11 de marzo de 2018

Compruebo, con amargura, que sólo restan algunas gotas de sangre en las arterias de nuestras tísicas épocas, Conde de Lautrémont


Compruebo, con amargura, que sólo restan algunas gotas de sangre en las arterias de nuestras tísicas épocas. Desde los lloriqueos odiosos y especiales, patentados sin garantizar un punto de referencia, de los Jean-Jacques Rousseau, de los Chateaubriand y de las nodrizas en pantalón de los angelotes Obermann, pasando por los restantes poetas que se han revolcado en cl lodo impuro, hasta cl sueño de Jean-Paul, el suicidio de Dolores de Veintemilla, el Cuervo de Allan, la Comedia Infernal del polaco, los ojos sanguinarios de Zorrilla, y el cáncer inmortal. Una carroña, que pintó en otro tiempo, con amor, el morboso amante de la Venus hotentote, los inverosímiles dolores que este siglo se ha creado a sí mismo, en su voluntad monótona y repulsiva, lo han tornado tísico. Con la música a otra parte. Sí, buenas gentes, soy yo quien os ordena quemar, sobre una pala, enrojecida al fuego, con un poco de azúcar amarilla, el pato de la duda, de labios de vermut, que derramando en melancólica lucha entre el bien y el mal, lágrimas que no brotan del corazón, hace en todas partes, sin máquina neumática, el vacío universal. La desesperación, nutriéndose, prejuiciosa, de sus fantasmagorías, lleva imperturbablemente al literato a la abrogación en masa de las leyes divinas y sociales, y a la maldad teórica y práctica. En una palabra, hace prevalecer en los razonamientos cl trasero humano. ¡Vamos, pasad la consigna! Uno se vuelve malvado, lo repito, y los ojos toman el color de los condenados a muerte. No retiraré lo que digo a continuación. Quiero que mi poesía pueda ser leída por una joven de catorce años. El verdadero dolor es incompatible con la esperanza. Por grande que sea ese dolor, la esperanza se levanta cien codos por encima. Dejadme en paz, pues, con los indagadores. A tierra las patas, abajo, perras ridículas, fabricantes de confusión, farsantes. Aquello que sufre, que diseca los misterios que nos rodean, no espera. La poesía que discute las verdades necesarias es menos bella que la que no las discute. Indecisiones acérrimas, talento mal empleado, pérdida de tiempo: nada será más fácil de verificar.


Conde de Lautrémont

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