20 de agosto de 2017

La casa del ahorcado, Horacio Castillo

La casa del ahorcado

Las puertas estaban abiertas, las ventanas estaban
     abiertas,
las paredes horadadas como por un trépano,
y donde había estado el techo ahora sólo se veían
vigas rotas y hierros retorcidos.
La luz entraba violentamente por todas partes,
descubría frescos obscenos en la mancha de
     humedad,
doraba las hornacinas donde dormían las paloma.
En el centro de la sala, junto al brasero apagado,
una mujer vestida de rojo devanaba en la rueca un hilo
      negro,
como un cordón umbilical que salía del fondo de la
      tierra.
En otra habitación, mascando restos de tul,
una niña miraba las hormigas que subían al lecho
y oscurecían el lado izquierdo de la almohada.
Y en el patio, donde triscaban las cabras,
un niño recogía ojos multicolores,
hasta encontrar su propio par de ojos
con los que veía por primera vez la oscuridad.
Detrás del limonero, junto al pozo ciego,
dos jóvenes se vendaban los ojos,
mientras la gente iba y venía, recorría
en silencio las habitaciones, tomaba fotografías,
caminaba hasta el fondo donde una muchacha con
      cabello de azafrán
vendía escapularios y souvenirs: madera del árbol
       nefando,
fragmentos de la cuerda que había entibiado el cuello,

el ojo al fin azul del prisionero.

Horacio Castillo

No hay comentarios:

Publicar un comentario