23 de septiembre de 2020

Los poetas negros, Aldo Pellegrini


 

Los poetas negros
 
Para Artaud, el problema de la condición humana debe quedar reducido al hombre en sí, y la experiencia esencial debe llevarla cada hombre hasta sus extremas consecuencias en busca de su "naturaleza verdadera". Parecida actitud tuvieron dos poetas del grupo parasurrealista Le Grand Jeu, Daumal y Gilbert-Lecomte. Los tres conformarían una tendencia que suele ser designada con el nombre de poesía negra. A ellos debe agregarse el poeta Jean Pierre Duprey, de la última generación surrealista.
¿Por qué una experiencia tan definidamente metafísica debe ser dada por la poesía? Porque sólo la poesía puede ofrecer, según Daumal, el conocimiento como experiencia total del ser. El conocimiento racional representa la anulación del hombre como ser.
Daumal busca -usando sus propias palabras- "la simplicidad central de mi realidad desnuda". Pareciera como si el secreto del yo profundo y esencial (no hablo, por supuesto, de los decorados psicoanalíticos) fuera guardado por demonios destructores, y el audaz que levanta el velo de ese lugar donde reside lo divino del hombre, corriera todos los riesgos del aniquilamiento. Esa búsqueda angustiosa del yo esencial llevaría a todos los poetas de tendencia negra al aniquilamiento físico: a Daumal, a través de la experiencia Gurdjieff, a Gilbert-Lecomte por el camino de las drogas; a Artaud, quien por las drogas y la intolerable tensión interior desembocaría en la locura; a Duprey, que por un proceso de angustioso desdoblamiento del yo, terminaría en el suicidio.
 
Es natural que, quienes tanto pretendieron de la palabra tu-vieran que decir como Daumal: "La poesía en nuestros días está hecha de desvergonzada mistificación". En estos poetas la poesía pierde (como aclara el mismo Daumal en su prefacio a Le Contre-Ciel) su calidad de canto para acercarse al grito.
Artaud es el ejemplo impar del vertiginoso descenso en las profundidades del yo que preconizaba Breton, En este sentido fue, sin duda, el que llevó el surrealismo a sus consecuencias extremas. Toda su obra es una torturada acusación contra el mundo.
En una de sus cartas a Jacques Riviére afirma: "Yo puedo decir verdaderamente que no estoy en el mundo, y esto no es una mera actitud espiritual". Su vida se desarrolló como en un planeta aparte, el planeta de su yo subterráneo, azotado por tempestades y cataclismos psíquicos. Como dice Gaétan Picon, la obra de Artaud simboliza el rechazo físico y metafísico de la condición humana tal cual se da en la vida corriente. Encarna el drama de alguien que pretendió la autenticidad total. En uno de sus textos dice: "¿Y para qué ojos cuando todavía falta inventar lo que hay que mirar?". Pueden dar idea de su preocupación por la esencialidad, textos como el siguiente, extraído de "Fragmentos de un diario del infierno": "Yo no trabajo en la dimensión de un dominio cualquiera. Yo trabajo en la única duración".
Su amigo y discípulo Arthur Adamov dice acertadamente so-bre su obra que "escapa a todo sistema habitual de crítica". Obra que reúne lo poético, la confesión, la protesta, el humor, los espasmos de dolor, el grito y la injuria, y al mismo tiempo niega todos esos elementos. Artaud es un verdadero iluminador del espíritu del hombre y, en cierto sentido, un redentor.
En su manifiesto "En plena noche" en el que plantea su posición después de su separación del grupo surrealista, explica:
"Se trata de ese desplazamiento del centro espiritual del mundo, de esa desnivelación de las apariencias, de esa transformación de lo posible que el surrealismo debía contribuir a provocar. El surrealismo fue para mí una nueva especie de magia".
La elocuencia de la desesperación pura, la palabra mordisco, la palabra grito son los instrumentos de Artaud en su lucha contra los límites de! hombre. El primer límite que encuentra es su propio cuerpo, y para quienes se preguntan qué sentido tiene e! alma, Artaud comienza por preguntarse qué sentido tiene el cuerpo. Al extremar su contacto con ese oscuro mundo de las esencias aparece un vacío aterrador y detrás de él la locura.
Gilbert-Lecomte buscó en la droga el remedio para el escándalo de "ser y estar limitado sin conocimiento de sí mismo". Es un verdadero místico del abismo y su poesía surge de una desesperada exploración en esa noche impenetrable que envuelve el destino del hombre.
En Duprey la interrogación sobre sí mismo adquiere la forma de un angustioso desdoblamiento. Se entabla un doloroso e in-terminable diálogo entre el yo actuante y el yo testigo que hace surgir negras imágenes en una infinita y torturante pesadilla, que sólo puede encontrar salida en la propia destrucción.
Ésta es la visión panorámica de un movimiento que intentó luchar en pro del hombre a secas, es decir por todo hombre individual y concreto; que ha tratado de mostrar (a veces con el heroico sacrificio de algunos de sus militantes) el camino de la verdadera naturaleza de ese hombre. Un movimiento que ha sabido denunciar a todos aquellos que en el pasado y en el presente han pretendido ampulosamente salvar a la humanidad, sacrificando el destino y las aspiraciones de ese hombre concreto. Para esa lucha usó un arma cuyo verdadero poder todavía desconocemos: la poesía. La poesía cuyos dos componentes activos, la libertad y el amor, son los mismos que configuran la vida integral del hombre.
 
 
Aldo Pellegrini

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