Una palabra que
nos define a la perfección, Julio Requena
Quiero aquí rescatar una palabra nuestra que ha cobrado
aceptación popular y es casi infaltable en el lenguaje diario por la abundancia de
significados que conlleva.
Se trata del vocablo “joda”, cuyo uso es muy argentino
porque de un modo inconsciente la joda refleja bastante bien nuestra idiosincrasia de
seres contrarios a la seriedad, por lo menos a esa seriedad relativa a las cuestiones
importantes, aunque no tanto a la gravedad del semblante.
“Tomarlo todo en joda”, “No dejarse agarrar para la
joda”, son rápidos consejos de amigos dictados por esa conducta sarcástica, que ha desintegrado
nuestra conciencia nacional por una falta de seriedad alarmante en la vida de relación y
en la cultura cívica en general. El diálogo argentino está matizado de chistes y risas
tendientes a sobrellevar todo con humor burlón, y en ese sentido la palabra joda cumple muy bien
un cotidiano papel decisivo para contrarrestar la seriedad, o para no dejar que ella
prospere demasiado. Al decir “es unajoda” se quiere expresar justamente que lo contrario, lo
serio, no existe.
Pero recuerdo que joda era un mala palabra durante mi
juventud, ya que pronunciarla era obsceno, posiblemente porque en España se la usó
vulgarmente como “practicar el coito”, enraizado en el lenguaje cotidiano de nuestro país, dado
que su derivación en “jodido”, “jodón”, se presta a una definición polisémica muy
amplia: molesto, difícil, bromista, malo, festivo, engañoso, etc., siempre con la idea de falta de
seriedad: “Nada es serio. Todo es una joda”.
Agregada como definición de un enunciado, me trae también
a la memoria una anécdota de un prestigioso profesor de física de la Universidad
Nacional de Córdoba. Un día me lo encontré en la calle, y al preguntarle si estaba
escribiendo una nueva obra me dijo que había acabado otra, pero que demoraba su entrega a la
imprenta porque vacilaba con el título que quería ponerle. Me pidió ayuda para ello
una vez que me enteró del contenido, el cual versaba sobre el insoluble Universo..
Entonces lo interrogué sobre qué podía sugerirme, qué le
parecía más acertado. Me confió que el título debía hacer alusión a la poca seriedad de
las leyes del Cosmos..Pero, aclaró, el epíteto “serio” no lo conformaba para nada, y en
cambio se inclinaba por el despectivo “joda”. Y sonriendo burlonamente, se expidió: “El
Universo es una joda”. Por supuesto, un profesor universitario serio no podía
inferirle semejante ofensa a la ciencia, y el libro salió con otro nombre.
Refiero esto porque ese humor de la joda está en la
entraña misma de nuestra cultura, y es indicativo dela poca seriedad que impera a veces en
los numerosos casos donde es preciso no utilizarlo.
Sin embargo, cuando se habla de los políticos surge la
crítica burlona y caricaturesca, sobre todo cuando va asociada con la corrupción endémica
de ellos, y esta crítica maliciosa genera multitud de chistes irónicos y
sarcásticos que alcanzan al descrédito por la Justicia y las instituciones gubernamentales,
municipales y policíales.
No es para menos. Nuestro país tiene el ominoso
privilegio de ocupar el segundo lugar mundial de “políticos corruptos”, según la votación de
diciembre de 2004 efectuada por la organización Transparency International (TI).
Es conocida nuestra indiferencia genética por participar
en los grandes temas que requieren debates o soluciones inminentes, indiferencia
que termina por imprimirle un sello de escepticismo crucial a cualquier intento serio
de superación de problemas sociales, morales o psicológicos: “¿Para qué actuar si
todo se va a la mierda?”
Tal vez esto se deba a la perniciosa influencia hipnótica
o mantrámica de la palabra joda, bajo cuya tutela nos criamos los argentinos, convencidos
de que nada vale la pena de prestarle nuestra atención, porque todo desemboca en la
misma conclusión: “para qué, si la corrupción es tan inevitable como invencible en
este país”.
Entonces, nos justificamos:”¡Viva la joda!”.
Desde la perspectiva de lo drolático –en su acepción de
“broma de mal gusto”, o broma peyorativa–, ésta puede acabar con toda una reputación
moral, o una imagen venerada,,solamente con la maliciosa intención de hacerlo. La broma
(“chanza, burla, acción que
puede lastimar a una persona, y hacer reír a quien la
ejecutó”) es también una acción destructiva, derivada del griego “devorar, tragar”, y en
tal sentido se equipara con el sarcasmo (“quitar las carnes”) porque la broma, a veces,
es una suerte de canibalismo social. Por tanto, con frecuencia sume en estado de
escepticismo a la mente, o peor aún la lleva a un grado de incredulidad pesimista.
Así, la indiferencia y la incredulidad, por el humor se
convierten en sinónimos. De modo que puede realizarse una lectura bifocal con la broma y
el sarcasmo. En lo profundo de ellos surge la irreverencia libertaria por todas las
convenciones sociales (creencias e ideales), y en lo superficial prende la rebelión
filosófica por la tragicidad de la vida y su inextinguible misterio.
¿Qué nos enseña, entonces, la palabra joda?
Que la actividad personal del egomovimiento –el incesante
fluir del yo psicológico, ese yo Interesado sólo en sí mismo– se encuentra en pugna
conflictiva con la sociedad desde que ésta se constituyó.
Es esa lucha –la egomaquia– la que ha creado la eterna
confusión en este mundo que todos compartimos, con sus constantes guerras, sus
crónicas desigualdades colectivas, y sus fatales competencias desalmadas. Como se ve, un tema
perteneciente al “humor negro”.
Más aún si lo trasladamos a la niñez contemporánea del
planeta, donde la mitad de los chicos viven en un permanente estado de peligro debido a
las guerras, la pobreza y el SIDA, habida cuenta de la patética explotación laboral y
pornográfica a que se los somete.
Julio Requena
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