3 de abril de 2021

Sábado, Witold Gombrowicz


 Sábado
 
 
Del artículo del señor B. T. en Wiadomości: «Me atreveré, sin embargo, a expresar la sospecha de que el optimismo polaco —a pesar de las apariencias— tiene su origen simplemente en la pereza mental… Cuando la situación se hace difícil, siempre recurrimos a la tradición de "dar ánimos”…»
Y al lado, en esa misma página, en el artículo del señor W. Gr. leemos: «Estamos olvidando que la grandeza de la literatura se basa en su soberanía… El arte no está al servicio de nadie…»
Hace calor. Mi debilidad me quita las ganas de seguir leyendo…; sin embargo, esas expresiones despiertan inquietud. Podría firmarlas con mi nombre, su contenido me es muy próximo. Y precisamente por esa proximidad de contenido, me resultan inquietantes y hostiles. Y es que este contenido viene de otra persona, es el resultado de otros mundos, de una base estilística y espiritual diferente. Me basta con leer alguna de las siguientes frases del señor W. Gr.:
«Fircyk w zalotach [7] es auténtica literatura…, una joya autosuficiente, como puede serlo un hombre sano bajo el alegre sol o en la refrescante sombra…»
… La combinación joya-salud, asociada con lo que sé de este autor por sus otros trabajos, hace que me aleje de él y que el primer enunciado se me antoje antipático. Todo depende de quién pronuncia una opinión que consideramos nuestra y a la que apoyamos. Creo que a las ideas, en Polonia, siempre les ha faltado gente…, es decir, que la gente no ha sido capaz de asegurar a las ideas no sólo la fuerza suficiente, sino tampoco ese atractivo magnético del que dispone un alma bien «resuelta». Lo cual es tanto más extraño cuanto que hemos tenido una cantidad extraordinaria de escritores nobles y hasta sublimes. Y sin embargo, la personalidad de Żeromski, Prus o Norwid, o incluso de Mickiewicz, no ha sido capaz de despertar (al menos en mí) aquella confianza que inspira Montaigne. Es como si nuestros escritores, durante su desarrollo, hubiesen ocultado algo y, como consecuencia de esta ocultación, no fueran capaces de ser absolutamente sinceros, como si su virtud no fuese capaz de mirar a los ojos
a toda clase de pecado.
Pero las frases arriba citadas me disgustan también por otro motivo. Ese autodidacta «nosotros»… Nosotros, los polacos, somos así y asá… A nosotros, los polacos, nos ocurre esto y aquello… Nuestro defecto, el de los polacos, es que… Este estilo cansa, porque es general; ¿quién de nosotros no alecciona de esta manera hoy en día a la nación? He aquí una de esas trampas estilísticas que acechan al escritor y de la que es tremendamente difícil —lo digo por mi propia experiencia— escapar.
Y, como siempre, este desliz estilístico es síntoma de una enfermedad más grave. El error de este enfoque queda definido en el siguiente aforismo: medice, cura te ipsum. De hecho, este «nosotros» es una expresión de cortesía, puesto que el autor discurre como un maestro, como quien nos confronta con Europa y, no sin dolor, constata nuestras insuficiencias. De modo que este comentario aparentemente inocente oculta una buena carga de presunción, sin hablar ya de que la intención pedagógica, más bien pesada, de semejantes expresiones es de lo más barato, de lo más fácil…, intención que puede permitirse cualquiera con sólo poner cara de «europeo». Sin embargo, la raíz principal y fundamental de ese error alcanza tal profundidad en nosotros, que sería necesaria una operación muy complicada para poderle decir adiós para siempre.
¿Cómo definirlo? Es cuestión de energía y vitalidad. Es el problema de nuestra actitud frente a la vida. En el colegio, Adaś no paraba de reflexionar sobre sus propios defectos y sobre cómo erradicarlos; deseaba ser piadoso como Zdziś, práctico como Józio, sensato como Henryś, gracioso como Wacio…, por lo cual era muy alabado por los maestros. Pero sus compañeros no le querían y le zurraban de buena gana.
 
Witold Gombrowicz
De Diario 1 (1953-1956)

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