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Mostrando entradas con la etiqueta Horacio Castillo. Mostrar todas las entradas

13 de junio de 2018

Tren de ganado, Horacio Castillo


Tren de ganado

Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba por todos los destinados al sacrificio.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche se había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando la cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos en silencio las uñas de los muertos.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde la estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo quedaron detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de cera navegando hacia el sol,
y a nuestro lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma mía, vaca coronada de nardos y violetas.


Horacio Castillo

12 de junio de 2018

Anquises sobre los hombros, Horacio Castillo


Anquises sobre los hombros

Todos llevamos, como Eneas, a nuestro padre sobre los hombros.
Débiles aún, su peso nos impide la marcha,
Pero luego se vuelve cada vez más liviano,
Hasta que un día deja de sentirse
y advertimos que ha muerto.
Entonces lo abandonamos para siempre
En un recodo del camino
y trepamos a los hombros de nuestro hijo.

Horacio Castillo

21 de agosto de 2017

Navegante solitario II, Horacio Castillo


NAVEGANTE SOLITARIO II

Después aparecieron los arrecifes: un ojo de vidrio,
una esmeralda en medio del océano. Y la luz
cayó de golpe sobre mí como aceite hirviendo, como un
arpón.
Hasta entonces no habíamos conocido la luz.
Lo que llamábamos luz era sólo un reflejo.
Aquello que se posaba sobre el alféizar de la ventana era
un simulacro.
La luz era esto: correas ciñendo los músculos.
La luz era esto: grasa en los ojos, en la boca.
Hasta entonces no habíamos conocido la luz
Esa noche, bajo las grandes hojas del verano,
pagamos el diezmo de nardo y vainilla.
Y se arqueó la cadera del mundo. Al amanecer,
libres para siempre de toda oscuridad,
salimos nuevamente al mar azul,
cantando al ritmo de los remos la antigua canción:
Hacia el horizonte que siempre se aleja,
hacia el horizonte que arroja su red,
hacia el horizonte que nos hace temblar,
hacia el horizonte que esconde al gran pez,
hacia el horizonte del poder desconocido,
hacia el horizonte, siempre hacia el primogénito,
para recibir el alma real, para servir a un amo mejor.


Horacio Castillo

20 de agosto de 2017

La casa del ahorcado, Horacio Castillo

La casa del ahorcado

Las puertas estaban abiertas, las ventanas estaban
     abiertas,
las paredes horadadas como por un trépano,
y donde había estado el techo ahora sólo se veían
vigas rotas y hierros retorcidos.
La luz entraba violentamente por todas partes,
descubría frescos obscenos en la mancha de
     humedad,
doraba las hornacinas donde dormían las paloma.
En el centro de la sala, junto al brasero apagado,
una mujer vestida de rojo devanaba en la rueca un hilo
      negro,
como un cordón umbilical que salía del fondo de la
      tierra.
En otra habitación, mascando restos de tul,
una niña miraba las hormigas que subían al lecho
y oscurecían el lado izquierdo de la almohada.
Y en el patio, donde triscaban las cabras,
un niño recogía ojos multicolores,
hasta encontrar su propio par de ojos
con los que veía por primera vez la oscuridad.
Detrás del limonero, junto al pozo ciego,
dos jóvenes se vendaban los ojos,
mientras la gente iba y venía, recorría
en silencio las habitaciones, tomaba fotografías,
caminaba hasta el fondo donde una muchacha con
      cabello de azafrán
vendía escapularios y souvenirs: madera del árbol
       nefando,
fragmentos de la cuerda que había entibiado el cuello,

el ojo al fin azul del prisionero.

Horacio Castillo

19 de agosto de 2017

Encrucijada, Horacio Castillo

ENCRUCIJADA

Esa es la voz de Hécate.
Esa es la mano izquierda del destino.
La luna enrojece el paisaje,
esparce sobre el mundo la locura y la muerte.
Y ella canta en la encrucijada.
Allí donde el cuerpo se triplica,
donde se triplican los ojos y los pies
pero no el corazón,
allí donde cae la cabeza del condenado,
donde no hay perdón.
Ella canta en la encrucijada
y su canto abre las puertas del infierno.
Ella canta en la encrucijada
y se retuercen los epilépticos.
Ella canta en la encrucijada
y el alacrán arrastra su víctima al tálamo de fuego
Ella canta en la encrucijada
y el cuerpo y el alma desatan su terrible nudo.
Ella canta:
“Oh, cómplice de la noche,
reina de los muertos y de los fantasmas,
trivia,
el corazón estrábico mira a derecha e izquierda,
adelante y atrás,
se mira a sí mismo y a su doble.”
Ella canta en la encrucijada.
Pero alguien saldrá esta noche como ladrón a los
caminos,
pisará los escalones de lo desconocido,
traerá de los cabellos la cabeza del sol.
Para arrojarla a sus pies,
para que su canto no cese,
para que siga brotando de sus pechos
la leche caliente de la fatalidad.



Horacio Castillo

18 de agosto de 2017

Poema Para Ser Recitado En La Barca De Caronte, Horacio Castillo

Poema Para Ser Recitado En La Barca De Caronte 

El paisaje es más hermoso de lo que habíamos imaginado:
Estas murallas que caen a pico sobre nosotros,
Aquel sol negro descendiendo sobre la laguna,
Allá, a estribor, un arco iris que refracta la niebla.
Pero esta moneda de hierro entre los dientes,
Este óbolo que debemos morder hasta el término del viaje,
Cierra la boca que desea cantar.
Cantar para estas almas tristes sentadas en el banco,
Mientras el cómitre marca con el látigo el compás,
Mientras ordena remar sin interrupción,
Cada vez más fuerte, cada vez más rápido, más lejos de la luz.

Horacio Castillo


17 de agosto de 2017

Epitafio, Horacio Castillo

Epitafio

Ni la rosa perfecta ni el laurel público:
nardo y albahaca, anís, lavanda, nuez moscada,
y que el aire del alba esparciendo su aroma

avise al peregrino: Este vivió.

Horacio Castillo

16 de agosto de 2017

Historia Calamitatum, Horacio Castillo

HISTORIA CALAMITATUM

Esta pena es pasajera, no eterna.
Tiende a purificar, no a condenar.
Segunda carta de Abelardo a Heloísa

¿Adónde ir ahora? ¿Cómo reaparecer ante el público,
para que todos me señalen con el dedo
y se ensañe la compasión? Ya no soy, para el mundo,
sino un espectáculo abominable, escándalo, un eunuco
excluido. como animal mutilado, de la asamblea de
Dios.
La ley homicida me ha juzgado de esta manera
para que purgue las seducciones de la carne y del siglo,
pero el aguijón del pensamiento ¡más poderoso que el
de la carne, aviva la hoguera de la voluptuosidad
y el fuego se propaga desde el cielo al infierno.
El dolor infligido exaspera todavía más
porque el pensamiento, ay, a diferencia de la sensación,
no se consuma, y se revuelve sobre sí mismo
buscando esa muerte donde todo halla reposo.
Para mí no hay corona, y puesto que un abismo
separa de la esposa blanca por los huesos,
espero otro nombre mejor que el de esposo,
el nombre verdadero que jamás perece.


Horacio Castillo

15 de agosto de 2017

El foso, Horacio Castillo



El foso

Respiré por última vez el aroma de los eucaliptos
y pasé bajo el arco donde estaba escrito: Aquí termina el mundo.
¿Dónde estamos? -preguntó el niño que todavía no había nacido.
En ninguna parte -contestó el hombre que ya había muerto.
Y señalando en el medio del campo un inmenso foso
agregó: Todos saldrán por ese mismo lugar.
¿Dónde estamos? -preguntó el hombre escondiendo los ojos en el bolsillo de la chaqueta.
En ninguna parte -contestó la mujer plegando su cabellera como un mantel.
En ese momento el viento cambió de dirección
y sentí por primera vez el olor de la nada.
Y ese olor nos atormentó durante el resto de la jornada, y la jornada siguiente,
y todas las que siguieron hasta el fin de nuestros días.
¿Dónde estamos? -preguntó el hijo templando las cuerdas de las alambradas.
En ninguna parte -contestó el padre pasando una esponja sobre los árboles.
Pero los veteranos, encendiendo fogatas, se ponían a cantar
y todo parecía un alegre campamento de verano.
¿Dónde estamos? -preguntó el muchacho con el cordero sobre los hombros.
En ninguna parte -contestó la muchacha con el ramo de
nomeolvides en el pelo.
¿Cómo podíamos cantar mirando día y noche el negro foso?
Un día, sin embargo, el aire amaneció fragante;
olía a almidón, a cabello de mujer recién lavado,
acaso porque ese día ella descendió por el negro foso.
¿Dónde estamos? -preguntó el niño con el rayo de sol entre los dientes.
En ninguna parte -contestó el anciano revolviendo el caldo negro de la memoria.
Ese día, en cuclillas junto al fuego, empezamos a cantar.
Cantábamos bajo las duchas de la luna llena,
cantábamos pelando papas infinitamente oscuras,
cantábamos separando la uña de la carne.
Aun el último día entre los vivos cantamos.
En fila india, con el clavel de los mansos en el corazón,
caminamos lentamente hasta el borde del pozo.
¿Dónde estamos? -preguntó la niña que dormía con el ave fénix en sus brazos.
En ninguna parte -contestó la madre con el balde de olvido sobre la cabeza.
Así, tomados de la mano, esperamos el amanecer
y bajamos cantando a la eternidad.


Horacio Castillo
De Alaska, 1993               

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