10 de diciembre de 2016

Conversando con Jose Asunción Silva, Elvio Romero



CONVERSANDO CON JOSE ASUNCIÓN FLORES



He elegido esta clara mañana, hermano mío,

para posar mis duras lámparas en tu mesa,

llegar con gesto tardo para hablarte de cosas

que al recóndito tiemblo de nuestro ser conciernan:

los montes, las surgentes, los niños, la poesía

y esas guaranias tuyas como soles que queman.



Yo no hubiera querido sino cantar contigo.

Sin embargo, tú sabes que todas nuestras flechas

deben hoy aguzarse con nuevos resplandores,

y nuestra voz cargarse de implacables centellas,

como a veces debemos, en vez de miel sonora,

llevar en las gargantas ásperas torrenteras.



¡Y cómo no ha de ser! Si tercamente siguen

los amigos de la hez, la oscura gente aquella

que ya de tanto y tanto golpear en la sombra

supone que es posible quebrantar nuestra fuerza,

sobornar el tranquilo panal de nuestro pecho,

tal vez desarbolarnos de nuestra roja tierra.



¡Tal vez desarbolarnos de la tierra! ¿Comprendes,

comprendes que pretenden arrojarnos afuera

de lo que más amamos: las casas, los palmares,

las llanuras natales? ¡ Es como si pudieran

arrancarle los hijos a una madre, a la noche

las hebras con que puede tejer sus sementeras!



¡Y qué, qué pueden ésos, ésos que desconocen

lo que es sorber el cáliz de las cosas supremas,

lo que es llenar la copa de generoso vino

y ofrecerlo a un amigo como airosa presea,

que al mirar nuestros pasos jamás aquilataron

el granero de sueños que dejan a sus huellas!



Pero nosotros hemos de averiguar un día

cuáles fueron los hijos más fieles, las maderas

de mayor rectitud, cuáles fueron los árboles

que poblaron sus ramas de más altas estrellas,

qué labios se nutrieron de canciones más hondas

y quiénes repartieron las mieses de su alforja.



¡Y qué, qué pueden ésos tramar contra el soberbio

clavel que levantamos con una luz severa,

si ya no les alumbran los densos alimentos

de las verdades simples, la rumorosa veta

del agua y la honradez, que la primer criatura

del mundo comprendía que iba a llevar a cuestas!



He elegido esta clara mañana, hermano mío,

para decirte cosas y escuchar cómo llegas,

colmada la mochila de pan para los hombres,

trazado el alto rumbo sobre la frente inmensa,

y sentir que galopa tu música hacia el alba,

ganada por la boca del pueblo que despierta.



Deja que aquéllos anden con esa exigua luna

ya arrumbada de tanto desgastarse en la piedra;

déjalos que en la inútil penumbra reconozcan

que ya no llevan sangre ni calor en las venas,

y que al tocar sus rostros descubran que palparon

máscaras desoladas de niebla polvorienta.



¡Que arríen sus banderas! Nosotros levantamos

la claridad más pura, la más valiente arena.

¡Déjalos con su sombra! Nosotros activamos

la labor poderosa que hay en las herramientas,

manejamos cordeles de rocío y tenemos

un ancho corazón para poblar la tierra!



Elvio Romero de El sol bajo las raíces (1956)




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