MOREIRA
“Aquellos dos hombres valientes, con un corazón endurecido
al azote de la suerte, se abrazaron estrechamente
una lágrima se vio titilar en sus entornados párpados y
se besaron en la boca como dos amantes, sellando con
aquel beso apasionado la amistad que se habían profesado
desde pequeños.”
Gutiérrez
Delia, arrastrándose por ese cuarto descampado, se hacía
cargo de ese
espanto, esa barba arrancada que babeaba junto a la verga
del amigo:
de ese despojo, de esa cornamenta
esa lengua amputada deslizando la baba por el barbijo de
ese vientre
Y si, querida Delia, ornada Dalia, no le hubieras dejado
combatir?
Huyendo en ancas con el juez, haciendo estrecho el
laberinto?
El laberinto de carcomas donde coleaban esos lagartos de
las ruinas,
esas flores azules de las zanjas?
Ventruda campanilla!
Restallaba!
Si no
hubieras vestido esa pollera de muselina acampanada con
flores tan
burocas que parecían no engarzarse y flotar muellemente
en las
dobleces, en el bies (y el barbijo!): y estaban enredadas
en el
clítoris-en los nervios musgosos del estribo
Oh rusa blanca
botando pozos y lagartos
y pifias de caballos encabritados que se boleaban en el
ruedo,
tronchos
– era la moda Líberty (o Liberty) y cabeceabas espejada
entre
andamios temblequeantes y casi ponzoñosos
El amigo Francisco
El amigo Giménez
El amigo Julián
con quien descangallada viste esa escena (torpe) de los
besos:
esa lamida de las lenguas esos trozos de lenguas,
paladares y
cristales brillosos, centelleantes, brillosos del strass
que
desprendido
de las plumas del ñu hedia en la planicie
superficial, en balde
-en lo profundo, él y ese pibe de Larsen, en los remotos
astilleros,
se zambullían en las canteras arenosas, en el vivero del
Tuyú,
a pocas millas de la tumba
“a vos te dejo – dijo – el pañuelo celeste con que me até
las bolas
cuando me hirió ese cholo, en la frontera; y el zaino
amarronado;
y los lunares que vos creías tener y tengo yo, como en un
sueño de
comparsas que por sestear pierden la anchura, el sitio
justo de la
hendida; y se la pasan cercenados como botijas en el
trance:
y se los come la luz mala
“y te dejo también esos tiovivos, con sus caballos de
cartón que
ruedan empantanados en el barro; y cuántas veces ayudé a
salir
del agua movediza a esos jinetes que fiados en la
estrella montan
grupas hacia la comadreja; y se los come
“y también esos pastos engrasados donde perdí ese
prendedor, de
plata, si lo encontrás es tuyo”
Néstor Perlongher
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