Los misterios de la
poesía, Eugenio Mandrini
El poeta Ezra
Kiesinsky, famoso por sus visiones que la realidad prontamente imitaba, hacía
meses que no escribía una sola línea, ni una palabra o sílaba o letra. Se
estaba allí, de pie frente a la ventana que daba al patio de su vieja casa,
esperando una sorpresa: la caída de algún fragmento de otra dimensión, de una
hoja de otoño vestida de escarcha, o de una gota del sudor del sol, en fin,
algo, alguna de esas súbitas apariciones que, como solía sucederle, le abrieran
la puerta de entrada al tembladeral del poema. Entonces vio al elefante, que lo
miraba desde el patio. Era de un color gris violáceo y tan enorme su edificio
de carne que pareció cubrir de sombra la ventana y aun la casa entera. Debía
pesar, se dijo, más de tres toneladas.
Antes de que la sobrenatural
imagen desapareciera tan súbitamente como había llegado, el poeta Ezra
Kiesinsky se sentó, puso una hoja bajo su mano y, sin agitar la respiración,
escribió un admirable poema sobre una insignificante hormiga.
Eugenio Mandrini,
Las otras criaturas, (2013).
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