1 de enero de 2021

Noche IV, Torquato Tasso


 

Noche IV
 
Mi delirio ha llegado a su colmo. He visto, sí; he visto a Leonor.
¡Era acaso ilusión! Y bien; Señora, ¿traéis una palabra de vida? Me figuraba que llamándome me dirigía estas palabras: «Torcuato; tú eres el primer cantor del Universo; por ti se inmortalizará el nombre de nuestro príncipe, y de todos aquellos que tú honras con tus versos. ¿Quién dejará de cobrarte afecto, cuando distribuyes a tu albedrío la gloria tan apetecida de los hombres? No hay fortuna que tú no iguales.»
Sí; Leonor, Virgilio, nacido en una aldea del Mincio, habiendo ido miserable a Roma para reclamar algunos estadios de terreno, llegó a ser el amigo de Mecenas y el convidado de Augusto. Sobre todo, Leonor, no estaba prohibido a Virgilio el ver a Livia, el hablar con Julia, y recitar sus versos a las dos. Nuestro príncipe es digno del corazón de Augusto, y yo no soy indigno de la suerte del cantor de Eneas. ¿Qué es lo que estoy diciendo? ¿Por qué, infeliz, me fatigo en vano? Leonor apenas ha fijado en mí ligeramente los ojos. Juraría que ni aun ha reparado en mi persona.
¡Ah! En aquellas elevadas torres en donde habita lo que más aprecia mi corazón; en aquellas torres... no hay quien se acuerde de Torcuato.
¡Corazones crueles! ¿Qué es lo que al fin merece más aprecio? Vuestro poder puede en un momento destruirse; vuestras riquezas dependen de aquel que os las ha transmitido; despojaos de cuanto os conceden los hombres insensatos, no siempre serán tales, y entonces seréis sólo unos miserables esqueletos dignos de compasión.
El ingenio se eleva sobre todo, y no está sujeto a ninguna vicisitud.
La violencia, el odio, la fuerza, nada puede dañarle. Yo viviré eternamente en la memoria de los hombres; y el tiempo destructor aniquilará bien pronto vuestro nombre, si yo no acudo a sostenerlo.
¿Habrá, pues, quien me acuse de arrogancia y llame temeraria mi pasión?¡Oh, edad vil y corrompida! ¿Debo yo estar ciego a tus leyes?
No; la vileza nunca tuvo cabida en aquella alma candorosa que impera sobre mí. Si algún día llega a oírme, no dudo que me dirá: «¡Torcuato! Existe en los corazones humanos un afecto que iguala todas las condiciones, y tú eres tan grande que nadie podrá rehusarte su amor. Una misma corona cine a los reyes y a los poetas, y de éstos reciben los monarcas la palma de la inmortalidad.» ¿Y no amaría un alma tan noble y tan virtuosa? Yo... Siempre.
 
 
Torquato Tasso

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