Silencio
Silencio del poema
fallido, del espejo ausente de las
confesiones, de la
lengua atascada en el horror.
Silencio del ciego
ante un súbito resplandor.
Silencio del ojo
hipnotizado por el fuego, y del ojo que se
escruta a sí mismo
hasta el llanto o la intriga.
Silencio de la ropa
fuera del muerto, del perro desorientado
bajo la noche del
eclipse, del barro aprisionado en la
vasija.
Silencio del que
apunta el arma a un cuerpo de animal
o de hombre, y silencio
cuando guarda el arma
viendo cómo el
cuerpo de animal o de hombre se detiene,
pierde luz, cae.
Silencio de la
mirada de lujuria, en tanto que la lengua no
murmure corriendo
por los labios.
Silencio del humo
después de la devastación.
Silencio del que
oye un ruido en la noche y permanece inmóvil
hasta que el
amanecer enciende las luces de la casa.
Silencio del árbol
olvidado por el viento, los pájaros, la
música del estío y
el batir de los insectos nocturnos.
Silencio del odio
acorazado en el insomnio.
Silencio de la
multitud arrodillada como un ramo de orejas
muertas.
Silencio del
caracol enterrado en la arena, el que relataba
en los oídos el
sonido de la época y lo confundían
con el mar.
Silencio de la
mujer que mientras derrama una gota de lágrima
o bilis sobre
carnes y verduras, piensa qué está haciendo
allí cocinando para
un mortal y no para un dios.
Silencio de las
piedras al fondo del abismo, sin mano que las
elijan como
proyectil o para arrojar a un muerto, y sin
voces que elogien
sus brillos en la lluvia.
Silencio del hueso
solitario que se liberó de la jauría.
Silencio de un
hombre y un a mujer que convocados por
lo desconocido, al
mirarse los ojos inician
la travesía entre
la esperanza y la nada.
Silencio de la
noche presentida, de Chuang-Tzu después
de no saber si fue
o no una mariposa, del libro por el
anteojo roto, de la
calle donde una mano pide
compasión.
Silencio del hambre
consumada y del pan sobreviviente.
Silencio del que
crea su mundo paralelo, cada vez que acostumbra
a sus fantasmas a
flotar en las ventanas llovidas.
Silencio del
silencio último, el más negro o más blanco
o azul o tibio en
otra tierra.
Silencio del alma
del estupor.
Silencio que ya no
sabe lo cierto ni lo incierto, que es sólo
levedad o
transparencia, y calla.
Eugenio Mandrini
De "Conejos en
la nieve", Ediciones Colihue, 2009
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