31 de julio de 2017

Privilegio, Alejandra Pizarnik

PRIVILEGIO

I
Ya he perdido el nombre que me llamaba,
su rostro rueda por mí
como el sonido del agua en la noche,
del agua cayendo en el agua.
Y es su sonrisa la última sobreviviente,
no mi memoria.

II
El más hermoso
en la noche de los que se van,
oh deseado,
es sin fin tu no volver,
sombra tú hasta el día de los días

Alejandra Pizarnik
De Extracción de la piedra locura


(1968)

30 de julio de 2017

Cold im hand blues, Alejandra Pizarnik

COLD IN HAND BLUES

y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y porqué
tengo miedo

Alejandra Pizarnik
De El infierno musical (1971)

29 de julio de 2017

Caer, Alejandra Pizarnik

CAER

Nunca de nuevo la esperanza
en un ir y venir
de nombres, de figuras.
Alguien soñó muy mal,
alguien consumió por error
las distancias olvidadas

Alejandra Pizarnik

De Los trabajos y las noches (1965)

28 de julio de 2017

Piedra fundamental, Alejandra Pizarnik

PIEDRA FUNDAMENTAL

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.
Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.
Un canto que atravieso como un túnel.
Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.
Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa entro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.
En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.
No puedo hablar para nada decir, Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.
¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.
Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, Ilota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados? 
Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme.
Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y e distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)
Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas.
(Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)
(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)
Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).
Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.
No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.
Cuando el baco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.
Hay un jardín.

Alejandra Pizarnik
De El infierno musical (1971)

27 de julio de 2017

Cantora Nocturna, Alejandra Pizarnik

Cantora Nocturna

                                                         Joe, macht die musik von damals nacht....



La que murió de su vestido azul está cantando. Canta
imbuida de muerte al sol de su ebriedad. Adentro de su canción
hay un vestido azul, hay un caballo blanco, hay un corazón verde
tatuado con los ecos de los latidos de su corazón muerto. Expuesta
a todas las perdiciones, ella canta junto a una niña extraviada que
es ella: su amuleto de la buena suerte. Y a pesar de la niebla verde
en los labios y del frío gris en los ojos, su voz corroe la distancia
que se abre entre la sed y la mano que busca el vaso. ella canta.




a Olga Orozco


Alejandra Pizarnik
De Extracción de la piedra locura

(1968)

26 de julio de 2017

Tiempo, Alejandra Pizarnik


Tiempo

A Olga Orozco

Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.

Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado.

Alejandra Pizarnik

De Las aventuras perdidas (1958)



José Luis Colombini leyendo Tiempo de Alejandra Pizarnik 
Videopoético del Café Literario del Jueves 30 de Septiembre de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue El perfume,. Coordino la velada José Luis Colombini.

25 de julio de 2017

Linterna sorda, Alejandra Pizarnik

Linterna sorda

Los ausentes soplan y la noche es densa. La noche tiene el color de los
párpados del muerto.
Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por
palabra yo escribo la noche.


Alejandra Pizarnik
De Extracción de la piedra locura


(1968)

24 de julio de 2017

De pronto, Gianni Siccardi

De pronto, Gianni Siccardi

De pronto
el tiempo se detiene
y en ese instante de eternidad
es un mirlo

Gianni Siccardi
de El mirlo (2004)

23 de julio de 2017

Cuando dos mirlos, Gianni Siccardi

Cuando dos mirlos... Gianni Siccardi

Cuando dos mirlos vuelan juntos muy alto
son un mirlo

Gianni Siccardi 

de El mirlo (2004)

22 de julio de 2017

Aunque, Gianni Siccardi

Aunque, Gianni Siccardi

Aunque el mirlo nazca
en un nido de cuervos
aprenderá a cantar

Gianni Siccardi


21 de julio de 2017

Cuando su pareja muere, Gianni Siccardi


Cuando su pareja muere... Gianni Siccardi

Cuando su pareja muere
al mirlo sólo le quedan
una vida y dos muertes

 Gianni Siccardi

20 de julio de 2017

Todo lo demas, Gianni Siccardi

Todo lo demás

Toda noche es errónea
Todo abrazo es incierto
Toda mirada es transitoria
Todo silencio es agónico
Toda palabra es desconocida
Toda despedida es imprecisa
Toda ausencia es ajena
Todo recuerdo es furtivo
Toda muerte es última
Todo destino es fugaz
Todo amor es irreparable

Todo lo demás es perfecto
todo lo demás
es aún más inútil que la vida.


Gianni Siccardi de Fragmentos, Ediciones Topatumba, Buenos Aires, Argentina 1995

19 de julio de 2017

El poeta y el pescado, Gianni Siccardi

El poeta y el pescado

Se ha dicho que para el poeta es claro aquello que es oscuro para los otros. Yo creo que para el poeta es oscuro lo que es claro para todos. El poeta busca lo que todos ya han encontrado.
El hombre común da por sentado que hay cosas importantes y cosas fútiles, inútiles. El poeta no da nada por sentado; él no es un hombre de buen sentido. El poeta es alguien que no sabe, y desea saber, imperiosamente. No sabe qué cosas son importantes, está en estado de disponibilidad. Quizá descubra que algo de enorme trascendencia se produce cuando escucha la noche; quizá comprenda que la tierra no seguirá girando a menos que él encienda la lámpara del día; quizá decida ser un transeúnte por el filo de lo imposible; quizá cante la plegaria de la vida, quizá cante el salmo de la muerte; quizá detenga el sol para alimentar la fuente de las palabras ardientes; quizá ponga a rodar la piedra de la aventura; quizá rompa el cántaro de la leche natal del amor; quizá tome en sus manos el corazón profético de la amistad. Podrá hacer esto o aquello pero jamás dará nada por sentado, jamás será un hombre de buen sentido, porque para él es oscuro lo que es claro para todos.
El hombre común va al mercado y compra pescado. Se lo colocan en una bolsa de plástico y se lo envuelven con papel de diario. El poeta, camino de su casa, deshace el paquete, alisa la hoja de diario que ha sido arrugada en la pescadería, y encuentra la palabra "humedad". Y esto es bueno porque recién entonces -después de tanta búsqueda- descubre que es el llanto de Dios lo que humedece los cabellos de las víctimas inocentes. Esa misma mañana varios miles de personas han llevado a sus casas un pescado envuelto en una hoja de diario y no han logrado descubrir nada -sin embargo- acerca de la disposición de ánimo de Dios respecto a las víctimas inocentes. Este hallazgo refuerza en el poeta la idea de que no es conveniente dar por sentado que el pescado es lo importante y el envoltorio lo secundario.
Ahora bien, enterados de este hecho, algunos vecinos con pretensiones literarias han decidido que lo importante no es el pescado sino el envoltorio y han instituido la costumbre de leer cuidadosamente todo lo escrito en los envoltorios de sus compras. Ignoran que el poeta, unos días después, ha comprado una vez más pescado y ha vuelto a su casa con el paquete intacto, sin dirigir ni una mirada a esa hoja de diario. Es que en esa ocasión se ha dicho: un poema ronda mi cabeza, no es bueno que lea ahora el diario ya que esto ahuyentaría el perfume de esas palabras. Pero un vecino se cruza con él y advierte que no ha deshecho el envoltorio, y piensa: un holgazán, sin duda, tendría que estar leyendo esa hoja para encontrar la palabra necesaria para su trabajo, porque ahora todos sabemos que es más importante el envoltorio que el pescado.

Entre tanto, el poeta sigue su camino, oyendo sin escuchar, viendo sin mirar. Ha olvidado completamente lo que lleva en la mano. Está convencido de que ni el pescado ni su envoltorio tienen la menor importancia.

Gianni Siccardi

18 de julio de 2017

La flecha y el blanco, Gianni Siccardi

La flecha y el blanco

La lógica de la poesía es inflexible. Tiene una sola cara porque es individual. Sería trágico que un texto de prosa guardara un significado distinto para cada lector: un mundo así estaría lleno de peligros. Pero sería más trágico aún que un poema significara lo mismo para todos. Un mundo así sería verdaderamente inhabitable, asfixiante: el triunfo definitivo de la sociedad de masas. La prosa se adapta a cada lector para significar lo mismo para todos. La poesía es exigente. El lector de poesía es alguien que accede al reclamo de adaptarse a la lógica del poema. Y el esfuerzo -el implicarse en el poema- tiene su compensación, allí el poema le descubre un sentido personal, único, para cada lector y -más aún- un sentido para cada lectura.

La prosa supone un arquero y un blanco. El escritor estira su arco, apunta cuidadosamente y lanza su flecha. El buen prosista da en el centro del blanco. Tanto el escritor como el lector ven el blanco, ven la flecha, su trayectoria y su destino. La poesía supone un arquero pero no supone un blanco.El poeta estira el arco y apunta hacia el espacio y el tiempo. No hay un blanco visible: la flecha se dirige hacia el infinito, hacia la eternidad. Su destino es el absoluto. Por eso para la gente de buen sentido el poeta parece ser un tonto que derrocha su vida lanzando flechas que van a no se sabe dónde, a ningún sitio útil. La gente de buen sentido no ve el destino de la flecha , para ellos la flecha se pierde en la nada. Pero el poeta no derrocha su vida. Él lanza su flecha con una enorme fe. "Adiós, adiós", le dice. El sabe que allí donde caiga la flecha estará el blanco. Porque el infinito no puede medirse. No es que sea más grande o quede más lejos que todo lo conocido o imaginado. La eternidad no es más grande que algún tiempo. Cuando se apague el sol, cuando se apague la última estrella de la última galaxia, ¿seguirá existiendo la eternidad? La eternidad es cuando se detiene el tiempo. Se detiene el tiempo, dejan de suceder cosas; y bien, esa es la eternidad. El lector de mirada pura, aquel que se implica en el poema, sigue la trayectoria de la flecha hasta que cae y -entonces- descubre el blanco. Porque allí donde cae la flecha, allí está el blanco.

Gianni Siccardi

17 de julio de 2017

Solo historias como éstas, Enrique Lihn

Solo historias como éstas

Aquí habríamos llegado, después de esa breve
estadía en Flandes el oscuro, sin que
fuera necesario decir:
«Para mí solo», a la dueña de Zürich
como un viejo estudiante extraviado de ciudad.
A este pequeño hotel primeramente
pues contra la barrera del idioma nada mejor
que cerrar una puerta,
y en la tarde el tren vuela, lento, junto a los lagos
cuando ya no se lee la guía de turismo
en homenaje a las transfiguraciones.

Pero acaso estaríamos aún en Neuchatel. Créeme
que dejé sin tocar esa ciudad
pues tampoco allí estabas, bien que el domingo
la deshabitara,
y un buen fantasma de principios de siglo
no habría dado un paso más sin reencarnarse
—en un abrir y cerrar de sus ojos distintos—
me parece que junto a las casetas de baño:
miniaturas de viejos palacios de recreo.
Eras más bien allí ese momento justo
en que la soledad se vuelve peligrosa,
y no por las visiones, justamente, sino por un
exceso de la propia presencia:
esa rara extrañeza de sí mismo que por sí misma se
hace a todo extensible.

Junto al Léman, el reloj-jardín: «se prohibe a
los niños jugar entre las horas». Para la
primavera de los recién llegados,
una curiosidad, sencillamente; distraídas consultas
a las tarjetas postales y ese limpio
espaciarse del tiempo sobre el lago:
volar de muchos cielos que se ajustan
como los accidentes de una misma sustancia:
¡El Tiempo! El cielo, al pie de sus grandes
vertientes: Desembarcadero de las
Aguas Vivas,
y el surtidor al centro como en un paraíso
de navidad en que el sol mismo prueba
el secreto inefable y oscuro de la nieve.
Parecía tan fácil encontrarte en Ginebra
al menos esa tarde en que me reconozco,
puente del Monte Blanco, camino de la noche;
adolescente a los treinta y cinco años, un raro
privilegio
que la tierra concede al viejo fruto inmaduro:
sentirse prometido a una nueva estación
que, ciertamente, no volverá por él: isla Rousseau,
¿responderían los cisnes
al silbido de Tristán—canciones de otra época—
e Isolda escucharía ese llamado entre dos
sorbos de cerveza,
pretextando una carta que escribir a sus padres?

La fantasía teje historias como éstas, pero la
imaginación
se cumple en el silencio del poema que nace.
Sólo historias como éstas, ya me lo parecía:
restos de hilos de todos los colores, modestos
ejercicios escolares.
Y entre las hermosas estudiantas alemanas ninguna
dio señales de leyenda,
ocupadas en mirar, desde otro ángulo, el lago.

Nombres distintos del amor, palabras que
destruyen el idioma que forman
como una lengua en todas partes extranjera,
la del ebrio que todo lo abomina por igual,
abandonado en el Puerto del Hambre,
en el Puerto de la Sed, en el Puerto de la Cólera.
El fetichismo es todavía posible; la oscilación entre
los ritos de la inocencia y la danza frenética
a que se entregan las máscaras.
Los rostros han perdido su valencia, lo supieron
las terribles tribus en los infiernos húmedos. Es necesario
el exorcismo:
«Las máscaras protegen la familia, la vida conyugal,
los diferentes oficios».

Enrique Lihn
Poesía de paso (1966)

Premio Poesía 1966 Casa de las Américas Cuba
Jurado
Jorge Zalamea
Gonzalo Rojas
José Emilio Pacheco

Pablo Armando Fernández

16 de julio de 2017

Limitaciones legales, Enrique Lihn

Limitaciones legales

Un preso independiente se arrodilla ante los muros de su celda
En acción de gracias
Brilla ante él la claridad de la Ley
Que hace innecesaria la invocación de su espíritu
El espíritu de la ley brilla por su ausencia en la claridad de la Letra
El fuera de la letra ha tenido su tiempo para meditar ante esos muros
-Sus limitaciones legales-
Sobre los insondables designios de la Justicia
Hay que decirlo: es un hombrecillo un poco estúpido
Lo encarcelaron por equivocación
Pero ha hecho un gran esfuerzo y ya está
Ahora sabe lo mismo que el mismísimo tribunal
Se le ha aparecido la Justicia y le ha dicho: mírame a mí
También yo independiente como tú lo soy en virtud de mis limitaciones
Hermano, gracias a los muros de tu celda eres un hombre libre
Todo esto con otras palabras porque el sujeto es incapaz de tanta lógica
El adivina más bien lo que ha salvado su pequeñez de algo peor que el encierro
Ya una vez cometió la equivocación de que se equivocaran con él
Por llevar el nombre de otro
No hay asilo contra la opresión en la tierra de los libres
Sabe que sus limitaciones lo independizan de la Libertad y lo libran de la Opresión
Este piojo sabio cae razonablemente de rodillas ante los muros
La nueva Justicia que se siente mejor que comprendida, adorada, atraviesa esos muros dejando en ellos su estela
La claridad de la Ley en lugar del Espíritu
Y se retira a sus limitaciones privadas
El hombrecito del que ya nadie se acuerda lo sabe todo porque no piensa nada
Como si a él también lo defendiera la lógica del peligro de razonar
Es un juez a su manera.


Enrique Lihn 

15 de julio de 2017

A Roque Dalton, Enrique Lihn

A ROQUE DALTON

Soy un poco poeta del chambergo flotante,
de los quevedos flotantes, de la melena y la capa española;
un viejo actor de provincia bajo una tempestad artificial
entre los truenos y relámpagos que chapucea el utilero.
Si mal no recuerdo, monólogo, me esmero
en llenar el vacío en que moldeo mi voz,
y la palabra brilla por su ausencia
y el drame me es impenetrable.
Envejezco al margen de mi tiempo
en el recuerdo de unos juegos florales
porque no puedo comprender exactamente la historia.


Enrique Lihn

14 de julio de 2017

Pena de extrañamiento, Enrique Lihn

Pena de extrañamiento

No me voy de esta ciudad con la resignación de los visitantes en tránsito
Me dejo atar, fascinado por ella
a los recuerdos del presente:
cosas que no tuvieron, por definición, un futuro pero que, ciertamente, llegaron a
envejecer, pues las dejo a sabiendas de que son, talvez, las últimas elaboraciones
del deseo, los caprichos lábiles que preanuncian la vejez.
En una barraca, cerca de Nueva York, el martillero liquidó el saldo de su negocio –
un stock de fotografías antiguas-
ofreciéndolas a gritos
en medio de la risotada de todos:
"Antepasados instantáneos", por unos centavos
Esos antepasados eran los míos, pues aunque los adquirí a vil precio no tardaron,
sin duda, en obligarme a la emoción
ante el puente de Brooklyn
como si Manhattan, que se enorgullece de volatilizar el pasado
conservándolo en el modo de la instigación a desafiarlo
fuera mi ciudad natal y yo el hijo de esos antiguos vecinos de los que la voz gutural
hace irrisión, y el martillo.
No me voy de esta ciudad sin haber amado aquí
a la mujer que conocí y no conocí ni haber agotado
la vida conyugal
reflotando en el negocio de plantas o antigüedades.
La isla dispone de fantasmas artificiales con que llenar los huecos de la contra-historia
Ellos ocupan en la memoria, con la naturalidad que ésta se perite en relación a la nada
el lugar de los verdaderos ausentes: caras que vi en las bouffoneries del Soho
directement angeliques: esas muchachas caídas de la luna a la nieve
vestidas de pierrot y sus acompañantes andróginos
fueron y no fueron mis amigos de juventud
Se congelan lágrimas que son de frío
pero que memorizan, asimismo, a John Lennon
Reconozco la nieve de antaño, que cae
sobre Blecker Street en este día acrónico
mientras se hace de noche a la velocidad simultánea del vuelo de un murciélago
y pasan películas de mi tiempo en mi barrio.
Como si me retuviera algún negocio en la ciudad
veo a Cary Grant e Irene Dunne
que acaban de morir en una vieja comedia
víctimas del capricho de uno de los primeros automóviles deportivos
( la máquina del glamour )
Sigo sus apariciones y desapariciones
-una cita de Meliès en la magia blanca y sonora de Hollywood-
la sorpresa de esta pareja se espejea en ellos- los transparentes- por gracia del celuloide.
Como mis propios fantasmas, esos figurines inverosímiles
evocan, de manera en sí misma realista, alguna época acrónica de lo imaginario
Son los antepasados instantáneos de los deseos que provocan
en la inocencia total de sus reencarnaciones o desplazamientos
desde su absoluta lejanía en blanco y negro
El beso final no ocurre en la pantalla
sino entre la pantalla y la media luz de la sala
un corte insubsanable en que se juntan y se besan el presente y el pasado: labios incompatibles que ninguna comedia puede reunir.
Lo que me ata a la ciudad es todavía más irreal que ese beso blanco,
que connota glamour, escrito en la luz centelleante
( el placer del ojo en el paraíso de la visión artificial )
Haciendo el reconocimiento de cómo es lo que no es hic el nunc, en el Blecker Cinema
Esta ciudad no existe para mí y yo no existo para ella
allí, en ese punto en que los tiempos convergen bajo la especie de la Duración
Existe para mí, en cambio,
en la medida en que logro destemporizarla desalojarla
por unos contrasegundos, de la convención que marca el reloj
con sus pasitos de gato en la rutina del living
Trabajo que Hércules no se soñaba
en franca competencia con la Meditación Trascendental
Si yo lo consiguiera, sentiría apoyarse desaprensivamente en mi brazo ( el de Cary Grant )
la mano enguantada pronta a desaparecer,
de una muerta: Irene Dunne -frisson nouveau-
y entre la pantalla y la media luz de la sala
( borrado ya del tiempo el día de mi partida: dos de enero de mil novecientos ochenta y uno ) Se tocarían ( no ) como para cualesquiera de los espectadores
-gatos descongelados en el invierno de Nueva York-
pasado, presente y futuro
en una unidad de medida que reúna esos tiempos incompatibles para ellos
y para mí, pero no para ellos: los veros vecinos de Washington Square.
A diferencia mía ellos permanecerán, de hecho, en la ciudad,
con el aval de sus antepasados
a quienes, a lo mejor, pusieron en subasta por unos centavos
y que yo mismo adquirí en una barraca.
De una memoria de la que mi memoria se hace cargo
en la borrada fecha del dos de enero, mi cuerpo tomará el avión para hacer,
en los meros hechos, de algunas calles cuyos nombres ya no recuerdo
y de ciertos rincones que nadie volverá a ver
recuerdos sin objeto ni sujeto
Eso en lo que concierte a mi cuerpo,
mientras el invisible ciudadano de esos rincones
y esas calles tan innotorio como lo son, al fin y al cabo,
entre sí diez millones de habitantes seguirá aquí,
delegado por la memoria que llega a la aberración
y toma entonces no sólo la forma de mi sombra:
mi existencia hecha de algo que se le parezca
Ese doble abrirá en mí un hueco
que yo mismo no podría llenar con las anotaciones de mi diarios de viajes
No me proporcionará los estímulos a los que necesite responder
cuando me pregunten en mi pueblo por la Megalópolis
Vivirá en mí de ella, simplemente, como el huésped del mesonero
coadyuvando a que mi vida sea una versión del discours sur le peu de realité
Porque la realidad estará allí donde ese parásito del ser
se pasee gozando de su inanidad en tanto miseria sonora de estos versos
y más allá del lenguaje y de la vida que me sustraiga
mañana cuando como un cuerpo sin la mitad de su alma
despojado del terror que fascina,
habite en cualesquiera de esas medio-ciudades,
defectuosas copias de Manhattan
y, por lo tanto, ruinas -nuestros nidos- antes, después y durante su construcción
algunos de mis puntos de destino cuando me vaya y no me vaya de aquí.

Enrique Lihn

( de: Pena de extrañamiento, 1986 )

13 de julio de 2017

Ángel de rigor, Enrique Lihn


Ángel de rigor

Tarde por la mañana se hizo ver
a mi puerta qué angel más terrible
esa misma muchacha a quien amé
en silencio hace cosa de cien años
La frustración de padre y señor mío
negándose a un incesto metafórico
que lo sepulta bajo siete capas
del alquitrán del sueño
Y me cogiste
en la debilidad del mediodía
Un soplo al corazón de la edad media
como el golpe que quiebra así el espejo
antes del baño, cuando un tipo insomne
bebe de la fatiga de sí mismo
un trago largo con sabor a muerte
Y no pude dejar de entrar contigo
con el cuerpo en la boca, digo, el alma
mismamente en la cama de mi hija
en un estado de inseguridad
el viejo efecto del deslumbramiento
Era como acostarse con un ángel
sin la preparación física mínima
tras una noche en blanco, de verano
Natural fue que nada resultara
La indecisión se apoderó de mí
y de ti, por rimar, la decepción
Herido y muerto del amor que huía
en el momento mismo de su aparición
Disminución de Alicia al ir creciendo
al otro lado de un espejo roto
en el país de Nada y Nunca Más
reverso exacto de esas maravillas.

Enrique Lihn

Al bello aparecer de este lucero (1983)

12 de julio de 2017

Dos poemas para Andrea, Enrique Lihn

DOS POEMAS PARA ANDREA

UNO

Aquí en esta ciudad parada frente al mar
para mirarlo bien, que se llama Agrigento,
hay unas casas viejas como el sol, muy bonitas,
hay señoras vestidas de negro que parecen anteojos
ahumados,
hay caballeros sentados en la plaza, algunos
distraídos, otros fumando pipa.
Llega a dar gusto el cielo, dan ganas de tocarlo;
como decía usted:
dan ganas de tirarse al cielo de cabeza.
Hay niños, por supuesto, que le mandan saludos;
las golondrinas juegan, en el aire, a volar.
Pero lo más simpático de todo
son estas carretelas de verdad que parece que
usted las hubiera pintado
con un montón de chongos de colores.
Los domingos la gente se apelotona en ellas,
y ahí se van contentos a la playa.
Le voy a llevar una, claro está que más chica,
de adorno para la repisa.

DOS

Dígale a su tía Cecilia
que como ahora ella no escribe sus versos se los estoy
copiando yo al revés
igual que si un mono acostumbrado a rascarse
la cabeza o a dar grandes saltos rabiosos
en el aire
se pusiera a cantar imitando a un canario.
Dígale que como estoy aquí bastante lejos, sólo me
acuerdo de las palabras sencillas,
y sólo alcanzo a ver, en la distancia, a los niños.

Enrique Lihn
Poesía de paso (1966)
Premio Poesía 1966 Casa de las Américas Cuba
Jurado
Jorge Zalamea
Gonzalo Rojas
José Emilio Pacheco

Pablo Armando Fernández

11 de julio de 2017

No hay Narciso que valga, Enrique Lihn

No hay Narciso que valga

A los cincuenta y dos años el espejo es el otro
No hay Narciso que valga ni pasión de mirarse
en el otro a sí mismo. La luna del estanque
es despiadada, finalmente dura
como una mala foto que él rompe en mil pedazos
Se liquida el espejo: vuelve a su liquidez
y licuado ese ojo de vidrio que llorara
es, por fin, una poza de agua verde y sin fin:
estanque del que fluye, envuelta en sus cabellos
y bajo los nenúfares, una ninfa, una ninfa...

Enrique Lihn

Al bello aparecer de este lucero (1983)

10 de julio de 2017

Hechizo, Circe Maia


HECHIZO                                                                             
(De un ejemplo de lógica)

Los dos caballeros
con sus dos caballos
y sus dos lirios
se reducen a uno, en una fórmula
frente al ojo severo de la lógica.

Arrastrados al reino frío
de los símbolos matemáticos
los caballos relinchan, espantados.
Los caballeros sienten que no pueden
respirar en el aire de hielo

Los impávidos lirios
se mantienen serenos.
Ya alguna vez soplaron estos vientos
-piensan los lirios-
y nunca pasó nada.

Pestañea el filósofo.
Se deshace el hechizo.

Y los dos caballeros
con sus dos caballos
y sus dos lirios

regresan al galope al reino de la magia.

Circe Maia
De lo Visible (1998)

9 de julio de 2017

Cambios, Circe Maia

Cambios
              
Unas veces el cambio se prepara
en forma subterránea pero estalla
de modo brusco, abierto:
nova en el cielo
grieta en la tierra
inundación de luz en plena noche
lengua de fuego
asoma sorpresivamente en la mirada
del otro, vuelto Otro, vuelto ajeno.

Otros cambios se gestan
imperceptiblemente.
De una oscura manera
de un modo
silencioso
lo que no estaba está y lo que estaba
es destruido.

Pero tan gradualmente
que siempre quedan restos:
de la mirada, alguna
chispa
alguna vez.
De la voz, algún eco
(palabra no enfriada
todavía).

Circe Maia