31 de diciembre de 2015

Cura Brochero, Osvaldo Guevara

CURA BROCHERO

Carmen sabe si un pájaro grita herido en la noche
y se estremece
como una mariposa con la salpicadura de una lágrima
cuando escucha el clamor de la vida con sed.

En la Casa de Ejercicios, en Villa Cura Brochero,
Carmen salió al patio con flores,
miró las flores,
miró el azuL
Y miraron con ella y rezaron con ella
las plantas,
las lajas calladas y sonoras,
los adobes ingenuamente encalados de la capilla,
los cuartos de retiro, rumorosos de oraciones y penumbras,
los insectos
mareados
por el zumo zumbante de la luz.

La tarde, como una paloma, vino a dormirse en su hombro.

Yo, que hace mucho que no me hablo con Dios
y hasta cambié de calle cuando pude encontrarlo,
cuando la toco a Carmen
siento que toco al Dios que de ella fluye,
que en ella se demora
como las madrugadas en los árboles de flores azules.

Sé que hay odios, rugidos, humaredas, cenizas, maldiciones.
Pero para salvarme de mis uñas de antaño
tiznadas de palpar corazones sombríos
o de rodear los pocillos del café de la pena y el miedo
me bastan sus ojos con claroscuros de pesebre,
sus palabras más dulces que el rozar de un arroyo en la memoria,
sus besos con aroma a patio con sol,
a fruta cortada por un niño,
a jazmines tiernamente colocados en los cabellos de la lluvia,
su manera de hablar con el paisaje de montaña y tañidos
haciendo que las piedras se emocionen con ella.
En Villa Cura Brochero, pueblito dé Córdoba
cuyo nombre evoca a un sacerdóte con poncho,
resero de almas chúcaras,
gaucho con un afilado crucifijo a la cintura,
Carmen me convirtió -o me devolvió- al azul con su gracia,
me inició en las fiestas de un cielo con Dios
entre los pastizales dorados de la altura.

Olvidé todo lo que sabía, todo lo que ignoraba,
para aprender tan sólo que nombrarla es como rezar,
que llamarla es desatar un viento piadoso entre los pétalos
y que aun callándolo
su nombre
suena a pisada descalza por un país de lumbres y asombros,
a alegría de agua que lava los pecados del mundo.

Yo desterré palabras, gestos, ademanes,
comparaciones torpes como máscaras bailoteantes
en la tarde de Cura Brochero
en que ella salió al patio con plantas de la Casa de Ejercicios
y logró que el azul se viniera a mi pecho
bajado por sus ojos.

Y me quedé con el silencio de Carmen para siempre,
con el resplandor de plegaria que le ronda los labios.

Y cuando es muy furiosa la hoguera de la sangre
o cuando todo está tan negro
que pienso que mi mano
no va a encontrar ya nunca
la llave de la luz,
grito
o digo
o murmuro
o simplemente callo:
Carmen.

Y los humos del odio y miedo se azulan
y una frescura de música me enjuga la frente
y la sombra se va de mi garganta y de mis uñas
y descubro en las calles rostros como campanas
y la vida, cantando, viene a dormirse en mi hombro
y no soy más que un nombre
su nombre
en el fragor del mundo

una palabra nueva pronunciada por Dios.


Osvaldo Guevara de Niña Carmen Maccio hermanos editores (1983)


30 de diciembre de 2015

Villa Dolores, en tu luz, Osvaldo Guevara

 VILLA DOLORES, EN TU LUZ

Villa Dolores, en tu luz
recuperé la primavera,
entré de nuevo en mi piel pura,
supe palabras sin dolor.
Por tu montaña van mis ojos
entre las cabras y las piedras hasta los ojos del azul.
Tus calles lentas son caminos
que a cualquier hora desembocan
en un domingo, una torcaz,
un rubio olor de amanecer.
Todo el amor que yo quería
para olvidar los desamores
está en mis brazos para siempre
como un cordero en la ternura
celeste y fiel de su pastor.
Una hija riente y presurosa
como un arroyo montañés
limpia de sales mi garganta.
Junto a la esposa, mis silencios
son hondos árboles con sol.

Villa Dolores, en tu luz
hallé mis manos, mis pisadas,
el rumbo exacto de mi sed.
Y ya mi vida no es incierta:
tiembla feliz, como mi sombra
cuando se acuna sobre el agua
brillante, joven, votadora,
entre las piedras y el azul.

Osvaldo Guevara de Niña Carmen Maccio hermanos editores (1983)

29 de diciembre de 2015

El polizón, Osvaldo Guevara

EL POLIZON

Sol naciente en el barrio. Claro el viento.
Canta un tren lejanías por el campo.
Un tren. A las ocho abre mi oficina.
Un tren. El sol. Viajar. Vivir despacio.
En ómnibus yo al centro. Pero antes
este perfume que no tiene horario
de yuyo analfabeto y masticable,
de verde suburbano.
Un tren. Lejos. Los índices del humo.
El horizonte tierno como un pasto.
Ir con el tren. Adónde? Adonde sea.
Ir con el tren eléctrico y elástico.
Me gusta ver andar a mi vecina.
Morena. Pies con talco.
En ómnibus al centro. El sol. El verde.
Un tren pitando azul es casi un barco.
La oficina. La gente. La corbata
en su sitio. En sus puestos los semáforos.
En el barrio las calles se desvisten.
La luz y las personas van despacio.
Salta al ómnibus, suelta, mi vecina.
Subo. Ella y su vestido son livianos.
Nos miramos de reojo. Después, nada.
(En un tren yo me le sentaba al lado.)


La oficina. La agenda. La birome.
Voy bien: las ocho menos cuarto.
Casi un barco aquel tren. Cierro los ojos.
Casi un tren. Casi un barco.
Vaivén. De barco y tren. Vaivén eterno.
No me quiero bajar. Esto es un barco.
Esto es un tren.
Esto es un barco.
Esto es un barco.

Ah, un barco.


Osvaldo Guevara de los zapatos de asfalto (1967)

28 de diciembre de 2015

Tú silaba, Jorge Ariel Madrazo

TU SILABA
de luz
¿paliar podrá
duelos
del planeta?
Encajes de la noche turban al
desvelado
lo obseden abismos de
ruina y
rocío
¿Fecundar podrá
tu sílaba de fe
la invasora legión
(prójimos
muertos)
laser curador será?
¿silabeo que restañe olvidos
al canyengue
compás del
final?


El fantasma
Tu día irreal quizás
comience
en esta taza imaginaria
su hipotético café
sólo
existió
ayer y
pensás
no obstante
que
podría ser éste un día como
cualquier otro quién
sería aquel
humanito
que lo sepa vivir
no más tu vida en
esta habitación
tu vida que finge serlo
porque
carne y
huesos pero nadie
nada sabe de tu
orfandad y la taza
del
blanquísimo café
rota en rara galaxia
hace un milenio
Tu boca pronuncia hoy
sílabas incongruentes
Al planeta
no lo conmueve tu sobrevida.
Este momento
de ahora
ya ocurrió. Tu fervor
comienza a cobijarse en el pasado.
Tu sangre la del año próximo
se empeña
la presumida

en fluir.

Jorge Ariel Madrazo

26 de diciembre de 2015

APRÉSTASE el escriba... Jorge Ariel Madrazo

APRÉSTASE el escriba
a blanquear su memoria (rasurar su
barba encanecida)
¿Le ha de quedar al menos
aquel pelo marfil?
¿Y nunca más la empecinada
pasión del alma? ¿Y se lanza
por ello
calle arriba / hecho un poseso
una ánima /en pena?
¿Una / pena sin ánima /
ya casi? ¿Y no atina a confesar
cuánto
lo ahuesa / tamaña turbación? ¿Ni quién /
ha de vivir / para contarlo? ¿Y
soñaría /
con exhibir alguna pose digna
en el final absurdo de su vida /

como nube que vaga y bala /
–perdida oveja– /
por arbitrario cielo?


a Luis Bacigalupo


Jorge Ariel Madrazo

25 de diciembre de 2015

Si a esto llamas "ruidos de la noche", Jorge Ariel Madrazo


Si a esto llamas "ruidos de la noche"
significa que la
noche
ánfora es, desfondando
aguada de ruidos,
lecho pequeño es
para el fornicio de los ruidos

Si no te aterran ruidos de la
noche: no estás vivo
o, quizás, sólo seas inocuo

pretencioso
ser, sin -aún-
estar.
                                         (a Juan García Gayo)


Jorge Ariel Madrazo


24 de diciembre de 2015

Ellos los sumos sacerdotes del error, Jorge Ariel Madrazo

Ellos los sumos sacerdotes del
                              error
(crías de agusanada patria o
         pudridero)
se han conjurado para encender
el fuego

tu pecho acogería
ese destello

algo ¿qué cosa?
pretendía
nacer

En la patria o
agusanado pudridero
donde acecha la esfinge de
cera
alguien revelará:

“Ellos
que del Árbol del Vacío
comieron
y amortajados fueron en ciénagas

de fingimiento

en deshuezamientos de
orfandad

encienden todavía el
fuego el
          pudridero
el sumo sacerdocio
          del error

la patria
agusanada

la esfinge

de cera”

Jorge Ariel Madrazo

23 de diciembre de 2015

De un instante al otro una irreal... Jorge Ariel Madrazo

De un instante al otro una irreal
congoja te aproxima a esas estrellas.
¿Las une acaso tu mirada? ¿Sólo
eso? ¿Por qué entonces la persiana
amaga cerrarse contra tu
pecho? ¿Por qué esas estrellas
al apagarse
te dejan ciega de toda luz?


Jorge Ariel Madrazo

22 de diciembre de 2015

Anoche visité amigos muertos... Jorge Ariel Madrazo



Anoche visité amigos muertos:
descansan (quién diría)
todo su no-tiempo
en jardines cuyos ramos cobijan poemas
y citrus de ignota acidez.

Estaban trajeados y alegres, tanto que me hallé
confesando: —No hubiera jamás creído
Edgar, Francisco, Antonio,
jamás pensé
Gianni, Joaquín, Enrique, Alberto,
Horacio, Celia,
                 hallarlos tan contentos
como si fuese un suspirito vuestro
transcurrir.

Conversamos sobre bares y dragones, y
amores frutecidos en remotos hoteles y
parques con nudillos de niebla. Mateando,
sonreídos, me despidieron con un fulgor
que no olvidaré.

Se escondía en sus miradas el color de una
verdad. Y había en sus labios
una revelación.

( A Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Antonio Aliberti,
Gianni Siccardi, Joaquín Giannuzzi, Enrique
Puccia, Enrique Molina, Alberto Vanasco, Horacio
Castillo, Celia Gourinski)


Jorge Ariel Madrazo

21 de diciembre de 2015

El Pregón, Antonio Esteban Aguero

El Pregón

Yo no quiero morir. Es imposible
que yo pueda morir mientras la vida
siga viva en jilgueros y caballos.

Si yo siento la vida deliciosa
como un río de abejas -en febrero,
locas de sol- por las profundas venas.

Si yo tengo mi voz en la garganta,
mi voz plena de nombre, abarcando
el contorno y la esencia de las cosas.

o no quiero morir. Si el mundo nace
cada día de mí como los niños
de la entraña madura de sus madres

Si los árboles nacen de mis ojos;
y las suaves mujeres de mis manos;
y la música nace de mi oído.

Yo no puedo morir, que soy la Vida
porque tengo en los pulsos prisionera
una ardiente pareja de palomas.

¿Y he de morir? ¿He de dejar la tierra
con sus prados y bosques musicales,
con sus aguas, con su fuego rojo?

¿Con sus ciudades y sus barcos negros,
con sus caminos y sus trenes largos,
con la muchacha de color de arena
cuyo cuerpo es un cálido racimo?



Antonio Esteban Aguero

20 de diciembre de 2015

Canción del para qué de las máquinas, Antonio Esteban Agüero

Canción del para qué de las máquinas

Las máquinas existen
para que el pan,
el vino,
y el pez
se multipliquen.

Para que Tú me escuches,
y Yo te mire,
detrás de las fronteras
sobre el último límite.

Y la música sea
la que ordene países.

Y la mano del hombre
con pulgar oponible,
dibuje en la materia
el rostro de los sueños
y ensueños increíbles.

Y el cielo con la Tierra
de nuevo se mariden.

Y los salvajes vientos,
con sus pájaros libres,
recorran nuevamente
los páramos de pronto
vestidos de jardines.

Las máquinas existen
para que el mundo sea
las estrellas de hermosura
que los antiguos dicen.

Y la unidad se cumpla
y la paz se realice.

Las máquinas existen
para que un día Lázaro
otra vez resucite ...

de "Canciones para la voz humana" 
 Antonio Esteban Agüero

19 de diciembre de 2015

Baladilla de los pies descalzos, Antonio Esteban Agüero

Baladilla de los pies descalzos

Morenos, menudos,
de mugre calzados,
que el arroyo quiere
y persigue el barro...
morenos, ligeros,
listos como pájaros;
desdeñan la ojota,
odian el zapato,
¡libres por la senda
van los pies descalzos!
Su dueña: una niña
su dueño: un muchacho
han ido siguiendo
misterios del campo,
un secreto ruido,
un bramido raro,
en la noche: tucos,
en la loma: pájaros,
y siempre perdiendo
o regando rastros,
por noches y días
van los pies descalzos.



Antonio Esteban Agüero

18 de diciembre de 2015

Canción del buscador de Dios, Antonio Esteban Agüero

Canción del buscador de Dios

Siempre buscando;
desde niño buscándolo;
buscando.
A través de la sombra y la neblina;
sumergido en la zona de penumbra
que separa los días de las noches,
y al cristiano también
del no cristiano,
por laberintos de la sangre oscura.
Siempre buscando;
desde niño buscándolo;
buscando.
Golpeando viejas puertas
clausuradas de bronce martillado;
gastando los ojos en las hojas
de antiguos libros muertos;
vigilando la savia cuando sube
por racimos y flores de verano;
escuchando palomas y cigarras;
mirándome en espejos
esta pálida frente,
estas frágiles manos,
esta boca que guarda la palabra,
oyendo la música que llueve
desde el silencio de los astros.
Buscando;
desde niño buscándolo;
preguntando
por las calles donde está la gente,
por caminos del campo.

Por veces mendigando
la respuesta total
a la total pregunta.
Yo quería encontrarlo
(yo solo descubrirlo)
donde quiera que fuese para darle
mi agradecimiento humano,
por la cósmica lumbre que me habita,
por la gota de vida que me nutre,
por este débil corazón desnudo
que siento pulsar en mi costado.

Darle las gracias, sí,
por haberme construido como soy;
de sueño, de madera,
de cóleras y miedos,
de bondad y ternura,
de soledad y de razón pensante,
de claridad,
de sombras, de música y pecado.
Descendí por él a catacumbas,
anduve por túneles cerrados,
batallé con demonios,
conocí a la serpiente
y el abrazo
de su lívido cuerpo
de aceros anillados,
me frecuentaron
dragones y brujas increíbles;
y alguna vez solté, como a villanos,
las locas miradas por el cielo,
lejos de mí del mundo,
desprendidas del ser y de los ojos
el infinito solo navegando.
Y yo buscando;
desde niño buscándolo;
buscando...
Lo imaginaba ajeno,
misterioso,
terrible,
lejano.
Después de muchos viajes,
(ya en la curva más allá de los años)
de tormentosos viajes, con las velas
y los mástiles rotos, circundado
por el horror del mar donde las olas
eran de fría soledad de nada,
recordé una capilla entre los cerros,
los claros cerros de cristal morado,
y una joven pareja que venía
con un niño en brazos;
rememoré la pila con el agua,
las gotas de luz sobre la frente
los maderos en cruz, y la figura
solitaria y herida por los clavos.

Me recordé pequeño.
(el sabor de la sal sobre los labios)
volví a verme pequeño,
y recordé que el nombre que llevaba
era el nombre del niño que sentía
bajar sobre su frente
la santa cruz de agua ...
Yo dije: Dios, oh Dios. Oh Dios.
Aquello fue tremendo,
un cósmico relámpago,
como si el mismo Sol me detonara,
granada solar, entre las manos,
como la luz aquella de la bomba
que aniquiló la tarde en Hiroshima ...
Y dije: Dios, oh Dios. Oh Dios,
y dejé de buscarlo;
campanas sonaban por mi sangre
y dejé de buscarlo;
cantaba un millón de ruiseñores
y dejé de buscarlo ...


Antonio Esteban Agüero

17 de diciembre de 2015

Digo el llamado, Antonio Esteban Agüero

Digo el llamado

Y después en caballos redomones
que urticaba la prisa de la espuela
galoparon los Chasquis por las calles
de la ciudad donde Dupuy gobierna,
conduciendo papeles que decían:
“el General de San Martín espera
que acudan los puntanos al llamado
de Libertad que les envía América
”Y firmaba Dupuy, sencillamente,
con la mano civil y la modestia
de quien era varón republicano
hasta el cogollo de la misma médula.

Y, los Chasquis partieron, con el poncho
como un ala flotando en la carrera,
hacia todos los rumbos provinciales
por los caminos de herradura o huella,
ignorantes del sol y la fatiga,
sin pensar en la noche o la tormenta;
llegaron hasta el Morro por la tarde,
y por el alba cabalgaron Renca,
y entregaron mensajes en La Toma,
en La Carolina y La Estanzuela,
en las villas de Merlo y Piedra Blanca,
en el Paso del Rey y Cortaderas,
en Nogolí también y San Francisco,
en cada población y en cada aldea,
y en estancias y oscuras pulperías
y en velorios, bautizos y cuadreras,
dondequiera paisanos se juntaran
en solidaria diversión o pena.
Y los hombres dejaban el arado,
o soltaban azada o podaderas,
o la hoz que segaba los trigales,
o la taba o el truco en la taberna,
o el amor de las jóvenes esposas,
o la estancia feudal, o la tapera,
o el cedazo que el oro recogía
cuando lavaban misteriosa arena,
o el telar, o los muros comenzados,
o el rodeo de toros en la yerra,
para ir hasta el valle de las Chacras
donde oficiales anotaban levas.
Y hasta había mujeres que llegaban
,con vestidos de pardas estameñas,
al umbral de Dupuy para decirle:
“Vuesa Merced conoce mi pobreza,
yo no tengo rebaños ni vacadas,
ni un anillo de bodas, ni siquiera
una mula de silla, pero tengo
este muchacho cuya barba empieza”.

De Mendoza llegaban los mensajes
breves, de dura y militar urgencia:
“Necesito las mulas prometidas;
necesito mil yardas de bayeta;
necesito caballos; más caballos;
necesito los ponchos y las suelas;
necesito cebollas y limones
para la puna de la Cordillera;
necesito las joyas de las damas
necesito más carros y carretas;
necesito campanas para el bronce
de los clarines; necesito vendas;
necesito el sudor y la fatiga;
necesito hasta el hierro de las rejas
que clausuran canceles y ventanas
para el acero de las bayonetas;
necesito los cuernos para chifles;
necesito maromas y cadenas
para alzar los cañones en los pasos
donde la nieve es una flor eterna;
necesito las lágrimas y el hambre
para más gloria de la Madre América...

” Y San Luis obediente respondía
ahorrando en la sed y la miseria;
río oscuro de hombres que subía;
oscuro río, humanidad morena
que empujaban profundas intuiciones
hacia quién sabe qué remota meta,
entretanto el galope levantaba
remolinos y nubes polvorientas
sobre el anca del último caballo
y el crujido final de las carretas.

Y quedaron chiquillos y mujeres,
sólo mujeres con las caras serias.
y las manos sin hombres, esperando...
 San Luis del Venado y de las Sierras.



Antonio Esteban Agüero

De Los “Digo” del Poeta. Un hombre dice su pequeño país (1972, Edición Post Mortem)

Gabriela Bayarri leyendo: Digo el llamado de Antonio Esteban Aguero

Videopoético del Café Literario del Jueves 21 de Mayo de 2009, en Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue LA PATRIA y coordino la velada y el debate Beatriz Tombeur. Ilustrando el encuentro fotografías de Leonor Bellón.


16 de diciembre de 2015

Digo los arroyos, Antonio Esteban Agüero


Digo los arroyos


Y ese tenue rumor inadvertido
que llega a mí sobre el silencio blando
del aire montañés con la sorpresa
de son de mar en caracol guardado.
¿Y esa música azul? ¿Y esos cristales
suavemente tañidos y vibrados?
¿Y esa flauta de acentos campesinos
que murmura detrás de los collados?
Son los arroyos de mi tierra, el cielo
que ha preferido descender cantando
por arterias de cerro y de llanura,
líquido cielo musicalizado.
Como el indio yacente que ponía
la oreja en tierra para oír caballos
galopantes y ariscos a lo lejos,
y acertaba su número, y sus pasos,
y su rumbo también, yo me reclino
en la dura colina, sobre el pasto,
para oír los arroyos cuyas voces
hacen vibrar este país serrano.
Es primero El Trapiche, con el agua
verde y azul en su color verano,
donde sauces antiguos se saludan
de una a la otra margen, y los álamos
como arqueros ilusos acribillan
las tardes y las nubes con sus pájaros;
y El Volcán, que serpentea dulcemente,
de arboledas y huertos orillado,
presidido por leves cortaderas
que abanican el aire con penachos,
donde núbiles mozas se desnudan
para vestirse de cristal helado:
y más allá, entre peñas herrumbrosas,
el arroyo que dicen El Durazno,
donde beben las cabras y los berros
tienen sabor a luna y a barranco;
y El Molino, que nace entre los montes,
cuyo señor es el Mogote Bayo,
y refleja los cóndores que pasan
con las alas inmóviles, y el ancho
rumoroso silencio de los molles
sobre laderas de color leonado;
y el arroyo del Tigre, a cuya vera
supo mi infancia duplicar su encanto
en los días de sol, cuando subía
de roca en roca con los pies descalzos
a buscar la piscina transparente
que el torrente cavara en el basalto;
y el Cautana también en la quebrada
con farallones de andesina y cuarzo,
donde helechos y ardientes amapolas
tienden al agua vegetales labios:
y El Uspara, ese arroyo que desciende
por serranías de cristal morado
como un hilo de espuma murmurante,
roto cien veces, pero siempre intacto:
y aquel arroyo de La Sepultura,
tan dramáticamente solitario,
donde un día sonoros arcabuces
vieron caer a portadores de arcos:
y el arroyo que en Bajo de los Véliz
corre por rocas de perfil extraño,
donde amonitas que ya son de piedra
nos evocan la fauna del terciario:
y el arroyo que nutre las palmeras,
lírico arroyo de Los Papagayos,
donde suele buscar aguamarinas
el vagabundo de mudable paso;
y los arroyos que en el Tomolasta
vieron un día arrodillarse incanos
con la oscura codicia sumergida
hasta la arena de secretos áureos;
y el arroyo que nombran Riecito
con palabra feliz los comarcanos,
cuya fuente sonríe en lloraderos
que custodian los Cerros del Rosario;
y El Chorrillo que lame unas taperas
donde narra la voz de los ancianos
tuvo su cuna el payador que un día
con la guitarra venciera al Diablo;
y el arroyo del Águila, que tiene
una cascada con mejor remanso,
cuyo espejo recuerda a las muchachas
cuando se pone corazón de fauno;
y los arroyos de los Cerros Negros;
y los arroyos de los Cerros Largos;
y el arroyo de Quines que se torna
agricultor al descender al llano,
y se vuelve dulzor en la naranja
y en las olivas amargor dorado,
y el arroyo Los Molles que cabalga,
potro de luna, los roquedos bravos
y circunda las quintas del Potrero
para después domesticarse en lago;
y el arroyo Luluara, cuyas voces
guarda mi oído como son de piano
sentido alguna vez en la penumbra
de no sé cual atardecer lejano;
y el Virorco también, que muchas veces
vio a los pumas beber y a los venados,
cuando todo era libre y la provincia;
ignoraba fronteras y alambradas:
y el arroyo Juan Gómez, con su isla
donde alternan el tala y el quebracho,
que le inventan rincones de penumbra
para el silencio de los solitarios;
y el arroyo Los Puquios, que se ha vuelto,
por la virtud de un artificio hidráulico,
un afluente de embalse para goce
de pejerreyes de metal lunado;
y el arroyo Las Águilas, arriba,
junto al cerro Retana, con los saltos,
verticales y locos, que resuenan
por la quebrada como un trueno largo;
y el arroyo Pancanta, que refleja
aquel paisaje mineralizado
donde todo es de piedra y sólo vive
la fría lumbre mineral del cuarzo;
y el arroyo La Carpa en el recodo
que parece un espejo biselado
para el rostro del Cielo y de la Nube,
que en él navega como un cisne blanco;
y el Chutunza, que forma una cañada,
donde es hermoso recorrer el prado
entre piedras con líquenes y musgos
y mariposas de esplendor vibrado;
y aquel otro que dicen Mulas Muertas
y cuyo nombre de sabor dramático
perpetúa el arreo y la creciente
en la batalla que una vez libraron;
y el arroyo Guayaguas, que me viera
una noche dormir sobre el recado,
al amor de su música celeste
mientras llovían sobre mí los astros;
y el Piedra Blanca, cuya voz oía
mi Madre susurrar entre los álamos
en la noche y la luz en que nacía
este que ahora le armoniza cantos.
Y los otros arroyos, los arroyos que yo
recuerdo, pero no he nombrado,
que parecen ensueño de pintores,
sol y belleza para enamorados;
rememoro el sabor de sus corrientes,
liquido fruto, uvas de cielo, glaucos
y celestes racimos que bebía
sitibundo y de pecho sobre el pasto,
con el sol en diciembre y la cigarra
que cantaba mi sed y la del campo.
¡Oh, los arroyos de mi tierra! Sangra
leve y azul de mi terruño amado;
musicales arterias de la roca
donde se escucha al corazón puntano.

¡Arpa de agua. San Luis, guitarra verde
cuyo coraje son arroyos claros!
  
Antonio Esteban Agüero 
De Los “Digo” del Poeta. Un hombre dice su pequeño país (1972, Edición Post mortem)