9 de enero de 2018

Los asesinos ("Ashashin"), Juan Jacobo Bajarlía

 LOS ASESINOS ("ASHASHIN"),  JUAN JACOBO BAJARLÍA 


A la secta herética de los ismaelitas, en el siglo xi, correspondió el "honor" (o la felonía) de acuñar la palabra asesino, nombre que derivó del hashish o haxix, droga extraída del opio que se administraban sus integrantes, como lo da a entender Marco Polo (Líber milionis, XXXI). Entre las víctimas de esta secta, se hallan Conrado, rey de Jerusalén, Abdul Jorasat el Inmaculado, Malabel el Silencioso, Raimundo de Trípoli, dos califas de Bagdad, el Gran Visir de Egipto, un Sha de Persia y otros prohombres del medioevo. Su jefe se llamó Aloadín, o sencillamente el Viejo de la Montaña, como lo menciona el aventurero veneciano. Pero su nombre verdadero es posible que fuera el de Hasan Ibn Al Sabbah, según anotan J. B. Nicolás (Les quartains de Kheyarn, 1867) y el erudito cordobés José E. Guráieb. (Este último nos dice, en la Introducción a las Nuevas Rubaiyát, 1959, que "Ese Hasan Ibn Sabbah, fue aquel famoso Caudillo de la Montaña, llamado erróneamente por el Viejo de la Montaña, o "Cheik Al Yabal", jefe de la secta de los ismaelitas").
Aloadín (digámoslo así para abreviar) ejercía, como jefe de la secta, funciones de califa. Había sido condiscípulo de Omar Al Jayyam y Nizam Al Mulk, en Nisapur, donde los tres estudiaban el Qorán, según constancias de este último en la Wasíah que escribió para celebrar los acontecimientos más memorables de su vida. El fue el primero que testimonió sobre el carácter de Aloadín: un hombre pendenciero e intrigante, contra el cual debió luchar a pesar de haberlo protegido siendo visir. Conspiró, por tanto, contra Nizam Al Mulk, y al ser descubierto por éste, Aloadín se refugió en la fortaleza de Alamut, en Rudbar, sobre las montañas cercanas al mar Caspio. De ahí la denominación impropia de Viejo de la Montaña.

 En esa fortaleza enclavada en un valle de difícil acceso, Aloadín tenía un paraíso terrenal, donde sus iniciados muchachos de 12 años, se drogaban con el hashish que él ofrecía mientras impartía su enseñanza. "Matar a un malvado –decía– es una bendición de los cielos, porque ellos, los malvados, están en la tierra para usurpar el derecho de los seres bondadosos". (Acaso fue ésta la primera norma sobre el regicidio que Maquiavelo y el Padre Mariana habrían de exaltar siglos después). Cuando los heréticos estaban ebrios por el opio, Aloadín introducía un conjunto de falsas huríes, muchachas no menos jóvenes que los iniciados, y comenzaba una danza fascinante, mientras las cañerías del palacio-fortaleza, suministraban miel y vino (Liber, XXXI; Ibn Al Levy, II, 21). Los goces terrenales del Alamut, eran semejantes al paraíso de Mahoma. Después, Aloadín les mostraba los muros del palacio, con murales excitantes, donde la desnudez y los alimentos se concretaban en un sueño insaciable. En uno de estos muros, el que daba hacia el valle y sus jardines diabólicos, había una inscripción del poeta persa Abulkasim Firdusí (Libro de los reyes, c. IV), que decía:
Todas las noches su cocinero [el de Zohak] mataba a dos jóvenes y les extraía los sesos con los que luego cocinaba un alimento para las serpientes del monarca.
Cuando los heréticos, también llamados hashashin o asesinos (Baudelaire refuerza el concepto en Le poéme du haschisch, II), regresaban del efecto del hashish y se hallaban entristecidos por haber perdido las visiones del paraíso, resolvían la eliminación del enemigo más próximo de Aloadín. Era el único recurso para volver a los goces terrenales y a las delicias de los jardines diabólicos. Entonces echaban la suerte, y el elegido salía del Alamut para confundirse, disfrazado, entre aquellos donde el sentenciado por Aloadín, habría de perecer. A la vuelta del asesino, cumplida la misión, el paraíso volvía a concretarse, y el héroe imponía su voluntad al juego de las huríes. Era un privilegio que duraba 24 horas. Después, en otro ciclo semejante, se resolvía el próximo asesinato.
Fue tan temido el Caudillo de la Montaña, que no hubo príncipe que no buscara su protección. Conocían su ira y el efecto de su fanatismo. Pero su imperio fue sofocado por la deserción de El-Haddar, uno de los ashashin. Denostado por Aloadín, huyó un día de la fortaleza y se unió a las huestes de Hulagu. Éste lo recibió con desconfianza. Su relato fue tan verídico y atroz, tan detallado, que el gran guerrero acabó por admitir la sinceridad del desertor. Hulagu llevó a sus hombres hacia el Alamut y le intimó la rendición al Gran Asesino. Éste desoyó las amenazas, y el guerrero estableció un cerco que duró tres años, al cabo de los cuales casi todos los defensores del Alamut perecieron por hambre. Entonces Hulagu ordenó la embestida final, y la fortaleza fue destruida en 1135. (Ibn Al Levy, II, 23, dice en 1265). Cuando el libertador entró en el reducto de Aloadín, éste, asesinado por su propia mano (autoasesinado) yacía con un puñal que le atravesaba la yugular. Se supone que quiso morir lentamente, ocho siglos antes de que Krafft-Ebing acuñara la palabra infamante extraída del nombre de Sacher-Masoch.

Juan Jacobo Bajarlía. De Historias de monstruos. Prólogo de: Leopoldo Marechal
EDICIONES DE LA FLOR (1969)
 Juan-Jacobo Bajarlía es poeta, cuentista, ensayista, novelista y dramaturgo. Nació en Buenos Aires el 5 de octubre de 1914, pero por un error en las anotaciones del Registro Civil aparece como nacido el 5 de octubre de 1912.
A los 9 años le dio por la poesía, y los 14, siendo estudiante secundario escribió un novelón de capa y espada con el título de La cruz de la espada, que un falso editor se llevó para publicar, y nunca más se supo del original. Fue el mayor de 5 hermanos, hijo de padres de gran posición económica, venidos a menos, a raíz de lo cual, el niño que entonces tenía 12 años, vendió medias por los bares para contribuir al sustento de la casa. A los 17 años ingresó en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, y luego se trasladó a La Plata donde completó sus estudios.
Fue uno de los introductores del vanguardismo en la Argentina. Entre 1948 y 1956 dirigió la revista Contemporánea y formó parte, en 1944, del Movimiento de Arte Concreto-Invención, junto con Gyula Kosice, Edgar Bayley, Carmelo Arden Quin y Tomás Maldonado, entre otros. También, en 1983, dirigió la revista Referente/el Ojo que mira.
Sus primeros libros que datan de los años 40, Prohombres de la argentinidad y Romances de la guerra, fueron excluidos de su bibliografía.
Obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores el mismo año en el que se la adjudicaron a Adolfo Bioy Casares (1962). Luego se sucedieron los grandes premios: el del Instituto del Nuevo Mundo de la Facultad de Filosofía y Humanidades de Córdoba, dirigida por Juan Larrea acerca de César Vallejo (1963), el Mystery Magazine Ellery Queen's (1964), el Konex de Platino (1984), el Premio Municipal de Teatro (1962), el Premio del Fondo Nacional de las Artes (1962), 2¼ Premio Municipal de Narrativa (1969), Premio Boris Vian (1996), Premio Leopoldo Alas ("Clarín") (1971).
Sus cuentos, una estructura en la que se mezclan lo fantástico, la ciencia-ficción y la metafísica, integran varias antologías.
Como dramaturgo escribió y estrenó La Esfinge en el Teatro Mariano Moreno, en 1955; Pierrot, en La Plata, en 1956; Las troyanas, sobre el texto de Eurípides, en el Teatro de la Reconquista, en 1956; La billetera del Diablo, en el Teatro LYF, en 1969; Telésfora en Radio Nacional, en 1972. Su drama Monteagudo (1962) obtuvo cuatro distinciones: el de la Selección Municipal para las Jornadas de Teatro Leído, el Premio Municipal a la mejor obra no representada, el del Fondo Nacional de las Artes, y la Faja de Honor de la SADE.
Realizó numerosas traducciones del francés, italiano e inglés, incluyendo autores como el Aretino, el marqués de Sade, Kandinsky y Jean Tardieu, entre otros. También tradujo La lección, de Ionesco, que Francisco Javier puso en el Festival de Arte Dramático de Mar del Plata, en 1956. En 1963 fue leído, en el Teatro Los Andes, su drama de ciencia-ficción Los robots, en un acto auspiciado por la Municipalidad (Secretaría de Acción Cultural). Este drama, tragedia mecánica, como lo llama el autor, data de 1955.
Escribe novelas policiales con el seudónimo de John J. Batharly, entre las que debemos mencionar Los números de la muerte (1972), reeditada con nombre propio en 1978. Esta última y El endemoniado Sr. Rosetti, también se publicaron en México con los títulos de Vudú, secta asesina, y Hombre Lobo: El endemoniado Sr. Rosetti.
Entre sus antologías publicadas, Cuentos de crimen y misterio (1964), posee un estudio preliminar sobre lo fantástico y policíaco en las literaturas universal y argentina.
Considerado en su calidad de narrador, Leopoldo Marechal llamó a Bajarlía "zoólogo de la monstruosidad". Hopkins, desde Berkeley, dijo que "sus máquinas del tiempo dejan de ser instrumentos mecánicos para convertirse en dimensiones metafísicas". Antonio de Undurraga consideró que la dimensión metafísica de Bajarlía introducía en el cuento fantástico una línea mas allá de "lo metafísico, lo fantástico y la ciencia-ficción".
Dentro de su obra poética, su libro La Gorgona (1953) fue traducido al alemán por Ilse Lustig, en 1953, sobre cuya traducción Esteban Eitler compuso Música Dodecafónica, cuyo estreno se realizó en Bruselas, en 1954.
Entre sus numerosos ensayos, La polémica Reverdy-Huidobro/El origen del ultraísmo (1964) fue publicada previamente en francés por el Centre International d’Etudes Poétiques (Bruselas, 1962), con prólogo de Fernanad Verhesen; y Existencialismo y abstracción de César Vallejo (1967), se publicó en Córdoba en 1967 en tres volúmenes de Aula Vallejo (5, 6 y 7).
Fue colaborador del diario Clarín y director interino de suplementos literarios. Actualmente colabora en La Nación, La Gaceta de Tucumán, La Prensa y otros diarios de la Argentina.
Fue pionero en la investigación parapsicológica en la Argentina, participando de las primeras experiencias en parapsicología científica. Sus conocimientos en fenómenos paranormales lo llevaron a presidir varios congresos y dar cátedra en diferentes instituciones. Además es asesor en temas afines.
Fue vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Formó parte de la Asociación de Artistas Premiados Argentinos "Alfonsina Storni" (APA), de cuya revista fue redactor exclusivo.
Se realizaron dos documentales sobre su vida. Bajarlía, desandando el tiempo (2003) y Bajarlía (2005), que exploran en profundidad su vida y obra literaria.
Falleció en la Ciudad de Buenos Aires el 22 de Julio de 2005, a los 91 años.
En 2007 se publicó la obra póstuma El placer de matar, que recopila distintas investigaciones que realizó Bajarlía sobre grandes crímines y criminales de la historia.

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