14 de junio de 2018

Contrapunto, Horacio Castillo

 

Contrapunto

No tengo cuándo acabar

y me envejezco cantando



José Hernández



des gedenkt man

soweit des heiligen baumen frucht gedheit



(recuerdo memorable

que vivirá mientras el árbol sagrado pueda florecer)



Stefan George


La tarde, sollozando, se inclinó hacia occidente,

los pájaros huyeron hacia los últimos restos del día

y se elevó desde lo más hondo del silencio,

como un rosario, el antiguo contrapunto.



El cautivo



Pregunté al Pájaro de la Montaña por el Árbol que Canta

y me señaló un bosque y en el bosque un árbol,

pero el árbol era demasiado corpulento para arrancarlo.

“Toma una rama —dijo el Pájaro—y plántala en tu jardín”.

Eso hice: tomé una rama, una pequeña rama

del Árbol que Canta y la planté en mi jardín.



El desconocido



Ilusión, fantasmagoría, recurso nupcial, maniobra para

exorcizar el misterio.



El cautivo



Fui flauta y por mí pasó la congoja del mundo,

fui campana y celebré las glorias de la luz,

fui cuerda y me pulsó el pavor de los cuerpos,

fui tambor y redoblé por la materia doliente.



El desconocido



Eres mudo, tu lengua es lengua de señas.



El cautivo



Nací con la boca abierta a lo inefable.



El desconocido



Una boca llena de cal.



El cautivo



Llena de plomo, llena de excremento, llena de cera, llena de sol.



El desconocido



La boca de ganso.



El cautivo



Por la que alguien habló.



El desconocido



Un coro de ventrílocuos.



El cautivo



El canto que se canta a sí mismo.



El desconocido



Croar de ranas.



El cautivo



Una epopeya de rosas.



El desconocido



No hay rosas del otro lado.



El cautivo



Las dejo en el umbral.



El desconocido



Se pudrirán como tus huesos, bajo la lluvia.



El cautivo



Sentí su aroma y eso nadie me lo podrá quitar.



El desconocido



Un perro olfateando la música de las estrellas.



El cautivo



¿Has recogido alguna vez un pétalo del suelo?



El desconocido



Recogí arena y la vi correr entre mis dedos.



El cautivo



Serví a la Belleza y a ella encomiendo mi espíritu.



Fui flauta y por mí pasó la congoja del mundo,

fui campana y celebré las glorias de la luz,

fui cuerda y me pulsó el pavor de los cuerpos,

fui tambor y redoblé por la materia doliente.


  
Horacio Castillo


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