14 de enero de 2018

H. P. Lovecraft, El horror sobrenatural por Juan-Jacobo Bajarlía

  H. P. Lovecraft, El horror sobrenatural por Juan-Jacobo Bajarlía

Los seres subterráneos
El misterio, los túneles secretos donde yacían o vegetaban antiguos monstruos, los seres subterráneos que lo acosaron desde niño cuando recorría los fenecidos vericuetos de Providence, o escuchaba las historias terroríficas que le contaba el abuelo, marcaron la primera etapa de este genial escritor que fue H. P. Lovecraft o sencillamente el Sumo Sacerdote Ech-Pi-El, como firmada sus cartas convirtiendo a la fonética las iniciales de su nombre.
Influido, entonces, por el abuelo, por los libros que éste tenía en su inmensa biblioteca, y por autores como Lord Dunsany, Edgar Allan Poe, M. P. Shiel, y Bram Stoker, sus primeros relatos y muchos de los últimos están estructurados sobre la base de un sótano o una cripta, un pasadizo y un monstruo que por artes mágicas o sobrenaturales se alimenta de otros seres.

Las voces secretas
No tenía ni 10 años cuando concibió su primer cuento: El noble oyente, que trata de un niño, quien repentinamente extraviado en una cueva, oye los planes de destrucción de seres subterráneos que conspiran contra los humanos.
El abuelo, hombre de vastas lecturas, vio en esas líneas iniciales al futuro escritor. Lo alentó a pesar de los defectos de su prosa. Indudablemente el joven Lovecraft había fundado en ese cuento su inminente narrativa.
Era la época en que tenía frecuentes pesadillas en cuyos sueños lo acechaban seres gomosos y sin rostro. El mismo Lovecraft lo dirá después. Recordará que en esas pesadillas veía una especie monstruosa de entidades que él llamaba alimañas descarnadas:
“Las alimañas descarnadas eran unos seres sin rostro, todos ellos negros y alas de murciélago. Es posible que tales imágenes provinieran de una mezcla de los dibujos de Doré (especialmente los del Paraíso perdido) que me deslumbraban durante la vigilia.”
Las voces secretas están en sus sueños y en su imaginación. Las lleva en el inconsciente, desde donde fluyen a su memoria y a los relatos que van delineando su intransferible perfil.
En 1898, cuando Lovecraft tenía 8 años, intentó otro relato con un túnel: El sótano secreto o la aventura de John Lee. El sótano conduce a un pasadizo secreto en el que John y su hermana, al cavar en él, hallan una caja de la que se apoderan. Pero la excavación da paso a un torrente en el que se ahoga la hermana. John Lee se salva. La caja, que es el botín de esa aventura, contiene un lingote de oro valuado en 10.000 dólares. La muerte de la hermana por muy poco.
Los miedos de la infancia siguieron vigentes y a veces amalgamados con sus aficiones. Le gustaban los gatos, en quienes veía seres astutos y enigmáticos, presencias de un mundo mítico que aun tenía vigencia. Cuando escribe Las ratas en las paredes, su protagonista, De la Poer, vivirá en la casa maldita con 7 criados y 9 gatos. Pero no bastarán estos felinos. Lovecraft le añade al relato otros de sus terrores infantiles: las ratas. Y de esta manera enriquece la obra con la maldición que pesa sobre la mansión en que vive De la Poer, referida a un ejército invisible de ratas que sólo él y los gatos podrán oír. El protagonista, sin embargo, no tendrá posibilidades para eludir la maldición. Un túnel lo conducirá a una caverna llena de jaulas con esqueletos humanos, vestigios de un culto caníbal practicado en otros tiempos. De la Poer terminará enrejado, oyendo el deslizamiento infinito de las ratas.

 Criptas y túneles
El terror al vacío y el miedo a la soledad, manifestados por Lovecraft por la enfermedad y muerte prematura de sus padres, fueron, en parte, los determinantes de las criptas y los pasajes secretos de sus argumentos. También influyó en él M. P. Shield, quien ya en The purple cloud (1901), nos hablaba de un ser de infinidad de ojos que moraba en el centro de la Tierra. O de aquellos esqueletos de peces con rostro humano de Xelucha (1904), invadidos por gusanos que devoraban la úvula para continuar caprichosamente por sus adyacencias.
No sería extraño que Lovecraft lo hubiera seguido no sólo en las obras citadas, sino también en La Ciudad Sin Nombre (1923) y en Prisionero de los faraones (1924). En la primera nos describe un descenso en una cripta, de donde seres con alas de murciélago llevan en sus grupas a otros seres. En Prisionero de los faraones el protagonista es secuestrado por una banda y bajado a un túnel cerca de la Esfinge de Gizah, en la que se practican “execrables” rituales eróticos.
Hay algo más que ya se observa en ese ser repulsivo que en Beast in the cave, escrito a los 13 años, pugna por estallar desde el sótano en que está metido. Es esa axiomática de la transgresión de que hablaba Maurice Levy en su Lovecraft ou du fantastique (1972). Una axiomática en la que se corta el aflujo de la realidad por otra instancia en que privarán los seres gomosos o las criaturas fantasmales del mundo onírico.
Eso no impedirá un tratamiento racional del argumento. Estos monstruos, en efecto, actúan inmersos en un mundo material en el que se distinguen de los demás sólo por sus formas fantasmales. Coexisten con los humanos en extraños contubernios que únicamente son posibles en los sueños.
A veces se invierten los hechos y son los humanos los que invaden el mundo de los sueños, como acaece en la saga de Randolph Carter, en uno de cuyos volúmenes, En busca de la Ciudad del Sol Poniente, el protagonista desciende audazmente “los 300 peldaños que conducen al Pórtico del Sueño Profundo”.
Los seres oníricos, los silenciosos zoogs, le dirán a Carter qué debe hacer para estar en contacto con los Grandes Dioses. La inversión de los hechos no excluye, sin embargo, el tratamiento material de los protagonistas. O en otros términos: es el realismo dentro del sueño.
Hay un instante en el que Carter pierde la llave de la puerta que conduce al mundo onírico (como se ve en La llave de plata). Pero angustiado entre distintos objetos, hallará una vieja llave de plata con la que llega a un escondite de su infancia. Es el acceso al misterio. Allí se transfigura en el niño que fue y vuelve a la región de los sueños.
La llave de plata que halló Carter, es el símbolo de la propia vida de Lovecraft. Este también la buscó, y cuando la halló en su escritura, sólo pudo regresar a un mundo que siempre deseó, pero poblado de seres intangibles dictados por su memoria prodigiosa.

 De H. P. Lovecraft, El horror sobrenatural, Juan-Jacobo Bajarlía

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