No hay Narciso que valga
A los cincuenta y dos años el espejo es el otro
No hay Narciso que valga ni pasión de mirarse
en el otro a sí mismo. La luna del estanque
es despiadada, finalmente dura
como una mala foto que él rompe en mil pedazos
Se liquida el espejo: vuelve a su liquidez
y licuado ese ojo de vidrio que llorara
es, por fin, una poza de agua verde y sin fin:
estanque del que fluye, envuelta en sus cabellos
y bajo los nenúfares, una ninfa, una ninfa...
Enrique Lihn
Al bello aparecer de este lucero (1983)
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