31 de diciembre de 2015

Cura Brochero, Osvaldo Guevara

CURA BROCHERO

Carmen sabe si un pájaro grita herido en la noche
y se estremece
como una mariposa con la salpicadura de una lágrima
cuando escucha el clamor de la vida con sed.

En la Casa de Ejercicios, en Villa Cura Brochero,
Carmen salió al patio con flores,
miró las flores,
miró el azuL
Y miraron con ella y rezaron con ella
las plantas,
las lajas calladas y sonoras,
los adobes ingenuamente encalados de la capilla,
los cuartos de retiro, rumorosos de oraciones y penumbras,
los insectos
mareados
por el zumo zumbante de la luz.

La tarde, como una paloma, vino a dormirse en su hombro.

Yo, que hace mucho que no me hablo con Dios
y hasta cambié de calle cuando pude encontrarlo,
cuando la toco a Carmen
siento que toco al Dios que de ella fluye,
que en ella se demora
como las madrugadas en los árboles de flores azules.

Sé que hay odios, rugidos, humaredas, cenizas, maldiciones.
Pero para salvarme de mis uñas de antaño
tiznadas de palpar corazones sombríos
o de rodear los pocillos del café de la pena y el miedo
me bastan sus ojos con claroscuros de pesebre,
sus palabras más dulces que el rozar de un arroyo en la memoria,
sus besos con aroma a patio con sol,
a fruta cortada por un niño,
a jazmines tiernamente colocados en los cabellos de la lluvia,
su manera de hablar con el paisaje de montaña y tañidos
haciendo que las piedras se emocionen con ella.
En Villa Cura Brochero, pueblito dé Córdoba
cuyo nombre evoca a un sacerdóte con poncho,
resero de almas chúcaras,
gaucho con un afilado crucifijo a la cintura,
Carmen me convirtió -o me devolvió- al azul con su gracia,
me inició en las fiestas de un cielo con Dios
entre los pastizales dorados de la altura.

Olvidé todo lo que sabía, todo lo que ignoraba,
para aprender tan sólo que nombrarla es como rezar,
que llamarla es desatar un viento piadoso entre los pétalos
y que aun callándolo
su nombre
suena a pisada descalza por un país de lumbres y asombros,
a alegría de agua que lava los pecados del mundo.

Yo desterré palabras, gestos, ademanes,
comparaciones torpes como máscaras bailoteantes
en la tarde de Cura Brochero
en que ella salió al patio con plantas de la Casa de Ejercicios
y logró que el azul se viniera a mi pecho
bajado por sus ojos.

Y me quedé con el silencio de Carmen para siempre,
con el resplandor de plegaria que le ronda los labios.

Y cuando es muy furiosa la hoguera de la sangre
o cuando todo está tan negro
que pienso que mi mano
no va a encontrar ya nunca
la llave de la luz,
grito
o digo
o murmuro
o simplemente callo:
Carmen.

Y los humos del odio y miedo se azulan
y una frescura de música me enjuga la frente
y la sombra se va de mi garganta y de mis uñas
y descubro en las calles rostros como campanas
y la vida, cantando, viene a dormirse en mi hombro
y no soy más que un nombre
su nombre
en el fragor del mundo

una palabra nueva pronunciada por Dios.


Osvaldo Guevara de Niña Carmen Maccio hermanos editores (1983)


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