DEL CAMPANERO VISIONARIO O LOS DELIRIOS DE EMETERIO
El campanero de este pueblo
domina el tiempo en la comarca,
conoce la hora por el sol,
por un astro en la madrugada,
por el relámpago y su fulgor,
por el aroma de la albahaca,
por el viento en los eucaliptos,
por el trino de la torcaza.
Suele abrir, con llave de oro,
la caja donde duerme el alba,
los brotes del amanecer
y la estrella de la mañana;
puede subir por la colina
tras una brizna extraviada,
o entretener a los viajeros
echando a vuelo las campanas.
Emeterio, los días domingos,
ya en su tarea iluminada,
es un felino silencioso
retozando en su cumbre diáfana;
y el badajo, como un trapecio,
lo transforma en un niño en andas,
-arrojándolo a las alturas
en vuelo de ave alucinada.
En el vaivén de su columpio
de metal, se le ensancha el alma;
tiene una fiebre de horizonte,
un delirio de lontananza;
abarca el llano, los confines
de su región con una mirada,
y es el dueño del universo,
un meteoro en la alborada.
Ve, encaramándose a las nubes,
el tren pequeño de su infancia,
los caballos en las sortijas,
el arribeño con su guitarra,
el ojo desvelado y triste
del loco de las serenatas,
a la orográƒica doncella
y a la mujer cordillerana.
Ve que el mundo gira a sus pies,
que las palmeras y las casas
giran, en tanto gira el día
como un cristal en la distancia;
y siente, desde el campanario,
que algo le crece en las espaldas,
que es un pájaro fulgurante
con un violín entre las alas.
Y que salta y asalta el cielo,
echando a vuelo las campanas.
Elvio Romero de Los valles imaginarios, Editorial Losada
(1984)
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