«Dostoievski descrito por su
hija»
Que una hija de Dostoievski viva aún, que le
conociese al menos aún cuando era pequeña y tenga recuerdos directos y claros
de él y que nos los trasmita ahora, es algo que debemos agradecer y aceptar
como un regalo y disfrutarlo. Y de hecho aprendemos a través de este libro
algunas cosas nuevas sobre Dostoievski, no muchas, pero sí algunas importantes
y además un número de recuerdos pequeños, no esenciales en sí, pero llenos de
vida.
Si la autora de este libro no fuese la hija
del gran escritor nos sentiríamos tentados a la crítica y, a menudo, a la más
enérgica protesta, pues el libro muestra una clase de espiritualidad muy
contradictoria y trabaja con teorías muy extrañas, incluso fantásticas, que
incitan a la crítica por presentarse con la pretensión de ser una especie de
prueba científica. Sin embargo, se trata de la hija de Dostoievski, y si, en
lugar de ser una mujer ingeniosa y especial, fuese una inválida o una idiota me
seguiría descubriendo ante ella y me alegraría de tener ocasión de mostrar mi
aprecio a alguien que está tan próximo a Dostoievski y por cuyas venas corre su
sangre.
Las teorías con las que defiende la señorita
Dostoievski sus argumentaciones requieren para la mayoría de los lectores una
explicación, y más aún una traducción. Se trata de teorías raciales.
Dostoievski no es explicado a través de su vida y sus obras, sino a través de
su sangre, su origen, y entonces resulta que no es un ruso, sino medio lituano,
medio ucraniano y que también esto son sólo mezclas, lo esencial, noble,
valioso en él es una gota de sangre «normanda». Para Aimée Dostoievski Tolstoi
es un alemán, Turgeniev un mongol. Naturalmente estas frases son estériles e
inquietantes si las tomamos al pie de la letra como pretende desde luego su
autora. Pero tenemos que recurrir a traducciones y conservar tranquilamente
toda la escala de valores que la autora denomina normando, sueco, finlandés,
europeo, alemán, mongol, etc., pero sustituyendo los nombres. Cuando se refiere
a algo bueno, noble, distinguido dice normando, cuando se refiere a algo débil,
joven e ingenuo dice eslavo, cuando odia dice «mongol» etc., y si traducimos
razonablemente estas fantasías raciales, obtenemos una geografía del alma
bastante fecunda y comprendemos que la hija tiene que sentir esto y aquello en
Dostoievski como ucraniano, polaco, etc.
Con esta limitación, con el consejo de tomar
estas teorías raciales sólo simbólicamente, recomiendo encarecidamente el libro
de esta mujer singular, valiente y obstinada. Hasta en él, en su peculiaridad y
hasta en sus rarezas late el recuerdo de su gran padre.
(1919)
Hermann Hesse
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