La exacta finalidad de la máquina que hacía seis meses que supervisaban era completamente desconocida para los técnicos.
Conocían tan solo los planos de la máquina, unos planos
cuya complejidad hacía suponer una finalidad también compleja. Y sabían también
qué gestos debían realizar. Unos gestos muy simples de ejecutar, ya que la
máquina se construía a sí misma con una sorprendente destreza, al igual que había
construido el gigantesco hangar en el que estaba alojada. Se decía también que
ella misma había trazado los planos de su construcción. Algunos llegaban
incluso a creer que se había inventado incluso a sí misma, desde el primer al
último tornillo.
Al mediodía, a las seis, la máquina alimentaba a los
obreros que se afanaban inútilmente en el taller A veces les daba consejos. Un
día, sin vacilar, curó a un herido. Remontaba la moral de algunos de los
hombres. A menudo componía música. Uno llegaba a admitir que, si tuviera que
nacer algún niño por accidente en el taller, la máquina se habría puesto a
hacer calceta. Después de todo, quizá su finalidad fuera simplemente
convertirse en un espectáculo. O hacer creer a algunos técnicos que trabajaban.
Tras lo cual se destruiría, para volver a reconstruirse luego. Era posible. De
todos modos, se bastaba a sí misma.
Lo probó terminándose sin el menor error, y concediéndose
luego una garantía de diez años y un seguro contra incendios, tras pronunciar
en su propio honor un discurso de inauguración. Tenía cien metros de largo y
veinte metros de alto.
Entonces los técnicos miraron la máquina y se preguntaron
de nuevo en vano, pero esta vez con una cierta inquietud, para qué podría
servir. La máquina, sin embargo, les afirmó que todo estaba listo, y que ya
podían abandonar el hangar. Cuando se retiraron del lugar, la máquina cerró
todas las puertas tras ellos. Quizá esta era precisamente su finalidad.
Sola, la máquina esbozó algunos gestos, pronunció algunas
palabras. Pero sin convicción. Tomó algunos libros, se proyectó un poco de
cine, se recitó algunos versos. Pero sin convicción.
Luego se inmovilizó.
Estaba empezando a aburrirse.
Esta era precisamente su verdadera finalidad.
Jacques Sternberg
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