ese lenguaje desconocido
ante el cual soy como un babuino llamado por extraterrestres a interpretar
el lenguaje humano
Ay dios habría que hablar de la felicidad de morir en alguna inasible forma
de eso que acompañó a la inocencia al orgasmo a todos y a cada uno
de los momentos que improntaron la memoria
con impresiones desaforadas
Cuando en la primera polución
-mucho más mística que la primera comunión- pensabas en Isabel
ella no era una persona sino su imagen el resplandor orgástico de esa creatura
que si vivió lo hizo para otros diluyéndose para ti carnalmente en el tiempo de los demás
sin dejar más que el rastro de su resplandor en tu memoria
eso era la muerte y la muerte advino y devino
el click de la máquina de memorizar esa repugnante devoradora
acicalada en palabras como éstas tu poesía, en suma es la muerte
el sueño de la letra donde toda incomodidad tiene su asiento
la cárcel de tu ser que te privaba del otro nombre de amor escrito silenciosamente en el muro o figuras obscenas untadas de vómito
tu vida que -otra palabra- se deslizó, sin haberse podido
engrupir en lo existente detenerse en lo pasajero hundir el hocico
feliz en el comedero, golpear por un asilo nocturno
con el amor como con una piedra
la muerte fue la que se disfrazó de mujer en el altillo
de una casa de piedra y para ti de sombra y humo y nada
porque ya no podías enamorar a su dueña, temblando
del placer de perderla bajo una claraboya con telarañas
tienes que reconstituir ese momento ahora que la dueña de la casa es la muerte
y no la otra, esa nada ese humo esa sombra
darte el placer de ser ella y de unirte a ella como los labios de Freud
que se besan a sí mismos


Enrique Lihn

Del libro DIARIO DE MUERTE, Colección Fuera de serie Editorial Universitaria (1989)

12 de noviembre de 2015

Noticias de Babilonia, Enrique Lihn

Noticias de Babilonia, Enrique Lihn

Error, me das la cara incorregible,
uno a uno los pasos de la prueba
en la medida misma en que te alejan
extienden la frontera de tu reino.

No se ha perdido nada de la muerte
ni del primer contacto peligroso,
con todo lo que fuimos a vivirnos,
a pesar del rosario y por su culpa.

Cuando se deshicieron nuestras piernas
del cuatro, nació el sexo en la miseria.
Era una tumba todo ese silencio
y el amor al silencio el primer paso.

Iglesia de los Padres Capuchinos,
Iglesia de los Padres Alemanes,
lo del cordero fue una historia cruel
lo de la eternidad mi pesadilla.

Seres amados que se me escaparon
de los dedos, camino de los cielos,
estamos vivos pero desdoblados:
sigo allí en ese misterio doloroso.

Pruebas al canto del error: viví
entre columnas de arrepentimiento,
bajo un ruido de alas de cigüeña,
sometido al rigor de la inocencia.

Música en que aprendí mi silabario
de la Pasión según Santa Vitrola,
Palacio de Cristal allá en lo alto
lleno del cacareo de los ángeles.

Calle de Dios perdida para el mundo
sobre la cual el cielo demostraba
con el compás solar, mórbidamente,
la belleza perfecta del divino.

Atardecer que se nos iba hundiendo
mientras soplaba, en un silencio exacto,
un mal barroco de alas estropeadas
su trompetilla, oleajes

acantilados montes de la luna
playas del sol para que allí fondearan
por millares los barcos de la muerte,
todo como en la palma de mi mano.

Abuela de escribir, máquina mía,
ya no corre la sangre por mis venas:
de agua bendita soy un pudridero,
llenas de musgo y podre están las llagas.

Este que vino a Babilonia en cuatro
caballos sucesivos
huyendo del camino de Damasco,
es el quinto jinete apocalíptico.

No había amor humano que cortara
el aliento al amor a lo divino
sin convertir de golpe al corazón
por asfixia en "el órgano del miedo"*.

Y en plena asfixia vi cómo cruzaba
Calle de Dios abajo, perdidiza
quebrándome la línea del destino,
Erika: el paraíso en bicicleta.

Adiós, bajo este signo: mala estrella
polar preludio de lo que no es,
mi soledad babea tango a tango
el repertorio de las que se fueron.

Corriente de mujeres migratorias
de toda pluma, el cazador se emperra
en olfatear la sombra de la carne
que trae el perro-rio entre los dientes.

Este pequeño aborto del infierno
vino al mundo a lavarlo del pecado.
San Francisco de Asís había muerto,
alguien tenía que resucitarlo.

Iglesia de los Padres Capuchinos,
Angel de la Trompeta en la ventana.
Dios es amor, reparto a domicilio.
Alguien tenía que resucitarlo.

Vino al mundo con flores a María
en un decir Asís y "Vamos todos".
Para la eternidad no hay muerto eterno.
Alguien tenia que resucitarlo.

Lo del cordero fué una historia cruel,
ese primer contacto peligroso.
No se ha perdido nada con la muerte
dice la eternidad, mi pesadilla.

Máquina de morir, abuela eterna,
contra mi corazón arrodillado
se me humilla de pronto la cabeza,
mi corazón, "el órgano del miedo".

Contra el error no he dado con la fórmula
Alquimia del amor a lo divino
irreversible como la locura,
nunca di con el oro de lo humano.

Ni aun la poesía me consuela:
es inviolable "El Gran Brillante"* o
cada una de esas vainas metafísicas
déla botica celestial, no hay nada**

nadie que pase intacto la barrera
de lo que fue una vez lo prohibido
sin meterse en el lecho de Yocasta
bajo la gran sonrisa de la Esfinge.

De las pobres esferas sube y sube
esta miseria de la musiquilla:
un solo de trompeta que se ahoga
frente al solo de sol de la respuesta.

Elevado silencio a todo cubo
resonando en la callea toda pala,
alli abajo recogen la basura.
Venid y vamos todos al infierno.

A la ciudad de Babilonia llega

el desconsuelo de la musiquilla.

 Enrique Lihn

 •Me lo dijo mi hermano: según Nietzsche "La música es el órgano del miedo".
•El Gran Brillante de la Oda a Charles Fourier, de André Bretón
**La farmacopea celeste, de Baudelaire.



  Enrique Lihn de La musiquilla de las pobres esferas, Editorial Universitaria, Colección Letras de América dirigida por Pedro Lastra. (1969)

11 de noviembre de 2015

Nieve, Enrique Lihn

NIEVE

Cómo te gustaría suspender esta peregrinación
       solitaria
y retomarla luego que pase, compañera de viaje, la
       fatiga
del extranjero para el cual todo se mezcla a ella,
aun en medio del mayor encantamiento.
Como ayer mientras el viejo Brueghel montaba para
       ti su tabladillo,
nada menos que en el Museo Real de Bellas Artes;
ángeles y demonios, y sin embargo habías perdido
       tantas veces
esa misma batalla minuciosa
que ahora el pincel mágico del viejo la libraba
del otro lado de un espejo oscuro. Retuviste el aliento,
en honor a lo real, para dejarlo hacer
su trabajo de siempre sin un nuevo testigo.
La nieve era en Bruselas otro falso recuerdo
de tu infancia, cayendo sobre esos raros sueños
tuyos sobre ciudades a las que daba acceso
la casa ubicua de los abuelos paternos:
peluquerías en las largas calles; espejos, en lugar de
       puertas, rebosantes
de pintadas columnas giratorias;
tiendas, invernaderos, palacios de cristal, la oveja que
       balaba,
mitad juguete mitad inmolación
del cordero pascual, y reconoces
el Boulevard du Jardin Botanique, por alguna razón
       tan misteriosa
como la nieve.
¿Dónde está lo real? No hiere preguntarlo ni
       importa que uno sepa de memoria
las exactas respuestas del maestro y los suyos
entre los cuales vive tu voluntad. No importa.
Entiendes bien que el solipsismo es una coartada
del poder contra el espíritu. Pero aquí, en el más
       absoluto aislamiento, se es víctima de
       impresiones curiosas,
a la vuelta de una esquina que nunca parece
       exactamente la misma
como si las calles caminaran contigo, participando de
       tu desconcierto.
Estabas advertido: había que viajar en compañía, pero
en cambio viniste del otro lado del mundo
para mirar tu soledad a la cara
y lo demás que ahora no interesa.
Esta forma del ser, obstinada en impugnarlo; celosa
de toda ambigüedad, la conoces
como Edipo a la Esfinge, horma de su zapato.
Nieva en Bruselas y en tus falsos recuerdos. Piensas:
       «es mi fatiga.
Ella es la que no se extraña de nada».
El viejo cierra a las cinco su caja de Pandora.
       Demasiado temprano, ya lo sabes.
Como si dispusiera de lo eterno, otra vez, la noche
       se da el lujo de caer lentamente
sobre la Gran Plaza que ha encendido su torre
en un dorado Oficio de Tinieblas,
y es tu familiaridad la sorprendida
con un mundo en que el logos fue la magia.
Piedras transfiguradas por las manos del hombre
hasta hacerse tocar por los ángeles mismos:
ocios del gótico tardío. No,
nada te habría encaminado a lo oscuro que te
       significara
la recuperación de una embriaguez perdida
con los años de triste aprendizaje.
Pero, en fin, habías bebido unos vasos de cerveza
       por lo que pudiera ocurrir y fue el temor
de que nada ocurriera sino sólo en ti mismo
el primero en empujarte en esa dirección.
Rue des Chanteurs, rue de la Bienfaisance; los nombres
       cambian de sonido y lugar
igual, en todas partes, permanece,
bajo luces distintas esa tierra de nadie, lindando con
       el Reino de las Madres:
su viejo cómplice y enemigo de siempre.
Tu distracción tomaba la forma de la nieve,
       ahora ese lejano resplandor
que todo lo cubría vagamente, hasta la aparición
       articulada
de la mujer, en su pequeña vitrina, como ahogada
       en una luz incierta.
Y sonreía sólo para sí misma.
No fue ella, por cierto, la anfitriona; allí estaba
       la otra,
esa que reconocerías entre miles, cuyo nombre
       ha cambiado tantas veces,
pronta a participar, por un momento, en el diálogo.
       Sólo lo justo para hacerse presente
como si nunca nada pudiera comenzar.

Enrique Lihn

De Poesía de paso, Premio Casa de las Américas 1966





Leonardo Dellepiane (Peru) leyendo Nieve de Enrique Lihn

Video poético del Café Literario del Jueves 08 de Julio de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue La Nieve y coordino la velada Jose Luis Colombini.

10 de noviembre de 2015

De todas las desesperaciones... Enrique Lihn

De todas las desesperaciones...

De todas las desesperaciones, la de la muerte tiene que ser la peor
ella y el miedo a morir, cruz y raya
cuando ya se puede pronosticar el día y la hora
Hay una fea probabilidad de que el miedo a morir y la desesperación de la muerte sean normalmente inseparables como la uña y la carne
Recuerdo a un amigo de otros años él huía de noche de su casa y del hospital
sin más salvoconducto que el que se daría a un condenado en el infierno
por ellas, condenadamente bellas
exigía con argumentos propios de la ciencia de la locura
que lo recibieran en esas casas como huésped estable
me parece ver cómo al final de esas conversaciones imposibles
era reconducido a su madriguera por las señoras y los esposos
en medio del gran silencio, él, el gnomo de la selva negra del amanecer
de vuelta a su anticasa
o al aeródromo de los hospitales para que no perdiera su vuelo.


Enrique Lihn

Del libro DIARIO DE MUERTE, Colección Fuera de serie Editorial Universitaria (1989)

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