El crimen, Jacques Sternberg
Antes de comprender que tenía en frente a su asesino, el
hombre vio el arma: un cuchillo.
O, mejor dicho, la hoja de un cuchillo.
De la hoja se desprendió un metálico reflejo que dio
contra el gran espejo del armario.
La víctima soltó un grito que dio contra uno de los muros
de la habitación.
El reflejo de la hoja del cuchillo fue del espejo a la
pared.
El grito fue de la pared al espejo.
La pared, como corresponde, absorbió el reflejo del
cuchillo y lo ahogó.
Pero el grito reflejado en el espejo se amplificó y
rechinó de repente, muy agudo, tan filoso como una hoja de acero.
Esa punta aguda fue lo que el criminal recibió cuando
menos lo esperaba, por la espalda, y de este modo, sorprendido, se desmoronó al
tiempo que la víctima se enjugaba el sudor de la frente.
Jacques Sternberg
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