3 de septiembre de 2017

El Mayort Stede Bonnet, Pirata por vocación, Marcel Schwob



EL MAYOR STEDE BONNET

Pirata por vocación

El mayor Stede Bonnet era un caballero retirado del ejército, que vivía en sus plantaciones, en la isla de Barbados, hacia 1715. Sus cañaverales y sus cafetales le producían una buena renta, y fumaba con placer el tabaco que él mismo cultivaba. Había estado casado, pero no fue feliz en su matrimonio, y decían que su mujer lo había trastornado. En efecto, la manía le vino apenas cumplidos los cuarenta, y en un principio sus vecinos y sus criados cedieron inocentemente.
La manía del mayor Stede Bonnet era ésta: aprovechaba cualquier ocasión para despreciar la táctica terrestre y elogiar la táctica marina. Los únicos nombres que venían con frecuencia a sus labios eran los de Avery, Charles Vane, Benjamín Hornigold y Edward Teach. Eran según él audaces navegantes y hombres de empresa. Por aquel entonces surcaban el mar de las Antillas. Si ocurría que alguien los llamara piratas en presencia del mayor, éste exclamaba:
-Loado sea Dios por haber permitido a esos piratas, como usted dice, que dieran el ejemplo de la vida franca y sencilla que llevaban nuestros abuelos. No había entonces poseedores de riquezas, ni guardianes de mujeres, ni esclavos para proveer azúcar, algodón o índigo. Pero un dios generoso dispensaba todas estas cosas y cada uno recibía su parte- Por eso admiro tanto a los hombres libres que comparten los bienes entre ellos y llevan juntos una vida de compañeros de fortuna.
Al recorrer sus plantaciones, el mayor solía golpear los hombros de algún trabajador:
-¡Imbécil! ¿No te convendría más estibar en algún galeón o en algún bergantín los fardos de la miserable planta sobre cuyos retoños dejas caer aquí tu sudor?
Casi todas las noches, el mayor reunía a sus servidores en los cobertizos de grano, donde les leía, a la luz de un candil, mientras moscas de color zumbaban en torno, relatos de las grandes acciones de los piratas de la Hispaniola y de la isla de la Tortuga.
Pues algunos folletos ya advertían de sus rapiñas a las aldeas y a las granjas.
-¡Excelente Vane! -exclamó el mayor-. ¡Bravo Hornigold, verdadero cuerno de la abundancia lleno de oro! ¡Sublime Avery, cargado de joyas del gran Mogol y del rey de Madagascar! ¡Admirable Teach, que supiste gobernar sucesivamente a catorce mujeres y te deshiciste-te de ellas, y que imaginaste entregar todas las noches a la última (sólo tiene dieciséis años) a tus mejores compañeros (por pura generosidad, grandeza de alma y conocimiento del mundo) en tu buena isla de Okerecok! ¡Oh, qué feliz el que siguiese vuestra estela, el que bebiese ron contigo, Barbanegra, patrón de El desquite de la reina!
Los criados del mayor escuchaban estos discursos con sorpresa y en silencio. Y las palabras del mayor sólo eran interrumpidas por el ligero, apagado ruido de las lagartijas, a medida que caían del techo, pues el pánico aflojaba las ventosas de sus patas. Luego el mayor, protegiendo con una mano el candil, trazaba con su bastón entre las hojas de tabaco  todas las maniobras navales de esos grandes capitanes y amenazaba con la Ley de Moisés (así llaman los piratas a una paliza de cuarenta bastonazos) al que no comprendiese la astucia de las evoluciones tácticas propias de los filibusteros.
Finalmente, el mayor Stede Bonnet no pudo resistir más. Compró una vieja chalupa de diez cañones y la equipó con todo cuanto convenía a la piratería, como machetes, arcabuces, escalas, planchas, rezones, hachas, Biblias (para prestar juramento), pipas de ron, linternas, betún para ennegrecer el rostro, pez, mechas para quemar entre los dedos de los ricos comerciantes y muchas banderas negras con calaveras blancas, dos fémures cruzados y el nombre de la nave: El desquite. Luego hizo subir de pronto a setenta de sus criados y se hizo a la mar, de noche, derecho hacia el oeste, rozando San Vicente, para doblar el Yucatán y surcar todas las costas hasta Savanah (a donde nunca llegó).
El mayor Stede Bonnet no tenía ningún conocimiento de las cosas del mar. Comenzó, pues, a perder la cabeza entre la brújula y el astrolabio, confundiendo botavara con botalón, bornear con bordear, cangreja con cangrejo, luces de posición con luces de prohibición, escotilla con escobón, y ordenando rizar en vez de izar. En suma, tanto lo agitó el tumulto de palabras desconocidas y el movimiento inusitado del mar, que pensó en regresar a Barbados si no lo hubiese sostenido en su proyecto el glorioso deseo de izar la bandera negra a la primera nave. Como confiaba en algún saqueo, no había embarcado provisiones. Pero la primera noche no se percibió ninguna luz de ningún galeón. El mayor Stede Bonnet decidió pues que había que atacar una aldea.
Alineó a todos sus hombres en el puente, distribuyó machetes flamantes y los exhortó a la mayor ferocidad. Hizo traer después una cubeta de betún con el que él mismo se untó el rostro y ordenó que lo imitaran, cosa que hicieron no sin alegría.
Por fin, considerando por sus recuerdos que era conveniente estimular a su tripulación con alguna de las bebidas que acostumbraban tomar los piratas, hizo que cada uno de sus hombres tragara una pinta de ron mezclado con pólvora (pues no tenía vino, que en piratería es el ingrediente común), Los criados del mayor obedecieron; pero, contrariamente a las costumbres, su rostro no se encendió de furor. Avanzaron todos casi al mismo tiempo a babor y a estribor, y asomando por la borda sus caras ennegrecidas, ofrecieron esa mixtura al mar perverso. Después, con El desquite casi varado en la costa de San Vicente, des-embarcaron tambaleantes.
Era muy temprano, y las caras sorprendidas de los aldeanos no provocaban ninguna cólera. Ni siquiera el mayor sentía ánimo para gritar. Muy orgulloso se encargó de comprar arroz y legumbres secas con cerdo salado, y pagó (a la manera de los piratas y muy noblemente según le pareció) con dos barricas de ron y un cable viejo. Después de mucho esfuerzo los
hombres consiguieron poner a flote la nave. Y el mayor Stede Bonnet, envanecido por su primera conquista, regresó al mar.
Mantuvo las velas izadas todo el día y toda la noche, no sabiendo qué viento lo impulsaba. Hacia el alba del segundo día, estaba adormecido contra la bitácora del timonel, muy incómodo a causa del machete y de la espingarda, cuando lo despertó el grito de:
-¡Ah de la chalupa!
Y distinguió a la distancia de un cable el botalón de una nave que se balanceaba. Un hombre muy barbudo estaba en la proa. Una bandera negra y pequeña flameaba en el mástil.
-¡Iza nuestro pabellón de muerte!-gritó el mayor    Stede Bonnet.
Y recordando que su título pertenecía al ejército de tierra, ahí mismo decidió adoptar otro nombre, siguiendo ilustres ejemplos. Sin demora alguna, pues, respondió:
-Chalupa El desquite, mandada por mí, el capitán Thomas, con mis camaradas de fortuna.
Al oírlo el hombre barbudo se echo a reír.
-Bien elegido, compañero -dijo-. Podremos navegar juntos. Y ven a beber un poco de ron a bordo de El desquite de la reina Ana.
El mayor Stede Bonnet comprendió inmediatamente que había encontrado al capitán Teach, Barbanegra, el más célebre de todos los que admiraba. Pero. su alegría fue menor de lo que podía haber supuesto. Tuvo la impresión de que iba a perder su libertad de pirata. Taciturno, pasó a bordo del barco de Teach, quien lo recibió muy amable, con un vaso en la mano,
-Compañero -dijo Barbanegra-, me gustas muchísimo. Pero navegas con imprudencia. Y si me crees, capitán Thomas, te quedarás en nuestro barco y haré que tu chalupa la dirija ese hombre valiente y lleno de experiencia, .que se llama Richarda. Y en el barco de Barbinegra tendrás todo el tiempo que quieras para gozar de la libertad para vivir como un caballero de fortuna.         
El mayor Stede Bonnet no se atrevió a negarse. Le sacaron su machete y su trabuco. Juró sobre el hacha (pues Barbanegra no podía soportar la vista de una Biblia), y le asignaron su ración de galleta y de ron, junto con su parte de futuros botines. El mayor no había imaginado que la vida de los piratas fuera tan reglamentada. Sufrió los furores de Barbanegra y las angustias de la navegación. Habiendo partido de Barbados como caballero, a fin de hacerse pirata de acuerdo a su fantasía, fue obligado a convertirse en pirata verdadero a bordo de El desquite de la reina Ana.
Durante. tres meses llevó esa vida y secundó a su patrón en trece apresamientos. Luego encontró un medio de volver a pasar a su propia chalupa, El desquite, bajo el mando de Richarda. En lo cual mostró prudencia pues a la noche siguiente, Barbanegra fue atacado a la entrada de su isla de Okerecok por él teniente Maynard, que llegaba de Bathown. Barbanegra murió en el combate, y el teniente ordenó que le cortaran la cabeza. y la ataran al extremo de su bauprés. Y así lo hicieron.
Mientras, el capitán Thomas huyó hacia Carolina del Sur y siguió navegando unas cuantas semanas más. El gobernador de Charlestown, advertido de su paso, delegó al coronel Rher para que lo capturara en la isla de Sullivans. El capitán Thomas no ofreció resistencia. Lo llevaron a Charlestown con gran pompa, pero con el nombre de mayor Stede Bonnet, que asumió de nuevo tan pronto como pudo. Lo encarcelaron hasta el 10 de noviembre de 1718, día en que compareció ante la corte del vicealmirantazgo. El jefe de la justicia, Nicolas Trot, lo condenó a muerte con este discurso tan hermoso que sigue:
-Mayor Stede Bonnet, estáis convicto de dos acusaciones de piratería, pero bien sabéis que habéis saqueado por lo menos trece embarcaciones. De modo que os podríamos acusar de once cargos más; pero con dos nos bastan (dijo Nicolas Trot), ya que son contrarios a la ley divina que ordena: No robarás (Exado, 20, 15), Y el apóstol San Pablo declara expresa-mente que los ladrones no heredarán el Reino de Dios, (1. Cor., 6, 10). Pero también sois culpable de homicidio, y los asesinos (dijo Nicolas Trot) recibirán su parte en la balsa ardiente de fuego y azufre que es la segunda muerte (Apoc., 21, 8L ¿Y quién, pues, (dijo Nicolas Trot) podrá resistir con los ardores eternos? (1saías,33, 14), ¡Ah, mayor Stede Bonnet, temo que los principios de la religión que os inculcaron en vuestra juventud (dijo Nicolas Trotl se hayan corrompido por vuestra mala vida y vuestra excesiva dedicación a la literatura y a la vana filosofía de estos tiempos! Pues si vuestro placer hubiese estribado en la ley del Eterno (dijo Nicolas Trot) y lo hubieseis meditado noche y día (Salmos, 1, 2), habríais comprendido que la palabra de Dios era una lámpara a vuestros pies y una luz en vuestros senderos (Salmos, 119, 105). Pero no lo habéis hecho. Sólo os queda, pues, confiaros al Cordero de Dios (dijo Nicolás Trot) que quita el pecado del mundo (Juan 1, 29), que ha llegado para. salvar lo que perdido estaba (Mateo, 18, 11) Y que ha prometido que no arrojará afuera a aquel que vaya hacia él (Juan, 6, 37). De modo que si queréis volver a él, aunque tarde (dijo Nicolás Trot) como los obreros de la undécima hora en la parábola de los viñadores (Mateo, 20, 6, 9), todavía podrá recibiros. No obstante la corte sentencia (dijo Nicolas Trot) a que seais conducido al lugar de la ejecución, donde seréis colgado por el cuello hasta que sobrevenga la muerte.
El mayor Stede Bonnet, después de haber escuchado compungido el discurso del jefe de la justicia, Nicolas Trot, fue ahorcado el mismo día en Charlestown, por ladrón y pirata.




Marcel Schwob de Vidas imaginarias (1896)

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