31 de julio de 2020

La muerte de los artistas, Charles Baudelaire


La muerte de los artistas, Charles Baudelaire

¿Cuánto mis cascabeles tendré que agitar
y besarte la frente, triste caricatura?
Para dar en el blanco, de mística virtud,
¿cuántas flechas tendré que disparar?

En intentos inútiles nuestra alma gastaremos,
y nuestra fuerte armadura hemos de destruir,
antes de vislumbrar la divina Criatura
cuyo infernal deseo nos colma de gemidos.

Algunos nunca conocieron a su ídolo,
escultores malditos que la ignominia selló,
que golpean con odio su pecho y su frente,

sin más esperanza, !Capitolio sombrío!
que la muerte, cerniéndose como sol perenne,
logrará, al fin, que explosionen las flores de su mente.


Charles Baudelaire
Versión de José Luis Colombini

30 de julio de 2020

El albatros, Charles Baudelaire

El albatros



A veces, para divertirse, suelen los marineros
dar caza a los albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, indolentes compañeros de travesía,
al barco que cruza los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas de cubierta,
que estos reyes del azul, torpes y avergonzados,
dejan que sus grandes alas blancas se arrastren
penosamente al igual que remos a su lado.

Este viajero alado, ¡qué torpe y endeble!
Él, antes tan bello, ¡qué feo y qué risible!
¡Aquél quema su pico, sádico, con una pipa,
otro imita, rengueando, al lisiado que una vez voló!

El Poeta es igual al príncipe de las nubes
que habita la tormenta y ríe del arquero;
exiliado sobre la tierra en medio de las burlas,
sus alas de gigante no le dejan caminar.


Charles Baudelaire
Versión de José Luis Colombini

29 de julio de 2020

Las joyas, Charles Baudelaire



Las joyas, Charles Baudelaire

Desnuda, y, conociendo mis gustos,
sólo lucía las sonoras joyas
cuya ostentación le otorgan un aire triunfador
que las esclavas moras fulguran en días felices.

Cuando en el aire deja correr su resonancia mordaz
ese mundo radiante de metal y piedras
me ahoga en el éxtasis; yo amo con frenesí
los sucesos en los que el sonido se une con la luz.

Ella estaba tendida y se dejaba amar,
sonriendo complacida desde el alto diván
a mi pasión profunda y dulce como las mareas
que ascendía hasta ella como hacia su acantilado.

Clavada en mí su mirada, como un tigre domado,
con aire soñador cambiaba posturas
y mocedad y lujuria juntos
le daba un nuevo encanto a sus metamorfosis;

Y sus brazos y piernas, sus muslos y sus nalgas
suavizados como el óleo, como un cisne sinuoso,
pasaban ante mis ojos lúcidos y serenos;
y su vientre y sus senos, racimos de mi vid,

Avanzaban cálidos, seductores como Ángeles del mal
para turbar la serenidad de mi alma
y para separarla de la piedra de cristal
donde se había sentado solitaria y tranquila.

Y creí ver unidos como en una pintura
las caderas de Antíope y el busto de un joven,

-Tanto su talle hacia resaltar su pelvis-
¡Soberbio era el maquillaje sobre su oscura tez!

-Y habiéndose la lámpara resignado a morir
tan sólo el fuego de la estufa iluminaba el cuarto,
cada vez que crepitaban como un suspiro los leños
inundaba de sangre su piel color ámbar.

Charles Baudelaire
Versión de José Luis Colombini

28 de julio de 2020

Los faros Charles Baudelaire




Los faros


Rubens, río de olvido, jardín de la pereza,
almohada de frescura donde amar no se puede,
pero fluye la vida y sin cesar se agita,
como el aire en el cielo y el mar dentro del mar.

Leonardo da Vinci, profundo, sombrío espejo,
donde ángeles seducen, con su dulce sonrisa
cargada de misterio, apareciendo al pie de glaciares
y pinos que encierran su país;

Rembrandt, hospital triste repleto de murmullos,
y con gran crucifijo apenas decorado,
donde plegaria en llantos se alza de las basuras,
y de una luz de invierno bruscamente cruzada;

Miguel Ángel, desierto donde se ven los Hércules
mezclarse con los Cristos, y alzarse muy erguidos
poderosos fantasmas que en aquellos crepúsculos
desgarran su sudario estirando sus dedos;

furias de boxeador, impudicias de fauno,
tú que no despreciaste la belleza en los pícaros,
gran corazón soberbio, hombre amarillo y débil,
Puget, de los forzados melancólico rey;

Watteau, ese carnaval donde tanta alma ilustre,
como las mariposas, vaga resplandeciendo,
fresca y ligera escena que alumbran las arañas
arrojando locura a ese baile que gira;

Goya, una pesadilla llena de incertidumbres,
de fetos que se cuecen en medio de aquelarres,
de viejas al espejo y muchachas desnudas,
tentando a los demonios al ajustar sus medias;

Delacroix, lago en sangre donde van malos ángeles,
sombreado por un bosque de abetos siempre verde,
donde extrañas charangas, bajo un cielo muy triste,
pasan, como un suspiro ahogado de Weber;

esas blasfemias, esas maldiciones y quejas,
esos éxtasis, gritos, llantos, esos Te Deum,
son un eco que copian miles de laberintos;
¡Al corazón mortal opio más que divino!

Un grito es que repiten miles de centinelas,
una orden transmitida en portavoces mil,
es un faro que alumbra sobre mil ciudadelas,
¡Voces de cazadores perdidos en los bosques!

Porque es, Señor, realmente, el mejor testimonio
que pudiéramos darte de nuestra dignidad
¡este ardiente sollozo que va de siglo en siglo
y a morir viene al borde de vuestra eternidad!

Charles Baudelaire
Traducción de Rodolfo Alonso