Tren de
ganado
Somos
inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche
o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados por
el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto un
mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y
volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es
aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos
olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que sabían
de estrellas habían olvidado sus nombres
y les dábamos
los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es
aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un canto
gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba por
todos los destinados al sacrificio.
Somos
inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche
o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche se
había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos
nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es
aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando la
cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos en
silencio las uñas de los muertos.
Somos
inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche
o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos al
atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos
todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es
aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida
escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos
dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después
nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos
nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde la
estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo por
ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo quedaron
detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de
cera navegando hacia el sol,
y a nuestro
lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma mía,
vaca coronada de nardos y violetas.
Horacio
Castillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario